jueves, 27 de febrero de 2014

ISABEL (V): aguanta, que todo saldrá bien...

Mogro, 30 de mayo de 2.013

Mientras Enrique viaja al sur con el objetivo de reunirse con los nobles andaluces y exigirles el pago de sus impuestos, Isabel se traslada a Arévalo para visitar a su madre. Sin embargo, cuando el rey entregó la villa a los duques de Plasencia, éstos obligaron a doña Isabel a abandonar su castillo y ahora ella se encuentra en Madrigal de las Altas Torres.


La infanta sigue sus pasos y allí es donde le encuentra el Cardenal Jofroi, obispo de Albi, que encabeza la delegación francesa que pretende negociar las condiciones de su matrimonio con el duque de Guyena.
Ella se muestra esquiva y, tras su regreso de Andalucía. el rey emite una orden de detención contra su hermana. Es demasiado tarde: Don Gonzalo huye con ella...

Cuando murió el infante Don Alfonso, Don Gonzalo puso su espada al servicio de su hermana. Él era mucho más que un doncel que se hubiese quedado sin señor: sentía por Isabel el mismo aprecio que por su hermano, pero hay aprecios que se pueden confundir y afectos y distracciones que una Corona no se puede permitir.
Prefirió abandonar el séquito de la infanta y regresar al campo de batalla pero resultó gravemente herido y volvió junto a Isabel. Se recuperó y ella le nombró jefe de su guardia personal.


El respeto y el cariño les mantendrá unidos para siempre y, cuando llegué el día en que los sueños de Isabel se cumplan, él estará a su lado. El amor es una cuestión de estado: ella se casará con Fernando pero podrá seguir contando con él a su lado.


Juntos llegan a Valladolid, donde habrá de celebrarse su boda con Fernando. Isabel escribe a su hermano:
Muy alto príncipe y poderoso rey y señor,
sabéis que tras la muerte del rey Don Alfonso, hermano vuestro y mío, pude retener la corona que el obtuvo en vida pero por vos, el bien, la paz y el sosiego opté por respetaros como rey y ser la legítima sucesora y heredera. Sin embargo vuestra majestad quebrantó los pactos firmados en Guisando: dilató lo prometido y sin consultar conmigo quiso casarme con el rey de Portugal. Luego me prometió con el duque de Guyena, excelente y noble príncipe, pero que me alejaría de mi patria.
Consulté a grandes, prelados y caballeros, súbditos vuestros y servidores de Dios, con quién debía casar por el bien de Castilla, y todos loaron y aprobaron mi matrimonio con Fernando, príncipe de Aragón y rey de Sicilia, con quien tanto vos como yo compartimos estirpe y lazos.
Vuestra majestad dio orden de apresarme: mandó a los vecinos de Madrigal que me prendieran y por ello tuve que llegar a Valladolid con la ayuda del muy reverendo en Cristo don Alfonso Carrilo, arzobispo de Toledo.
Os suplico, rey y señor nuestro, cesen ya estos agravios. Por mi parte os aseguro que tanto yo como el rey de Sicilia os prometemos obediencia como nuestro señor.
Isabel

Las condiciones impuestas por Isabel para la celebración de su enlace con el príncipe de Aragón son treméndamente exigentes: Fernando habrá de vivir en Castilla, de donde no saldrá sin el consentimiento de su esposa y donde se llevará a cabo la educación de sus hijos, reconocerá a Enrique como Rey y la heredera al trono será ella y no él, a ella se le asignarán señoríos y rentas en Aragón pero él no podrá adueñarse de propiedades de la corona de Castilla ni hacer designaciones sin su consentimiento y, por último, todos los decretos serán firmados conjuntamente salvo los de carácter eclesiástico, que serán firmados solo por ella.
Isabel es una mujer de carácter. Aceptar sus condiciones no es fácil pero Aragón es un reino pobre y necesita a Castilla. Fernando se somete a sus estipulaciones pero advierte que todo contrato cambia con las circunstancias del día a día. Es rey e hijo de reyes y ninguna mujer va a decirle que es lo que tiene que hacer: ¡él no es un manso...!

Enrique ha reforzado las patrullas en todos los pasos entre Castilla y Aragón con el fin de impedir el encuentro de los dos prometidos pero el príncipe Fernando parte hacia Valladolid convertido en mozo de mulas de dos hombres de su confianza que se hacen pasar por comerciantes.


Burla a los hombres de Pacheco y cruza la frontera por el puerto de La Bigornia. Tras enfrentarse a las inclemencias del tiempo y a las pedradas de los salteadores de caminos llega a Burgo de Osma, villa afín a Carrillo, y escoltado por los hombres del arzobispo se dirige a Dueñas. Se desprende de su disfraz y viste ropajes acordes con su condición para trasladarse a Valladolid y asistir a la recepción en la que por fin conocerá a su futura esposa.

Isabel es poco más que una niña. Está preparada para ser reina pero le asusta convertirse en mujer. Le cuesta conciliar el sueño; le aterra pensar en sus deberes como esposa. Huye de la lujuria y se refugia en la oración.


Isabel y Fernando aprovechan los días previos a su boda para conocerse mejor. Se respetan y se admiran. Se parecen mucho: por sus venas corre la misma sangre y ambos debieron enfrentarse a sus hermanos mayores para defender los derechos que éstos pretendían usurparles. Compartirán intereses, desvelos y voluntades. Son conscientes de que tienen un deber que cumplir y un largo camino que recorrer pero lo harán juntos. Se gustan, se atraen y se desean. Llegarán a amarse y, si los celos no lo impiden, puede que hasta sean felices...


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