Santander, 7 de noviembre de 2.020
María Dueñas irrumpió con fuerza en las
librerías de nuestro país con la publicación, en 2.009, de su primera novela: “Tiempo
entre costuras”. No se prodiga demasiado desde entonces, pero lo cierto es que
la espera siempre merece la pena. “La templanza”, publicada en 2.015, es us
tercera novela y, aunque me lo he tomado con calma, lo cierto es que tenía
muchas ganas de leerla…
Mauro Larrea es un hombre hecho a sí mismo
que pertenece a la estirpe de aquellos grandiosos mineros de la Nueva España
que impulsaron el desarrollo de México cuando el país era solo una colonia
todavía. Cuando Elvira, su mujer, murió, cruzó el Atlántico con sus dos hijos
y, a golpe de pico, se labró un nombre y una reputación que crecieron cimentados
sobre una sólida fortuna procedente de las minas de plata que supo explotar.
Por desgracia, los efectos colaterales de la lucha entre dos mundos diferentes,
con dos filosofías de vida y dos economías radicalmente distintas, lo han
arrastrado a la ruina más abosulta. Con cuarenta y siete años sobre sus
espaldas, con su hija Mariana felizmente casada y a punto de ser madre y con su
hijo Nicolás convenientemente comprometido, había vuelto a arriesgar su patrimonio,
pero, esta vez, la fortuna le ha sido esquiva y lo ha perdido todo. Los
estadounidenses del norte se han quedado con la maquinaria que él le había comprado
a un estadounidense del sur después de hipotecar la mayor parte de su fortuna, arrasatrándolo
a la quiebra más absoluta. Lo tiene claro: no le queda más remedio que hacer
tabla rasa y volver a empezar…
Tras sopesar con detenimiento las pocas
opciones que aún le quedan, ha resuelto trasladar su casi inexistente capital a
Cuba, una isla llena de posibi-lidades, y buscar en La Habana una oportunidad
de negocio que le permita resurgir de sus cenizas. Las minas de cobre no son una
opción, pues están ya en poder de grandes corporaciones norteamericanas. El cultivo
de caña de azúcar, café y tabaco mueve mucho dinero, pero asumir las ineludibles
esperas impuestas por el ciclo natural de las cosechas es algo que él no se
puede permitir. La trata de esclavos no es una actividad proscrita por las leyes
españolas que se aplican en Las Antillas y constituye un negocio rentable, pero
también sucio, indecente, vergonzoso e inhumano. ¿Qué le queda entonces?
Convertir un paño verde en un campo de batalla y una partida de billar en un
combate brutal que le permitan conquistar una casa-palacio, una bodega y una viña
en Jeréz de la Frontera. Después, cruzar el mar, venderlo todo y regresar a
casa con los bolsillos llenos. La idea no es mala, pero, cuando Soledad
Montalvo se cruza en su camino, todo su mundo se pone patas arriba…
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