Santander, 13 de septiembre de 2.017
Aquellos que pesanban que la muerte de
Pablo Escobar iba a suponer la desaparición del narcotráfico en Colombia y el
final de la serie “Narcos” se equivocaban. En muchas ocasiones la realiad supera a la ficción, pero a veces esta puede ser la mejor manera de conocer la verdad...
El Cartel de Calí tomó el relevo del de
Medellín y llegó a controlar el ochenta por ciento del tráfico de cocaína en el
mundo, estableciendo redes complejas de contrabando y distribución por México,
EE.UU., Europa y el lejano Oriente. Los hermanos Rodríguez Orejuela: Gilberto (Damián Alcázar) y Miguel (Francisco Denis), -director ejecutivo y jefe de operaciones
respectivamente-, Pacho Herrera (Alberto Ammann) -jefe de distribución y seguridad-, y Chepe
Santacruz (Pepe Rapazote) -responsable de Nueva York: joya de la corona del cartel-, eran
los cuatro padrinos de la organización. Sus métodos eran completamente opuestos a los de su predecesor...
A Pablo Escobar le gustaba estar en el candelero: él
había buscado el cariño y la protección del pueblo de Medellín, pero ellos
preferían codearse con la élite colombiana, pasar desapercibidos y vivir
discretamente bajo el amparo y la protección la clase política del país y las
fuerzas de seguridad del estado.
Nadie había hecho más en Colombia por
atrapar a Pablo Escobar que el agente Peña (Pedro Pascal). Tal vez por eso, tras la caída del
capo, los guionistas de la serie, faltando a la verdad, se permitieron el lujo de enviar a su compañero Steve Murphy de vuelta a los EE.UU. dejándole a él allí, convertido en agregado de la D.E.A. El enemigo de su enemigo se había convertido en su amigo, hasta que había vuelto a ser su enemigo: su misión ahora
era atrapar a los padrinos de Cali….
La detención de los hermanos Rodríguez y
la rendición de Pacho Herrera y Chepe Santacruz pudieron parecer grandes
victorias en la lucha contra el narcotráfico, pero no fueron nada más que una gran mentira pues los capos de la droga se habían entregado a una justicia que antes habían comprado y pagado.
Sin necesidad de construir su propia prisión, los
multimillonarios padrinos del cartel de Cali se acomodaron en una cárcel de
Bogotá: el ala de mínima
seguridad de La Picota estaba bien... Pensaban que no pasarían mucho tiempo allí, pero
la noticia de que habían financiado la campaña electoral del
presidente Ernesto Samper a cambio de una inmunidad efectiva revolucionó Colombia. Los EE.UU.
lo sabían: permitieron que ocurriera, pero, cuando la verdad se hizo pública, ya
no pudieron ocultarlo más y el ‘Proceso 8.000’ inició una serie de
acontecimientos que puso fin al reinado de los padrinos de Cali.
Chepe
Santacruz nunca volvío a Nueva York: dadas las excasas garantías que le ofrecía
el gobierno colombiano decidió que la cárcel no era el mejor lugar para él, así
que se largó y buscó nuevas alianzas con nuevos socios que le ayudaran a
reconstruir el imperio, pero los Castaño no tardaron en finiquitar el acuerdo al
que habían llegado y su trepidante vida llegó a su fin. A Pacho Herrera no le
fue mejor quedándose en la cárcel: las vendetas en el mundo de la droga no
cesan nunca y su guerra con los Salazar hizo que tuviera enemigos en el Norte
del Valle de por vida. En cuanto a los hermanos Rodríguez Orejuela, la presión
política de los EE.UU. y un presidente colombiano desacreditado que necesitaba
demostrar que era duro con los narcos hicieron que fueran extraditados a suelo
estadounidense y pasarán encerrados el resto de sus días sin recibir
ningún tipo de favor.
En su país, Jorge Salcedo (Matías Varela) -el hombre que hizo posible
la caída del cartel-, fue tildado publicamente de chivato, y en los
EE.UU., a pesar del riesgo al que se había expuesto para asegurar el éxito de
la operación que había permitido capturar y meter
en prisión a los padrinos de Cali, fue juzgado por pertenencia a una
organización criminal y considerado culpable. Después, el programa federal de
protección de testigos le proporcionó una nueva identidad y desapareció…
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