Santander, 31 de mayo de 2.018
Me habían recomendado leer “La saga de los
longevos” varias veces. Tantas que, yo mismo, pese a no haberlo hecho todavía,
había empezado a recomendarla también. Me asusté. ¡Eso no podía ser! Había que
ponerle remedio: necesitaba saber de qué estaba hablando…
Eva García Sáenz de Urturi es una
novelista de éxito del siglo XXI: alfabetizada mediáticamente, experta en
marketing online y poseedora de una técnica muy depurada, pero sin un estilo
característico que le haga diferente a los demás y carente de duende. Diplomada en óptica y optometría, abandonó
el sector óptico para dedicarse profesionalmente a la literatura después de que
las redes sociales convirtieran “La vieja familia” (2.012) -primera parte de
“La saga de los longevos”-, en un fenómeno viral.
Natural de Vitoria, desconozco cuales son
las razones que le empujaron a ambientar la saga en nuestra tierruca, pero lo
cierto es que se toma la molestia de describir las costumbres y rincones de
Cantabria con una precisión un tanto obsesiva, un atractivo más para leer una
novela que engancha. Detrás de los mitos y leyendas que nos acompañan cada día,
¿no habrá cierta dosis de verdad…?
Iago
del Castillo ha sido ladrón y asesino, esclavo y señor, amante y esposo, a
veces leal y a veces infiel. Ha curado y cercenado vidas, pero nunca ha
susurrado al oído de reyes, ni dirigido imperios en la sombra. Si alguna vez
partió hacia la batalla, no fue para liderar ejércitos, sino para luchar en
segunda línea. No ha muerto nunca, pero ha sido torturado más veces de las que
su memoria puede recordar. Dejó de practicar los idiomas que sabía cuando
llevaba aprendidos un centenar, y ahora solo habla dieciséis. Ha tenido unas
mil identidades diferentes a lo largo de su vida: una cada diez años. No es inmune
a los estragos del amor; ha enviudado docenas de veces, pero también se ha
separado unas cuantas. Nunca ha estado más de una década con la misma mujer. Ha
tenido cuatrocientos cuatro hijos, y a todos les abandonó antes de que
cumplieran diez años. Ha estudiado cincuenta y tres carreras universitarias; ha
sido rector en cuatro ocasiones y profesor unas quince, pero nunca de Historia.
No soporta las incorrecciones de las versiones oficiales - “fingir no saber lo
que he vivido resulta tan frustrante…”-, sin embargo, es consciente de que ha
de contemporizar: ‘todo tiene su momento adecuado, ni antes ni después…’, esa
ha de ser siempre la primera regla de un longevo.
Héctor,
su padre, nació en el vestíbulo de la cueva de Monte Castillo. Es el decano de
la humanidad y sus más de 20.000 años de edad le convierten en el progenitor de
todos los homosapiens vivos de nuestro planeta.
Su
madre, por el contrario, procedía del norte de Europa. Encabezaba un clan que
llegó a los pies del monte situado a la vera del Pas después de ver cómo, en un
breve periodo de tiempo, el deshielo había devorado sus poblados situados junto
al mar.
Poco
después de su primer encuentro, nació él. Creció entre el bosque, los
acantilados y las cuevas de Monte Castillo. Su padre permaneció con ellos hasta
que ella empezó a envejecer; entonces desapareció. Algunos le dieron por
muerto, pero su madre y él no dejaron de buscarle. Cuando por fin le
encontraron, les explicó que, si se había ido, había sido para ocultar al mundo
el hecho de que no podía envejecer. En una época en la que se convivía a diario
con lo sobrenatural aquello no parecía tan increíble: ¡no les costó creerle!
Permanecieron
juntos, pero obligados a mudarse cada pocas estaciones. Su madre acabó muriendo,
pero él y su padre continuaron su camino. El paso de los años terminó
confirmando lo que ya sospechaban: ¡que Iago tampoco envejecía! Juntos fueron
adaptándose a los nuevos tiempos…
No
es que sean inmortales, o estén congelados en el tiempo, simplemente son
longevos: a partir de los treinta años, su envejecimiento se ralentiza hasta
límites insospechados (un año cada dos milenios). El secreto no está en la
fuente de la eterna juventud, el jade, la ambrosía o el oro en las venas.
Tampoco en las visitas de extraterrestres ni en una dieta rica en
antioxidantes. El secreto está en su genética: una mutación que mantiene activa
la telomerasa de su organismo, reparando una y otra vez los telómeros haciendo
que sus células no envejezcan nunca.
A
veces, sin saber porque, han tenido hijos que tampoco envejecían. La suya es la
saga viva más antigua del mundo: se hacen llamar ‘The Old Family’ -la vieja
familia-, y no conocen a nadie más a quien le suceda lo que a ellos…
Kyra
y Jairo -sus medio hermanos-, ansían identificar el gen que proporciona la
longevidad para no engendrar hijos efímeros a los que ver morir, pero ni su
padre ni él comparten sus anhelos, pues son conscientes de que el hecho de que
sus vástagos lo poseyeran no impediría que, debido a los avatares de la fortuna,
pudieran a morir. Sabían que encontrarían la manera de descubrir el gen sin
ellos, así que preferían fingir que compartían sus deseos para, de ese modo, participar
en sus investigaciones y torpedear las teorías que pudieran llevarlos a buen
puerto. Ninguno de los dos quiere contribuir a que haya más personas como
ellos: “una sociedad sin la capacidad de regeneración que otorgan la muerte y
la irrupción de nuevas generaciones acabaría convirtiendo cualquier
civilización en un cenagal de agua estancada”.
Hace
cuatro años, haciéndose pasar por la familia Castillo, se instalaron cerca de
Santander y acondicionaron una casa de indianos para convertirla en el Museo de
Arqueología de Cantabria (MAC) y utilizar sus instalaciones para llevar a cabo
sus investigaciones…
Adriana
Alameda Almenara tenía diecisiete años cuando su madre -una prestigiosa
psicóloga-, murió debido a una misteriosa intoxicación por ingesta de
antidepresivos. Poco después se trasladó a Madrid con su padre, un viajante al
que no veía mucho. Estudió Arqueología en la Universidad Complutense y se
convirtió en prehistoriadora. Recorrió medio mundo hasta recalar en el Museo Nacional
de Arqueología, pero ha decidido aprovechar la oportunidad que le brinda la
posibilidad de trabajar en el Museo Arqueológico de Cantabria para regresar a
Santander y enfrentarse a los fantasmas del pasado.
Nunca
le han gustado los hombres mayores, pero se siente irremediablemente atraída
por su jefe. La ciencia está a punto de conseguir que el ser humano viva en una
eterna y saludable juventud; ¿por qué no admitir que la naturaleza lo haya podido
conseguir antes?
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