Santander, 30 de marzo de 2.017
"Mientras podamos amarnos los unos a los otros y recordar el sentimiento de amor que hemos tenido, podemos morirnos sin marcharnos del todo nunca. Todo el amor que hemos creado sigue ahí... Todos los recuerdos siguen ahí... Seguimos viviendo en los corazones que hemos conmovido y nutrido mientras estábamos aquí."
Morrie Schwartz
Primavera de 1.979: el telón acaba de caer sobre la infancia de Mitch Albom. Después de lanzar su birrete al aire se había convertido oficialmente en graduado universitario perteneciente a la última promoción de la Universidad de Brandeis, en la ciudad de Waltham, en Masacusetts.
Morrie Schwartz había sido su profesor favorito: un hombre pequeño que caminaba a pasitos, como si en cualquier momento una ráfaga de viento fuerte pudiera arrastrarlo hasta las nubes. Tenía los ojos -de color azul verdoso-, chispeantes, un cabello plateado y ralo que le caía sobre la frente, orejas grandes, nariz triangular y dos matas de cejas canosas. Cuando sonreía, aunque tenía los dientes torcidos, parecía como si le acabaran de contar el primer chiste de la historia del mundo.
Mitch prometió mantenerse en contacto con él, pero no lo hizo. Pasó años preguntándose por qué los semáforos de la vida no se ponían en verde para él, hasta que la repentina y temprana muerte de su tío le hizo reaccionar: aparcó sus sueños, los cambió por unos ingresos mayores y se volvió adicto al trabajo...
En 1.994, sin que el resto del mundo se detuviera ni le prestara ninguna atención especia, Morrie Schwartz recibió su sentencia de muerte. Llegó en forma de diagnóstico de esclerosis lateral amiotrófica: una despiadada enfermedad del sistema nerurológico que prometía apoderarse de él día a día y para la que no había ningún tipo de cura.
Dicen que el E.L.A. te funde los nervios y te deja el cuerpo como un montón de cera. Suele empezar or las piernas y luego va subiendo: primero pierdes el control de los músculos de los muslos, después de los del tronco y al final, si sigues vivo, estás respirando por un tubo que te pasa por un agujero practicado en la garganta mientras tu alma, completamente despierta, está presa en una cáscara flácida capaz, quizás, de pestañear o chascar la lengua. Todo esto no tarda en llegar más de cinco años, pero a él le quedaban menos de dos...
Dejó de conducir, empezó a tener dificultades para caminar y tuvo que contratar a su primer asistente a domicilio, pero, pese a todo, en otoño acudió al campus de la Universidad de Brandeis para impartir su último curso. Se había propuesto no dejar que la muerte lo consumiese y pretendía convertirse en materia de estudio: "Estudiadme en mi fallecimiento, lento y paciente, y observad lo qu me pasa. ¡Aprended conmigo!". Algunas mañanas lloraba... Se enfadaba y se sentía triste y amargado, pero entonces se miraba al espejo, dejaba de lamentarse y se decía a sí mismo: "¡Quiero vivir!".
El semestre pasó rápidamente. Su cuerpo se deterioraba mientras él promovía amenas tertulias con sus amigos en las que debatían sobre la vida a la sombra de la muerte, el verdadero significado de esta y el modo en que las sociedades la habían temido siempre, sin comprenderla necesariamente.
Comenzó su último gran viaje y eso le hizo más interesante de lo que nunca había sido: la gente quería saber que era lo que debía incluir en su equipaje... Hubo quienes se sirvieron de él para crear un pequeño drama, pero él aprovechó para transmitir su mensaje a millones de persnas. Su aparición en un popular programa de televisión permitió a Mitch, dieciséis años después de su mentira, reencontrarse con el viejo profesor...
Morrie Schwartz impartió la última asignatura de su vida dando una clase un día a la semana, en su casa, junto a una ventana de su despacho, desde un lugar donde podía contemplar cómo se despojaba de sus hojas rosadas un pequeño hibisco. La asignatura era 'El sentido de la vida': se impartía a partir de la experiencia y el único alumno era Mitch Albom.
Ambos recuperaron los martes, días menguantes en los que meditaban sobre todo aquello que hace que la vida tenga sentido: la actualidad, la solidaridad, el amor, la muerte, el miedo, la vejez, la codicia, el matrimonio, la familia, la sociedad, el perdón...
Cuando Mitch llegaba a su casa, él le miraba y sonreía: tenía el don de conseguir que cada visitante sintiera que aquella sonrisa era única... Compartieron preguntas, respuestas y silencios que después él recogió en una breve publicación que se convirtió en un fenómeno editorial con el que pudo sufragar parte del tratamiento de su amigo: "Martes con mi viejo profesor".
Una olita iba saltando por el mar, pasándolo muy bien. Disfrutaba del viento y del aire libre, hasta que vio como la olas que tenía delante rompían contra la costa.
"Dios mío, esto es terrible" -dijo la ola-. "¡Mira lo que me va a pasar!".
Entonces, otra ola que se acercaba a la costa, al verla tan afligida, le preguntó: "¿Por qué estás tan triste?".
-"¿Es que no lo entiendes...? ¡Todas vamos a rompernos! ¡Todas las olas vamos a deshacernos! ¿No es terrible?".
Entonces, la segunda ola respondió: "No, eres tú la que no lo entiende. Tú eres mucho más que una ola: ¡formas parte del mar!".
¡¡¡Maestro hasta el fin!!!
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