Ontaneda, 12 de junio de 2.021
Hace dos, o tres meses, Revilla anunció la inauguración del último tramo que faltaba por acondicionar para completar la denominada Vía
Verde del Pas, un carril bici que discurre, en su mayor parte, por el antiguo trazado
de la desaparecida línea de ferrocarril Astillero-Ontaneda.
Después de leer la noticia en la prensa, le propuse a 'R' completar dicho trazado a pie y él aceptó el reto inmediatamente. Dejamos pasar unas semanas esperando a que la incidencia del covid disminuyera algo y los días fueran un poco más largos, y fijamos una fecha. El día señalado fue el 15 de mayo, pero coincidió con la finalización del estado de alarma decretado por el gobierno central. La visita de nuestros queridos madrileños, a quienes hacía más de seis meses que no veíamos, nos obligó a cancelar el paseo. Revisamos nuestras agendas y buscamos una nueva fecha. Marcamos en rojo dos sábados: el 12 y el 19 de junio. Que, finalmente, nos decidiéramos por uno u otro día dependería de cuando quisiera venir al mundo la pequeña 'N'...
Ayer, mi sobrina seguía plácidamente instalada en el
vientre de su madre y no había ningún indicio que invitara a pensar que fuera a
abandonarlo en las próximas horas, así que, después de comer, 'R' y yo empezamos
a preparar la logística de nuestro paseo: fuimos hasta Ontaneda, dejamos un
coche aparcado junto al Balneario de Alceda, volvimos a casa en el otro y,
luego, nos fuimos a la cama prontito, porque sabíamos que hoy nos iba a tocar
madrugar…
Al filo de las seis y cuarto de la mañana estamos en
la puerta de la estación de FEVE de Santander. Nos esperan cuarenta y cinco kilómetros
de paseo: mejor no distraerse y empezar a caminar pronto…
Avanzamos por la calle Castilla y el polígono
industrial de Candina dejando las vías a nuestra derecha. Al llegar a la altura
del Corte Inglés, las cruzamos por encima y, después, atravesamos el aparcamiento
de Valle Real para dirigimos a Maliaño y, desde allí, a El Astillero, con las
vías, ahora, a nuestra izquierda.
Aquí, en El Astillero, es donde empezaba la línea de
ferrocarril inaugurada el 9 de junio de 1.902 que unía esta localidad con los
valles pasiegos. Dicha línea tenía un recorrido de unos treinta y cinco kilómetros
y discurría por los valles de Villaescusa, Penagos, Cayón, Pisueña y Toranzo.
La Compañía del Ferrocarril de El Astillero a Ontaneda
fue fundada en Santander el 12 de mayo de 1.898 por un grupo de industriales
montañeses. Su objetivo, a corto plazo, era dar salida a la producción de hierro
del entorno de Peña Cabarga y facilitar el acceso a los balnearios de Puente
Viesgo, Alceda y Ontaneda, si bien, a más largo plazo, contemplaba la posibilidad
de prolongar la línea hasta Burgos, e incluso conectar con el ferrocarril del
Mediterráneo, algo que nunca llegó a suceder.
La compañía nunca fue del todo rentable y, después de
la guerra, experimentó un prolongado, continuado y lento declive debido, por un
lado, a la competencia de la carretera y, por otro, al descenso de las
mercancías a transportar. Con el fin de minimizar las pérdidas, hacia mediados
de los años cincuenta, la compañía restringió los desplazamientos entre las
estaciones de La Cueva y Ontaneda, pero aquello no fue suficiente y, en 1.961, a
la empresa publica FEVE no le quedó más remedio que hacerse cargo de la línea. El
cierre definitivo se avecinaba. El tramo entre La Cueva y Ontaneda fue clausurado
el 1 de abril de 1.973; el resto de la línea -entre La Cueva y El Astillero-,
se mantuvo en uso hasta el 22 de noviembre de 1.976.
Se escogió la antigua estación de El Astillero como
punto de partida de la línea debido al gran desarrollo industrial que
experimentó esa zona de los aledaños santanderinos a finales del siglo XIX y a
que, desde allí, los trenes podían llegar hasta la capital a través de las vías
de la línea Bilbao-Santander.
Cuando se construyó la autovía, tuvieron que demolerla
y construir una nueva. En su momento, aquel fue el kilómetro más caro de las
carreteras construidas en nuestro país…
Pasamos frente a la estación nueva, recorremos el parque
de La Cantábrica y cruzamos la ría de Solía, por el puente de hierro que hace
más de cien años atravesaban locomotoras como la ‘Sarón’, la ‘Puente Viesgo’ o
la ‘Ontaneda’.
Pisamos terreno conocido: ocho kilómetros de paseo que
discurren entre árboles, por el valle de Villaescusa y a los pies de la Sierra
de Peñacabarga nos llevan hasta la entrada al Parque Natural de Cabárceno,
pasando antes por la antigua estación de La Concha, situada junto a la Finca
de Riosequillo.
Llegamos a la entrada del parque de Cabárceno y la vía
verde se difumina. Nos acercamos a Obregón y buscamos la antigua estación,
perdida entre casas, para reencontrarnos con el trazado ferroviario.
Atravesamos el pueblo y seguimos caminando hasta
llegar a los alrededores de Sarón, donde hacemos una breve parada para beber un
poco de agua y comer algo de fruta.
Circunvalamos la capital del valle de Cayón y seguimos
nuestro paseo caminando hacia el este. El paseo hasta llegar a La Penilla es agradable:
discurre junto al río Pisueña y al acercarnos a las instalaciones de la Nestlé
un delicioso olor a chocolate nos envuelve.
A partir de aquí, la caminata se vuelve más áspera. Llegamos
al tramo menos agradable del paseo; apenas hay sombra y la vía verde queda
constreñida entre carreteras muy transitadas: la N-634 y la A-8.
Casi sin darnos cuenta, pasamos por La Cueva, localidad
convertida en final de trayecto cuando el ferrocarril de Ontaneda estaba dando
sus últimos coletazos, y alcanzamos la antigua estación de Castañeda.
Volvemos a caminar en dirección sur y nos lanzamos a
la búsqueda del Pas. El paseo se torna muy agradable de nuevo. Avanzamos entre árboles
y nos acercamos a Puente Viesgo, sede del balneario pasiego al que, sin duda,
mejor le ha sentado el paso del tiempo.
A solo unos metros de la remodelada casa de baños cuyos orígenes se remontan al siglo XVIII y por la que, a principios del siglo XIX, pasaron personalidades como Benito Pérez Galdós o Menéndez Pelayo, se encuentra la estación de ferrocarril, convertida en Centro de Interpretación de la red Natura 2000, junto a la cual podemos contemplar la recientemente remodelada ‘Reyerta’, una de las locomotoras de vapor que prestó servicio a la Compañía del Ferrocarril de El Astillero a Ontaneda
Pasamos junto a un quiosco en el que nos ofrecen la posibilidad de alquilar unas bicicletas, pero continuamos nuestro paseo a pie, adentrándonos en el valle del Pas y remontando el curso del río por su margen derecha, evitando sus meandros y avanzando en línea casi recta durante varios kilómetros.
Pasamos junto a la antigua estación de Soto Iruz, cerca
de la cual se encuentra el Monasterio de Nuestra Señora de El Soto.
Luego, continuamos nuestro paseo por el valle de
Toranzo y llegamos a un lugar singular: los arcos de un sorprendente acueducto,
conocido como Puente Rual, construido en 1.885 con el fin de facilitar el
abastecimiento de agua a la ciudad de Santander.
La empresa concesionaria ‘Sociedad Anónima para el Abastecimiento
de Aguas de Santander’ obtuvo un acuerdo en 1.877 para captar parte de las
aguas de La Molina, en San Martín de Toranzo, procedentes de varios manantiales
y conducirlas hasta la capital, para lo cual hubo de ejecutar importantes obras
de las que aún se conserva, además del mencionado acueducto, el depósito de
Pronillo.
Seguimos con nuestro paseo, pero el sol aprieta, los
kilómetros pesan y empiezan a hacerse más largos de lo que realmente son...
Llegamos a San Vicente de Toranzo y cambiamos de
margen. Cruzamos al otro lado del río, para lo cual atravesamos un singular
puente de dos vanos y unos noventa metros de longitud, denominado Puente de la
Esperanza. El tablero es de madera, pero la estructura es metálica y, cuando
pasan los coches, traquetean igual que un tren...
Estamos a punto de llegar a nuestro destino. Caminamos
a la orilla del río. Pasamos junto a un aparcamiento para caravanas y poco después
llegamos al parque de Alceda.
En total, han sido cuarenta y cinco kilómetros de
paseo y algo más de nueve horas de caminata. Hemos llegado cansados; puede que
no hayamos entrenado lo suficiente, pero ha merecido la pena…
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