Santander, 26 de abril de 2.020
“La línea invisible” es una serie de
televisión dirigida por Mario Barroso que gira en torno a los orígenes de
E.T.A. y trata de mostrarse lo más neutral posible, humanizando tanto a las víctimas
como a los asesinos, sin profundizar en el origen del problema ni juzgar a
nadie.
El 7 de junio de 1.968, Txabi Etxebarrieta
-líder de la banda-, cometió el primer asesinato de la organización revolucionaria
independentista fundada diez años antes y cruzó una ‘línea invisible’ que nos
condujo a todos hacia un camino plagado de miedo, dolor y venganza, que marcó
los siguientes cincuenta años de la historia de España.
A veces es
bueno recordar cómo empieza una tragedia; en qué momento nos equivocamos, o
enloquecimos.
Txabi Etxebarrieta era poeta y tenía una
mente brillante. Parecía demasiado joven, enfermizo y débil para luchar por
cambiar el mundo en el que nos había tocado vivir, pero nos demostró que, hiciéramos
lo que hiciéramos en Euskadi, tendríamos que contar con él. Él fue el primero de
nosotros en cruzar la línea; él fue el primero en matar…
En el País Vasco, a comienzos de los años
sesenta, como en el resto de España, las fuerzas represivas del régimen perseguían
a subversistas de todo tipo: sindicalistas, anarquistas, carlistas, separatistas,
monárquicos de don Juan…, pero apenas prestaban atención a un puñado de ‘niñatos’
de las juventudes del P.N.V. que se limitaban a hacer pintadas y colocar petardos
en nombre de E.T.A.
Las huelgas y la lucha obrera no parecían
ser suficientes para acabar con la dictadura y algunos de sus miembros abogaban
por tomar riesgos y hacer cosas que otros no se atrevían a hacer. Txavi (Àlex
Monner) era de los que creían que la lucha armada era necesaria. Por mediación
de su hermano José Antonio (Enric Auquer) consiguió cruzar al otro lado y ponerse
en contacto con ‘el Inglés’ (Asier Etxeandia), uno de los fundadores de E.T.A.,
un tipo brillante que tenía muy claro cuál era el tipo de lucha que había que
hacer, pero al que algunos acusaban de ser un burgués sin conciencia de clase y
un racista por priorizar el sentimiento vasco.
Para quitarles el poder a los pusilánimes
dirigentes de la organización era preciso encontrar antifascistas que estuvieran
dispuestos a darlo todo por Euskadi y defendieran el derecho a una nación más
antigua que la propia España, el derecho a una lengua, a una cultura, a una
identidad; auténticos vascos que defendieran un sentimiento, y no una ideología.
Los hermanos Etxebarrieta comenzaron a
arengar a su gente. La movilizaron e impulsaron la convocatoria de una nueva
asamblea de E.T.A. -la quinta-. Esta tuvo lugar en la casa de ejercicios espirituales
de la Compañía de Jesús de Guetaria en marzo de 1.967 y trajo consigo la
ruptura en dos de la organización: por un lado, estaban los ‘obreristas’, a los
que algunos tachaban de ‘españolistas’, y por el otro, los partidarios de la
lucha armada…
“El amor a la patria no es el amor ridículo
a la tierra, ni a las hierbas que pisan nuestras plantas; es el odio invencible
a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca”, proclamó Txavi Etxebarrieta antes de
convertirse en el hombre destinado a conducir a E.T.A. hasta donde nadie había
podido conducirla antes.
Rebautizado como ‘Pepe’ en honor a su
hermano, prometió dar visibilidad a la organización, pero el tiempo pasaba y lo
único que había hecho hasta entonces había sido dividirla en dos. Para hacer un
pueblo se necesitan tiempo y sangre; en Euskadi, el tiempo llevaba mucho tiempo
corriendo ya, pero faltaba la sangre. Txabi había ganado la votación llevada a
cabo en Guetaria y se había convertido en el líder de E.T.A., pero la autoridad
real no se consigue con votos, sino con hechos. Para que la gente cerrase filas
en torno él era preciso que cumpliese lo que había prometido: ¡ya no se podía
echar atrás!
Su objetivo era financiar la lucha y
golpear donde más pudiera dolerle al gobierno central. Con este fin, ‘organizó’
el asaltó a un banco que le reportó a la banda un botín de trescientas once mil
pesetas y, lo que era más importante aún, publicidad. La prensa empezó a hablar
de E.T.A., pero tergiversando ‘su verdad’ y acusándoles de haber robado a la
gente, y no al banco. Eso le animó a atentar contra una de las sedes de El
Correo Español, pero aquello salió mal…
Txabi quería un país nuevo y, para
conseguirlo, estaba dispuesto a matar. Dejaría el tiempo correr: las fuerzas
del régimen pensarían que estaban asustados y que solo eran capaces de poner
cuatro petardos, pero el 25 de octubre, coincidiendo con el aniversario de la
promulgación de la ley española que despojó al pueblo vasco de su identidad, E.T.A.
cometería su primer asesinato. El objetivo sería el Inspector Jefe de la
Brigada Social de Guipúzcoa, Melitón Manzanas (Antonio de la Torre), un tipo
cuyo trabajo era garantizar la seguridad del Estado, aunque para ello tuviera
que torturar a universitarios o seminaristas.
Pero todo se precipitó…
El 7 de junio de 1.968, un agente de la Guardia Civil echó
el alto a un coche de color blanco: un Seat 850, modelo coupé, con matrícula de
Zaragoza (Z – 73497). En él viajaban Txabi Etxebarrieta e Iñaki Sarasketa (otro
militante de E.T.A.).
Txabi se puso nervioso; bajó del coche y
le pegó tres tiros al agente. Su nombre era José Antonio Pardines; era natural
de Malpica (La Coruña) y tenía veinticinco años y toda una vida por delante. De
manera fortuita, se convirtió en la primera víctima mortal de E.T.A.
El propio Iñaki Sarasketa dio su versión de los hechos varios años después: “Supongo
que el guardia civil se dio cuenta de que la matrícula era falsa. Al menos,
sospechó. Nos pidió la documentación y dio la vuelta al coche para comprobar.
Txabi me dijo: “Si lo descubre, lo mato…”. Le contesté: “No hace falta; lo
desarmamos y nos vamos”. Salimos del coche. El guardia civil nos daba la
espalda. Estaba de cuclillas, mirando el motor en la parte de atrás. Susurró: “Esto
no coincide...”. Txabi sacó la pistola y le disparó. Cayó boca arriba. Volvió a
dispararle tres o cuatro tiros más en el pecho. Había tomado centraminas y quizás eso
influyó. En cual-quier caso, fue un día aciago. Un error. Era un guardia civil
anónimo, un pobre chaval. No había ninguna necesidad de que aquel hombre
muriera”.
Huyeron juntos a Tolosa y, de allí, a
Beasaín, pero, por el camino, volvió a interceptarlos la Guardia Civil. Los obligó
a bajar del coche en el que viajaban y al cachearlos descubrieron la pistola que
Txabi llevaba escondida.
Comenzó entonces un forcejeo en el que el
primer asesino de E.T.A. resultó mortalmente herido.
De nuevo Sarasketa daba su propia versión
de los hechos:
"De
la misma manera que las centraminas le habían puesto eufórico, dos horas después
le hundieron en un ataque de pánico. Salimos de la casa [en Tolosa] y nos detuvo una pareja de
la Guardia Civil. Los dos llevábamos una pistola en la cintura. Primero me
cachearon a mí y no la notaron. Recuerdo que el guardia civil que registraba a
Txabi lanzó un rugido. Y después, una escena típica del oeste, de las de a ver
quién tira primero... El guardia civil disparó antes que yo y salí corriendo...
No supe en ese momento que Txabi había muerto... Detuve un coche, amenacé al
conductor y le obligué a que me llevara en dirección a Régil (cerca de
Azpeitia). Resultó ser un pariente lejano mío. Yo sabía que la pistola me
delataba y pensé en tirarla. El conductor me pidió que no lo hiciera. Si nos
detenían parecería más real que le estaba obligando. También se dio cuenta de
que no tenía intención de hacerle daño, así que, unos kilómetros más allá, me
pidió que bajara ... Y continué andando”.
La política de acción-reacción que Txabi
defendió durante la celebración de la quinta asamblea comenzaba a dar sus
frutos… Su muerte lo convirtió en un mártir y su recuerdo, después de que sus
compañeros manipularan los hechos a su antojo, fue como un calambrazo en la conciencia
del pueblo vasco: “lo mató de un disparo, a sangre fría, un lacayo del poder
español, un esbirro de Franco…”.
E.T.A. tenía que responder y aprovechar el
momento para golpear. No hizo falta esperar al 25 de octubre… El 5 de agosto,
los compañeros de Txabi mataron a Melitón Manzanas. ¡Ya no había marcha atrás!
El valor de una vida es inmenso: resulta milagroso
recibirla y duele mucho arrancarla. No fueron unos cobardes quienes se
marcharon, dejando atrás la tragedia que empezaron y llevándose consigo el
dolor que habían contribuido a sembrar y que llenó de sangre su tierra durante
años. Lamentablemente, su lucha se convirtió en una locura infinita que no
sirvió para nada.
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