Manzanares el Real, 19 de mayo de 2.012
Torrelodones es una localidad madrileña situada junto a la carretera de La Coruña en la que yo me siento como en casa.
El
tiempo pasa muy deprisa y cuando echo la vista atrás descubro que hace ya ocho
años desde que Paloma y Juanjo me abrieron la puerta de su casa por primera
vez.
Desde
entonces han sido muchas las visitas en las que hemos compartido piscina, sol,
jardín, chimenea, cafés, cervezitas, alguna copa y sobre todo, muchas horas de
conversación y risas, convirtiendo su hogar en un rincón en el que siempre me
he sentido cómodo.
Gracias,
amigos.
Este
fin de semana, confiando en la llegada del buen tiempo, volví a visitarles, y
aunque mayo haya sido traicionero, volví a disfrutar.
En
esta ocasión aprovechamos para visitar el Castillo de Los Mendoza, situado en
Manzanares el Real, a los pies de La Pedriza, en la vertiente sur de la Sierra
de Guadarrama, y junto al embalse de Santillana; un lugar ideal para perderse.
Se
trata de un palacio-fortaleza mandado construir en 1.475 por D. Diego Hurtado
de Mendoza y Figueroa (1.417-1.479), segundo Marqués de Santillana y primer
Duque del Infantado.
Es
un edficio construido con piedra de granito, procedente en gran parte de los
muros del castillo viejo de Manzanares el Real del que apenas se conservan los
cimientos, de planta cuadrada con torres cilíndricas en sus esquinas salvo en
la situada en el sureste, donde se levanta la torre del homenaje, de forma
hexagonal, todas ellas decoradas con bolas características del estilo gótico
isabelino propio de la corona de Castilla.
Adosado
en el lado este se dispone un cuerpo secundario de forma rectangular
actualmente en estado ruinoso pero en el que aún se distingue el ábside de la
ermita románico-mudejar sobre el que se levantó el edificio.
Éste
dispone de un patio porticado y de dos hermosas galerías, y está rematado por
una terraza con matacanes y almenas desde donde se puede admirar el hermoso
paraje en el que se encuentra situado el castillo.
La fortaleza está circundada por una barbacana que le confiere mayor
empaque, con saeteras y troneras con el símbolo de la Cruz del Santo Sepulcro
de Jerusalén esculpido en memoria de D. Pedro González de Mendoza, consejero de
los Reyes Católicos, cardenal de España y hermano de D. Diego.
El
castillo únicamente se utilizó como residencia palaciega hasta 1.566.
Con
la muerte entonces de D. Iñigo López de Mendoza y Pimentel, cuarto Duque del
Infantado, surgieron las primeras disputas entre los herederos y problemas económicos
que condujeron a su deterioro.
En
los años sesenta y setenta el edificio fue sometido a importantes obras de
restauración promovidas por la diputación provincial y en la actualidad, aunque
sigue siendo propiedad del Ducado del Infantado, su administración y uso
corresponden a la Comunidad de Madrid.
El
interior del castillo alberga salas de exposiciones, paneles intereactivos y
colecciones de tapices, armaduras y mobiliarios de la época, que con Diego y
Lucia correteando a nuestro alrededor necesariamente hemos tenido que recorrer
de un modo un tanto precipitado pero que, en cualquier caso, no son lo más
interesente de la fortaleza.
Lo
que realmente merece la pena es pasear por las terrazas y galerías del castillo
y sobre todo por los jardines silvestres que rodean la barbacana perimetral y
que en esta época del año lucen sus mejores galas, dotando al conjunto de un colorido espectacular.
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