Segovia, 11-13 de octubre de 2.012
El día de El Pilar amaneció con las calles de San Ildefonso mojadas.
La torrencial lluvia que nos había acompañado a lo largo del viaje nos dio una tregua durante nuestro paseo nocturno pero parece que en la madrugada decidió regar La Granja.
Algunas nubes se han quedado enganchadas en la sierra pero con el pasó de las horas se disiparán para dar paso a un cielo azul que será nuestro compañero durante el resto del fin de semana.
Desayunamos y nos ponemos en camino.
El objetivo hoy es saborear los rincones de la vega del Eresma, una zona fertil donde se han encontrado restos que prueban la presencia humana en la zona mucho antes de la llegada de los romanos y de su asentamiento en el Alto del Postigo.
Entre el río y las Peñas Grajeras, en el camino que conduce a Segovia desde Arévalo, se alza el Arco de la Fuencisla, una puerta que permite el acceso a la ciudad por el barrio de San Marcos construida a principios del siglo XVIII y donde entonces se cobraba el pontazgo (impuesto de acceso a la ciudad).
Se trata de un monumental arco de medio punto que por su lado exterior muestra una imagen de San Fernando y por el interior un relieve del milagro de María del Salto.
Cuentan que vivía en Segovia una joven judía llamada Esther que se sentía atraída por la religión de Cristo. Algunos judíos lo descubrieron y ofendidos le acusaron de adulterio por lo que fue condenada a ser arrojada desde la cima de las Peñas Grajeras. Al ver la imagen de la Virgen de la Fuencisla, que presidía la puerta de la antigua catedral de Segovia, situada en el Alto del Postigo, frente al Alcázar, la joven se encomendó a ella y cuando fue lanzada al vacío una fuerza sobrenatural la sostuvo en el aire para posarla suavemente en el suelo. Poco después la joven se bautizó y la llamaron María del Salto.
La Virgen de la Fuencisla fue proclamada patrona de la ciudad y en las Peñas Grajeras se levantó una pequeña ermita en honor de la joven.
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El templo alberga también un fabuloso óleo pintado por José de Ribera ("Asunción de la Virgen") que impresiona por su luminosidad.
A unos pocos metros se levanta el convento de los Carmelitas Descalzos fundado por San Juan de la Cruz en 1.586 en Segovia, una ciudad a la que el místico avulense estuvo fuertemente vinculado desde que en 1.574 acompañó a Santa Teresa de Jesús cuando ésta fundó intramuros el Convento de San José.
Una placa esculpida en piedra con versos del poeta junto a la entrada de la iglesia constituye el homenaje del pueblo de Segovia al santo en el cuarto centenario de su muerte (1.991).
"LLama de amor viva"
¡Oh llama de amor viva
que etérnamente hieres
de mi alma en el más profundo centro,
pues ya no eres esquiva,
acaba ya si quieres;
rompe la tela de este dulce encuentro!
¡Oh cautiverio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado!
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga;
matando, muerte en vida la has trocado.
¡Oh lámpara de fuego!
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!
¡Cuan manso y amoroso
recuerdas en mi seno
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno,
cuan delicadamente me enamoras!
Una imponente escalera flanqueada por ocho pares de cipreses conducen a la iglesia cuyo interior alberga el sepulcro del santo, un opulento y ostentoso mausoleo impropio de la austeridad proclamada por el místico abulense construido en mármol y bronce en 1.926 para conmemorar los doscientos años de su canonización.
El altar mayor de la iglesia cuenta con un sorprendente retablo decorado por el carmelita mexicano Gerardo López Bonilla en 1.982, con motivo de la visita del Papa Juan Pablo II, compuesto por nueve cuadros inspirados en la obra poética de San Juan de la Cruz.
En el interior del templo se puede admirar también un Icono sobre el "Cántico Espiritual" escrito por el poeta de Fontiveros pintado por las carmelitas descalzas de Harissa (Líbano)
Muy próximo a la Alameda de la Fuencisla se encuentra el barrio de San Marcos y en la ladera que asciende hacia Zamarramala la iglesia de la Vera Cruz, un edificio de principios del siglo XIII tradicionalmente atribuido a la Orden del Temple aunque recientemente han aparecido indicios que hacen pensar que en realidad fue la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén la respomsable de su construcción y que en la actualidad depende de la Orden de Malta.
Se trata de una iglesia románica con muros de mampostería en los que se abren pequeñas ventanas saeteras de medio punto para dar luz al templo, de planta dodecagonal con tres absides y una nave circular decorada con pinturas murales prácticamente desaparecidas en torno a un edículo central de dos alturas.
El piso superior de éste, al que se accede por una doble escalera simétrica adosada al mismo, alberga un altar con decoración mudejar y sendas hornacinas con imágenes de los patrones de la Orden de Malta (Nuestra Señora de Philermo y San Juan Bautista), y era el lugar en el que los caballeros velaban las armas y en la actualidad es donde celebran sus actos religiosos los Caballeros de la Orden de la Malta. El piso inferior, cubierto mediante bóveda de crucería y al que se accede por cuatro arcos apuntados, era un espacio con funciones penitenciales.
Al primitivo edificio se le añadieron posteriormente un cuarto ábside, utilizado como sacristía, y una torre de planta cuadrada que en un primer momento se construyó exenta.
La Duquesa de Denia, Doña Maria de Guzmán, favoreció a principios del siglo XVI el acondicionamiento de los dos cuerpos inferiores de la torre para albergar la Capilla de Lignum Crucis y la construcción de un hermoso retablillo de piedra caliza perteneciente a la escuela de Juan Guas para enmarcar el nicho que contenía la santa reliquia, que en la actualidad se encuentra en la iglesia parroquial de Zamarramala.
En la actualidad el ábside central alberga una talla de Cristo Crucificado del siglo XIII mientras que el hermoso retablo de 1.516 que ocupaba su lugar ha sido trasladado a la zona norte de la nave circular.
Se trata de una hermosa tabla de vivos colores perteneciente a la escuela castellana y que representa diversas escenas de la vida de Cristo.
A la sombra de la Vera Cruz, en la terraza del restaurante San Marcos, hemos repuesto fuerzas degustando los primeros boletus de la temporada y el tradicional cochinillo asado segoviano antes de dirigirnos al Convento de Santa Cruz la Real, en la actualidad sede de la IE University.
Se trata de un edificio del siglo XIII fundado por Santo Domingo de Guzmán y reconstruido por los Reyes Católicos cuyo elemento más destacado es la portada gótica de la iglesia cuyo diseño y construcción corrió a cargo de Juan Guas y Sebastián de Almonacid.
Tallada en piedra, la portada responde al tipo de fachada-telón, propio del gótico final, y está decorada con un arco trilobulado y en cuyo tímpano aparece una imagen de La Piedad flanqueada por la reina Isabel y su esposo arrodillados en actitud orante.
Paseando junto al río Eresma hemos descendido por la Alameda del Parral, lugar de esparcimiento de los segovianos que entre frondosos chopos y platanos nos ha conducido hasta un remozado azud desde donde hemos ascendido hasta el Monasterio del Parral.
Cuenta la leyenda que una tarde del siglo XV Juan Pacheco, marqués de Villena y favorito del rey Enrique IV, acudió a la cita que en este paraje tenía para batirse en duelo con uno de sus muchos enemigos.
Junto a una pequeña ermita emboscada baja una gran parra le esperaba su rival, pero no sólo sino acompañado por dos espadachines más.
Viéndose perdido el marques se encomendó a la virgen y reto a sus oponentes: "traidor, no te valdrá tu traición pues si uno de los que te acompañan me cumple lo prometido, quedaremos iguales".
El farol surgió efecto desorientando a sus oponentes que pelearon entre ellos mientras él batía a su retador.
El marqués, agradecido, transformó la modesta ermita en el suntuoso monasterio que ahora podemos admirar.
Cuenta la leyenda que una tarde del siglo XV Juan Pacheco, marqués de Villena y favorito del rey Enrique IV, acudió a la cita que en este paraje tenía para batirse en duelo con uno de sus muchos enemigos.
Junto a una pequeña ermita emboscada baja una gran parra le esperaba su rival, pero no sólo sino acompañado por dos espadachines más.
Viéndose perdido el marques se encomendó a la virgen y reto a sus oponentes: "traidor, no te valdrá tu traición pues si uno de los que te acompañan me cumple lo prometido, quedaremos iguales".
El farol surgió efecto desorientando a sus oponentes que pelearon entre ellos mientras él batía a su retador.
El marqués, agradecido, transformó la modesta ermita en el suntuoso monasterio que ahora podemos admirar.
En realidad el Monasterio de Santa María del Parral es un monasterio jerónimo de clausura que el rey Enrique IV, siendo todavía príncipe, mandó construir en el año 1.447, haciéndolo bajo el nombre de su favorito Juan Pacheco para no hacer alarde de su condición.
Tras la muerte de Enrique IV en 1.474 se desencadenó una guerra sucesoria que enfrentó a la hija del rey, Juana la Beltraneja, y a la hermanastra de éste, Isabel. y que paralizó la construcción del monasterio. Sólo tras la coronación de Isabel en 1.479 pudieron concluirse las obras financiadas entonces por Diego López Pacheco, heredero de Juan Pacheco, y que en lo esencial finalizaron en el año 1.503.
En el siglo XIX el monasterio vivió una prolongada decadencia que concluiría con la retirada definitiva de los monjes en 1.835 motivada por la desamortización de Mendizabal.
En 1.925 la Dirección General de Rentas Públicas puso a disposición del obispado de Segovia el monasterio y los primeros postulantes de la Orden de los Jerónimos, que a punto había estado de desaparecer, comenzaron su reconstrucción.
Se abren las puertas del monasterio.
Nos saluda un laico que ha optado por compartir su vida con los ocho monjes de clausura que en la actualidad ocupan el monasterio.
Él es el encargado de acompañarnos en una visita que comienza frente a la inacabada fachada de la iglesia.
Tras la coronación de Isabel, Diego López Pacheco, segundo marques de Villena, afronta la finalización de la obra que su padre comenzó dando prioridad al interior del templo frente a un exterior que muestra una fachada prácticamente desnuda en la que destacan dos grandes escudos, el del propio Diego López a la izquierda y el de su esposa Juana Enríquez a la derecha.
La iglesia consta de una sola nave a la que se accede por debajo del coro sostenido por un vistoso arco carpanel de granito.
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El coro se prolonga a ambos lados de la nave en dos balcones que deberían ocupar dos órganos ausentes.
El abandono del monasterio durante un prolongado periodo de tiempo motivó su bandálico saqueo aunque la profusa decoración pétrea del templo hizo que aún se conserven elementos de gran belleza como el hermoso púlpito del siglo XV labrado en piedra caliza y decorado con una hermosa representación de Las Virtudes.
La capilla mayor, obra de Martín Sánchez Bonifacio y Juan Guas, se encuentra fuertemente iluminada por seis ventanales con modernas vidrieras flanqueados por un apostolado dispuesto en sus jambas obra de Sebastián de Almonacid.
Un hermoso retablo de madera policromada viste la capilla. Estructurado en tres calles y cuatro cuerpos esta dedicado a la Virgen y fue donado en 1.553 por Diego de Urbina, quién además pinto la desaparecida sarga que lo cubría durante la Semana Santa sustituida en la actualidad por dos telas pintadas del siglo XVI cedidas por el Museo de El Prado.
Sendos sepulcros de alabastro pertenecientes a Juan Pacheco y su esposa, María de Portocarrero, flanquean el retablo mayor configurando un armonioso conjunto.
En el brazo meridional del crucero se abre una vistosa portada trabajada en piedra atribuida a Juan Guas y Egas Cueman que da acceso a la sacristía.
Las importantes alteraciones que se observan en la magnifica portada parecen ratificar la teoría de que en realidad sirvió en origen para enmarcar el sepulcro de Doña Beatriz de Pacheco, marquesa de Medellín, hija del primer marques de Villena y enemiga acérrima de Isabel la Católica que pudo ordenar la retirada del mismo al lateral de la capilla en que actualmente se encuentra.
Abandonamos el templo y nuestro guía nos conduce al interior del monasterio de clausura para mostrarnos las pocas zonas no vedadas a las visitas.
Un alegre pórtico abierto a poniente de tres vanos con arcos de medio punto y singular sección curva flanqueado por un estanque de reciente construcción al que arroja agua un león de granito espera tras el portón y desde el pequeño jardín disfrutamos de una hermosísima panorámica de la ciudad.
"Enfrente, sobre la cintura de follaje verde de los árboles que rodean la ciudad, aparecen los bastiones de la muralla y encima las casas, de paredes oscuras y grises, y las espadañas de las iglesias. Como la corola sobre el verde cáliz se ve el pueblo, soberbia floración de piedra, y sus torres y pináculos se destacan perfilándose en el azul intenso y luminoso del horizonte".
Concluimos la visita accediendo desde el pórtico al claustro de la Portería, pequeño y recogido, con arcos similares a los de aquél, donde descansamos un rato para continuar después nuestro paseo por la vega del Eresma porque, aunque pueda no parecerlo, no todo son iglesias y monasterios a orillas del río....
Tras la muerte de Enrique IV en 1.474 se desencadenó una guerra sucesoria que enfrentó a la hija del rey, Juana la Beltraneja, y a la hermanastra de éste, Isabel. y que paralizó la construcción del monasterio. Sólo tras la coronación de Isabel en 1.479 pudieron concluirse las obras financiadas entonces por Diego López Pacheco, heredero de Juan Pacheco, y que en lo esencial finalizaron en el año 1.503.
En el siglo XIX el monasterio vivió una prolongada decadencia que concluiría con la retirada definitiva de los monjes en 1.835 motivada por la desamortización de Mendizabal.
En 1.925 la Dirección General de Rentas Públicas puso a disposición del obispado de Segovia el monasterio y los primeros postulantes de la Orden de los Jerónimos, que a punto había estado de desaparecer, comenzaron su reconstrucción.
Se abren las puertas del monasterio.
Nos saluda un laico que ha optado por compartir su vida con los ocho monjes de clausura que en la actualidad ocupan el monasterio.
Él es el encargado de acompañarnos en una visita que comienza frente a la inacabada fachada de la iglesia.
La iglesia consta de una sola nave a la que se accede por debajo del coro sostenido por un vistoso arco carpanel de granito.
El coro se prolonga a ambos lados de la nave en dos balcones que deberían ocupar dos órganos ausentes.
El abandono del monasterio durante un prolongado periodo de tiempo motivó su bandálico saqueo aunque la profusa decoración pétrea del templo hizo que aún se conserven elementos de gran belleza como el hermoso púlpito del siglo XV labrado en piedra caliza y decorado con una hermosa representación de Las Virtudes.
La capilla mayor, obra de Martín Sánchez Bonifacio y Juan Guas, se encuentra fuertemente iluminada por seis ventanales con modernas vidrieras flanqueados por un apostolado dispuesto en sus jambas obra de Sebastián de Almonacid.
Un hermoso retablo de madera policromada viste la capilla. Estructurado en tres calles y cuatro cuerpos esta dedicado a la Virgen y fue donado en 1.553 por Diego de Urbina, quién además pinto la desaparecida sarga que lo cubría durante la Semana Santa sustituida en la actualidad por dos telas pintadas del siglo XVI cedidas por el Museo de El Prado.
Sendos sepulcros de alabastro pertenecientes a Juan Pacheco y su esposa, María de Portocarrero, flanquean el retablo mayor configurando un armonioso conjunto.
Las importantes alteraciones que se observan en la magnifica portada parecen ratificar la teoría de que en realidad sirvió en origen para enmarcar el sepulcro de Doña Beatriz de Pacheco, marquesa de Medellín, hija del primer marques de Villena y enemiga acérrima de Isabel la Católica que pudo ordenar la retirada del mismo al lateral de la capilla en que actualmente se encuentra.
Abandonamos el templo y nuestro guía nos conduce al interior del monasterio de clausura para mostrarnos las pocas zonas no vedadas a las visitas.
Un alegre pórtico abierto a poniente de tres vanos con arcos de medio punto y singular sección curva flanqueado por un estanque de reciente construcción al que arroja agua un león de granito espera tras el portón y desde el pequeño jardín disfrutamos de una hermosísima panorámica de la ciudad.
"Enfrente, sobre la cintura de follaje verde de los árboles que rodean la ciudad, aparecen los bastiones de la muralla y encima las casas, de paredes oscuras y grises, y las espadañas de las iglesias. Como la corola sobre el verde cáliz se ve el pueblo, soberbia floración de piedra, y sus torres y pináculos se destacan perfilándose en el azul intenso y luminoso del horizonte".
(Pío Baroja)
Concluimos la visita accediendo desde el pórtico al claustro de la Portería, pequeño y recogido, con arcos similares a los de aquél, donde descansamos un rato para continuar después nuestro paseo por la vega del Eresma porque, aunque pueda no parecerlo, no todo son iglesias y monasterios a orillas del río....
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