Segovia, 11-13 de octubre de 2.012
Junto a la recepción de la Real Casa de la Moneda se encuentra el Centro de Interpretación del Acueducto de Segovia, espacio expositivo que pretende ayudar a conocer el mayor símbolo de la ciudad.
El acueducto es una impresionante obra de ingeniería hidráulica construida por los romanos durante el siglo I y la primera mitad del siglo II para abastecer de agua al asentamiento militar que controlaba y vigilaba a los vaceos antes de su conquista y que ha estado en funcionamiento hasta una época muy reciente hasta el punto de que en 1.927 se acometieron los trabajos necesarios para alojar una tubería sobre la cacera del acueducto con la que abastecer a la ciudad de Segovia.
La captación se llevaba a cabo en el río Acebeda, a los pies de la sierra de Guadarrama, en los montes de Valsaín, en el actual término municipal de La Granja de San Ildefonso, a dieciocho kilómetros de la ciudad.
El canal romano debía de estar formado por una obra de fábrica construida en una trinchera excavada en el terreno natural, revestida con un mortero impermeable y cubierta con losas o bóvedas para prevenir su deterioro protegiéndola de los agentes naturales y del tránsito de animales.
El canal romano debía de estar formado por una obra de fábrica construida en una trinchera excavada en el terreno natural, revestida con un mortero impermeable y cubierta con losas o bóvedas para prevenir su deterioro protegiéndola de los agentes naturales y del tránsito de animales.
No se conoce con certeza cual era el trazado original de la conducción pues la sucesivas reformas llevadas a cabo sobre todo a partir del siglo XV originaron la construcción de nuevos conductos y la desaparición de gran parte de la obra romana.
Al llegar a la ciudad, el canal pasa por dos desarenadores en los que se llevaban a cabo labores de purificación y limpieza del agua y cuya estructura actual data del siglo XVIII aunque fueron construidos sobre dispositivos de origen romano restaurados por los Reyes Católicos en el siglo XV.
El primer filtro se denomina Casa de Pidera o Casa del Agua y desde este punto el canal se eleva sobre un muro, parte del cual ha desaparecido en la actualidad, hasta llegar al desarenador de San Gabriel.
Al llegar a la ciudad, el canal pasa por dos desarenadores en los que se llevaban a cabo labores de purificación y limpieza del agua y cuya estructura actual data del siglo XVIII aunque fueron construidos sobre dispositivos de origen romano restaurados por los Reyes Católicos en el siglo XV.
El primer filtro se denomina Casa de Pidera o Casa del Agua y desde este punto el canal se eleva sobre un muro, parte del cual ha desaparecido en la actualidad, hasta llegar al desarenador de San Gabriel.
De este depósito es de donde parte la conducción elevada conocida en todo el mundo y ejecutada con enormes sillares de granito toscamente trabajados y colocados a hueso, sin ningún tipo de argamasa, en muchos de los cuales aún se pueden apreciar las muescas que les permitían a los romanos manipularlos con sus grúas.
Se trata de una sucesión de pilares y arcos de medio punto de 638 metros de longitud que permite salvar un desnivel de casi 30 metros de altura sobre los que descansa el propio canal y en la que se pueden diferenciar cuatro tramos diferentes cuyos quiebros permitían disminuir la velocidad del agua.
Se trata de una sucesión de pilares y arcos de medio punto de 638 metros de longitud que permite salvar un desnivel de casi 30 metros de altura sobre los que descansa el propio canal y en la que se pueden diferenciar cuatro tramos diferentes cuyos quiebros permitían disminuir la velocidad del agua.
Los tres primeros suman 505 metros de longitud y están formados por unos pocos metros de muro y una sucesión de 75 arcos, muchos de los cuales fueron destruidos durante la ocupación musulmana. Los Reyes Católicos fueron los responsables de la reconstrucción de los mismos en el siglo XV, trabajos que le encomendaron a Don Pedro Mesa, prior del monasterio de Santa María del Parral.


Al llegar a la Plaza de Día Sanz la conducción da un brusco giro a la derecha y lanzándose al vació para salvar los 28,5 metros de desnivel que le permiten alcanzar la muralla de la ciudad vieja, al otro lado de la Plaza del Azoguejo.
Es sin duda la parte más conocida y espectacular del acueducto, una impresionante cortina formada por 43 arcos dobles y dos sencillos (el primero y el último) que descansan sobre enormes pilares de sección rectangular decreciente en altura adornados con sencillas cornisas.

En el lugar en el que el acueducto alcanza su mayor altura se abren sobre los arcos inferiores dos nichos u hornacinas, uno a cada lado, que desde el siglo XVI albergan sendas imágenes de la Virgen de la Fuencisla y de San Esteban.
Una vez alcanzado el Alto del Postigo nueve arcos, de los que únicamente se conservan cuatro, llevaban el agua hasta el depósito general y desde allí, una conducción subterránea de época posterior cuyo recorrido se puede adivinar buscando las chapas identificativas colocadas en el suelo de las calles permitía llevar el agua hasta el Alcazar.
Antes de regresar a nuestro hotel en La Granja nos acercamos hasta el desarenador de San Gabriel y admiramos la prodigiosa obra de ingeniería.
Recorremos el camino seguido por el agua que abastecía a los romanos hace casi dos mil años acariciando algunos de los impasibles sillares testigos del lento paso del tiempo. Al alcanzar los pilares de la Plaza del Azoguejo nos abruman el peso y las dimensiones de una estructura que desde lejos parece mucho más ligera y entonces nos planteamos si no será cierta la leyenda que circula por las calles y que hace que los segovianos llamen al acueducto el Puente del Diablo:
"En otro tiempo había en Segovia una casa feudal que estaba situada en lo más alto de la ciudad.
Entre los muchos servidores que había en aquella mansión se encontraba una joven que ganaba su sustento conduciendo desde el lejano río a la casa todo el agua que se necesitaba.
Un día en que la población celebraba una de sus principales fiestas la joven servidora estuvo hora tras hora llevando agua para el palacio de su señor. Era ya muy entrada la noche cuando, fatigada, de sus labios se escaparon estas palabras:
-¡Daría mi alma al demonio si trajese el agua hasta el Azoguejo!
-La trendrás donde deseas - respondió una voz de timbre extraño.
-¿Quién sois? - dijo la muchacha al contemplar ante ella un gallardo paje.
-Vengo a realizar tus deseos para que acabe tu penosa tarea - contestó el aparecido. -Tendrás el agua el agua para siempre en el sitio que quieras si a cambio me entregas tu alma.
-Convenido - contestó la joven - pero con una condición: si mañana antes de que salga el sol no está tu obra concluida por completo, mi alma no te pertenecerá.
-¡Acepto! - dijo el diablo sin reparar en la magnitud de lo que prometía.
El diablo reunió en torno suyo todas las legiones de demonios que tenía a sus ordenes y todos empezaron a trabajar al instante. Cuando estaba colocando las piedras de la última arcada, de pronto, el sol apareció brillante y dejo caer sus dorados rayos sobre el acueducto, antes de que Satanás consiguiera dejar en su sitio la última piedra. Al sentirse vencido se retorció de ira cayó en la tierra hundiéndose en sus entrañas."
La noche se acerca. El cielo se oscurece.
Es el momento de retirarse no vaya a ser que el viejo Lucifer regrese a su puente para saldar alguna cuenta pendiente.

En el lugar en el que el acueducto alcanza su mayor altura se abren sobre los arcos inferiores dos nichos u hornacinas, uno a cada lado, que desde el siglo XVI albergan sendas imágenes de la Virgen de la Fuencisla y de San Esteban.

Antes de regresar a nuestro hotel en La Granja nos acercamos hasta el desarenador de San Gabriel y admiramos la prodigiosa obra de ingeniería.
Recorremos el camino seguido por el agua que abastecía a los romanos hace casi dos mil años acariciando algunos de los impasibles sillares testigos del lento paso del tiempo. Al alcanzar los pilares de la Plaza del Azoguejo nos abruman el peso y las dimensiones de una estructura que desde lejos parece mucho más ligera y entonces nos planteamos si no será cierta la leyenda que circula por las calles y que hace que los segovianos llamen al acueducto el Puente del Diablo:
"En otro tiempo había en Segovia una casa feudal que estaba situada en lo más alto de la ciudad.
Entre los muchos servidores que había en aquella mansión se encontraba una joven que ganaba su sustento conduciendo desde el lejano río a la casa todo el agua que se necesitaba.
Un día en que la población celebraba una de sus principales fiestas la joven servidora estuvo hora tras hora llevando agua para el palacio de su señor. Era ya muy entrada la noche cuando, fatigada, de sus labios se escaparon estas palabras:
-¡Daría mi alma al demonio si trajese el agua hasta el Azoguejo!
-La trendrás donde deseas - respondió una voz de timbre extraño.
-¿Quién sois? - dijo la muchacha al contemplar ante ella un gallardo paje.
-Vengo a realizar tus deseos para que acabe tu penosa tarea - contestó el aparecido. -Tendrás el agua el agua para siempre en el sitio que quieras si a cambio me entregas tu alma.
-Convenido - contestó la joven - pero con una condición: si mañana antes de que salga el sol no está tu obra concluida por completo, mi alma no te pertenecerá.
-¡Acepto! - dijo el diablo sin reparar en la magnitud de lo que prometía.
El diablo reunió en torno suyo todas las legiones de demonios que tenía a sus ordenes y todos empezaron a trabajar al instante. Cuando estaba colocando las piedras de la última arcada, de pronto, el sol apareció brillante y dejo caer sus dorados rayos sobre el acueducto, antes de que Satanás consiguiera dejar en su sitio la última piedra. Al sentirse vencido se retorció de ira cayó en la tierra hundiéndose en sus entrañas."
La noche se acerca. El cielo se oscurece.
Es el momento de retirarse no vaya a ser que el viejo Lucifer regrese a su puente para saldar alguna cuenta pendiente.
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