Santander, 25 de marzo de 2.021
En el prólogo de la edición de “El rayo que no cesa”
publicada por Alianza Editorial en 2.010, Jorque Urrutia expone que son varias
las razones por las que la figura de Miguel Hernández (Orihuela, 1.910 -
Alicante, 1.942) se ha ido engrandeciendo con el tiempo hasta convertirse en un
símbolo.
Por un lado, el ambiente campesino del que procedía el poeta no hacía que fuera fácil predecir que fuera a llegar a codearse de tú a tú con representantes de la intelectualidad de procedencia burguesa como García Lorca, Alberti, Aleixandre o Neruda. Por otro, su prematura muerte hizo que no envejeciera y permitió que le recordemos siempre joven. Vivió a toda prisa, entregándose con generosidad en todo lo que hizo y defendiendo apasionadamente lo que él entendía que era la causa justa en la dolorosa guerra civil que le tocó librar y su muerte fue fruto, tanto de las crueldades del nuevo régimen surgido tras la caída de la República, como del amor y la inocencia que lo empujaron a correr a su pueblo para reencontrarse con su mujer y su hijo cuando fue excarcelado por error y de la fatalidad de contraer una tuberculosis que lo arrastró a la tumba justo cuando su pena de muerte había sido conmutada.
Su producción poética se limita a ocho años
(1.933-1.941), pero le sirvió para expresar su amor, su dolor y su rabia sin
olvidar nunca el valor de la metáfora y el valor de la palabra.
“El rayo que no cesa” fue el primer libro de Miguel Hernández
que la censura de la dictadura permitió publicar. Vio la luz a finales de los
años cuarenta y José María de Cossío y Vicente Aleixandre -amigos del poeta-,
fueron los responsables de una edición cuyo principal objetivo era proporcionar
una pequeña ayuda económica a su viuda, Josefina Manresa. El valor mítico y simbólico
de su autor propició que los jóvenes rebeldes de la época buscaran entre sus
versos un mensaje político y social del que carece, pues se trata de un libro de
poesía, fundamentalmente, amorosa.
En 1.933, Miguel Hernández presentó al Concurso
Nacional de Poesía “El silbo vulnerado”, un libro que, aunque con el discurrir
del tiempo terminó decantándose por el soneto, incorporaba una mayor muestra poemática
y métrica que su primera obra: “Perito en lunas”, un libro monocorde escrito en
octavas.
Influenciado por Neruda, reconsidera su formación
religiosa y el sentimiento de culpa ante los temas eróticos que transmite su
pluma, lo cual le lleva a transformar a finales de 1.934 su ‘silbo’ en un nuevo
libro: “Imagen de tu huella”, y poco después, durante el verano de 1.935,
convertirlo en una selección de treinta poemas publicada en 1.936 de los que
solo la mitad pertenecían al embrión original: “El rayo que no cesa”.
En 1.934, Miguel Hernández estaba instalado en Madrid,
pero su estancia en la capital no fue fácil. Echaba de menos su Orihuela natal y
a Josefina Manresa, su novia:
Una querencia tengo por tu acento,
una apetencia por tu compañía
y una dolencia de melancolía
por la ausencia del aire de tu viento.
Paciencia necesita mi tormento,
urgencia de tu garza galanía,
tu clemencia solar mi helado día,
tu asistencia la herida en que lo cuento.
¡Ay querencia, dolenica y apetencia!:
tus sustanciales besos, mi sustento,
me faltan y me muero sobre mayo.
Quiero que vengas, flor, desde tu ausencia,
a serenar la sien del pensamiento
que desahoga en mí su eterno rayo.
Conoció a otras mujeres que no sabemos qué huella dejaron
en él, aunque resulta fácil imaginar que, de un modo u otro, influyeron en los
prolongados y dolorosos silencios que compartieron Josefina y él desde finales
de julio de 1.935:
Mi corazón no puede con la carga
de su amorosa y lóbrega tormenta
y hasta mi lengua eleva la sangrienta
especie clamorosa que lo embarga.
Ya es corazón mi lengua lenta y larga,
mi corazón ya es lengua larga y lenta…
¿Quieres contar sus penas? Anda y cuenta
los dulces granos de la arena amarga.
Mi corazón no puede más de triste:
con el flotante espectro de un ahogado
vuela en la sangre y se hunde sin apoyo.
Y ayer, dentro del tuyo, me escribiste
que de nostalgia tienes inclinado
medio cuerpo hacia mí, medio hacia el hoyo.
En febrero de 1.936, Miguel escribe al padre de Josefina
pidiéndole que interceda a su favor ante ella:
“Siempre he pensado que las relaciones de su hija conmigo
volverían a reanudarse, ya que los motivos porque las interrumpimos fueron muy
poca cosa de importancia. Yo le agradecería que usted viera si es posible hacer
lo que sería mi mayor deseo que hiciera […]: si cree que Josefina todavía puede
tenerme algún afecto y no está comprometida con ningún otro hombre, vea la
manera de hablarle sencillamente y decirle si está dispuesta a continuar su
amistad de mujer conmigo”.
El hombre se limita a confirmarle que su hija no
mantiene relaciones con ningún otro hombre. A Miguel, con eso le basta y, una
vez recuperada su relación epistolar, le escribe a Josefina contándole que le
han publicado un libro que él le ha dedicado:
A ti sola, en cumplimiento
de una promesa que habrás
olvidado como si fuera tuya.
“Antes de que yo te escribiera por primera vez ahora
ya había salido y dedicado a ti, aunque no ponga tu nombre. Yo que creí que ya
no te acordabas de mí… Todos los versos que van en este libro son de amor y lo
he hecho pensando en ti, menos unos que van por la muerte de mi amigo [Ramón
Sijé]”.
Que esta información sea cierta o no es algo que no
sabemos. La poetisa murciana Marisa Cegarra, a la que Miguel conoció en agosto de
1.935, presumió, muerto el poeta, de que algunos de estos poemas fueron escritos
para ella, y resulta innegable que durante el otoño de ese mismo año mantuvo
una breve pero intensa relación con la pintora Maruja Mayo, pero que más da... De motivación única o varia, a partir de experiencias vividas o inventadas,
leídas o creídas, “El rayo que no cesa” busca presentarse como una obra
unitaria.
El libro empieza con un poema en cuartetos que sirve
de prólogo y en el que Miguel compara el amor con un cuchillo homicida que
amenaza su vida o un rayo que anida en él y picotea su costado; un rayo que no
cesa, ni se agota, y al que Miguel implora que salga de su corazón, convertido
en un girasol sumiso y amarillo, en un terrón para siempre insatisfecho…
La muerte es una constante en el libro y la única
solución para su mal; solo ella podrá vencer al estoque que lo castiga. Igual
que el toro, el fiero enamorado está irremediablemente condenado a la muerte:
Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
La mujer, ajena a cualquier insinuación, es la
responsable de toda esta tragedia, unas veces por indiferencia y otras por
negación expresa:
Me tiraste un limón, y tan amargo,
con una mano cálida, y tan pura,
que no menoscabó su arquitectura
y probé su amargura, sin embargo.
Con el golpe amarillo, de un letargo
dulce pasó a una ansiosa calentura
mi sangre, que sintió la mordedura
de una punta de seno duro y largo.
Pero al mirarte y verte la sonrisa
que te produjo el limonado hecho,
a mi voraz malicia tan ajena,
se me durmió la sangre en la camisa,
y se volvió el poroso y áureo pecho
una picuda y deslumbrante pena.
Su corazón, dura piedra silenciosa, es de hielo y
nieve:
¡Ay, qué acometimiento de quebranto
ir a tu corazón y hallar un hielo
de irreductible y pavorosa nieve!
Ella es toda inocencia y pureza y él, después de
robarle un beso, se siente doblemente castigado, pues ella se aleja y él se
enciende:
No me conformo, no me desespero
como si fuera un huracán de lava
en el presidio de una almendra esclava
o en el penal colgante de un jilguero.
Besarte fue besar un avispero
que me clava al tormento y desclava
y cava un hoyo fúnebre y lo cava
dentro del corazón donde me muero.
No me conformo, no: ya es tanto y tanto
idolatrar la imagen de tu beso
y perseguir el curso de tu aroma.
Un enterrado vivo por el llanto,
una revolución dentro de un hueso,
un rayo soy sujeto a una redoma.
“El rayo que no cesa” es un libro en el que Miguel
Hernández acierta a aunar, dándole un toque personal, sus influencias clásicas
y modernas con una exquisita retórica que maneja todo tipo de recursos: bimembraciones,
anáforas, paralelismos, correlaciones, etc… Sin duda es un libro mayor de la
poesía española del siglo XX: ¡un imprescindible!
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