Santander, 5 de enero de 2.020
“Una razón brillante” es una película
francesa dirigida por Yvan Attal estrenada en los cines en 2.017.
En la facultad de derecho más prestigiosa
de París se encuentran Neila Salah (Camélia Jordana): una alumna del extrarradio,
inmigrante de segunda o tercera generación, para quien los estudios constituyen
la oportunidad de adquirir unas armas que le garanticen su independencia y le
permitan salir del gueto en el que vive, y Pierre Mazard (Daniel Auteuil): un cuestionado
profesor, políticamente incorrecto, que está convencido de que sus métodos y su
experiencia valen tanto como cualquiera de las teorías de moda y se resiste a
plegarse a los nuevos tiempos.
-Juzgando su civismo y dado su sentido de
la puntualidad y de la elegancia, debo constatar que ha decidido, en su primer
día de enseñanza superior, rendirle un homenaje a la institución y a los profesores
que la reciben. Llega usted tarde, señorita. ¿Tiene algo que decir?
A golpe de desencuentros, se establece
entre ellos una relación, un tanto tortuosa al principio, que, con el paso del
tiempo, les permitirá compartir un mundo fascinante en torno a un objetivo común:
superar un importante concurso de oratoria interuniversitario para alumnos de
primer curso que su facultad no gana desde hace cuatro años.
-La verdad nos da igual; lo único que nos
interesa es tener razón. Para convencer a nuestros interlocutores hemos de
manejar la oratoria, la retórica y el arte del buen decir, pero también la
dialéctica y una serie de razonamientos rigurosos que nos permitan conseguir la
adhesión de nuestra audiencia. En el concurso, el tiempo es escaso; debemos ser
eficaces, rápidos y naturales.
Cuando se conocieron, no se cayeron bien,
pero se adaptaron el uno al otro y juntos llegaron a la final.
-Tengo al profesor más extraordinario.
Dios sabe que no empezamos con buen pie; me ha hecho sufrir como no se debe hacer
sufrir a nadie, pero por nada del mundo hubiera querido tener otro mentor.
Cuando uno habla bien, a veces olvida cómo hacerlo de forma simple: gracias, Pierre.
Descubrir que el señor Mazard se ha
aprovechado de ella y la ha manipulado para salir indemne del consejo disciplinario
al que debe hacer frente en breve le ha hecho daño, pero, ahora que lo sabe, no
está dispuesta a seguirle el juego y convertirse en su enmienda honorable.
-El profesor Mazard es el ser más miserable
que jamás se ha visto. Es un cínico, en el sentido más frío y deplorable del
término. No cree en nada y, desde luego, no cree en sí mismo. Odia esta época.
No respeta nada, ni a nadie, y aún menos a cualquier forma de institución. Es
cierto que me dio su confianza y se armó de paciencia, pero es, ante todo, un
envidioso que no duda en hacer apaños en los pasillos para servir a los de su
círculo.
Poco importa que haya demostrado poseer
una inteligencia y una generosidad que no podía imaginarme en el cuerpo de
nadie. Poco importa que sea la encarnación de la devoción y de la pasión. Poco
importa que desee que todos los estudiantes del mundo se encuentren con alguien
como él. Y ni siquiera les hablo de que, con él, cualquier cosa se vuelve
posible: que una chica de los suburbios con problemas para canalizar sus
emociones llegase a la final del concurso de oratoria menos de un año después
de conocerle…
Al final, lo que recordaremos de él, será
la mediocridad y la vulgaridad de sus fanfarronadas en clase. Me habría gustado
mucho decir que también tendré el recuerdo de un artista de la transmisión, de
un cotilla, de un gruñón, de un hombre de paradojas, más que de prejuicios, que
me ha dado muchos quebraderos de cabeza y las armas de paz más hermosas, sin juzgarme,
gracias a las cuales estaré a prueba de balas sin dejar nunca de ser dulce. Pero
solo tengo el recuerdo de alguien con palabras que han embrutecido su corazón y
ahogado lo que le quedaba de humanidad.
¡Muerte a la bestia inmunda! Pongámoslo en
la picota para que los estudiantes puedan bailar mejor sobre sus brasas, aún humeantes;
pero, gracias a su aprendizaje conozco mi destino: sé que, un día, irá ligado a
mi nombre el recuerdo de algo realmente formidable. Pierre Mazard me ha dado
eso a mí, Neila Salah, con domicilio en el extrarradio, nacida el 13 de julio
de 1.997, hija de inmigrantes. Sus pecados no son expiables. Habría que estar
loco para perdonarle…
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