París, 11-14 de diciembre de 2.016
Amanece nuestro segundo día en París. Sigue lloviendo, pero no nos importa. Desayunamos junto al Sena, frente a Notre-Dame, y cogemos el metro para desplazarnos hasta Montmartre, el barrio más bohemio de París, cuyas casas se amontonan en las laderas de un pequeño cerro de ciento treinta metros de altura ubicado en la margen derecha del río Sena.
El arquitecto Paul Abdie, miembro de la Academia Francesa de Bellas Artes y adscrito a la corriente medievalista, fue el autor del proyecto de un templo sufragado integramente con fondos procedentes de suscripciones populares que comenzó a construirse en 1.875 -aunque no se completó hasta 1.914-, y que fue consagrado en 1.919, una vez concluida la Primera Guerra Mundial.
Para su construcción se utilizó piedra travertina, una roca sedimentaria que rezuma calcita constantemente, lo que, pese a los perniciosos efectos de la erosión y de la polución, garantiza su característico color blanco. Está inspirado en la arquitectura romana y bizantina, y su planta tiene forma de cruz griega, con una gran cúpula central, flanqueada por otras cuatro de menor tamaño, que alcanza los ochenta metros de altura y está rematada con una gran linterna cubierta por una hermosa columnata. Sobre el abside se alza una robusta torre cuadrada que hace las veces de campanario.
Subimos la escalinata de piedra que conduce a la basílica y escoltados por músicos callejeros alcanzamos uno de los balcones más bonitos de París.
El pórtico de tres arcos por el que se accede a la iglesia está flanqueado por dos estatuas ecuestres de Juana de Arco y Luis IX labradas en bronce. Por encima de ellas, una imagen del Sagrado Corazón de Jesús ocupa el centro de la fachada principal.
Accedemos al interior y nos quedamos extasiados frente al impresionante mosaico de cuatrocientos setenta y cinco metros cuadrados que decora la cúpula del fondo.
Nos acercamos al ábside y nos detenemos bajo la gran cúpula central de dieciséis metros de diámetro y cincuenta y cinco metros de altura que corona la basílica para contemplar el espectacular mosaico.
Diseñado por Luc-Olivier Merson en 1.922, es uno de los mayores del mundo y representa a Cristo resucitado, vestido de blanco, y con los brazos extendidos, mostrando un corazón dorado.
Por encima de Cristo aparece representado en forma de paloma el Espíritu Santo, y más arriba aún, coronando el ábside, el rostro de Dios Padre, completa la Santísima Trinidad.
A su alrededor, en diferentes tamaños, aparece representado un mundo de adoradores en el que destacan las figuras de la Virgen María y el arcángel San Miguel. En el lado del evangelio es la Iglesia la que homenajea al resucitado, con el papa León XIII a la cabeza ofreciéndole la bola del mundo que sostiene en sus manos. En el lado contrario, toda Francia le rinde pleitesía, con la imagen de Juana de Arco al frente y una alegoría del reino ofreciéndole su corona.
Antes de regresar al exterior recorremos la girola de la basílica, prestando atención a los detalles y deteniéndonos a contemplar las cúpulas laterales.
Nos detenemos justo en la parte posterior del altar mayor, frente a una preciosa imagen de San Pedro esculpida en bronce. El santo aparece sentado en un trono, sosteniendo con su mano izquierda las llaves del cielo mientras con la derecha bendice a los fieles que se acercan a besar su pie, desgastado por el roce de millones de manos a lo largo de la historia.
Volvemos a la calle y en uno de los laterales de la basílica encontramos el acceso a la cúpula central. Trescientos peldaños nos separan del cielo de París.
Los subimos uno a uno y, al completar la ascensión, la ciudad entera se desparrama bajo nuestros pies...
Nos tomamos nuestro tiempo. Sobrevolamos París y cuando regresamos al suelo nos llevamos una muy grata sorpresa...
En la calle, junto a la basílica, tres músicos nos regalan sus canciones. La formación tiene nombre: son 'Les presteej' y llevan más de siete años subiendo todos los días al Sacre Coeur para invitar a bailar a los turistas.
Nos quedamos junto a ellos, escuchando lo que han venido a cantarnos, y solo cuando ponen punto y final a su actuación comenzamos a pasear. Estamos en Montmartre, el barrio de los artistas: el más bonito de París...
Caminamos sin rumbo fijo. Buscamos un sitio para almorzar, pero no tenemos prisa. Deambulamos por la plaza de los pintores hasta encontrar un 'bistrot' en el que estamos a gusto. Comemos y tomamos un cafetín. Regresamos a la calle y seguimos paseando, pero cae la tarde, refresca y ya va siendo hora de cambiar de aires. Dejamos atrás la colina de los artistas y buscamos el París del Barón Haussmann...
Por encima de Cristo aparece representado en forma de paloma el Espíritu Santo, y más arriba aún, coronando el ábside, el rostro de Dios Padre, completa la Santísima Trinidad.
"Al sagrado Corazón de Jesús,
Francia ferviente, penitente y agradecida"
Los subimos uno a uno y, al completar la ascensión, la ciudad entera se desparrama bajo nuestros pies...
Nos tomamos nuestro tiempo. Sobrevolamos París y cuando regresamos al suelo nos llevamos una muy grata sorpresa...
En la calle, junto a la basílica, tres músicos nos regalan sus canciones. La formación tiene nombre: son 'Les presteej' y llevan más de siete años subiendo todos los días al Sacre Coeur para invitar a bailar a los turistas.
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