Santander, 21 de mayo de 2.018
Confieso que muchas veces me dejo llevar
por el título a la hora de decidir si me apetece leer un libro o no. La
propuesta, en esta ocasión, era irrechazable…
“La librería de los finales felices”
(2.013) es la primera novela de la sueca Katarina Bivald, una joven que tras
varios años trabajando como librera dio el salto a la escritura alcanzando gran
éxito internacional.
De la mano de su protagonista viajamos a
Broken Wheel, una pequeña localidad imaginaria de los EE.UU. rodeadad e
maizales que, golpeada por la crisis, ve como poco a poco se va quedando vacía,
y conoceremos a un variopinto puñado de entreñables vecinos perfectamente
construidos con los que resultará imposible no encariñarse. Surrealista, tierna
y con algunos toques de humor, la novela tendría cabida en una balda en la que
colocaramos obras calificadas como ‘feel good’, pero también en otra que nos
propusiese sumergirnos en la magia de la metaliteratura. Multiples lecturas que
convierten “La librería de los finales felices” en una novela entretenida,
fresca y divertida, altamente recomendable.
Es curiosa la
cantidad de veces que uno intenta no salirse de los caminos seguros de la vida:
te pones unas anteojeras y no despegas la mirada del suelo mientras haces
cuanto puedes para no contemplar las inmensas vistas que te rodean, la altura a
que te encuentras, el abismo y todas las oportunidades que en verdad hay ahí
fuera.
Solo hay que
lanzarse y volar, al menos durante un instante…
Sara acaba de viajar a Estados Unidos. Hasta
hace poco, era la dependienta de una librería situada en el centro de un barrio
periférico de Haninge, en Suecia, y ha llegado a Hope como caída del cielo:
vestida con un abrigo de otoño demasiado grueso y gris para la época del año en
la que está, con un libro entre las manos, una mochila, una maleta gigante y el
pelo revuelto. ¡Solo le falta el paraguas! Está allí de paso, camino de Broken
Wheel -una deprimente ciudad de provincias del estado de Iowa con muy pocas
cosas que ver-, pero Amy se está retrasando un poco… Es una entrañable señora mayor con la que se cartea desde
hace dos años y a la que considera su amiga: ¡a ambas les apasionan los libros!
Nunca la ha visto en persona, pero no cree que le haya dejado tirada: “una persona que usa papel grueso, blando y
de color crema, para escribir no hace ese tipo de cosas…”, y no se equivoca.
Lo que sucede es que se ha muerto sin avisar -por eso no ha ido a buscarla a
Hope-, pero ha dejado todo arreglado para que, como estaba previsto, pueda
instalarse en el cuarto de invitados de su casa durante un par de meses.
Han pasado ya un par de días desde entonces. Pese a no
conocerlos de nada, gracias a las cartas de Amy, Sara sabe muchas cosas de
Broken Wheel y de sus vecinos. Se siente en deuda con ellos: no paga ningún
tipo de alquiler, la invitan a almorzar, la traen y la llevan en coche sin
pedir nada a cambio…
La idea de pasar dos meses allí sin hacer nada más que
leer y tomar café gratis comienza a inquietarla, pues nunca ha tenido unas
vacaciones tan largas. La solución se le ocurre de repente: “¡Broken Wheel tiene la apremiante necesidad
de contar con una librería!”. Sus vecinos necesitan libros; ofrecérselos
será una buena forma de compensarles y además se covertirá en una especie de
homenaje a Amy. Puede parecer una locura pasajera, pero las viejas novelas de su
amiga volverán a ser leídas y apreciadas: “cuando
te gusta un libro, lo que quieres es que llegue a más gente”. Vía Amazon, encargará
algunos ejemplares usados -no muy caros-, escogidos con mimo, y la gente, si
quiere, podrá donar sus libros viejos para ponerlos en circulación…
Han tenido que pasar dos semanas para que Sara empiece
a disfrutar de la librería. Juntas se han convertido en un elemento en torno al
cual a los vecinos de Broken Wheel les gusta reunirse. Un día tranquilo y gris
ya no es suficiente para ellos. En cuestión de semanas, la ciudad ha pasado del
blanco y negro al delirante tecnicolor, pero su visado de turista está a punto
de expirar y prontó tendrá que regresar a Suecia. Se ha acostumbrado a sentir
que pertenece a un lugar concreto y le ha gustado. Podría acostumbrarse a esa
sensación: si pudiera quedarse allí…
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