Santander, 13 de octubre de 2.017
La escritora alicantina Elia Barceló confiesa que en sus historias
siempre hay un misterio que desvelar, un secreto que al final se descubre y
unos comportamientos que solo se entienden cuando se cierra la novela.
En "El color del silencio" caminamos, envueltos por la culpa, al ritmo
impuesto por los recuerdos: “un pasito para delante, un pasito para detrás…”, buceando
en los secretos encerrados en las dos cajas de cartón que su madre dejó a Helena antes de morir…
Cada ser humano es un espíritu enorme encerrado en un cuerpo muy pequeño que envejece muy deprisa en un círculo familiar y de amistades diminuto, y nadie quiere saber nada de nadie, porque saber duele y hace que se derrumben los altos castillos que fabricamos al querer a alguien.
Helena se preguntaba qué era lo que le
impulsaba a hurgar en su pasado pese a ser consciente de que este no se puede
cambiar -ni siquiera comprender-, pues la mayor parte de las cosas que
ocurrieron se han desdibujado hasta el punto de que ni ella misma sabe a ciencia
cierta si tuvieron lugar como las recuerda o si el tiempo y la narración las
han cambiado sutilmente, convirtiéndolas en la historia que ella, a base de
omitir detalles, resumir e intentar dar coherencia a lo que sucedió, ha elegido
contar.
Puede que no fuera la misma si
su hermana Alicia no hubiera muerto. Quién sabe si se habría limitado a ser su socia, a ocuparse de la administración de su empresa y a pintar solo
como hobby, en los ratos libres, o si, de todos modos. habría salido huyendo
despavorida, abandonando a su familia, para lanzarse a la vida de artista que
le llevó a recorrer el mundo entero... Todo sucedió el 20 de julio de 1969: la noche en
que la especie humana llegó a la Luna. Ella tenía veintidós años y estaba de
vacaciones con su hermana y su cuñado en la casa que sus padres tenían en
Marruecos. Tenían previsto dar una fiesta en el jardín para celebrar el
alunizaje, pero por la tarde Alicia tuvo que salir a recoger unas telas que
habían encargado para la decoración de la finca. Nunca regresó: su cadáver apareció al día
siguiente. Desde entonces ella se había sentido impotente, estúpida y furiosa
por no saber quién lo hizo. Se sentía culpable de la muerte de su hermana y le
hubiera gustado que alguien se lo reprochara para poder defenderse y gritar a los cuatro vientos que ella no tuvo nada que ver en ello, pero nadie lo hizo. Quisiera poder pasar
página y dejar todo aquello atrás, pero han pasado cuarenta y ocho años y sigue
sin ser capaz de hacerlo...
Los muertos se quedan congelados para siempre en sus virtudes mientras que los vivos
cambian, evolucionan, toman decisiones, se separan, se alejan y te abandonan… Tras
la muerte de Alicia, ella se convirtió en la única esperanza de sus padres, pero prefirió alejarse de ellos, separarse de un marido al que nunca quiso y
marcharse dejando atrás un hijo que había llegado por casualidad, sin que nadie
lo llamara. Le tildaron de egoísta, de loca, de mala hija y de mala madre, pero nunca le importó...
Hace años que no habla de Alicia con
nadie: mertos sus padres y desparecido su cuñado Jean-Paul en las nieblas del
tiempo y la distancia, no ha tenido a nadie con quien poder hacerlo. Si el horrendo
crimen hubiera tenido lugar en la actualidad, la prensa se habría llenado de
fotos, detalles escabrosos e inoportunas entrevistas, y en los programas de
televisión unos cuantos descerebrados, vulgares e incultos, habrían hablado durante
horas, a gritos y quitándose mutuamente la palabra, sobre la muerta, su familia
y su trabajo, inventando sobre la marcha detalles picantes o macabros, pero en
este caso resultaba llamativa la falta de información. Los recuerdos encerrados por su madre en un par de cajas de cartón pueden abrirle la puerta del pasado: ya va siendo hora de conocer la verdad...
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