Santander, 31 de diciembre de 2.020
Soy 2.020:
¡vaya año! Antes de empezar mi última función quería venir para deciros que, ni
en un año como este, habéis sido capaces de poneros todos de acuerdo. ¿Cómo es
posible que sigáis con las mismas trifulcas cuando está pasando lo que está
pasando? Dentro del Congreso, tendrían que haber remado todos en la misma
dirección, intentando aparcar cualquier diferencia: ¡ya habrá tiempo para
hablar de otros asuntos! Hay ocasiones que requieren política de verdad. Ojalá,
el año que me sucede os vea y os escuche a vosotros, los políticos, poneros de
acuerdo en las cosas que más importan a todos los que representáis.
Vacío y
silencio: quizás sean esos los dos términos que mejor me definen. He sido un
año malísimo, inesperado y cruel. Quiero pediros perdón de alguna manera:
perdón por tantos días sin luz, por las noches en vela, por las lágrimas
derramadas, por las no despedidas, por situaros a todos a dos metros de
distancia, por detener vuestra vida… Vengo a que se escuche mi voz gritar.
Vengo a despedirme, porque es necesario que me vaya…
Señoras y
señores: la representación va a comenzar…
Me
presento: soy 2.020, quizás el peor año de vuestras vidas. Cuando empecé, erais
relativamente felices. Ni siquiera sospechabais lo que estaba por llegar.
Vuestras preocupaciones eran muchas, pero muchas veces triviales, aunque a
vosotros os parecían grandes, pues la dimensión de una preocupación no se
advierte hasta que llega la siguiente y, en enero, esa siguiente preocupación
no estaba en vuestras cabezas.
Fue ese
enero un mes político, con el debate y posterior investidura del presidente
Pedro Sánchez, que se logró en segunda votación con 167 apoyos. El debate fue
duro, aunque de esos habéis vivido unos cuantos últimamente. Fue un mes frío:
tertulias y disputas, que terminó con la formación del primer gobierno de
coalición de la ya no tan joven democracia.
…
Y ahí, en
enero, de repente, una palabra irrumpió en vuestros hogares: se hablaba de
algunos casos en China, en WUHAN. Yo mismo creía que no saldrían de allí. Poco
después, ese nombre dio lugar a otro que, por desgracia, es la palabra con la
que se me recordará: COVID-19. Pero, aun así, no lo visteis venir...
…
A partir de
aquí, mi vida y la vuestra ya fue otra. Llegó marzo. Retumbaron en mis días y
en vuestros oídos unas palabras: “La declaración del ‘estado de alarma’ afecta
a todo el estado español”. Los niños dejaron de ir al cole. Los parques se
vaciaron. La primavera asomaba, pero nadie estaba allí para verla.
Desaparecisteis del mundo. Las ciudades cambiaron: ¡el mundo cambió!
Cada uno de
esos días que me han recorrido, asistí, como vosotros, triste e incrédulo, a unas
cifras que llegaron a decir que en un solo día murieron más de 1.000 personas:
¡1.000 personas! Con sus mil historias detrás, con sus nombres y apellidos, con
sus familias… Y cada día otros tantos, y otros, y otros…
Los
hospitales se desbordaron. Colapsaron las UCIs. ¡Era el caos! Se suspendió la
vida en todas sus acepciones. No se celebró nada porque no había nada que celebrar.
La gente aprovechaba cualquier resquicio de luz para agarrarse a ella. Os
cambió la cara: ¡cómo no os va a cambiar! La incertidumbre conquistó cada
segundo. El tiempo no pasaba…
Dentro de
esa incertidumbre, por Dios: ¡los mayores! las residencias se convirtieron en
una hemorragia. La gente se moría sola, sin despedidas, sin adiós, sin duelo… Silencio.
Silencio, vacío y dolor. Dolor insoportable. Dolor inimaginable.
Pero fue
también admiración por vosotros, que estuvisteis en casa sin hacer nada, y, sobre
todo, por un sector que peleó hasta los límites de sus posibilidades por
cuidaros y estar a vuestro lado. Un sector que, de alguna manera, vio
recompensado su esfuerzo con el premio Princesa de Asturias que llegaría mucho más
adelante, en mi mes de octubre. Y junto a los sanitarios, la policía, la
guardia civil, los funcionarios de limpieza, los farmacéuticos, los
agricultores, los panaderos, todos los que, con su esfuerzo, lograron que la vida, aunque detenida,
siguiese teniendo pulso.
Buscasteis
refugio en la cultura: en la música, los libros, el cine… Esa cultura a la que
habrá que devolver todo lo que nos dio.
Acariciasteis
pantallas para acercaros a vuestros seres queridos, os lavasteis las manos de
manera compulsiva, limpiasteis la compra, agotasteis el papel higiénico,
aprendisteis a hacer pan…
Llegaron
las clases online, llegó el teletrabajo, llegó la crisis a muchas familias,
llegaron los ERTEs y se acuñó ese término, tan extraño todavía hoy, de ‘nueva
normalidad’.
Los
aplausos de las 20:00: es una de las imágenes que me llevo. Aplausos sinceros y
emocionados. Con cada uno de ellos intentabais dar aliento, y lo hacíais desde
esas ventanas, convertidas en miradores, desde las que buscabais el horizonte.
Las
prórrogas del confinamiento se fueron sucediendo. Poco a poco, el sonido de
vuestros aplausos se fue acallando. Llegó el ruido, de muchas formas: ruido de
cacerolas, ruido desde la tribuna, ruido indefinido…
En medio
del silencio, el ruido fue aumentando. El virus seguía sin descanso, atacando
sin parar y sin distinguir entre arriba y abajo; muchos de los que lo negaron
lo sufrieron en su propia piel…
…
Mis días
iban cayendo y, cuando se empezaron a relajar las restricciones, llegaron las
guerras particulares. Cada palma de nuestro país peleaba por hacer las cosas a
su manera. Hubo tantas normas que muchas veces os vi perdidos en ellas: ¿se
podía salir, o no?, ¿se podía viajar, o no? El B.O.E. se convirtió en el libro
más leído. Todo giraba en torno al virus: ¡a su gestión! Solo cosas digamos
‘gordas’ se colaban por la rendija de la actualidad…
…
Fue en
agosto, en pleno verano, donde creísteis que podríais recuperar la normalidad:
no la nueva, la vieja; y vivisteis muchos como si todo se hubiese acabado. Fue
el germen de la segunda ola que me ha seguido tiñendo de luto. Pero ese verano,
en un hospital, un hombre, después de cincuenta y dos días en la U.C.I., volvía
a ver el mar.
…
Se declaró
un nuevo ‘estado de alarma’ que os llevará hasta mayo de un año que no seré yo.
Mi vida
será recordada también por la carrera científica en busca de una solución:
Pfizer, Moderna, Oxford…
En ellos
están puestos vuestros ojos. Seguro que visteis cómo vacunaban a William
Shakespeare: ser o no ser es, más que nunca, la cuestión. En España no fue
Miguel de Cervantes, pero sí se apellida Hidalgo: Araceli Hidalgo, a sus
noventa y seis años y vacunada en Guadalajara, representa esa luz tan buscada
al final del túnel.
Dejadme que
os diga una cosa también: hace poco vi a una mujer con más de cien años
recuperarse del virus.
Dejadme
también que os diga que, en este país, han nacido más de trescientos mil niños
durante mi vida: ¡trescientos mil niños!, ¡trescientas mil buenas noticias!
Hay
pequeñas buenas cosas escondidas por ahí a las que tenemos que agarrarnos.
Ahora, sí:
¡me voy!
Sí… Me
llamo 2.020: nunca olvidaréis mi nombre.
Ojalá me
hubiera parecido a ese 2.019 al que he hecho bueno.
Ojalá
hayáis aprendido algo. No lo sé; sinceramen-te, no lo sé.
Ojalá el silencio
deje paso al ruido, y no al bullicio.
Ojalá
desaparezcan el dolor y la incertidumbre.
Muchas gracias. Cuídense…
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