Santander, 20 de diciembre de 2.017
“Hubo un tiempo en que la cocaína se
utilizaba casi como si fuera una aspirina… Pasaron décadas hasta que el mundo
entendió lo nociva que era para la salud”
(Bárbara Celis)
Sherry
Turkle es una psicóloga norteamericana que hace más de veinte años se mostraba
muy optimista respecto a los beneficios que para la salud física y mental del
ser humano habría de tener su interacción con las nuevas tecnologías (internet,
la realidad virtual…). Corría el año 1.995 cuando publicó su libro “Life on the
screen” y entonces pensaba que “nuestras
experiencias digitales enriquecerían nuestra vida real”, pero no fue capaz
de prever que el futuro consistiría
en vivir constantemente en simbiosis con un ordenador encendido: ¡el móvil!, lo
cual hace que, en la actualidad, resulte prácticamente imposible mantener una
conversación con nadie acaparando toda su atención y sin ser interrumpido.
Tal
vez por eso, después de analizar durante quince años el modo en que los niños,
jóvenes, adultos y ancianos del mundo más desarrollado se relacionaba con las
nuevas tecnologías, tanto en el ámbito privado como público, decidió alertar a
quien le quisiera leer (“En defensa de la conversación”, 2.017) del peligro que
suponen para nuestra ‘psique’ los teléfonos que llevamos en los bolsillos, ya
que estos “cambian nuestras mentes y
nuestros corazones, ofreciéndonos tres fantasías muy gratificantes: podemos
tener atención constante, siempre va a haber un foro en el que seamos
escuchados y nunca tendremos que estar solos”.
Lamentablemente,
hemos dejado de sentirnos cómodos en el “cara
a cara” o en el “cuerpo a cuerpo” propugnados
por tipos como E. Bunbury (Hay muy poca
gente, 2.008), pero Sherry Turkle sostiene que no es tarde para cambiar, y
aboga por una conversación, real y de calidad, que nos permita aprender de
nuevo a relacionarnos con los demás y ponernos en su lugar. El problema existe:
es hora de afrontarlo…
Las
nuevas tecnologías nos seducen porque nos permiten estar siempre ‘conectados’ y
presentarnos ante los demás como deseamos ser, interpretando una versión
‘mejorada’ de nosotros mismos. Apenas sabemos quiénes somos y necesitamos
recurrir a los demás para apuntalar nuestra frágil personalidad. Conocernos y
aceptar nuestras debilidades es esencial para aumentar nuestra felicidad e
enriquecer nuestra creatividad y nuestra productividad, pero pasamos tanto
tiempo ‘enganchados’ a nuestros dispositivos móviles que no tenemos ocasión de
encontrarnos con nosotros mismos. Aprender a estar solos y sentirnos cómodos
hará que nos resulte más fácil abrirnos a los demás, verlos como lo que
realmente son -personas distintas e independientes de nosotros-, y aumentar
nuestra sociabilidad, pero es un proceso arduo que supone tiempo y disciplina.
Estar a gusto con uno mismo requiere un aprendizaje que ha de llevarse a cabo
en presencia de otras personas, respetando y compartiendo sus silencios.
Que
lejos quedan las noches junto a mi abuelo... Yo solo era un niño, pero recuerdo que
me encantaba ir a pasar el fin de semana a su casa: después de cenar, antes de
acostarnos, nos asomábamos juntos a la ventana y allí permanecíamos un buen
rato. Apenas hablábamos, pero le sentía cerca y eso me bastaba.
Ser
capaces de disfrutar de la soledad aumentará nuestra capacidad de
introspección, lo cual nos brindará la oportunidad de comprendernos mejor,
relativizando la información que sobre nosotros mismos nos aportan los demás,
aunque nos vuelve vulnerables, por lo que requiere privacidad y confidencialidad.
En
ocasiones buscamos soluciones más sencillas y recurrimos a aplicaciones
tecnológicas que, a partir de nuestros hábitos, elaboran un ‘yo cuantificado’
con el que evalúan nuestra salud física y emocional, pero hemos de ser
conscientes de que, cuando nos ‘desnudamos’ en las redes sociales, nos
autocensuramos y modificamos nuestra conducta debido a que, aunque las
utilizamos como un espacio privado, sabemos que no lo son. Somos menos
honestos, pero, en cualquier caso, los datos obtenidos pueden ayudarnos a
conocernos mejor, siempre y cuando los utilicemos solo como un punto de partida
que nos conduzca a un diálogo interior con nosotros mismos. Actuar antes de
haber llegado a comprenderse uno mismo no conduce a nada bueno....
El
papel que juegan las nuevas tecnologías en nuestras relaciones interpersonales
es muy complejo: nos mantienen unidos a nuestros familiares y amigos cuando
estamos lejos, pero nos apartan de ellos cuando estamos juntos. Los mensajes de
texto, los correos electrónicos o los grupos de chat, nos permiten expresarnos
con mayor precisión, por lo que recurrimos a ellos para mantener muchas de las
conversaciones que antes teníamos cara a cara, evitando situaciones incómodas,
desagradables y difíciles, aunque en muchas ocasiones útiles. Somos vulnerables
a las gratificaciones emocionales que nuestros dispositivos nos ofrecen. Se
puede decir que, de alguna manera, nos estamos volviendo adictos a ellos,
aunque eso suponga desperdiciar la oportunidad de sentirnos escuchados y
comprendidos. Conversar en familia potencia la empatía, brinda la posibilidad
de expresar sentimientos y emociones sin dejarse llevar por impulsos
incontrolados, y genera una sensación de privacidad que nos permite expresarnos
libremente, sin autocensurarnos. Los dispositivos móviles dispersan nuestra
atención. Nuestros interlocutores no se sienten escuchados; se sienten
ignorados y dejan de confiar en nosotros.
Los
niños han de aprender a relacionarse y a confiar en los demás, y para hacerlo
necesitan adultos que permanezcan a su lado de forma estable y consistente.
Promover la conversación con nuestros hijos hará que estos desarrollen
cualidades relacionadas con la confianza o la autoestima, y valores como la
empatía, la amistad o la intimidad, permitirá que se expresen con mayor fluidez,
y posibilitará que tengan más facilidad para abrirse a los demás…
La
presencia de dispositivos electrónicos en nuestros grupos de conversación hace
que estas sean ligeras, fragmentadas y menos empáticas. Preferimos comunicarnos
mediante mensajes de texto porque estos nos permiten ser menos espontáneos y
‘equivocarnos’ menos, pero estamos desaprovechando la oportunidad de descubrir
algo inesperado sobre otras personas o ideas. Eliminemos la tentación…
Nos
hemos vuelto adictos a la multitarea y esto hace que nos cueste fijar nuestra
atención en los demás. Recuperar la conversación nos permitirá redescubrir el
interés por los puntos de vista de aquellos con los que no estamos de acuerdo,
lo cual favorece la creatividad, la producción y la innovación.
Como
ciudadanos, el mundo digital en el que vivimos nos plantea un nuevo reto.
Internet constituye un flujo de información constante que nos ayuda a
movilizarnos para pasar a la acción y enfrentarnos a un problema, pero corremos
el riesgo de acercarnos solo a aquellas posturas y posicionamientos que
coinciden con los nuestros, sin contemplar otras posibilidades, ya que la red
nos muestra solo aquello que ya conocemos. Nos invita a lanzarnos a la acción
evitando la reflexión y el compromiso, sin tener en cuenta que los cambios no
son fáciles, ni inmediatos, y que para asumir ciertos riesgos necesitamos forjar
vínculos fuertes y comprometidos con nuestros compañeros de viaje.
Coexistimos
con una representación digital de nosotros mismos que queda archivada para
siempre en la red. Lo afirma S. Turkle, y también E. Bunbury: “cuidado que nos vigilan” (“Porque las cosas
cambian”, 2.008). Saben qué leemos, qué compramos, por dónde nos movemos,
quiénes son nuestros amigos, con quién hablamos... Todo está en la nube y el
deseo de privacidad se considera sospechoso.
El
mundo virtual se ha convertido en un refugio para el ser humano, pero internet
puede llegar a convertirse en un obstáculo para la vida. Estamos sacrificando
valores tan preciados como la empatía o la imaginación para lanzarnos a los
brazos de inteligencias artificiales que nunca serán capaces de comprendernos,
ni de ponerse en nuestro lugar; un mundo sin decepciones ni reproches, en el que
el riesgo o el cariño no existen.
Es
preciso ponerle límites a la tecnología, respetar nuestros momentos de
intimidad y crear espacios libres de dispositivos electrónicos en los que
podamos encontrarnos con nosotros mismos, o mantener una conversación con
alguien sin temor a ser interrumpidos. Debemos comprender que las pantallas no
son nuestras compañeras naturales, y utilizarlas solo de manera deliberada. De
este modo, seremos conscientes de lo que hacemos con ellas, les daremos un uso
más racional y, en ocasiones, con la misma deliberación, seremos capaces de
darnos un respiro y apartarnos de ellas.
Los
correos electrónicos o los mensajes de texto invitan a elaborar respuestas
rápidas, pero estas no siempre son las más adecuadas e inteligentes. Es preciso
que seamos capaces de tomarnos nuestro tiempo para escucharnos a nosotros
mismos y reflexionar. Crear
espacios sagrados para la conversación, libres de interrupciones, permitirá que
nos sintamos escuchados y prestemos atención a nuestros interlocutores, sin
recurrir a generalidades, ni eludir conversaciones difíciles. Hablar con gente
con la que no estamos de acuerdo nos permitirá aprender cosas nuevas y adoptar
nuevos puntos de vista. Defender nuestra postura nos ayudará a reflexionar,
enfrentándonos a nosotros mismos y mostrándonos como realmente somos.
Recientemente,
durante mi periodo de prácticas universitarias correspondientes al Grado de
Educación Primaria, he acudido a un centro escolar que, por decisión unánime de
su claustro de profesores, se ha convertido en un ‘espacio libre de móviles’,
lo cual no implica tener que renunciar a los beneficios que pueden aportarnos
las nuevas tecnologías ya que, tanto los docentes como sus alumnos, pueden
hacer uso de ordenadores y chromebooks con fines educativos siempre que lo
consideren necesario. Esta decisión, que ha pasado a formar parte del Plan de
Convivencia del centro, supone que en el interior de sus instalaciones dichos
dispositivos han de permanecer desconectados en todo momento, y afecta tanto al
alumnado como a sus familias y al profesorado, que siempre que sea necesario
podrá hacer uso del teléfono fijo situado en secretaría. Esta medida, instaurada de manera natural, sin ocasionar graves perjuicios a nadie, ha
favorecido la convivencia en un centro cuyo ideario humanista se caracteriza
por promover la socialización y el respeto a los demás.
Una
conversación de calidad exige que nos concentremos en lo que hacemos. Las
nuevas tecnologías hacen que nos dispersemos. La multitarea genera estrés,
perjudica el rendimiento, y reduce tanto la creatividad como la productividad.
Hemos de ser capaces de quedarnos a solas con nosotros mismos, y de entender el
aburrimiento como una oportunidad de encontrar algo interesante en nuestro
interior, en lugar de verlo como una pérdida de tiempo.
Es
preciso que defendamos nuestra intimidad y el respeto a nuestra privacidad con
uñas y dientes, y que no renunciemos a ellos por mera comodidad. Nuestras
conversaciones nos permiten mostrarnos tal y como somos porque solo las
compartimos con quien nosotros queremos. No están en la nube: ¡son nuestras y
de nadie más!
Como
futuro docente, entiendo que la comunidad educativa ha de evolucionar y
adaptarse a la sociedad en la que vive, pero esto no implica asumir, sin más,
los inconvenientes impuestos por las nuevas tecnologías. Los dispositivos
electrónicos son una realidad que forma parte de la vida de nuestros alumnos y
hace que su atención se disperse. Les invita a hacer muchas cosas a la vez:
buscar información, enviar correos electrónicos, preparar una presentación,
actualizar sus redes sociales… La multitarea resulta atractiva, pero no
favorece el aprendizaje, ya que potencia la atención fragmentada y hace que
disminuya la capacidad de concentración, con lo que, al final, no somos capaces
de profundizar en nada. Dentro del aula se acumulan recursos que, en muchas
ocasiones, cuando los alumnos vuelcan su atención en los dispositivos móviles,
se desperdician: su atención se dispersa, les cuesta organizarse y su rendimiento
decae.
Hoy
en día, gracias a internet, nuestros alumnos -y nosotros mismos-, tenemos
acceso a una cantidad de información ilimitada, pero apenas sabemos utilizarla.
Buscamos respuestas rápidas: vemos imágenes y leemos titulares, pero no
profundizamos en sus contenidos, ni relacionamos ideas o hacemos inferencias…
Apenas comprendemos lo que leemos porque no conocemos los contextos en los que
nos movemos. Confiamos en que toda la información que podamos necesitar está en
internet, a solo un ‘clic’ de distancia.
Hemos
asumido que todo está en la nube -fuera de nuestros cerebros-, y con eso nos
conformamos, pero elaborar juicios rápidos y correctos requiere haber
interiorizado determinados conocimientos. No basta con saber dónde está la
información que necesitamos y tener acceso a la misma, sino que es preciso
haberse empapado de ella. Prestar atención en clase, escuchar, tomar apuntes o
plantear preguntas, ayuda a los alumnos a comprender la materia: facilita su
aprendizaje, mejora su capacidad de introspección, despierta su espíritu
crítico y potencia su sociabilidad. Compartir sus respuestas con sus compañeros
les ayuda a responsabilizarse de sus ideas, brindándoles la oportunidad de
establecer diálogos, superando su nerviosismo, y obligándoles a reflexionar
sobre ellas.
Las nuevas tecnologías pueden ser un
fantástico punto de partida, pero no debemos dejar que se conviertan en nuestra
razón de ser. Son un instrumento del que hemos de servirnos de manera
consciente, pero no podemos pretender que resuelvan todos nuestros problemas; es
más, hemos de asumir que es posible que generen problemas nuevos a los que
habremos de hacer frente. Tan malo es resistirse a los cambios como acatarlos
sin ningún tipo de reparo…
Sherry
Turkle nos propone un ejercicio de reflexión muy recomendable y publica un libro un poco largo, pero fácil de leer, en el que recoge multitud de testimonios de personas con vidas similares a las
nuestras, invitándonos a evaluar el papel que las nuevas tecnologías
juegan en ellas. Los dispositivos digitales captan toda nuestra atención y no
nos dejan ver más allá de sus pantallas. ¡Basta ya! Detengámonos un momento y parémonos a pensar. Busquemos respuestas en nuestro interior y abramos la puerta de
la conversación cara a cara a aquellas personas que tenemos a nuestro
alrededor: familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo… ¡Otra realidad es
posible!
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