Santander, 24 de septiembre de 2.021
Hace unos meses, una de mis sobrinas me recomendó la lectura de “La
anomalía” y acertó, pues me ha parecido una novela inquietante extraordinariamente
estructurada. Para tratar de dar respuesta a los interrogantes que bullen
dentro de su cabeza, Hervé Le Tellier -su autor-, se queda con doce personajes merced
a los cuales incrusta ocho ‘pequeñas’ historias dentro de una gran historia: ¡genial!
Alguien, en algún lugar
de la galaxia, ha lanzado una moneda al aire y esta se ha que-dado flotando en
el vacío…
Después de los atentados
del 11-S, el Pentágono le pidió al departamento de Matemáticas Aplicadas del
Massachusetts Institute of Technology que desarrollara un nuevo protocolo de
actuación en caso de crisis. Lo primero que hicieron Adrian Miller y Tina Wang
fue inventariar todas las variables susceptibles de afectar al tráfico aéreo, atribuirles
valores estadísticos y especificar todo aquello que puede causar una catástrofe
o, simplemente, perturbarlo. Tuvieron en cuenta aspectos como la incomprensión lingüística,
el uso de distintas unidades de medida, los errores de pilotaje, las averías
mecánicas, la meteorología, el sabotaje, el secuestro, el pirateo informático,
los errores de orientación o la falta de mantenimiento. Establecieron treinta y
siete protocolos de actuación básicos, con entre siete y veinte opciones para
cada uno de ellos. Tras cinco meses de trabajo, reunieron todas sus recomendaciones
en un memorando reservado sobriamente titulado: “Tráfico aéreo civil: diagnósticos
de crisis, optimización de la cadena de decisiones y protocolos de respuesta/seguridad”.
Después, añadieron una última recomendación: “en caso de tener que hacer frente
a un escenario que no obedezca a ninguna de las situaciones contempladas, se
activara el protocolo 42 y, dado el carácter irracional de los acontecimientos
que justifican semejante protocolo, este se nos confiara a nosotros
directamente”.
El 10 de marzo de
2.021, los doscientos cuarenta y tres pasajeros de un avión procedente de París
aterrizaron en Nueva York después de atravesar una tormenta y siguieron con su
vida. Tres meses más tarde, un avión idéntico, con los mismos pasajeros y la
misma tripulación, aparece en el cielo de Nueva York y, custodiado por un par
de cazas, es obligado a tomar tierra en la base aérea militar McGuire, en New
Jersey, donde todas las personas que viajan a bordo del mismo son retenidas
contra su voluntad. El carácter irracional de la situación invita, sin duda, a
poner en marcha el protocolo 42…
La NSA ha geolocalizado
a la mayor parte de los pasajeros y miembros de la tripulación del vuelo París-Nueva
York del 10 de marzo y un centenar de ellos se encuentra ya en arresto
domiciliario bajo vigilancia policial. Los biólogos han comparado sus ADN con
los de sus homólogos retenidos en el hangar de New Jersey y son estrictamente
idénticos. Desde un punto de vista genético, los hombres y mujeres que viajaban
a bordo de los dos aviones son los mismos.
El consejo de expertos
que Adrian Miller y Tina Wing ha convocado para analizar la situación ha formulado
diez hipótesis, de las cuales solo tres se sostienen y tan solo una ha despertado
la adhesión de la mayoría de ellos…
Nuestro cerebro está
incrustado en la oscuridad y el silencio de la cavidad craneal; solo tiene acceso
al mundo a través de los ojos, los oídos, la nariz, las papilas gustativas y la
piel, sensores que le transmiten la información con la que reconstruye la realidad
que lo rodea. Imaginemos unos seres superiores cuya inteligencia sea a la
nuestra lo que la nuestra es a la de una lombriz. Imaginemos que disponen de
unos ordenadores tan potentes que son capaces de recrear un mundo virtual en el
que hacen revivir de manera precisa a sus ‘ancestros’ y los dejan evolucionar a
su antojo. Imaginemos que formamos parte de esas conciencias simuladas… El
famoso “pienso, luego existo” de Descartes quedaría obsoleto; debería
ser sustituido por un innovador “pienso, luego, lo más probable, es que sea
un programa informático”.
Es posible, sin duda,
que solo seamos seres simulados por otros seres igualmente simulados en otra
simulación aún más grande todavía, y que los universos simulados se encastren
unos dentro de los otros como muñecas rusas. Es más, es posible que haya una
falsa vida después de nuestra falsa muerte, porque, a esos seres superiores,
tan geniales, no les costaría demasiado añadir a su simulación unos cuantos
paraísos de pacotilla con los que premiar a los programitas dóciles y meritorios
que se sometan a los dictados de cada doxa sin rechistar. Ahora bien, ¿quién estaría dispuesto a adorar al programador de semejante juego de rol?
No poder acceder nada más
que a la superficie de lo real, sin esperanza alguna de alcanzar el conocí-miento
verdadero, resulta insoportable, pero que, encima, esa superficie sea solo una
ilusión ya es para pegarse un tiro. El ser humano siente la imperiosa necesidad
de reducir la ‘disonancia cognitiva’ y para ello está dispuesto a mirar para
otro lado y deformar la realidad si hace falta; cualquier cosa con tal de de no
poner en entredicho sus valores, sus emociones y sus acciones. Tal vez sea
mejor vivir en la oscuridad y no hacerse demasiadas preguntas. La ignorancia es
buena compañera y la verdad no siempre trae la felicidad. Además, pensar lleva
su tiempo y, al fin y al cabo, ¿qué diferencia hay entre existir y creer que
existimos?
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