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jueves, 13 de mayo de 2021

CUCU HAIKU: una experiencia inolvidable

 Santander, 1 de marzo de 2.020

El ciclo que los chicos de Escena Miriñaque han dedicado al teatro para la infancia hecho en Cantabria llega a su fin y han sido los propios anfitriones los encargados de clausurarlo. Para hacerlo han optado por representar su obra “Cucu Haiku”, un trabajo presentado en el escenario del Casyc en noviembre de 2.012 y a cuyo estreno yo pude asistir con mi sobrino.

 

 

Hace poco le escuché decir a Sara Sáez -actriz de la compañía murciana Teatro Silfo-, que llevar a un niño a un teatro es proporcionarle una experiencia que no va a olvidar nunca y brindarle la oportunidad de sentir cosas que difícilmente va a poder sentir fuera de él, y añadía que lo mejor que podemos hacer nosotros, los adultos, es acompañarlos, dejarnos llevar, mirarlos a ellos, ver cómo reaccionan e imaginarnos qué puede estar pasando por su cabeza.

 

“Cucu Haiku” es una oportunidad perfecta de proporcionarle a mi peque una experiencia inolvidable de la que es probable que no vuelva a acordarse nunca, pero que, sin duda, dejará su huella en él…

 

 

Convertidas en orugas, Noelia Fernández e Iría Ángulo te mostrarán la magia de los colores antes de que el lento discurrir de las estaciones culminé con la espectacular eclosión de la crisálida…


“Cucú, ¿ya estás?”


miércoles, 11 de marzo de 2020

EL MAGO: todo es mentira, pero creemos que está lleno de verdad

Santander, 13 de diciembre de 2.019


Dos años y medio sin ir al teatro es mucho tiempo, puede que demasiado, aunque lo primero es lo primero. Mi última vez fue con Juan Mayorga, en la Sala Pereda del Palacio de Festivales. Hoy, repito con él, y regreso al mismo escenario para ver “El mago”, su última producción…

Muchas de sus obras nacen a partir de experiencias vividas en primera persona. El propio Mayorga lo confiesa y reconoce que “El chico de la última fila”, por ejemplo, surgió a partir de su experiencia como profesor de secundaria, o que “El cartógrafo” lo hizo a partir de un extravío suyo en Varsovia.

Hace un par de años asistí a un espectáculo que se anunciaba como ‘Congreso Mundial de Magia’. El título acaso fuese excesivo, pero lo cierto es que en él participaban ilusionistas de destrezas, nombres y vestimentas muy interesantes. Al llegar el número de hipnosis, pidieron voluntarios y yo fui uno de los que levantó la mano, por lo que se me invitó, junto a los otros, a subir al escenario. En él nos sometieron, ante el resto del público, a una serie de pruebas a fin de seleccionar a aquellos aptos para ser hipnotizados. Me parecieron muy fáciles y pensé que las estaba haciendo estupendamente, pero el caso es que fui separado junto a los no aptos y devuelto a mi asiento. Desde allí, no sé si resignado o resentido, observando lo que sucedía a los voluntarios aptos, empecé a imaginar una obra que escribí en seguida y que he querido llevar a escena cuanto antes…

Juan Mayorga



Los ojos ven y los oídos oyen lo que la mente cree. Vivimos tiempos convulsos. Somos presa de nuestro propio victimismo: cerramos los ojos y permitimos que magos e hipnotistas nos hagan creer que estamos enfermos y solo ellos pueden sanarnos, que estamos en peligro y solo ellos pueden salvarnos, aunque eludan decirnos cómo van a hacerlo. Tal vez, si abriéramos los ojos…

Nadia (Clara Sanchís) regresa a casa después de asistir a un espectáculo de hipnosis…


Estás ante la puerta de tu casa. ¿Quieres abrir los ojos y la puerta? Puedes hacerlo, pero, si lo haces, recuerda que lo que te ocurra será más o menos real, porque no estás allí realmente, sino aquí, conmigo: en el teatro…

Los efectos de la sesión en la que ha participado parecen no haber desaparecido todavía: ¿quién es la mujer que Víctor (José Luis García-Pérez) -su esposo-, y Dulce (Julia Piera) -su hija-, tienen delante? Parece otra…



No solo dice que sigue hipnotizada, sino que afirma rotundamente que continúa estando en el escenario del teatro y recibiendo órdenes del mago. “Dormimos sin saber qué mundo habrá mañana…”, repite una y otra vez. A nosotros, los espectadores, nos toca decidir qué es lo que está pasando: ¿está realmente hipnotizada o todo es solo un juego de palabras?

martes, 18 de febrero de 2020

PINTA, PINTO: y tú, ¿qué pintas...?

Santander, 2 de febrero de 2.020


Este fin de semana ha arrancado en las instalaciones de Escena Miriñaque la primera edición de un ciclo de teatro para la infancia que recopila un puñado de buenos trabajos hechos por profesionales de nuestra tierruca: ‘De Cantabria a Miriñaque’.



La compañía Ruido Interno ha sido la encargada de romper el hielo y lo ha hecho presentándonos su obra “Pinta, pinto”, una propuesta escénica cuyo principal objetivo es acercar el mundo de la pintura a los más pequeños de la casa de una manera muy divertida…


Eva y Pablo juegan al juego de ‘Pinta, pinto. Y tú, ¿qué pintas?’. A veces sueñan y su mundo se llena de color…



Recorren los pasillos de grandes museos y aprovechan para conversar con Picasso, Warhol o Cézanne, practicar el ‘action painting’ junto a Jackson Pollock, ensayar frente al espejo de las bailarinas de Degas, contemplar las estrellas de Van Gogh, consultar los relojes de Dalí o pasear junto a Frida Kalo.




Sin darnos cuenta, nos convertimos en sus compañeros de viaje y disfrutamos tanto como ellos del divertido juego que nos proponen: “Pinta, pinto: y tú, ¿qué pintas…?”.


miércoles, 12 de febrero de 2020

DON ÁLVARO O LA FUERZA DEL SINO: ¡terrible cosa es nacer!

Santander, 11 de febrero de 2.020


El estreno en 1.835 de “Don Álvaro o la fuerza del sino” -escrita por el duque de Rivas-, supuso el triunfo definitivo del Romanticismo en el teatro español. Las acciones violentas y el costumbrismo se suceden trepidantemente de la mano del hado que conduce al heróico protagonista hasta su propia destrucción…



Don Álvaro, un indiano rico, recién llegado a Sevilla, de buenísimos modales: formal, generoso, valiente…, llora el mal fin de sus amores. El marqués de Calatrava, un viejo ruin y roñoso, le ha negado la mano de su hija y, con el fin de distraerla, ha trasplantado a la pobre niña, linda y salada, a su hacienda de Aljarafe.

¡Infeliz de mí! ¡Dios mío!
¿Por qué un amoroso padre,
que por mí tanto desvelo
tiene, y cariño tan grande,
se ha de oponer tenazmente
(¡ay, el alma se me parte!)
a que yo dichosa sea
y pueda feliz llamarme?
¿Cómo, quien tanto me quiere,
puede tan cruel mostrarse?

Por su amado don Álvaro, la dulce Leonor va a abandonar su casa y su familia: su padre y sus hermanos. Con gran secreto, todo preparado, en San Juan de Alfarache, ha dejado don Álvaro...

El sacerdote en el altar espera;
Dios nos bendecirá desde su esfera
y, cuando el nuevo sol en el Oriente
la regia pompa de su trono ostente,
yo tu esposo seré; tú, esposa mía.

Pero a la dulce niña le asaltan las dudas y le falta resolución…

¿Qué te agita y te turba de tal modo?
Dios no permita que,
por debilidad en tal momento
sigas mis pasos y mi esposa seas:
¡renuncio a tu palabra y tu juramento!

-¡Resuelta estoy! -exclama doña Leonor-. ¡Vamos! ¡Sí, vamos!
-¡Vamos! ¡Vamos! No perdamos ni un instante… -le apremia don Álvaro.

El asunto se trafulca y la fuga se complica. Irrumpe en su hacienda el marqués gritando: “¡Vil seductor! ¡Hija infame!”. Don Álvaro ensalza la pureza de su amada y poniendo rodilla en tierra espera resignado el golpe certero que concluya con su muerte. Lanza, entonces, su pistola al suelo, pero esta, al caer, se dispara, hiriendo mortalmente al que debiera haberse convertido en su suegro, que cae moribundo en brazos de su hija.

Los dos enamorados escapan juntos y los hijos del muerto, estudiante el uno y oficial de guardias el otro, se trasladan a Sevilla e indagan su paradero. No logran encontrarlos y podo después se separan, jurando -eso sí-, venganza…
La luna vio, hace un año, la mudanza atroz de su fortuna y como los infiernos se abrían en su daño. Manchada con la sangre de su padre, doña Leonor siguió a don Álvaro, más lo perdió. Lo dio entonces por muerto, pero ahora descubre que no murió aquella desastrada noche: “¿Huyó el impío? ¿Huyó el ingrato? ¿Huyó y me abandonó?”, se pregunta.

Doce meses ha pasado escondida en casa de su tía, pero no puede, sin ponerla en un compromiso, seguir abusando de sus bondades. Resuelta a sepultarse por siempre en la tumba de los riscos de Hornachuelos, bajo el regio manto de la Reina del Cielo busca abrigo, y consuelo y auxilio a la sombra de su casa, para lo cual se instala en una discreta ermita próxima al convento de Santa María de los Ángeles:

De este santo monasterio
desde que el término piso,
más tranquila tengo el alma,
con más libertad respiro.
Ya no me cercan, cual hace
un año, que hoy se ha cumplido,
los espectros y fantasmas
1ue siempre en redor he visto.
Ya no me sigue la sombra
sangrienta del padre mío,
ni escucho sus maldiciones,
ni su horrenda herida miro…
No fue un acaloramiento,
ni un instante de delirio,
lo que me sugirió la idea
que hasta aquí me ha traído.
Desengaños de este mundo
y un año -¡ay, Dios!-, de suplicios,
de largas meditaciones,
de continuados peligros,
de atroces remordimientos,
de reflexiones conmigo,
mi intención ha madurado
y esfuerzo me ha concedido
para hacer voto solemne
de morir en este sitio.
Mi resolución es firme,
mi voto: inmutable y fijo,
y no hay fuerza en este mundo
que me saque de estos riscos.
No puedo, tiemblo al decirlo,
vivir sino donde nadie
viva y converse conmigo.
Mi desgracia en toda España
suena de modo distinto,
y una alusión, una seña,
una mirada…, suplicios
pudieran ser que me hundieran
del despecho en el abismo.
¡Piedad pediré a las fieras
que habitan en estos riscos,
alimento a estas montañas,
vivienda a estos precipicios!

“¡Terrible cosa es nacer!”, exclama don Álvaro, quien, buscando la muerte, ha llegado hasta Italia. Allí, sin ser consciente de ello, se ha topado con don Carlos de Vargas -el hermano de su amada-, que anhela su sangre y cumplir su promesa de venganza. No le teme, pero pretende que le escuche: “Bien sabéis que busco la muerte y los riesgos solicito, pero con vos necesito comportarme de otra suerte y explicar algunas cosas…”

Pues trataron las estrellas
por raros modos de hacernos
amigos, ¿a qué oponernos
a lo que buscaron ellas?
Si nos quisieron unir
no fue, no, para reñir.
Tal vez fue para enmendar
la desgracia inevitable
de que no fui yo culpable…
Yo a vuestro padre no herí;
le hirió solo su destino.
Y yo, a aquel ángel divino,
ni seduje, ni perdí.
Ambos nos están mirando
desde el Cielo…
Aquella noche terrible,
llevándola yo a un convento,
exánime y sin aliento,
se trabó un combate horrible
al salir del olivar
entre mis fieles criados
y los vuestros, irritados,
y no la pude salvar.
Con tres heridas caí,
y un negro, de puro fiel
(fidelidad bien cruel),
veloz me arrancó de allí,
falto de sangre y sentido;
tuve en Gelves larga cura,
con accesos de locura,
y apenas restablecido,
ansioso empecé a indagar
de mi único bien la suerte,
y supe -¡ay Dios!-, que la muerte
en el oscuro olivar…

Don Carlos le interrumpe y le saca de su error:

¿Con embrollo tan grosero
queréis calmar mi furor?
Deponed tan necio engaño:
después del funesto día,
en Córdoba, con su tía,
mi hermana ha vivido un año.
Dos meses ha que fui yo
a buscarla, y no la hallé,
pero de cierto indagué
que al verme llegar huyó.
Y el perseguirla he dejado,
porque sabiendo yo allí
que vos estabais aquí,
me llamó mayor cuidado.

“Vayamos juntos a buscarla -le propone don Álvaro-, y en santo nudo estrechemos la amistad que nos juramos”.
Mas el trato no es posible: “¿Qué es lo que pensar osáis? ¿Qué proyectos abrigáis? ¿Me tenéis a mí en tan poco? Ni vos, ni la infame, habéis de vivir. Los dos vais a morir: ¡lo juro!”.

Muerto de una estocada deja don Álvaro al que hasta hace poco fuera su amigo. Mientras él respira, el que debiera haber sido su hermano yace convertido en tierra por no serlo. “Es para mí la vida aborrecible tormento”, se lamenta el indiano:

¡Leonor! ¡Leonor! Si existes, desdichada,
¡oh!, qué golpe te espera
cuando la nueva fiera
te llegue adonde vives retirada
de que la misma mano
-la mano, ¡ay, triste!, mía-,
que te privó de tu padre y de alegría,
acaba de privarte de tu hermano.
¡Ay de mí! Tú vivías
y yo, lejos de ti, la muerte buscaba.
Mas tú vives, ¡mi cielo!,
y aún aguardo un instante de consuelo…
¿Y qué espero? ¡Infeliz! De sangre un río,
que yo no derramé, serpenteaba
entre los dos; mas ahora el brazo mío
en mar inmenso de tornarlo acaba.
No me espera mas suerte
que, como criminal, infame muerte.
¡Dentro de breves horas,
lejos de las mudanzas afecciones,
vanas y engañadoras,
iré de Dios al tribunal severo!

Pero la muerte le es esquiva y él promete renunciar al mundo y acabar su vida en medio de un desierto.

Cuatro años hace que don Álvaro, muy malherido, huyendo de los engaños del mundo, llegó al convento de Hornachuelos, donde Dios le inspiró la vocación que lo vistió de franciscano. Allí lo encuentra don Alfonso, quien la sangre de su padre y de su hermano piden venganza:

Cinco años ha que recorro
con dilatados viajes
el mundo para buscaros
y, aunque ha sido todo en balde,
çel cielo, que nunca impunes deja
las atrocidades
de un monstruo, de un asesino,
de un seductor, de un infame…,
por un imprevisto acaso,
quiso por fin indicarme
el asilo donde a salvo
de mi furor os juzgaste.

Don Álvaro se defiende:

Pues veis cuál es ya mi estado
y, si sois sagaz, la lucha
que conmigo estoy sufriendo;
templad vuestra saña injusta,
respetad este vestido,
compadeced mis angustias
y perdonad generoso
ofensas que están en duda.

Pero de poco le sirve, pues apenas su enemigo apenas le escucha. Ambos salen a campo abierto y, presos de su sino, junto a la ermita en la que doña Leonor pena su pena, se baten en duelo: “¡Que las espadas hablen!”. Dicho y hecho: don Alfonso es herido de muerte y un espectro cae del cielo. Es doña Leonor, quien, al ver a su hermano, corre a estrecharlo entre sus brazos sin percatarse de que él con un puñal la recibe.

“¡Leonor! ¿Eres tú? ¿Tan cerca de mí estabas? -se lamenta don Álvaro-. ¡Te hallé, por fin! Pero te hallé muerta… ¡Infierno: abre tu boca y trágame! -grita lanzándose al vació desde lo alto del monte-. ¡Húndase el cielo y perzca la raza humana!”.

lunes, 13 de enero de 2020

OLIVIA Y LAS PLUMAS: en los pueblos cada vez hay menos niños y, en los ríos, menos peces

Santander, 11 de enero de 2.020


Susanna Isern nació en 1.978 en La Seu d'Urgell, pero actualmente reside en Santander, donde imparte clases en la Universidad Europea del Atlántico y compatibiliza su pasión por la escritura con la psicología.
Cuenta que creció rodeada de monta-ñas -las del Pirineo-, y que lo que más le gustaba hacer cuando era pequeña era correr de acá para allá, descubriendo insectos increíbles y ayudando a animalitos enfermos o en peligro. “Fue en esa época -dice-, cuando algunos de aquellos animales comenzaron a contarme cuentos al oído”.
Reconoce que en la actualidad las historias siguen asaltándola de la manera más inesperada: algunas llaman a su puerta, sin más, pero otras la esperan escondidas debajo de la cama, o nadando en el café con leche, aunque la mayoría son como lindas mariposas que ella pilla al vuelo.

Hoy, en la Sala Pereda del Palacio de Festivales, el equipo de La Machina Teatro ha hecho un extraordinario trabajo y trasladado al escenario una de sus deliciosas historias: “Olivia y las plumas”. Con una cuidada escenografía como telón de fondo, Patricia Cercas y Fernando Madrazo nos cuentan un cuento que pone de manifiesto que en los pueblos cada vez hay menos niños y en los ríos menos peces…

Mi sobrino y yo tenemos varias cuentas pendientes. Una de ellas es volver al teatro y ya va siendo hora de saldarla. Esta puede ser la ocasión perfecta…



Olivia vivía en un pueblo pequeño; muy, muy, muy pequeño. Vivía en una casa alta; muy, muy, muy alta. Una casa muy alta y estrecha: como un faro. Desde el tejado, Olivia veía como las montañas se escondían detrás de las nubes y, por las noches, contaba las estrellas.


En su pueblo no había más niños -o, al menos, eso se suponía-, pero Olivia no se aburría. Había muchos animales: un gato, un perro, conejos, ardillas, mariposas, hormigas y muchos pájaros, y, por las noches, luciérnagas, búhos, lechuzas…; y ella hablaba con todos ellos.


El lago se está secando y los peces necesitan llegar al mar, por eso le han pedido que busque plumas que les ayuden a volar. ¿Lo conseguirán…?


jueves, 12 de diciembre de 2019

BESOS PARA LA BELLA DURMIENTE: ¡el amor fue el que ganó!

Santander, 12 de diciembre de 2.019


El teatro en general, y el juvenil en particular, han dejado paso a otro tipo de entretenimientos, como los videojuegos, que nos llenan de maravilla, asombro y competitividad, pero nos privan del placer de vagabundear con nuestra imaginación junto al héroe que recorre mundos llenos de obstáculos que nos conducen al triunfo de la bondad. Afortunadamente, aún hay niños y jóvenes que desean, en un espacio mínimo -desde una silla o una butaca-, vivir deslumbrantes aventuras.

En “Besos para la Bella Durmiente” (1.994), el vallisoletano J. L. Alonso de Santos sube al escenario a una deseada princesita que se enfrenta a un sopor infinito por culpa del maleficio de un hada mala, malísima, y es desencantada solo gracias a un beso de amor.





Un trovador se asoma con su capa de armiño,
un trovador de aquellos de los cuentos de niños.
Un laúd en sus manos le ayuda en su trovar
y llena de leyendas y cuentos el lugar.
Abren los girasoles sus gordas cabezotas
y se mecen las nubes, y se caen las bellotas.
Entra la fantasía llenando cada casa,
y se encogen las uvas, y se estiran las pasas.
El mundo gris y feo se llena de color
y se recoge el frío, y regresa el calor.
Y el trovador arranca notas a su instrumento,
que lleva por los aires, entre juegos, el viento.
Y narra con su voz, muy suave y armoniosa,
una historia de amor muy bella y deleitosa.
Suena la melodía de una dulce canción
y poquito a poquito se va alzando el telón…



Había una vez, en un país lejano, unos señores Reyes, que andaban siempre muy apenados, pues no tenían niños que mecer en sus brazos, ni niñas chiquititas a las que poner lazos.

El rey gime:
¡Qué grande es mi dolor, ay, Magdalena!
¡Qué triste está mi alma, y con qué pena
de no tener un niño en Palacio
que llene con sus juegos tanto espacio!

La reina pena:
¡Qué grande es mi dolor, ay, Doroteo!
¡Que no entre en esta casa ni un tebeo!
¡Quién tuviera un hijito en cada almena
que cada noche pidiera la cena!

Los dos se lamentan:
¡Quién tuviera una cuna a cada lado,
y, en cada una, un príncipe acostado!

Un rústico villano, padre de ‘catroce’ hijos, les da las instrucciones para ‘hacellos’:
Se tienen ‘tos’ que ir; no la parienta,
que ella sí que ha de estar, que es la que cuenta.
Y, con la ropa, no se ‘pué entenellos’;
hay que quitarse ‘tos los perifellos’.
Luego…

Han pasado nueve meses: ¡funcionó el invento y el Rey salta de contento!

¡Qué niña más pequeña, tan dulce y delicada!
¡Qué niña más bonita, tan bella como un hada!
¡No calla, la mocosa!

Lo intentan los criados, lo intenta el Chambelán, lo intenta el Arzobispo y lo intentan muchos más, pero, llora que te llora, la niña no deja de llorar; solo la flauta de un paje la logra calmar.

El Sol y la Luna un día se juntaron
y tras una nube ellos se ocultaron.
Al poco, la nube, despacio se abrió
y de su tripita una estrella salió.
Vega, pequeña Vega, de todas las estrellas tú
eres la más hermosa y la que siempre da más luz.
Vega, pequeña Vega, hija de la Luna y el Sol,
eres, de todo el Cielo, la estrella que da más fulgor.

Llega el momento del bautizo. Una comisión de hadas agasaja a la Princesa:
Mi princesita adorada:
desde hoy serás ahijada
de la Reina de las Hadas.
Serás lista y generosa,
serás sencilla y graciosa,
serás dulce y muy hermosa. 
Tendrás lagos y jardines
con lirios, rosas, jazmines
y un millón de calcetines.
Tendrás la voz de soprano
y tocarás el piano
con los pies y con las manos.
Tendrás un pelo precioso,
una jaula con un oso
y un gato muy cariñoso.

Entonces, con una gran carcajada, irrumpe el Hada Mala:
¡Todos aquí tan felices,
comiéndose las perdices,
y yo no he sido invitada!

La tierra vomita fuego, el cielo se ensombrece y se oyen unos truenos:
¡Abra, cadabra, pata de cabra!
Por el diente peludo de un sapo viudo,
por la luna, lunera, cascabelera,
por las cuchipandas de las mandragorandas,
por los granos gordos de todos los ogros,
yo te conjuro: ¡abra cadabra!
Por las entresijas de las lagartijas,
por el lobo cojo de un solo ojo,
por la maraña de la telaraña,
por la sopa de ajo del escarabajo,
yo te conjuro: ¡pata de cabra!
La niña, mayor se hará,
con algo se pinchará,
la sangre le brotará
y dormida quedará
Para siempre, así estará
y nunca despertará.

Ráuda como el viento, el Hada Buena, reacciona a tiempo:
¡No, Hada Mala! ¡No!
Vendrá a besarla un príncipe adorado
que le devolverá el color
al darle un beso de amor.
Desde aquí hago un llamamiento:
se necesita encontrar
un príncipe, o caballero,
que gaste espuela y sombero
y sepa un poco besar.

Fueron pasando los días, fueron pasando los años… Se fue haciendo mayor la Princesita y creció con su carita de fresa y su nariz chiquitita. Al cumplir los doce, salió al jardín: una rosa la llamó y ella la cogió. En un dedo se pinchó y el hechizo se cumplió.

Entonces, confiados, el Marqués de la Ensenada y don Nuño de Preduño cantan:

Mis besos son los besos mejores
en estas y en todas las regiones;
son dulces y sabios como flores
estos labios campeones.
A la Princesa que quiero,
va mi caballo buscando.
Muy pronto la encontraré
y le daré un gran besazo.

Se cruzan el uno con el otro y, espada en mano, ambos gritan y amenazan. Se pelean, mas porfían los dos, erre que erre, en no querer dar primero, hasta que se alejan comiendo flores y dando mil volteretas, bastantes majaretas los dos. No hay caballero castellano que más tarde o más temprano, no acabe loco de atar.

Pasaron años y años, y la Princesa seguía, presa en su sueño dorado, durmiendo día tras día. Y nada la despertaba, y nadie lo conseguía, pues de amor, un dulce beso, es la única solución, y de eso, precisa-mente, no queda en esta región.

<<Harta estoy de estar aquí tumbada
y esperar y esperar a ser mayor;
no quiero seguir más aquí plantada
esperando de un príncipe el amor.
¡Quiero vivir! ¡No quiero más soñar!
Quiero correr, saltar esa ventana;
quiero viajar, cantar, jugar, bailar;
quiero ver dónde nace la mañana.
Quieren mis pies en la tierra pisar,
quieren mis labios la manzana probar,
quieren mis manos las nubes abrazar>>

Entra, entonces, por la ventana, el pajecillo valiente del principio del cuento y se acerca enamorado a la Princesa durmiente:

Mi Princesa Vega,
mi estrella del cielo, la más deseada,
del sueño en que yaces serás rescatada.
De tierras lejanas llego para amarte,
que, aunque estaba lejos, no pude olvidarte.
Mi Princesa Vega,
que mi dulce música sirva esta vez
para que despiertes y me puedas ver.

Se acerca hasta su lado, se reclina sobre su pecho y, en sus yertos labios, deposita un beso. Ella despierta, abre los ojos, le mira y dice:
Ya amanece el Sol en mi jardín,
y estallan ya los trigos en mi era;
ya veo llegar a mí la primavera
y abrirse la corona del jazmín.

“Mi flauta te dirá lo que yo siento… -responde el aventado-. Mas, ¡ay, amor!, y ahora, ¿qué haremos? Tu padre, el Rey, no querrá que te cases con un paje. ¡Morir sería preferible a alejarme de tu lado! Has de hacerte la dormida; hasta que pueda arreglarlo, has de seguir ahí tendida. Es mejor solucionarlo en la audiencia de mañana...”.

Cuando llegue la ocasión, él se presentará disfrazado. Por un príncipe se hará pasar y, al empezar el concurso, se llegará hasta su lado, la besará y ella despertará. A su padre engañarán y su boda concertarán.

Nada me importa, mi amor,
si no puedo estar contigo:
¡ni mazmorras, ni castigos!
O vivo yo contigo,
o sin ti, yo solo muero,
que solo tus labios quiero.

Y comienza ya la audiencia en el salón de palacio, con banderas, estandartes, mucha gente y mucho espacio. Sus majestades, los Reyes, van entrando en sus sitiales: ya se escuchan cornetines y resuenan los timbales. En parte muy principal colocan a la Príncesa, que, haciéndose la dormida, en la cama está muy tiesa…

El Hada Buena encontró dos caballeros, dueños los dos de castillos, que esperan en los pasillos con sus capas y sombreros. Entran don Nuño y el Marqués de la Ensenada: se enzarzan, gritan y amenazan… ¡Ya nadie sabe besar! Entra, entonces, con casco y un capote, otro pretendiente, y, en la cara, un gran bigote:

Yo, señor, quiero probar,
y a la Princesa besar.

Ella, al recibir el beso, hace como que despierta, y todos en el palacio quedan con la boca abierta.

El rey, alborozado, exlama:
¿Has visto eso, Magdalena?
¡Nuestra hija, tan bonita,
se estira, y abre los ojos,
y se mueve en su camita!

La reina, entusiasmada, apuntilla:
¡Qué bien que se ha despertado!

El Rey felicita al caballero afortunado. Cariñoso y campechano, le tira del bigote, mas se queda con él en la mano:

Pero, ¿qué es esto que veo?
Este viene disfrazado:
aquí hay gato encerrado.
¡Es el pajecillo aquel!
¡Basta ya de besuqueo!
  
La Príncesa, zalamera, refunfuña:
Anda, papi, mi buen Rey,
deja que me siga besando
y me siga despertando.
A mí me gusta mucho:
igual que la trucha al trucho.
¡Deja que en mis brazos se quede!

El rey grita encolerizado:
¡Jamás princesas y pajes
se han juntado, ni casado!
¡Tú, a la cama otra vez!
¡Y tú, quedas desterrado!
¡Este cuento se ha acabado!

Disfrazada de aldeana, el Hada Mala todo esto ha presenciado. Enternecida, una lágrima ha soltado:
¡Alto! ¡Que esto acabe así
no lo voy a consentir!
Creí que amor ya no había
cuando hice la brujería,
mas ahora he descubierto
dónde el amor se quedó.
¡Ven, pajecillo salado!
Solo tú, al besarla,
has conseguido despertarla;
contigo se debe casar
y esto así ha de terminar.
¡Ve con ella!

El Hada Mala ha llorado: ¡su poder ha terminado! El Rey, que es muy listo, en una celda les ha encerrado a ella y al pajecillo. “¡Que les den solo pan duro y agua por una mirilla! ¡Que se duerman sin cama y se sienten sin silla! ¡Y allí, que les coman las chinches hasta que les salgan canas!”, sin dudar ha ordenado.

Gire la fortuna maga:
¡todo de teatro se haga!
-contraataca el hada mala-.
Que todo se cambie en un decorado
y el castillo quede solo pintado.
Que los ropajes se hagan vestuario
y sea el suelo de aquí un escenario.
¡Ya está! ¡Ya todo ha cambiado!
Ya no hay nadie aquí mandando,
ya no es este un mundo inventado.
¡Somos cómicos actuando!

Nadie puede prohibirles ya su amor al paje y la princesa. Para que no vuelva a dormirse ella, ni a estar triste en su vida, él la besa cada hora y, al verlo, al resto, el amor les crece dentro.

Ya la obra terminó
y todo se transformó.
¡El amor fue el que ganó!
A todo el que veas dormido,
un beso le debes dar
para hacer que se despierte
y así se ponga a cantar:
“A besar, a besar, vamos, todos a besar;
al de al lado y otro lado,
sl de arriba y al de abajo,
al de adelante y al de atrás.
A besar, a besar, vamos, todos a besar;
al gordito, al delgadito,
y a aquella de los lacitos,
y a la de las pecas, más.
A besar, a besar, vamos, todos a besar;
¡muy bien lo hemos de pasar!”