lunes, 4 de septiembre de 2017

UN DOCTOR EN LA CAMPIÑA y DIARIO DE UN JOVEN MÉDICO: cocineros que lo fueron antes que frailes...

Santander, 2 de septiembre de 2.017


"Quien no ha cabalgado por perdidos caminos rurales no está en condiciones de hacerse cargo de nada de lo que le cuento. De todas formas no lo entendería. Y quien ha viajado así, más vale que no lo recuerde..."
(Mijaíl Bulgákov)

El director de cine francés Thomas Lilti fue cocinero antes que fraile: bien sabe lo que pasa en la cocina... Hace dos años y medio que no ejerce la medicina pero afirma echarla de menos.
Hace un par de semanas vi una de sus películas, "Un doctor en la campiña", estrenada en 2.016 y protagonizada por François Cluzet.


Jean-Pierre (François Cluzet) es un abnegado médico de pueblo, entregado en cuerpo y alma a sus pacientes, que debe enfrentarse a una enfermedad terminal. Ha dedicado toda su vida a atenderlos: los ha escuchado y cuidado, de día y de noche, los siete días de la semana, utilizando mucha mano izquierda, sin quitarles nunca la palabra,  pero ahora no va a poder ocuparse de ellos...


Nathalie (Marianne Denicourt) es una doctora recién licenciada que trabajó diez años como enfermera en el servicio de urgencias de un hospital de París. Siente que la ciudad no es para ella y desea trasladarse a la campiña francesa: conoce los protocolos de urgencias y podría ocuparse de la consulta y las visitas, pero él no quiere que lo ayude. Piensa que aún tiene mucho que aprender y le recomienda leer "Diario de un joven médico"...


El suyo es un trabajo muy angustioso: los médicos reparan los fallos de la naturaleza, luchando permanentemente contra la barbarie, aunque sepan que finalmente ganará ella. Cuando él muera, sus vecinos dejarán de respirar. Construir grandes centros de salud no servirá de nada: ¡¡¡no hay médicos!!! Es preciso incentivar a jóvenes doctores para que vayan a trabajar al campo. Aprender bien el oficio es lo mejor que Nathalie puede hacer...



...

Acaba la película. Rebusco en la estantería y encuentro lo que busco. Me siento en el sofá y empiezo a leer...


Mijaíl Bulgákov fue el mayor de los seis hijos de un profesor de teología; su familia pertenecía a la élite intelectual de Kiev. En 1.915 se licenció en la escuela de medicina de la Universidad de Kiev, especializándose en enfermedades infecciosas y venéreas. Con veinticuatro años, cuando aún no se había secado la tinta de su diploma, fue enviado a los desiertos helados de la Rusia rural, que entonces carecían de novedades como el automóvil, el teléfono o la electricidad. En 1.921 se mudó a Moscú y comenzó su carrera como escritor: él también fue cocinero antes que fraile.

"Diario de un joven médico" es una de sus obras, una breve novela en la que incluye nueve relatos, parcialmente autobiográficos, que explican algunas de las situaciones a los que se enfrenta un joven e inexperto médico rural durante su primera experiencia profesional, y transmite acertadamente el pánico que siente el protagonista al visitar a sus pacientes.

"Es usted un médico muy bueno, pero ha elegido la carrera equivocada. Tendría que haber sido escritor..."

El miedo le importunaba en forma de voz interior. Acababa de graduarse y su primer destino como dóctor había sido Gorelovo.
Los caminos estaban impracticables y a la consulta no acudían más de cinco personas al día. En las aldeas continuaban agramando el lino y él empezaba a acostumbrarse a su nueva vida: durante el día atendía a sus pacientes y por las noches se dedicaba a poner orden en la biblioteca, leer manuales de cirugía y tomar té junto al samovar... Pero llegó la oscuridad del invierno y sintió la necesidad de escapar. Hacia cuarenta y ocho días que había terminado la facultad: lo había hecho con sobresaliente, sí, pero un sobresaliente es una cosa y una hernia estrangulada otra. ¡¡¡No todo iban a ser laringitis y problemas estomacales!!!


La felicidad es como la salud: cuando la tienes no te das ni cuenta, pero cuando pasan los años la recuerdas, vaya si la recuerdas... El fue feliz en 1.917, cuando le trasladaron desde aquel remoto lugar, perdido entre tormentas de nieve, a la capital del distrito. Por primera vez en mucho tiempo se sintió como un ser humano cuya responsabilidad tenía unos límetes bien definidos. Le tocó ocuparse de la sección pediátrica de un gran hospital: la difteria y la escarlatina se apoderaron de sus días y de parte de sus noches. Se acostumbró a su nueva situación y empezó a olvidar aquel lejano rincón del mundo en el que él solo, sin apoyo de ningún tipo, había luchado contra la enfermedad.



¿Quién ocuparía su lugar ahora? Seguramente algún médico joven, como él. Por suerte no tendría que regresar nunca: pronto terminaría su periodo de prácticas y volvería a Moscú...

Se equivocaba. El contenido de una carta recibida de madrugada lo cambió todo:
¡Querido colega!

Padezco una grave y terrible enfermedad. No hay nadie que pueda ayudarme y yo no quiero pedirle ayuda a nadie que no sea usted.
Desde hace casi dos meses me encuentro en este distrito, que antes fue el suyo, y sé que usted está en la ciudad, relativamente cerca de aquí.
En nombre de nuestra amistad y de nuestros años en la universidad, le ruego que venga lo más deprisa posible...
Era la carta de alguien que sufre y pide ayuda. El doctor Poliskov, compañero suyo en la universidad, se moría, solo y desamparado, en Gorelovo. Le pedía ayuda...
Acudió a su lado, pero no pudo hacer nada por él. Murió, pero antes de hacerlo le entregó su diario para que pudiera leer la historia de su enfermedad.

He decidido no esperar. He renunciado a curarme. No hay esperanza y no quiero seguir sufriendo. 
Nunca jamás murmuraría con arrogancia que ya lo había visto todo pues, era consciente ya, de que, uno detrás de otro, pasarían años ricos en experiencias que nunca dejarían de sorprenderle... 

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