miércoles, 21 de agosto de 2013

UN PUEBLO DE LEYENDAS: los miedos se disipan y la magia nos envuelve

Barriopalacio, 11 de agosto de 2.013


Anoche, mientras mis sobrinos y sus tíos nos tendíamos sobre un camino asfaltado poco transitando para fundirnos con el oscuro cielo plagado de estrellas y buscar en él la estela de alguna lágrima de San Lorenzo con la que compartir nuestros deseos, justo antes de que nos apiñásemos en el interior de una vetusta tienda de campaña aspirando el aroma añejo de los sueños al aire libre y dejándonos envolver por el encanto de la noche mientras el duro suelo se clavaba en mis riñones, los vecinos de Barriopalacio de Anievas invocaban a los espíritus que pueblan nuestro folklore y una pléyade de seres mitológicos descendía del bosque y abandonaba sus escondrijos para invadir los rincones de un pueblo que, entre conjuros y brebajes, un año más (y ya van seis) les recibía con los brazos abiertos.


Esta mañana un brillante cielo azul nos ha dado los buenos días.
Se que Dani y Adrián tienen respeto al temible Ojáncano o a la malvada Guajona pero han aprendido como enfrentarse a ellos y les animo a saborear el encanto de un Pueblo de Leyendas.
Preparamos unas tortillas y nos dirigimos a Barriopalacio.
Llegamos pronto pero el aparcamiento del pueblo ya está lleno. Dejamos el coche en un prado próximo habilitado para la fiesta y nos colamos en sus pobladas calles. Las caras de los peques se transforman: sus rostros se tensan y sus miradas muestran desconfianza. No están seguros de poder enfrentarse a sus miedos y yo empiezo a preguntarme si no habré tensado demasiado la cuerda porque lo que menos quiero es hacerles pasar un mal rato.
Poco a poco se relajan.
Recorremos los rincones del pueblo evitando al enorme Ojáncano amarillento y pelirrojo que corretea por las calles y haciéndonos fotos junto a los simpáticos Trentis y Trastolillos.
Sabemos que Musgoso nos avisará de cualquier peligro que nos amenace y que las hermosas Anjanas nos protegerán del malvado cíclope montañés.
Los peques sonríen y disfrutan. Ahora somos nosotros los que buscamos al horripilante gigantón amenazándole con arrancar el pelo blanco que adorna su poblada barba, nos burlamos de la desdentada Guajona y jugueteamos con el Culebre.

El OJÁNCANO es un ogro enorme, tan alto como los árboles más altos y tan robusto como los peñascos que sostienen las montañas. Tiene unos pies y manos gigantescos, y en cada uno tiene diez dedos que terminan en afiladas garras. En una mano suele llevar una honda de piel de lobo con la que arroja grandes piedras y en la otra un recio bastón negro que puede transformar en lobo, víbora o cuervo, los tres animales del bosque amigos suyos. Todo su enorme cuerpo está cubierto por un pelo áspero y rojizo y luce una espesa barba en la que tiene un pelo blanco. ¡Ése es su punto débil!: si alguien consigue arrancarle ese pelo, tras cegar el único ojo tiene en su frente podrá matarle.
Por desgracia el Ojáncano no está sólo en la montaña. Con el vive la OJANCANA, un monstruo tan terrible como él, o quizá más. Se parece mucho a su compañero pero ella tiene dos ojos y unos enormes pechos que ha de echarse a la espalda cuando corre por el bosque.

El TRASTOLILLO es el más conocido de los duendes hogareños naturales de Cantabria. Vive cerca de las casas y entra en ellas para hacer picardías. Es un ser juguetón, alocado, enredador, burlón y atolondrado que siempre está riéndose. Tiene cara de pícaro, ojos muy verdes, dos incipientes cuernecillos, un rabillo que casi no se nota y dos colmillos retorcidos. Viste una especie de túnica de cortezas de árbol cosidas con hierba, se cubre la cabeza con un gorrito blanco y se apoya en un bastoncillo de madera. Todas las cosas inexplicables que suceden dentro de las casas son obra suya y la gente, como sabe son cosas de duendes, ni se sorprende ni se asusta.

El TRENTI es un duende de los bosques que pasa desapercibido entre la vegetación. Viste una túnica de hojas de castaño y musgo que se confunde con el entorno, lleva hebillas de plata y calza zapatines hechos con pieles de animales. Se alimenta de panojas y endrinas, bebe leche -pero no agua, que es veneno para él-, y un leve tintineo, como de gotas de lluvia, se oye cuando se mueve. Es pequeñuco, tiene la cara muy negra y los ojos verdes y es tan picaruelo y bribón como el Trastolillo pero no entra en las casas, pues es un duende del bosque. En verano duerme entre la maleza fresca, al pie de los árboles, y en invierno se refugia en las hondonadas. Es muy bromista y al oscurecer le divierte esconderse en los zarzales para tirar de las faldas a las muchachas, pellizcándolas en las pantorrillas, y escapar después dando un par de volteretas. Le gusta tomar el pelo a los montañeses con los que se cruza por los montes de Cantabria pero suele ayudarles sin que ellos lo sepan, siendo particularmente bueno con los niños.

El MUSGOSO es un hombre que un día abandonó la vida en sociedad para refugiarse en la montaña. Sólo sabe hacer el bien y, además, sin poner condiciones. Nadie ha oído jamás su voz y siempre se le ha visto sólo. Nunca se detiene. Se le ve a lo lejos, por los caminos que bajan a los valles, siempre caminando con un amplio vaivén de hombros y con las manos escondidas en el pecho como si tuviese frío. Es un hombre alto y delgado, de cara pálida, ojos pequeños y hundidos y barba negra muy larga. Viste una larga zamarra de musgo seco, calza escarpines de piel de lobo, se cubre con un sombrero de hojas verdes secas y lleva a la espalda un zurrón de cuero amarillo y brillante en el que guarda una flauta negra de madera desconocida que a veces saca para, sin dejar de andar, tocar una nota ronca seguida de otra más dulce, que resultan tristes, lentas e inconfundibles. Por la noche nunca toca la flauta: silba, siendo el suyo un silbido fuerte y largo igualmente inconfundible. En los montes de Cantabria todo el mundo le respeta y son muchos los pastores que le deben grandes favores y a los que ha avisado de los peligros de la naturaleza, del Ojáncano y de otros seres malignos. Pueden pasar años sin que nadie le vea pero su flauta y su silbido siguen oyéndose cuando algo malo va a suceder. Cuando llega el frío gris del otoño los pastores bajan con sus rebaños a pasar el invierno en las aldeas de los valles dejando vacías las pobres cabañas; los montes se quedan sólos pero el Musgoso permanece allí, levantando las piedras derribadas por los vendavales de enero, tapando hoyos y reponiendo techumbres para que cuando llegue la primavera los pastores puedan volver a sus cabañas como si volviesen a casa.

La ANJANA es un ser menudo, delicado y bondadoso que hace frente al malvado Ojáncano, azote de Cantabria y compendio de todos los males que afligen al montañés. Es una hermosísima ninfa de medio metro de estatura, ojos rasgados, pupilas negras o azules brillantes como luceros y mirada serena y amorosa. Su voz es de ruiseñor, su piel blanquísima y tiene unas imperceptibles alitas casi transparentes que le hacen parecer una mariposa. Peina unas larguísimas trenzas de color azabache u oro adornadas con vistosos lazos y cintas de seda y se ciñe a la cabeza una hermosa corona de flores silvestres. Viste una blanca túnica larga de fina lana con pintas relucientes como estrellas y una larga capa azul con pespuntes rojos y dorados y lleva una vara verde de mimbre o espino con una estrella en la punta que cada día de la semana brilla con una luz diferente y una botellita con un brebaje milagroso que reanima a los enfermos. Vive en grutas recónditas con suelo de oro y paredes de plata escondidas en fuentes y manantiales y puede transformarse en lo que desee e incluso desaparecer.

La GUAJONA es una vieja delgadísima y siniestra tapada de la cabeza a los pies con un manto negro de manera que lo único que se le ve son unas manos renegridas y sarmentosas, unos pies que en realidad son patas de pájaro y una cara amarilla, rugosa, consumida y sembrada de pelos y verrugas, con ojos diminutos y brillantes como estrellas, nariz aguileña y una boca de labios delgados y descoloridos en la que que se ve un único diente, negro y enorme, que le llega por debajo de la barbilla. Nadie sabe donde se mete durante el día, aunque se cree que bajo tierra. Por la noche sale de su escondrijo y se confunde entre las sombras, entra en las casas sin hacer ruido, se acerca a los niños sanos mientras duermen y les clava su afilado diente en una vena para beberles la sangre dejándoles descoloridos y débiles aunque, a pesar de su crueldad, sus ataques nunca son mortales.
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El CULEBRE es una especie de dragón con alas y boca llameante que vive en muchas de las cuevas que albergan las peñas, roquedales y acantilados de Cantabria. Guardan tesoros que escondieron los moros y es difícil verlos porque salen poco de sus guaridas y nadie se atreve a internarse en ellas.
Cuentan que un horrible Culebre sembró el pánico en los alrededores de San Vicente de la Barquera, amenazando con destruirla villa si ésta no se sometía a su deseo de recibir una doncella al año a la que devorar. Una de sus victimas se encomendó al apostol Santiago y el santo, a lomos de su corcel blanco, abatió al monstruo dejando el caballo la señal de sus herraduras frente a la caverna abierta sobre los acantilados de Santillán.

Llega la hora de comer.
Buscamos un lugar donde zamparnos nuestra deliciosa tortilla de patata y sin ningún tipo de miedo nos adentramos en el Bosque de Carabú para sentarnos junto a las desagradables Brujas Negras.
Reponemos fuerzas y después, mientras saboreamos un cafetín, Dani y Adrián cogen sitio en la bolera, frente al escenario, para vivir de cerca las aventuras de "Un trastolillo en casa".




Julianini y su amigo Bongo nos presentan a los títeres que protagonizan una fantástica historia en la que el valiente Zanahorio, con la ayuda del Duende de los Extravíos y de una hermosa Anjana, se enfrentará a la malvada Brujona y su horripilante Culebre para rescatar al simpático Trastolillo protagonista del cuento.

El público aplaude pero lo mejor aún está por llegar.
Anabel Díez y su equipo llevan todo el año trabajando con los jóvenes del valle para que hoy puedan presentarnos en público una colección de cuentos protagonizados por los fantásticos seres convocados a la fiesta. El esfuerzo de todos ellos ha merecido la pena y durante más de una hora nos arrancan sonrisas emocionándonos en ocasiones con su soltura y desparpajo. ¡Enhorabuena chicos! ¡Buen trabajo!

Entre títeres y cuentos la tarde se nos escapa.
Merendamos un helado, probamos suerte en la tómbola y buscamos la plaza del pueblo para descifrar los entresijos de un puñado de juegos tradicionales entre los que se cuelan ya las chapas, peonzas y canicas con las que hace ya demasiados años los recreos se me escapaban entre los dedos. ¡Que mayores somos!




Se nos hace tarde. Los peques no se cansan pero es hora de marchar. Sin grandes dispendios, pero con mucha entrega y entusiasmo, la gente de Barriopalacios nos ha regalado una jornada mágica. Volvemos a casa y Dani y Adrián caen rendidos: sueñan con duendes, hadas y monstruos pero no tienen pesadillas, saben que un profundo silbido les despertará si están en peligro...
¡El año que viene volvemos!

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