París, 11-14 de diciembre de 2.016
Dejamos atrás el frenesí del bulevar Haussmann y, después de detenernos a contemplar la deslumbrante fachada principal de la Opera Garnier, nos acercamos a la Place Vendôme, refugio de reputados joyeros como los herederos de Louis-François Cartier.
Desde allí, accedemos a los soportales de la Rue Rivoli y, después de tomar un reconfortante cafetín, nos desplazamos hasta la Place du Carrousel y las ilumadas puertas del Louvre.
Buscamos las tililantes aguas del Sena y nos topamos con el Pont des Arts, una pasarela peatonal que une el Museo del Louvre con el Instituto de Francia.
En 1.802, Napoleón I dictaminó que la academía debía de ser clausurada y poco después, en 1.805, trasladó al palacio el Instituto de Francia, institución académica que en la actualidad agrupa la Academia Francesa, la Academia de las Inscripciones y las Lenguas Antiguas, la Academia de Ciencias, la Academia de Bellas Artes y la Academia de Ciencias Morales y Políticas.
Construido en 1.804, este fue el primer puente metálico de la capital francesa. En 1.976, debido a su mal estado de conservación, tuvo que ser clausurado, y dos años más tarde, después de que una barcaza chocara contra uno de sus pilares, se vino abajo. Entre 1.981 y 1.984 el punte fue reconstruido, disponiendo un tablero de madera sobre una estructura metálica que reproduce la celosía original, aunque con dos pilares menos.
Cruzamos el río, pero a mitad de camino, entre una orilla y otra, hacemos una parada para girarnos hacia la izquierda y toparnos con una estampa fabulosa: el sauce llorón que preside la romántica plazoleta de Vert-Galant acaricia con sus ramas las tranquilas aguas del Sena, ajeno a las rutilantes luces del Pont Neuf, que palpitan doradas sobre el líquido elemento.
La fuente de Saint-Michel, que ocupa la totalidad de una de las paredes de un edificio de seis plantas, estaba destinada precisamente a ocultar la antiestética fachada generada por las obras de apertura del bulevar homónimo. El conjunto, que tiene la estructura de un arco de triunfo, está presidido por una escultura firmada por Francisque Duret que representa la lucha del bien contra el mal, con la imagen del arcángel San Miguel, espada en mano, sometiendo al demonio.
Dos dragones escupen agua al estanque situado a los pies del pedestal sobre el que se alza la escultura, la cual está flanqueada por cuatro columnas corintias de mármol rojo de Languedoc sobre las que se alzan sendas alegorías de las cuatro virtudes cardinales: la templanza, la justicia, la prudencia y la fortaleza.
Remontamos el bulevar Saint-Michel buscando el bulevar Saint-Germain, corazón de la novela que tengo entre manos: "La casa que amé", de Tatiana de Rosnay...
Hace más de ciento cincuenta años, las tropas de obreros del emperador Napoleón reventaron el Barrio Latino con el fin de obtener unos bulevares interminables y un montón de edificios grandes, idénticos unos a otros. La casa de Armand Bazelet se convirtió entonces en una inagotable fuente de esperanza, pero, por mucho que la busco, no la encuentro. Debería estar junto a la iglesia de Saint-Germain-de-Prex, pero el pintoresco encanto del París medieval tuvo que desaparecer para dejar paso a la monumental ciudad de la luz.
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