Santander, 18 de junio de 2.021
“Retratos: esencia y expresión” es el título de la
exposición permanente del Centro Botín formada por ocho obras maestras del
siglo XX pertenecientes a la colección de arte de Jaime Botín, un preciado
conjunto de cuadros que reúne tanto obras de artistas españoles de muy alto
valor plástico, pero de escaso reconocimiento fuera de nuestras fronteras, como
otras pertenecientes a artistas internacionales considerados punteros en el
desarrollo del arte del siglo pasado.
Se trata de un selecto grupo de pinturas que respon-de al gusto personal de su propietario y posee tres nexos de unión que definen y homogeneizan el conjunto y nos permiten adentrarnos en su particular microcosmos: máxima expresión a través del color y la luz, utilización de la figura como medio de comunicación y el retrato como tema central, el preferido del coleccionista, quien considera que, en su ejecución, es donde se aprecia mejor la capacidad del artista, que ha de poner en juego su propia sensibilidad para mostrar el estado de ánimo del personaje, además de su aspecto físico.
Los artistas que firman todos estos cuadros se formaron a finales del siglo XIX o principios del XX, un periodo complejo que supuso la ruptura con la tradición y en el que se genero una rica actividad artística que dio lugar a un amplio abanico de estilos nuevos, muchos de los cuales están presentes en esta colección, como el modernismo de Nonell, el iluminismo postimpresionista de Sorolla, el fauvismo de Matisse, el cubismo de Gris, el neocubismo de Vázquez Díaz, la figuración lírica de Cossío, el realismo de Solana o la nueva figuración, de fuerte carácter expresionista, de Bacon.
Isidre Nonell
Isidre Nonell (1.873-1.911) fue un artista de fuerte
personalidad considerado el máximo representante de la generación posterior al
modernismo en la pin-tura española. Comenzó a formarse en Barcelona, pero,
disconforme con los métodos de enseñanza, un tanto encorsetados, se trasladó
con un grupo de compañeros a pintar del natural, en un suburbio a las afueras
de la ciudad. Tras una visita en 1.896 al valle de Boí, en los Pirineos, retrató
a los lugareños en una serie: “Los cretinos de Boí”, que refleja un
trascendental cambio en su obra. A partir de entonces, representa la tristeza,
la miseria y la soledad del hombre en pinturas tremendistas, de tonos oscuros. Pasó
dos breves periodos de tiempo en París, pero, aunque se interesó por la obra de
Monet, Manet, Degas y Toulouse-Lautrec, quedó muy desilusiona-do. En 1.900
regresó a España para dedicarse por entero a la pintura, surgiendo entonces una
obra de fuerte personalidad, basada en la figura humana, a la que representa
aislada y en la que trabaja hasta 1.910. En 1903, tras un viaje a Madrid para
visitar el Museo del Prado, expuso en la Sala Parés, y aquello supuso un punto
de inflexión en su vida: su obra fue incomprendida y rechazada, quizás por la
elección de la clase marginal que representaba, pero también por las novedades
que aportaba pictóricamente. Se encerró, entonces, en la soledad de su estudio
y se dedicó con obstinación y en su totalidad a la pintura. Ahora, la figura
humana puebla su rico universo plástico, en el que surge de forma reiterada la
imagen de la mujer gitana, no desde un punto de vista folklórico, sino
marginal, a la que representa envuelta en grandes mantones, con tonos oscuros.
En 1.907, pinta “Figura de medio cuerpo”. En ese
momento, influenciado por el Noucentisme que domina la cultura catalana del
momento, se produce un drástico cambio en su temática, que gira hacia el
positivismo y la claridad. Surgen en sus cuadros figuras femeninas de tez
blanca, tranquilas, reposadas e incluso melancólicas, en las que el color
inunda la composición y superpone blancos y azules que contrastan con las
negras cabelleras de sus modelos, eliminando el grueso trazo con el que
delimitaba las figuras. En esencia, se decanta por el color como único elemento
para modelar la imagen, con unas texturas muy sensuales, que personalizan su
trabajo.
Joaquín Sorolla
Joaquín Sorolla (1.863-1.923) inicia su formación en la
Escuela de Bellas Artes de Valencia y la completa en Italia, tras conseguir una
pensión que le posibilita residir en Asís; tan solo se acerca a París de manera
circunstancial. Esta formación, un tanto académica, que recibe queda muy
arraigada en su trayectoria, etiquetada en ocasiones como impresionista, aunque
en realidad es muy personal, ajena en cierto modo a todo movimiento estético,
basada, primordialmente, en el tratamiento de la luz y en el redescubrimiento
de la pintura española del siglo XVII, especialmente de Velázquez. Es en esta
combinación de tradición y luz donde podemos encontrar la verdadera y auténtica
personalidad del artista. Comienza a trabajar temas marineros -algo usual en
la pintura costumbrista social del momento-, para, a partir de 1.899, eliminar
toda anécdota y centrarse únicamente en escenas de mar y playa. Como
consecuencia de todo esto, surge el blanco en su paleta. En 1.900, Sorolla
consigue el Grand Prix del Salón de París y en 1.901 la medalla de honor en la
Exposición Nacional de Bellas Artes en Madrid, comenzando entonces una rápida
y brillante carrera internacional. Toda su trayectoria es una constante
superación, lo que dificulta mencionar diferentes épocas. Pero, temáticamente,
se puede señalar el retrato como el género que, aun-que no fuera su favorito,
sí fue el que le aportó una posición económica y un reconocimiento a su trabajo.
En esta conjunción temática podemos enmarcar “Al baño”, pintada en 1.908, en
plena madurez, durante el verano que pasa en el Cabañal de Valencia. Se trata
de una obra significativa en su trayectoria, no solo por la gran dimensión del
lienzo, sino, sobre todo, por la sensibilidad que desprende. Es una escena de
playa cuya nota más dominante es el movimiento que imprime a los personajes,
sus luces extremas, su fugacidad, así como el contrapicado atrevido con el que
plasma el agua y su reflejo. Convierte el contraste lumínico que se percibe en
su medio de expresión, y lo imprime con una pincelada gruesa y vibrante.
Henri Matisse
Henri Matisse (1.869-1.954) se trasladó a París para
estudiar Derecho en 1.887. Comenzó a pintar dos años más tarde, convaleciente
de una enfermedad, y terminó abandonando su formación en leyes para consagrar-se
a la pintura, llegando a ser uno de los grandes creadores del siglo XX, con una
obra personal, muy singular, que marca toda la plástica de esta centuria. Su
trabajo sintetiza la pintura del siglo XIX. Es una obra expresiva con contrastes
definidos, con manchas de color intenso que demuestran su pasión por el mismo,
ya que entiende que este, por sí solo, puede evocar todas las cualidades
pictóricas, e incluso expresar estados de ánimo. Forma parte de un movimiento
pictórico, surgido en torno a 1.904, caracterizado precisamente por el uso
subjetivo del color, que el crítico de arte Louis Vauxcelles denominó ‘fauvismo’.
Presentó su obra en el Salón de Otoño de 1.905, junto a Braque, Derain, Dufy,
Marquet, Vlaminck y Van Dongen, pero su trabajo no fue muy bien acogido; lo
mismo sucedió en el Salón de 1.910. Al año siguiente viajó a España en compañía
de su esposa; pasó por Madrid para conocer el Museo del Prado y posteriormente
visitó las ciudades de Sevilla, Córdoba y Granada en compañía de su gran amigo
Francisco Iturrino. Su paleta se enriqueció con la potente luz de Andalucía y empezó
a utilizar un color limpio, abierto, que no mezcla con claroscuros. Al regresar
a París, se lleva consigo telas de brocado, mantillas y peinetas, que aparecen
luego en diferentes composiciones. En este retrato: “Femme espagnole”, aúna la
influencia del cubismo, que le lleva a una mayor sintetización, con un estilo
propio más ligero y sutil, más armónico, que se aprecia ya en sus trabajos de 1.917.
Matisse no mezcla en el retrato de su modelo su figura con el ropaje, omite
toda narrativa y toda psicología en el rostro de la mujer, carente de
expresión. La temática española, centrada en la mujer colorista, ataviada con
mantilla, es recogida por Matisse y gran parte de los fauves, e incluso por
algunos expresionistas, fascinados por un cierto exotismo y por la amplia gama
tonal que el tema les ofrece. Esta imagen es un reflejo de la Carmen que da
título a la ópera dramática, con música de Georges Bizet y basada en el texto
de Prosper Mérimée, estrenada en la Opéra Comique de París en 1.875.
“Arlequín” (1.918)
Juan Gris
La temprana vocación de Juan Gris (1.887-1.927) le
indujo a formarse, primero en Madrid, y, posterior-mente, en París, a donde
viajó, sin retorno, en 1.906 buscando el conocimiento del nuevo arte, pero también
para evitar tener que prestar el servicio militar en España. Fue acogido, a su
llegada, por Daniel Vázquez Díaz; se instaló en Montmartre y, para mantenerse,
continuó realizando, como ya había hecho en Madrid, ilustraciones modernistas
para diversas revistas. Pronto entró en contacto con Picasso y Braque,
conociendo de primera mano el cubismo, aunque en sus primeros trabajos todavía se
percibía la influencia de Cézanne. En torno a 1.912 reinventa el esquema
cubista, de modo que, en lugar de ser formas del motivo las que organicen la
composición, sea esta, precisamente, la que retenga solo los elementos claves y
decisivos, mediante una trama. Pinta “Retrato de Pablo Picasso”, que marca su
nuevo camino pictórico. Incorporó el collage a sus producciones, utilizando por
primera vez el papier collé, como ya habían empezado a hacer Picasso y Braque
unos meses antes, e incluye en los mismos textos escritos y motivos literarios
impresos. Evoluciona hacia formas más racionales, en las que destacan la
pureza y la austeridad, lo que aporta a su pintura un sentido más poético y
brillante que en anteriores composiciones, pese a que nada es improvisado ni
dejado al azar. Aborda, en 1.918, la figura del Arlequín, en plena madurez,
sintetizando las formas con mínimos elementos y simplificando los motivos
representados en una composición simple que utiliza para desarrollar y
presentar la figura humana a través de planos engarzados entre sí que le sirven
para resaltar el color, empastado siempre en diálogo con el azul. Pasó por
graves dificultades económicas, que se agravaron en los años de la guerra
mundial. Recibió entonces el apoyo de Gertrude Stein y de Matisse, y fortaleció
su amistad con Braque y Lipchitz, quien, en 1.918, pasó una temporada en
Collioure junto a él y María Blanchard. Es aquel un momento de mutuas
influencias en el que ejecutan trabajos basados en una misma temática. Esta figura
del arlequín surge en el trabajo de todos ellos en este mismo año. Cuando
regresó a París presentaba ya los síntomas de la enfermedad que acabaría con su
vida en un breve espacio de tiempo. Antes de morir, dejó escritas sus teorías
sobre el arte en unas brillantes páginas en las que define su propio trabajo
como “pintura plana coloreada”.
“Mujer de rojo”
(1.931)
Daniel Vázquez Díaz
Daniel Vázquez Díaz (1.882-1.969) inició sus estudios,
por expreso deseo familiar, en Sevilla, donde obtuvo el título de profesor
mercantil. Allí fue donde descubrió la pintura y comenzó su camino de artista,
partiendo de obras en las que retrataba tipos populares -principalmente toreros-,
de fuerte composición, muy próximos a la estética de Zuloaga. Se trasladó a
Madrid en 1.903, para dedicarse plena-mente a la creación; no recibió formación
académica alguna, sino que se introdujo en la pintura copiando en el Museo del
Prado los trabajos de Goya y Velázquez. Mientras tanto, asistía a las tertulias
artísticas y literarias del momento, manteniendo especial amistad con el
escritor Juan Ramón Jiménez, con quien parece tener una cierta sintonía estética.
En 1.906 se trasladó a París, y allí entabló fuertes lazos con Juan Gris,
Modigliani o Rubén Darío. La posición acomodada de su familia le permitió no
tener que vivir la dura bohemia del momento y consagrarse en su totalidad a la
creación. Llegó, además, en un momento crucial, coincidiendo con la explosión
del fauvismo, la muerte de Cézanne y el nacimiento del cubismo. Todo esto influyó
en su obra y pervive en ella. Su trabajo comenzó a mostrar una cierta
modernidad, derivada del postimpresionismo y del cubismo, pero conserva el aroma
de Cézanne, quien, como el mismo pintor reconocía, fue el artista que más le influyó,
y del que tomó su rigurosa estructuración del espacio, su sintético dibujo, su
paleta de grises y sus tonos sensibles y delicados. Regresó a España en 1.918,
iniciando una etapa dura, ya que, a su llegada, fue incomprendido y rechazado debido
a la rigidez que imperaba aquí todavía en tolo lo referente a las formas.
Trabajó y potenció el retrato hasta el punto de llegar a ser uno de los máximos
exponentes de este género, creando toda una galería de los intelectuales de su
tiempo. En 1.931, pinta “Mujer de rojo”, una obra en la que unifica el dibujo,
la forma, el modelo y el color. Es un lienzo que presenta resabios de su paso
por París y en el que se intuye cierto acercamiento a Bonnard en el juego de
tonos morados, malvas y carmesíes que brillantemente domina la composición.
Colaboró como escritor de arte en El Sol, ABC y La Esfera. Fue un pintor culto,
lector voraz, poseedor de un gran talento y espíritu renovador, que logró
establecer un puente entre el academicismo reinante en España y las vanguardias,
ejerciendo una labor trascendental como maestro de las nuevas generaciones.
Pancho Cossío
Aunque fuera de origen cubano, Pancho Cossío
(1.894-1.970) pasó gran parte de su vida en Santander, de donde era oriunda su
familia. Se trasladó a Madrid para completar su formación en el taller de Cecilio
Plá, quien no solo le mostró el arte de vanguardia, alejándolo del academicismo
reinante, sino que, además, lo puso en contacto con un grupo de artistas como
Bores, Peinado, Ontañón o Manuel Ángeles Ortiz, cuya amistad sería después
decisiva en sus años de París. Merced a sus buenas relaciones con poetas y
escritores, en 1.922 comenzó a publicar importantes escritos de arte, intensificando
su producción a partir de 1.940. En 1923 se trasladó a París gracias a una
ayuda familiar, lo que le permitió tomar un estudio que compartía con otros
creadores, unidos todos en una misma búsqueda pictórica. El mayor impacto lo
recibe de Picasso, aunque su trabajo se aproxima más al de Braque, por la
paleta y la riqueza de sus texturas. Depura las formas y personaliza su trabajo
con superficies brillantes, muy empastadas, con una contenida gama cromática,
presentando una rigurosa síntesis formal. Armoniza color, materia y forma,
claves indudables de su personalidad pictórica; se erige por ello como
protagonista de la figuración lírica de ese momento. Conoció el éxito en París,
pero, en 1931, regresó a España con la única intención, en principio, de
tramitar una beca que le permitiera trasladarse a Estados Unidos, aunque nunca
más volvió. Se introdujo, entonces, en el mundo de la política y se dedicó a
fomentar el deporte, especialmente el fútbol —había sido uno de los fundadores
del Racing de Santander en 1.913—. En 1.942, retornó a la pintura, en plena
madurez, con una obra brillante, personal, en la que destacan esas veladuras de
gran transparencia y belleza, pero, represaliado por sus antecedentes
políticos, no recibió la consideración y la alta estima que su obra demandaba,
lo que otorgó una cierta amargura a su personalidad. Cossío comentaba que solo
era capaz de hacer un retrato cuando conocía en profundidad al modelo y quizás
por ello este “Retrato de mi madre” está, sin duda, entre lo mejor de su producción.
Capta el espíritu sereno y amable del personaje en una imagen que, pese a la
fuerte construcción de planos, deshace los contornos, primando la curva. Se
sirve además de veladas atmósferas y cubre la superficie del lienzo con un
moteado blanco, muy característico de su trabajo.
José Gutiérrez Solana
José Gutiérrez Solana (1.866-1.945) fue un artista de
personalidad inconfundible que transmitió su visión de la sociedad en la que
le tocó vivir a través de unas composiciones cuya temática forma parte de su
propia vivencia personal. Es verdad que su vida transcurrió por unos cauces
nada habituales, lo cual, sin duda, influyó en el modo de contemplar el mundo
que lo rodeaba y en la manera de trasladarlo a sus escritos y lienzos. Su
peculiar mundo, denominado ‘solanesco’, refleja solo una parte de la España
real, pero no la España plural de su tiempo. Pertenece, por época, a la
Generación del 98, pero coexistió plenamente con la vanguardia, aunque su obra
no presenta renovación formal alguna. Su estilo figurativo se aleja de la
tradición pictórica española y quizás sea esta mezcla de mundos estilísticos lo
que proporciona a su obra un atractivo singular y la dota de una personalidad
original y única en el contexto del arte español del siglo XX. A ello hemos de
sumar su experiencia literaria, que corre pareja con su experiencia plástica,
de tal modo que el Solana escritor está en su pintura y el Solana pintor en sus
escritos. A Solana, como bien señala su biógrafo Manuel Sánchez Camargo, hay
que considerarlo más bien retratista que pintor de retratos. En este cuadro,
utiliza la imagen de un fabricante de caretas: Emeterio, gran amigo suyo, cuyo
taller se levantaba en las Vistillas de Madrid, al que inmortaliza también en
una litografía y un dibujo de esta misma época, y al que admiraba
profundamente: “Ese es mejor pintor que uno, hay que ver qué cosas inventa”.
A pesar de todo, el artista, siguiendo su método habitual de trabajo, valora
más la representación del escenario, que surge de su experiencia vital, que la
del personaje: transmite, a través de múltiples detalles, su oficio, relacionado
claramente con el carnaval, tema muy de su agrado, como si quisiera ponerse una
máscara ante el mundo que lo rodea. Aunque, conceptualmente, su estética es
inamovible, se percibe una clara evolución en sus planteamientos técnicos. Esta
composición, simétrica, con espacios muy bien compensados, claramente está
ejecutada en los años finales de su producción, en los que decrece la
intensidad matérica y surgen figuras como dibujadas al óleo, en una acción
paralizada en el tiempo. Y, pese a la negritud del ambiente, es colorista, con
una atmósfera propia, que nos lleva una vez más a considerarlo uno de nuestros
grandes y más personales creadores.
Francis Bacon
Francis Bacon (1.901-1.962) es uno de los grandes
creadores del siglo XX, pintor de retratos potentes, con una personalidad
independiente, difícilmente clasificable, quizás porque en cierto modo su
pintura es autobiográfica, al expresar nostalgia, soledad, angustia. Se le ha
encuadrado en la nueva figuración, corriente que surge tras la guerra mundial
y en la que la imagen es la protagonista. Tuvo una infancia difícil, no solo
por padecer asma crónica, lo que hizo que incluso a esa temprana edad le
administraran morfina, sino por la rigidez de su padre, militar de profesión,
quien, al conocer su tendencia homosexual, optó por expulsarlo de la familia.
Se trasladó entonces a Berlín, donde permaneció dos años. Durante una visita a
París, se acerca a la galería Rosenberg, donde se exponían los últimos trabajos
de Picasso: sus figuras antropomorfas. Se abrió, entonces, un mundo nuevo a su
mirada y decidió ser pintor. Desde 1.925, reside en Londres. Apenas recibe
formación, por lo que se le puede considerar un creador autodidacta, siendo,
con todo, un hombre muy culto que solo reconoce la influencia y ascendencia de
Picasso en su obra. Tuvo una vida solitaria, sin grandes escándalos, pero no
fue aceptado por la sociedad británica. Sus primeras pinturas no tuvieron
buena acogida, por lo que hubo de trabajar para sobrevivir como decorador de
interiores y diseñador de muebles. Toda la obra de este periodo fue destruida
por el artista. En 1.944 recibió el reconocimiento a su trabajo, iniciando con
la obra “Tres estudios de figura en la base de una crucifixión” una fulgurante
carrera artística. Crea un estilo propio basado en la figura humana que
deforma, altera y mutila hasta límites no utilizados con anterioridad. Formas
que ubica en espacios indefinidos, con fondos monocromos. No pinta al natural,
sino que construye los personajes a través de fotografías. En la pintura “Self
portrait with injured eye”, parece querer expresar una personalidad
autodestructiva, al trazar una figura deformada y violenta, cuyo rostro
descompone con formas geométricas que producen un efecto dinámico. Este
autorretrato, distorsionado por el dolor, está pintado tras el suicidio de su
amante y modelo Dyer, unos meses antes, y expresa su soledad y su dolor, y el
desgarro que le produjo su pérdida.
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