Santander, 23 de enero de 2.020
“La princesa prometida” es un libro extraño.
Lo que parecía que iba a ser una parodia de los cuentos infantiles de princesas
y de los relatos de aventuras juveniles terminó convirtiéndose en una novela de
fantasía romántica, divertida y emocionante.
William Goldman presenta su libro como una
versión abreviada del trabajo de otro autor, cuestionando así el hecho de que
las editoriales publiquen versiones recortadas de grandes obras de la historia
de la literatura universal con el fin evitar a los jóvenes el farragoso esfuerzo
de tener que leérselas enteras. Se inventa un relato autobiográfico para
explicar cómo el original llegó a sus manos y poder justificar el compendio que
nos ofrece para, posteriormente, ejercer la labor de perpetuo apuntador y
desarrollar un singular ejercicio de análisis y crítica metaliterarios.
La primera frase del libro engancha: ¿cómo
es posible que un libro que aún no has leído sea tu favorito? Billy detestaba
leer; no se le daba nada bien y, además, había otras cosas que le gustaba mucho
más hacer. Tenía una imaginación soberbia, eso sí, pero no le sacaba partido; tal
vez fuera de esos chicos que tardan en florecer. Si alguna vez existió alguien que
le ayudara a forjar sus opiniones, esa fue la señorita Roginski, alguien capaz
de recordar a todos y cada uno de sus alumnos…
Su padre, un hombre casi analfabeto, le
leyó “La princesa prometida” cuando solo era un niño. Aquello pintaba bien: esgrima,
lucha, tortura, venenos, amor verdadero, odio, venganza, gigantes, cazadores,
hombres malos, hombres buenos, las damas más hermosas, serpientes, arañas,
bestias de toda clase y aspecto, dolor, muerte, valientes, cobardes, forzudos,
persecuciones, fugas, mentiras, verdades, pasión, milagros… “Haré lo posible
por no dormirme”, le dijo a su padre, pero lo cierto es que no le costó
mucho esfuerzo no hacerlo porque su lectura le cautivó y cambió su percepción
del mundo.
El autor, un tal S. Morgenstern, no pretendía
escribir un libro infantil, sino una especie de historia satírica de su país
-Florín-, y del declive de la monarquía en la civilización occidental, aunque
su padre solo le leyó las partes buenas -las de acción-, sin ocuparse en
absoluto de todo lo demás.
Varios años después, convertido ya en un reputado
guionista de cine hollywoodiense, William Goldman decidió resumirlo, quedándose
solo con las partes interesantes, añadiendo algún párrafo explicativo donde se
produjera algún salto narrativo, para ofrecerle, a quien quisiera leer su
trabajo, un relato clásico de amores verdaderos y grandes aventuras que no
esperaba que fuera a cambiarle la vida a nadie…
Westley está perdidamente enamorado de Buttercup,
la hermosa hija del campesino para el que trabaja. Ella le corresponde, pero
sin dinero no pueden casarse, así que él marcha en busca de fortuna y, poco
después, a ella le llegan noticias de que el amor de su vida ha sido capturado
por el temible pirata Roberts, quien nunca deja víctimas con vida. Es entonces
cuando el príncipe Humperdinck, heredero del trono de Florín, se fija en ella y
la escoge como su futura esposa, convirtiéndola así en la princesa prometida…
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