Santander, 12 de abril de 2.016
Luciano de Crescenzo nació en Nápoles en 1.928. Es un polifacético escritor y artista que confiesa pertenecer a una generación que nunca jugó a indios y vaqueros: quizás porque en los años cuarenta todavía no habían llegado a Italia las películas de John Wayne o porque Mussolini conducía a su país más hacia el 'mundo clásico' que hacia el Far West, lo cierto es que los chicos de su barrio, cuando tenían que montar una gresca, preferían dividirse en griegos y troyanos, y no en sioux y soldados del Séptimo de Caballería.
En 1.991, estimulado por un incontenible deseo de volver a vivir aquellos días, se decidió a relatar él también, como Homero, la guerra de Troya, y publicó su particular y divertida visión del épico conflicto: "Helena, Helena, amor mío".
Lo que más me gusta de los dioses griegos es su 'terrestridad': son omnipotentes y omniscientes, como las divinidades de otras religiones, pero además sufren, gozan, gritan y se enfadan como si tomaran parte de una reunión de vecinos...
Tetis era una hermosa ninfa deseada por muchos dioses, pero las Moiras habían vaticinado que su primogénito sería más poderoso que se padre, de ahí que el díscolo Zeus, aterrorizado ante la posibilidad de engendrar un poderoso pretendiente al trono del Olimpo, hubiese renunciado a yacer con ella y le hubiese obligado a casarse con Peleo, un simple mortal sobre el que pesaban algunos delitos sin importancia.
Nadie recordó invitar a Eris, diosa de la discordia, a la boda de Tetis y Peleo pero ella, indignada, se presentó en el banquete y sin decir una palabra entregó a Zeus una manzana dorada en la que se podía leer una funesta inscripción que decía: "para la más bella".
¿A quién debería entregar la manzana el rey de los dioses? Hera, Atenea y Afrodita destacaban por su belleza sobre las demás pero una era su esposa y las otras sus hijas, así que, para no ser acusado de parcialidad, prefirió designar a un simple mortal como juez de la contienda...
Hace tiempo, una noche, Hécuba despertó empapada en sudor: había tenido una horrible pesadilla que sin ninguna duda presagiaba la destrucción de Troya. Impresionado por el premonitorio sueño de su esposa, el rey Príamo reunió a los más prestigiosos adivinos de su reino y éstos dictaminaron que, para que la corazonada no se convirtiese en realidad, el propio rey debería matar a Paris, el más pequeño de sus hijos.
La tenebrosa Casandra ratificó el veredicto de los videntes, pero Apolo, a quien ella había rechazado después de que éste la hubiera cortejado largamente, prometiéndola el don de prever el futuro con tal de llevársela a la cama, le había condenado a que nunca nadie le creyera. Esto hizo que Priamo no quisiera matar a su hijo recién nacido y confiara el encargo a un pastor conocido suyo quien, incapaz de matar a una mosca, se limitó a abandonarlo en el monte Ida, donde el pequeño sobrevivió gracias a los cuidados de una osa que por allí pasaba.
Pasó el tiempo y el joven Paris, ignorando que por sus venas corría sangre real, ajeno a los tejemanejes de los dioses, vivía feliz, cuidando un rebaño de ovejas, cuando ante sus ojos aparecieron las tres diosas más bellas del Olimpo: Hera, Atenea y Afrodita. Él debería decidir cuál de ellas era la más hermosa de todas...
Las diosas le ofrecieron poder, inteligencia y amor, y el pastor escogió la única propusta que entendió. Afrodita le había ofrecido ser el más amado de los hombres y entregarle como compañera a Helena de Esparta, la mujer más hermosa del mundo. ¿Cómo no entregarle a ella la polémica manzana?: "¡Helena, Helena, amor mío!".
Poco después el destino quiso que Paris viajase a Troya. Conoció a sus padres y el rey le envío a Grecia para parlamentar con los aqueos. Conoció a Menelao y también a su esposa, la hermosa Helena. Con la ayuda de Afrodita primero la sedujo y después la raptó: ¡así fue como empezaron las tribulaciones de Troya!
El protagonista de la novela es Leonte, un muchacho de dieciséis años que nueve años después del comienzo de las hostilidades parte hacia el frente en compañía de Gemónides, su maestro. Va en busca de su padre, el rey de Gaudos, de quien no tiene noticias desde hace cinco años, y aunque le excita la idea de combatir codo con codo con héroes de la envergadura de Áyax Telamón o Aquiles -para él similares a los dioses-, siente cierto temor al encaminarse a conocer el mundo precisamente en tiempos de guerra.
Él será el encargado de guiarnos por el tablero en el que los dioses del Olimpo juegan su más cruenta partida: ¡que la suerte nos acompañe!
No hay comentarios:
Publicar un comentario