miércoles, 10 de agosto de 2016

INÉS DEL ALMA MÍA: vivimos mientras amamos...

Santander, 8 de agosto de 2.016 


En 2.005 la escritora chilena Isabel Allende publicó "Inés del alma mía", una novela en la que relata la vida de Inés Suárez, la primera mujer española en llegar a Chile, desgranando su relación con Pedro de Valdivia y los obstáculos que ambos tuvieron que superar para conquistar Chile y fundar la ciudad de Santiago.


Tras la muerte de su esposo, Inés Suárez comenzó a escribir sus memorias. Siempre supo que moriría anciana, en paz y en su cama, por eso no vaciló en enfrentar muchos peligros a lo largo de su vida. Fue feliz junto a su marido y su hija adoptiva pero jamás olvidaría los alaridos de Valdivia y sus gritos despidiéndose de ella por última vez: "¡Adiós, Inés del alma mía!".


Nació después de la hambruna y la tremenda pestilencia que asoló a España tras la muerte de Felipe el Hermoso. Con apenas dieciséis años, durante una de las procesiones de su Plasencia natal, conoció a Juan de Málaga, uno de esos hombres guapos y alegres a los que ninguna mujer se resiste al principio pero que después causan mucho sufrimiento. Sus únicas virtudes eran su instinto para darle contento en el lecho y su empaque de torero; además era buen bebedor y jugador, y poseía un repertorio infinito de cuentos imposibles y planes fantásticos para hacer dinero fácil. Se casaron, pero la pasión inicial no tardó en transformarse en disgusto para ambos. Los caprichos y las deudas de su marido se convirtieron en una carga para ella. Su mente, siempre insatisfecha, estaba fija en el horizonte y en el mañana: se creía destinado a realizar grandes hazañas. Como tantos otros siguió el ejemplo de valientes como Cristóbal Colón, que se echó a la mar con su coraje como único capital y se encontró con la otra mitad del mundo, o Hernán Cortés, que obtuvo la perla más preciosa del imperio español, y partió hacia las Indias en busca de El Dorado. Lo hizo de noche, sin despedirse, llevándose sus últimos maravedíes y dejándola sola.

Inés se convirtió en una 'viuda de Indias', como tantas otras en Extremadura. Vivía rabiosa consigo misma y con el mundo por haber nacido mujer y estar condenada a la prisión de las costumbres. Estaba atada al fantasma de su esposo y presa en la soledad: se le iba la juventud, se le gastaba la vida... No podía volver a casarse y estaba condenada a esperar, pero sentía que era preferible enfrentar los peligros del mar y de las tierras bárbaras antes que envejecer y morir sin haber vivido. Ella no creía en la existencia de una ciudad de oro pero sospechaba que en el Nuevo Mundo había algo mucho más valioso: ¡libertad! Allí cada uno era su propio amo, no había que inclinarse ante nadie y se podían cometer errores y comenzar de nuevo: ¡se podía ser otra persona y vivir otra vida!
La Virgen le negó la posibilidad de ser madre permitiéndole a cambio cumplir un destino excepcional: decidió seguir los pasos de su esposo. La Corona protegía los vínculos matrimoniales y procuraba reunir a las familias para poblar el otro extremo de su imperio así que no le resultó difícil obtener licencia real para viajar a las Indias. En 1.537 desembarcó en Cartagena y siguiendo el rastro de su marido llegó hasta la Ciudad de los Reyes -la actual Lima-, donde descubrió que Juan había muerto. Viajó hasta Cuzco para confirmarlo y allí se quedó...

Pedro de Valdivia, maestre de campo del gobernador Francisco Pizarro y héroe de la batalla de Las Salinas, la había visto algunas veces por la calle, o en la iglesia, y se había fijado en ella porque, en aquella época, las mujeres españolas en el Perú todavía se contaban con los dedos y ninguna había llegado sola: eran esposas o hijas de soldados de la Corona, empeñada en reunir a las familias y crear una sociedad legítima y decente en las colonias. En un par de ocasiones le había seguido a cierta distancia: irradiaba seguridad y fuerza de carácter. No parecía vulnerable ni inocente, sino que resultaba intimidante, pura energía, como un ciclón contenido: eso fue lo que más le llamó la atención de ella. Cuando por fin se encontraron, los dos se quedaron mudos, mirándose durante una eternidad sin poder apartar los ojos el uno del otro. Durante años se habían buscando a ciegas, sin saberlo. Él tenía casi cuarenta años y ella alrededor de los treinta... Ninguno de los dos podía perder el tiempo: habían nacido para amarse.

Valdivia había viajado al Nuevo Mundo, después de haber luchado en los ejércitos de España bajo las banderas de Carlos V, abandonando en Extremadura a una joven y remilgada esposa a la que no había sabido hacer feliz. Desembarcó en La Española cuando a la isla llegó la noticia de que Francisco Pizarro necesitaba refuerzos en el Perú. El gobernador se había enemistado con su socio en la conquista, Diego de Almagro. El imperio incaico se había quedado chico para contenerlos a ambos: Pizarro había permanecido en Perú, secundado por sus temibles hermanos, mientras Almagro había optado por partir hacia el extremo sur del continente con la idea de someter las tierras bárbaras de Chile. Pizarro hubo de enfrentarse entonces a una insurrección general. Al dividirse sus fuerzas, los nativos habían tomado las armas contra el invasor. La conquista del imperio inca peligraba y Valdivia no vaciló en acudir a la llamada de socorro de sus compatriotas pero, cuando llegó a su destino, la sublevación de los indios había sido sofocada ya, gracias a la oportuna intervención de Diego de Almagro... Sus hombres habían atravesado las cumbres más heladas en su avance hacia el sur y regresado por el desierto más caliente del planeta. Habían alcanzado el río Bío-Bío, pero no habían podido adueñarse del territorio de los indios del sur. Habían tenido que abandonar la conquista de Chile debido a la resistencia invencible de los mapuche y habían emprendido el regreso al Perú llegando justo a tiempo de unir sus fuerzas a las de Francisco Pizarro para derrotar a los incas. Éste, lejos de agredecer su intervención, se volvió contra Almagro para arrebatarle Cuzco -ciudad que le había correspondido en el reparto territorial hecho por el emperador Carlos V-, provocando una cruenta guerra civil. Pedro de Valdivia, que acababa de llegar a la Ciudad de los Reyes, se puso al servicio de quien le había convocado: Francisco Pizarro. Después de un año de escaramuzas las fuerzas de ambos rivales se enfrentaron en Las Salinas, cerca de Cuzco. Pedro de Valdivia encabezó el ejército vencedor. Diego de Almagro fue hecho prisionero, humillado y sometido a un juicio que duró dos meses. Cuando supo que había sido sentenciado a muerte pidió que el maestre de campo enemigo fuese testigo de sus últimas disposiciones y Valdivia tuvo ocasión de conocer de primera mano los pormenores de su desafortunado viaje a Chile. Desde entonces le atormentaba la idea de triunfar allí donde el adelantado Almagro había fracasado...

Pedro e Inés se adoraban. La gente de Cuzco se acostumbró a considerarles una pareja pero jamás pudieron casarse para celebrar el amor y la complicidad que compartían. Ambos eran fuertes, mandones y ambiciosos. Él pretendía fundar un reino y ella acompañarle: intentarían la conquista de Chile aunque les costase la vida. Valdivia consiguió la autorización de Pizarro para hacerlo, quien además consintió en que Inés le acompañase. Juntos atravesaron el desierto...
Partieron una cálida mañana de enero de 1.540: "Nos vamos para Chile, Inés del alma mía". El eco de las campanas de la iglesia, que repicaron desde el amanecer, alborotó a los pájaros en el cielo y a los animales en la tierra. El obispo ofició una misa cantada a la que ellos asistieron junto al puñado de soldados que quisieron acompañarles en su arriesgada empresa. Les endilgó un sermón sobre la fe y el deber de llevar la cruz de Cristo a todos los extremos de la Tierra, y después salió a la plaza a dar su bendición a los mil yanaconas que aguardaban junto a los bultos y animales.

Chile resultó tener la forma delgada y larga de una espada. Estaba formado por un rosario de valles tendidos entre montañas y volcanes, y cruzado por copiosos ríos. Su costa era abrupta, de olas terribles y aguas frías, sus bosques densos y aromáticos, y sus cerros infinitos: ¡un paisaje de virginal belleza! 
Alcanzaron el cerro al que había llegado Diego de Almagro y descendieron a un valle lleno de robles y otros árboles desconocidos en España. Mapocho fue el lugar elegido por Pedro de Valdivia para, ajustandose a los sabios reglamentos dictados por el emperador Carlos V referentes a la fundación de ciudades en las Indias, establecer su primer poblado: "No elijan sitios para poblar en lugares muy altos, por la molestia de los vientos y dificultados del servicio y acarreo, ni en lugares muy bajos, porque suelen ser enfermos; fúndense en los medianamente levantados que gocen descubiertos los vientos del norte y mediodía. Si hubieren de tener sierras o cuestas, sean por la parte de levante y poniente, y en caso de edificar en la ribera de un río, dispongan la población de forma que saliendo el sol de primero al pueblo que en el agua". Trece meses después de haber partido del Cuzco, en febreo de 1.541, Valdivia plantó el estandarte de Castilla a los pies del cerro Huelén -que bautizó Santa Lucía-, y tomando posesión de aquellas tierras en nombre de su majestad fundó la ciudad de Santiago de la Nueva Extremadura.



Mientras en Perú un grupo de 'rotos chilenos' -antiguos miembros de las huestes de Almagro-, irrumpían en el palacio del marqués gobernador y daban muerte a Francisco Pizarro, que fue reemplazándolo por el hijo de su rival, un mozo inexperto que el día anterior no tenía un maravedí para comer y de la noche a la mañana se convirtió en el 'dueño' de un fabuloso imperio, los expedicionarios chilenos, alegando que estaban muy lejos del Perú y mucho más lejos aún de España, sin comunicación, aislados en el fin del mundo, nombraban a Valdivia gobernador.

Estaban en el culo del mundo y rodeados de salvajes en cueros. Los mapuches habían visto como los extranjeros cortaban sus árboles, levantaban sus rucas, sembraban su maiz y preñaban a sus mujeres: ¡habían llegado para adueñarse de su tierra! Nunca habían tenido enemigos tan poderosos como los barbudos llegados de lejos. De momento eran pocos, pero vendrían más a bordo de casas con alas que volaban sobre el mar.... 
Todas sus tribus se unieron para vencerles: cansarles, molestarles, no dejarles comer ni dormir, meterles miedo, espiarles, ponerles trampas, quitarles las armas y aplastarles el cráneo con sus macanas. Sabían que sería una guerra larga y que habría que derramar mucha sangre antes de llegar al final.



El 11 de septiembre de 1.541 solo la intervención de Inés evitó que Santiago de la Nueva Extramudara fuese destruida. Enloquecida decapitó a los caciques que los castellanos mantenían presos en su campamento para arrojar sus cabezas a los miles de indios que asediaban la ciudad y éstos, asustados, huyeron despavoridos. Después, Valdivia mandó emisarios a rogar a los indígenas pacíficos que volvieran al valle en el que siempre habían vivido, prometiéndoles seguridad, tierra y comida a cambio de su ayuda, ya que las haciendas sin almas eran tierra inútil. Establecieron contacto con el Perú: llegaron provisiones y gente dispuesta a poblar los territorios conquistados, y empezaron a prosperar.

Chile se convirtió en reino cuando Carlos V pretendía casar a su hijo Felipe con María Estuardo, reina de Inglaterra: el joven necesitaba título de rey para realizar el enlace y, como su padre no estaba dispuesto a dejarle el trono todavía, decidieron que Chile sería un reino y Felipe su soberano. Eso les otorgó cierta categoría y mejoró sus condiciones, pero a Pedro de Valdivia el poder se le subió a la cabeza: fundó una ciudad al norte y un puerto cerca de Santiago, mandó explorar el sur y trató de conquistar el territorio defendido por los irreductibles mapuches.


En 1.548 el gobernador se trasladó al Perú para poner fin al alzamiento de los hermanos Pizarro y defender los derechos de su rey. Dejó sola a Inés y fue entonces cuando su amistad con Rodrigo de Quiroga, uno de los capitanes favoritos de Pedro de Valdivia: valiente como ninguno, experimentado en la guerra, callado en el sufrimiento, leal y desinterasado, fue más allá de una simple amistad. Él, por respeto a su superior, jamás se hubiera atrevido a admitir su amor por ella así que se amaron como novios castos, con un sentimiento profundo y desesperado que nunca se tradujo en palabras...

Valdivia devolvió la paz al Perú, convirtiéndose en el héroe absoluto de la guerra civil que se acababa de librar pero, cuando se disponía a regresar a Chile fue detenido y acusado de nombrarse gobernador sin la autorización de Francisco Pizarro, de haber robado el dinero de los colonos, de haberse quedado con las mejores tierras y de haber beneficiado a una tal Inés Suárez con quien convivía en concubinato escandaloso.
Era cierto que su amante le había honrado con valiosas tierras y encomiendas, pero no se lo había ganado en la cama sino que había tenido que pasar muchas penalidades antes de conquistar Chile y entregar su vida para fundar un reino. Si su fortuna se acrecentó fue porque supo administrarla mejor que otros: "que salga menos de lo que entra" era su filosofía respecto al dinero. Tipos como Pedro o Rodrigo nunca se ocuparon de la gerencia de sus bienes o de los negocios: el uno murió pobre y el otro vivió rico gracias a ella.

Pedro de Valdivia probó su inocencia desbaratando uno a uno todos los cargos que se habían presentado en su contra y al final la única que salío perdiendo fue ella, pues Pedro de la Gasca -máxima autoridad del rey y de la Iglesia en el Nuevo Mundo-, le obligó a deshacerse de todos sus bienes y trasladarse al Perú, o regresar a España, para expiar sus pecados en un convento. Su amante, al sentir que envejecía, se había asustado y pretendía volver a ser el militar heroico y el amante juvenil de sus años mozos, pero ella le conocía demasiado... A su lado sabía que no podria reinventarse pues le sería imposible ocultar sus debilidades; por eso acató la decisión de hacerla a un lado, aunque eso fuese para él como clavarse una daga en el pecho, pues la amaba con locura.


Sólo había un modo de permanecer en Chile y no perder sus bienes: si se casaba podría quedarse en Santiago y si inscribía sus propiedades a nombre de su marido nadie podría arrebatárselos... No perdió el tiempo con remilgos: se vistió con sus mejores galas, fue al encuentro de Rodrigo de Quiroga y le propuso matrimonio. A él, que ya le habían llegado rumores de lo ocurrido en el Perú, se le iluminó la cara. Levantó los brazos al cielo y lanzó un grito indio inesperado en un hombre de su compostura. Aceptó, claro... En solo un minuto, Inés pasó del dolor por haber sido abandonada a la felicidad de sentirse querida. Se amaron durante treinta años y se fueron fieles hasta el final de sus días. Él compartía con ella los asuntos de la guerra, el gobierno y la política, sus temores y pesares, y confiaba en su criterio, pedía su opinión y escuchaba sus consejos.


Pedro de Valdivia nombró a Quiroga su representante en Santiago y partió hacia el sur, dispuesto a fundar nuevas ciudades, con el sueño de extender la conquista hasta el otro extremo del continente, aunque nunca llegó a alcanzar el estrecho descubierto por Hernando de Magallanes en 1.522. Envejeció deprisa y sus hombres ya no le profesaban la confianza ciega de antaño. Sus concubinas y la servidumbre padecía sus frustraciones. 
Fue entonces cuando comenzó la insurrección mapuche que se prolongó durante más de doscientos años. Los nativos jamás pudieron perdonar la crueldad con la que habían sido tratados: Pedro de Valdivia murió en manos de sus enemigos, cruelmente torturado, el 25 de diciembre de 1.553, sin llegar a saber que el rey le había otorgado el título de marqués y la Orden de Santiago. Su testadurez le condujo a la muerte y sus restos jamás fueron encontrados....


La intención de Isabel Allende parece que es concederle todo el protagonismo de la novela a Inés Suárez -una mujer mayor que se distrae facilmente mientras, de manera un tanto desordenada, le cuenta a su hija adoptiva los principales detalles de su vida-, aunque Pedro de Valdivia termine acaparando un protagonismo inesperado.

Después de haber leido de forma consecutiva varias novelas protagonizadas por mujeres pusilánimes, resentidas, envidiosas y rencorosas, las 'memorias' de doña Inés me reconcilian con el género feménino, pues su protagonista demuestra tener arrestos y coraje para enfrentarse a la vida sin mirar atrás: ¡enhorabuena!

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