jueves, 7 de junio de 2018

LA SAGA DE LOS LONGEVOS (I) - LA VIEJA FAMILIA: ¿fantasía o realidad?

Santander, 31 de mayo de 2.018


Me habían recomendado leer “La saga de los longevos” varias veces. Tantas que, yo mismo, pese a no haberlo hecho todavía, había empezado a recomendarla también. Me asusté. ¡Eso no podía ser! Había que ponerle remedio: necesitaba saber de qué estaba hablando…

Eva García Sáenz de Urturi es una novelista de éxito del siglo XXI: alfabetizada mediáticamente, experta en marketing online y poseedora de una técnica muy depurada, pero sin un estilo característico que le haga diferente a los demás y carente de duende. Diplomada en óptica y optometría, abandonó el sector óptico para dedicarse profesionalmente a la literatura después de que las redes sociales convirtieran “La vieja familia” (2.012) -primera parte de “La saga de los longevos”-, en un fenómeno viral.


Natural de Vitoria, desconozco cuales son las razones que le empujaron a ambientar la saga en nuestra tierruca, pero lo cierto es que se toma la molestia de describir las costumbres y rincones de Cantabria con una precisión un tanto obsesiva, un atractivo más para leer una novela que engancha. Detrás de los mitos y leyendas que nos acompañan cada día, ¿no habrá cierta dosis de verdad…?


Iago del Castillo ha sido ladrón y asesino, esclavo y señor, amante y esposo, a veces leal y a veces infiel. Ha curado y cercenado vidas, pero nunca ha susurrado al oído de reyes, ni dirigido imperios en la sombra. Si alguna vez partió hacia la batalla, no fue para liderar ejércitos, sino para luchar en segunda línea. No ha muerto nunca, pero ha sido torturado más veces de las que su memoria puede recordar. Dejó de practicar los idiomas que sabía cuando llevaba aprendidos un centenar, y ahora solo habla dieciséis. Ha tenido unas mil identidades diferentes a lo largo de su vida: una cada diez años. No es inmune a los estragos del amor; ha enviudado docenas de veces, pero también se ha separado unas cuantas. Nunca ha estado más de una década con la misma mujer. Ha tenido cuatrocientos cuatro hijos, y a todos les abandonó antes de que cumplieran diez años. Ha estudiado cincuenta y tres carreras universitarias; ha sido rector en cuatro ocasiones y profesor unas quince, pero nunca de Historia. No soporta las incorrecciones de las versiones oficiales - “fingir no saber lo que he vivido resulta tan frustrante…”-, sin embargo, es consciente de que ha de contemporizar: ‘todo tiene su momento adecuado, ni antes ni después…’, esa ha de ser siempre la primera regla de un longevo.

Héctor, su padre, nació en el vestíbulo de la cueva de Monte Castillo. Es el decano de la humanidad y sus más de 20.000 años de edad le convierten en el progenitor de todos los homosapiens vivos de nuestro planeta.
Su madre, por el contrario, procedía del norte de Europa. Encabezaba un clan que llegó a los pies del monte situado a la vera del Pas después de ver cómo, en un breve periodo de tiempo, el deshielo había devorado sus poblados situados junto al mar.
Poco después de su primer encuentro, nació él. Creció entre el bosque, los acantilados y las cuevas de Monte Castillo. Su padre permaneció con ellos hasta que ella empezó a envejecer; entonces desapareció. Algunos le dieron por muerto, pero su madre y él no dejaron de buscarle. Cuando por fin le encontraron, les explicó que, si se había ido, había sido para ocultar al mundo el hecho de que no podía envejecer. En una época en la que se convivía a diario con lo sobrenatural aquello no parecía tan increíble: ¡no les costó creerle!
Permanecieron juntos, pero obligados a mudarse cada pocas estaciones. Su madre acabó muriendo, pero él y su padre continuaron su camino. El paso de los años terminó confirmando lo que ya sospechaban: ¡que Iago tampoco envejecía! Juntos fueron adaptándose a los nuevos tiempos…

No es que sean inmortales, o estén congelados en el tiempo, simplemente son longevos: a partir de los treinta años, su envejecimiento se ralentiza hasta límites insospechados (un año cada dos milenios). El secreto no está en la fuente de la eterna juventud, el jade, la ambrosía o el oro en las venas. Tampoco en las visitas de extraterrestres ni en una dieta rica en antioxidantes. El secreto está en su genética: una mutación que mantiene activa la telomerasa de su organismo, reparando una y otra vez los telómeros haciendo que sus células no envejezcan nunca.

A veces, sin saber porque, han tenido hijos que tampoco envejecían. La suya es la saga viva más antigua del mundo: se hacen llamar ‘The Old Family’ -la vieja familia-, y no conocen a nadie más a quien le suceda lo que a ellos…
Kyra y Jairo -sus medio hermanos-, ansían identificar el gen que proporciona la longevidad para no engendrar hijos efímeros a los que ver morir, pero ni su padre ni él comparten sus anhelos, pues son conscientes de que el hecho de que sus vástagos lo poseyeran no impediría que, debido a los avatares de la fortuna, pudieran a morir. Sabían que encontrarían la manera de descubrir el gen sin ellos, así que preferían fingir que compartían sus deseos para, de ese modo, participar en sus investigaciones y torpedear las teorías que pudieran llevarlos a buen puerto. Ninguno de los dos quiere contribuir a que haya más personas como ellos: “una sociedad sin la capacidad de regeneración que otorgan la muerte y la irrupción de nuevas generaciones acabaría convirtiendo cualquier civilización en un cenagal de agua estancada”.

Hace cuatro años, haciéndose pasar por la familia Castillo, se instalaron cerca de Santander y acondicionaron una casa de indianos para convertirla en el Museo de Arqueología de Cantabria (MAC) y utilizar sus instalaciones para llevar a cabo sus investigaciones…

Adriana Alameda Almenara tenía diecisiete años cuando su madre -una prestigiosa psicóloga-, murió debido a una misteriosa intoxicación por ingesta de antidepresivos. Poco después se trasladó a Madrid con su padre, un viajante al que no veía mucho. Estudió Arqueología en la Universidad Complutense y se convirtió en prehistoriadora. Recorrió medio mundo hasta recalar en el Museo Nacional de Arqueología, pero ha decidido aprovechar la oportunidad que le brinda la posibilidad de trabajar en el Museo Arqueológico de Cantabria para regresar a Santander y enfrentarse a los fantasmas del pasado.

Nunca le han gustado los hombres mayores, pero se siente irremediablemente atraída por su jefe. La ciencia está a punto de conseguir que el ser humano viva en una eterna y saludable juventud; ¿por qué no admitir que la naturaleza lo haya podido conseguir antes?

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