martes, 12 de septiembre de 2017

MÚSICA DE CÁMARA: lo más difícil estaba a punto de empezar

Santander, 7 de septiembre de 2.017


“Yo podría explicar la historia de Barcelona por sus construcciones y, si me apuras, incluso la historia de las ideas que la han mantenido a flote durante siglos. Los edificios hablan, igual que lo hace la pintura...”
(“Música de cámara”,
Rosa Regás)

El pasado 17 de agosto terroristas islamistas sembraron el terror en Cataluña. Solo unas horas después de que las Ramblas barcelonesas se tiñeran de sangre, la periodista radiofónica Susana Pedreira quiso hacer ‘un alto en el camino’ y homenajear a la ciudad condal.


Lo hizo con libros, música y películas. Acumuló ‘lecturas en la maleta’ y, de la mano de Mercedes Corbillón, propuso a los oyentes de Onda Cero un paseo por las calles y barrios de una de las ciudades más literarias de nuestro país. Visitamos la “Catedral del mar”, caminamos a “La sombra del viento” y paseamos por las Ramblas junto a la madre de Javier Pérez Andujar:

Son las Ramblas el río filosófico de Heráclito, porque nunca son las mismas, o dicho con una expresión eterna: “nunca son lo que fueron”. Nadie pasea dos veces por las mismas Ramblas…


Voy a recorrer Las Ramblas buscando en los ojos de la gente el secreto que nadie entrega, la broma adolescente de miradas, el encuentro juvenil que le hace el puente a las lecciones de la universidad para que den el chispazo con los tebeos, los discos…, y arrancar pisando a fondo. En las Ramblas encontraré todo lo que voy a necesitar que es gente, miradas, cuerpos, formas de andar, estilos de vestir, maneras de vivir… Todo esto se lo irá llevando ese río de suelo ondulante y, como si me estuviera ahogando, me agarraré a todos los que pasan para salvarme con ellos, para escapar de otra corriente que me llevará una y otra vez al lugar de origen. Toda la gente de las Ramblas, llena de secretos terriblemente bellos, intimidantes...; quería ser un quinqui para salirles al paso y quitarles toda la verdad que llevaban dentro.
(“Paseos con mi madre”,
Javier Pérez Andujar)

Y gracias a ellas me he deleitado escuchando la “Música de cámara” escrita por Rosa Regás, autora catalana que afirma creer saber quién es y cómo es...


Se que soy pelirroja y mido un metro setenta, que tengo los ojos claros y la piel de lagartija, que jamás llevo anillos ni etiquetas, que me encantan los sombreros... Se que me gusta beber y bailar, y que mi expectación no tiene límites. Tampoco mi irratibilidad, tan intensa a veces como el temblor ante lo que amo. Se defender una forma de vivir, de pensar y de ser, pero no creo en los valores universales y eternos, ni en la moral natural, ni le veo el sentido a perder la vida por Dios, la patria o el deber, u otras formas más modernas de dominar las conciencias. Pertenezco a la reserva de quienes solo izarían banderas si estuvieran prohibidas y, sin embargo, tengo la lágrima fácil y cualquier gesta intrascendente, cualquier estúpida heroicidad, me hace llorar. Me merecen respeto muy pocas personas, admiración bastantes y ternura la mayoría. Desprecio a los traidorzuelos, a los vanidosos, a los fatuos y a los dogmáticos. El mundo me desconcierta porque no se qué puedo hacer por paliar tanta doblez y tanto dolor, y porque cada vez queda menos espacio para la libertad. No me da miedo la oscuridad, pero sí las multitudes. Detesto el acordeón y el doblaje; soy intransigente y vulnerable, me gustan el desierto y la selva, los canales y el mar, la lluvia y la sequía, el frío y el calor, la música de cámara, la ciudad, las sábanas de hilo, las moras negras y el arroz a banda. Me emocionan más los árboles que los gatos. Anhelo igualmente la fiesta y el silencio. Me enternecen los susurros y me abruman los lamentos. Arrastro, como todos, mi pasado y se que el día de mañana ya es hoy. No recuerdo haberme aburrido jamás, quizá porque busco en el exceso la solución a las causas imposibles. Y solo quisiera volver a los veinte años para andar día y noche en minifalda.
Rosa Regás

Su novela “Música de cámara” fue publicada en 2.013 y obtuvo el Premio Biblioteca Breve concedido anualmente por la editorial Seix Barral.


"Una poderosa historia de amor que denota un exelente oficio en la elaboración del personaje femenino protagonista y de las diversas voces que lo acompañan. Una novela que logra una extraordinaria recreación de la atmósfera de la posguerra y del mundo de los represaliados y cuestiona de forma implacable y sobrecogedora a la sociedad catalana burguesa de la época y las ambigüedades y claudicaciones de la Transición. Un libro llamado a ocupar un lugar muy destacado en nuestra narrativa contemporánea."
(Jurado del Premio Biblioteca Breve, 2.103)

A sus doce años, para Arcadia el exilio era poco más que el telón de fondo de su vida familiar. Algo parecido ocurría con la muerte: era algo que siempre les pasaba a los demás, como bien lo había demostrado la repentina ausencia de sus padres y la precipitada aparición de su tía Inés…
Así fue como finalizó su exilio. Abandonó Toulouse y viajó a Barcelona, donde habría de vivir los próximos ocho años, viendo los cielos movidos de una ciudad que empezó a conocer y amar desde su llegada, cuando su tía le puso el abrigo y unos guantes, le encasquetó un gorro de lana y le arrastró al mercado de La Boquería.

Empezó a ir a un colegio de largos y oscuros pasillos, rodeada de monjas siempre dispuestas a reñir y de compañeras que le veían como una forastera. Se convirtió en la ‘huérfana extranjera’ y, por puro instinto de supervivencia, desarrolló hacia aquellas personas con las que no tenía en común ni la situación familiar, ni las ideas, ni los gustos, ni los orígenes, una desconfianza que, disfrazada de prudencia, le acompañó durante el resto de su vida.
Le costó aceptar unas costumbres y unos preceptos morales que le habían enseñado a no aceptar jamás. Había que rezar a todas horas, confesarse, comulgar y cantar el ‘Cara el sol’ al llegar a la escuela por las mañanas, antes de sentarse frente a una fotografía de Franco y una sangrienta imagen de Cristo crucificado cuyas heridas le causaban pesadillas. Tenía que ser discreta y silenciosa, y debía caminar siempre con la cabeza gacha, mostrando la actitud modesta y sumisa propia de cualquier mujer, cuidándose muy mucho de emitir cualquier opinión respecto a cualquier cosa que no coincidiera con la oficial y pudiera ser utilizada en su contra.
Su tía la vio crecer debatiéndose entre la tranquilidad que le proporcionaba comprobar como se desvanecía el peligro de una posible denuncia y la tristeza que le producía pensar que la niña se alejaba de las ideas que sus padres le habían inculcado; se consolaba pensando que habría de llegar el día en que todo aquello que ellos  habían sembrado en su corazón y en su mente renaciese en su interior y brotase al exterior.

Sus únicas amigas fueron sus compañeras del Conservatorio del Liceo, donde había reanudado sus clases de viola, y cumplió dieciocho años sin haber abandonado una ingenua adolescencia que, lejos de rebelarse, se mantenía en suspenso, esperando el golpe certero del azar que habría de situarla en el lugar que, por edad, le correspondía.

Fue precisamente en Las Ramblas, frente al Liceo, con la viola colgada al hombro, donde conocío a Javier. Él era soldado: estaba acabando el servicio militar, pero odiaba desfilar, no era nada disciplinado y no le veía la gracia a eso de perder la vida por la patria. Su padre era abogado y él estaba a punto de acabar la carrera de derecho, aunque le habría gustado estudiar arquitectura. El suyo fue un divertido encontronazo, que terminó convirtiéndose en un encuentro cordial, que acabó siendo algo más. Ella siempre había sabido mantener la distancia con los chicos, pero nunca había conocido a ninguno que le impresionara, le atrajera y le divirtiera como le impresionaba, le atraía y le divertía Javier. Volvieron a verse y ella no perdió el tiempo intentando comprender los misterios de las afinidades que día a día acercan a los amigos -amantes en ciernes-, ni de la pasión que los ciega, aislándolos de la realidad. Frecuentaban un café de la calle Boquería: se contaban lo que creían que eran y lo que creían que un día llegarían a ser, y, al compartir sus inquietudes, se sentían mucho más esperanzados.

Tener la libertad de acostarse con quien se desee no convierte forzosamente a quien así actúa en un ser libre... La libertad va mucho más allá: cada uno tiene derecho a hacer con su vida lo que quiera. Cuando nuestras decisiones podemos compartirlas con la persona que amamos, además de ser libres, somos felices, pero nunca ha de prevalecer la voluntad de compartir sobre la libertad de elección…

Pasó el tiempo: recorrieron la ciudad una y mil veces, se amaron, se confesaron y se casaron. La posguerra no había terminado para las multitudes, pero sí para los que, como los padres de Javier, se habían puesto al servicio del dictador, que les había recompensado con creces por su fidelidad a los principios del Movimiento.

La forma de vivir y de comportarse de sus suegros era cada vez más ajena a la que ellos pretendían llevar, y Javier inició un camino profesional por su cuenta, lejos del bufete de su padre. Sin embargo, pese a todo, sin apenas darse cuenta, su vida estaba tomando otro rumbo: se la estaban organizando los demás…
Arcadia sentía que la tierra que pisaba ya no era suya. Al ver acercarse la sombra de la rutina y la costumbre comenzó a tomar conciencia de cuan lejos de sus anhelos le había llevado aceptar algunas concesiones, sin detenerse a pensar en todo lo que conllevaba la nueva vida que ella misma había elegido. Se sentía como si la hubieran transplantado de la calle del Pino, en la que vivía con su tía, al Ensanche barcelonés, y de nuevo se hubiera quedado sin patria, en ese barrio de elegantes casas modernistas poblado por seres que habían ganado una guerra que ella había perdido, a quienes ni conocía ni quería conocer.

La voz de su padre deambulaba por los pasillos de su conciencia: “¿Qué haces aquí, estremecida y anulada por gentes que te imponen unos valores y leyes que no son los tuyos? ¿Qué se te ha perdido en este ambiente enemigo y desconocido de burgueses y eclesiásticos, insidiosos y maléficos, que, en el momento de la verdad, eligieron el fascismo a cambio de garantizar su tranquilidad y de aumentar su poder y su riqueza? Son ellos los que delinquen: son ellos los que matan…”.

Pese a las atenciones de Javier, ella solo veía el agujero negro donde se había metido, y buscaba, sin encontrarla, una salida. Un muro, cada vez más alto, se alzaba entre ellos: dejaron de asistir a conciertos y de caminar juntos por la ciudad… 
En sus manos estaba evitar un escándalo que a nadie iba a beneficiar. Su suegro le invitó a irse sin dejar rastro y ella escondió el cansancio, la tristeza y la derrota detrás de unas gafas oscuras y se fue, cerrando la puerta del pasado sin preveer el miedo a la soledad, la desconfianza y la decepción. ¡No podía regresar!

Habían pasado veinticuatro años desde que Arcadia, empujada por el convencimiento de que ya no había salida para ellos, había desaparecido, sin dar ninguna explicación ni decir adiós. El tiempo había pasado sobre la ciudad y esta ya no era aquella en la que se conocieron. Muchas de sus iglesias se habían reconstruido, las aceras estaban limpias de escombros, los tranvías habían desaparecido, las tiendas lucían grandes escaparates, la fachada del Liceo estaba brillantemente iluminada y los comercios tradicionales de Las Ramblas habían sido sustituidos por restaurantes para los miles de turistas que, ajenos al miedo, iban y venían por el mismo lugar en el que sus vidas se habían unido.

Javier la había buscado sin encontrarla pero entonces, de repente, cuando ya no lo esperaba, en el primer anfiteatro del Palau de la Música surgió la imagen que durante todo ese tiempo había flotado a su aire, de un modo impreciso, en el corazón de su memoria. Sin desviar la mirada de ella, revivió instantes concretos y expresiones precisas que proclamaban su victoria sobre el olvido. Corrió hacia ella y juntos se empeñaron en sacar adelante una conversación a la que trataban de dar el tono desenfadado propio de dos amigos que se encuentran tras años de alejamiento, pero que, invevitablemente, estaba salpicada de largos silencios repletos de oscuros pensamientos teñidos de nostalgias en busca de explicaciones a hechos que no habían sabido preveer. La tensión de los últimos meses de su vida en común seguía presente con la misma fuerza que los había mantenido separados, recordándoles que, fueran cuales fueran sus intenciones, no había vuelta atrás. Su exilio había vuelto a terminar, pero lo más difícil estaba a punto de empezar… 

"Ni en el llegar, ni en el hallazgo, tiene el amor su cima: es en la resistencia a separarse en donde se le siente, desnudo, altísimo, temblando."
(Pedro Salinas)

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