Santander, 27 de mayo de 2.021
Ana Belén cumple hoy setenta años. Tenía trece cuando
debutó en el cine. Protagonizó, junto a Fernando Rey, el melodrama “Zampo y yo”
(1.965) y parecía destinada a convertirse en una nueva Marisol, pero la
película no tuvo el éxito que se esperaba y su carrera se estancó un poquito.
Jeremías era un ángel triste que se pasaba el día
llorando, pero, como en el Cielo está prohibido llorar, le castigaron vistiéndolo
de payaso y enviándolo a la Tierra para hacer reír a todos lo niños del mundo.
Cuando por las noches, caía rendido bajo las estrellas, viéndolas, se acordaba
de los demás ángeles y le entraban ganas de volver con ellos, pero sabía que
nunca podría hacerlo porque, en la Tierra, siempre habrá algún niño que no sepa
reír. Por eso, siempre que veas algún payaso, apláudele: ¡puede que sea aquel Jeremías!
Ana Belén es una niña triste que siempre está sola. Su
madre murió y su padre, a quien ella querría tener a su lado a todas horas, siempre
está lejos, pensando en sus negocios. A veces, le gustaría castigarlo mirando de
cara a la pared…
Vive en el Barrio de Salamanca y acaba de aprobar, con
muy buenas notas, la reválida de cuarto. En casa no hay nadie a quien contárselo,
así que, cansada de tanta soledad, para huir de ella, sale sola a la calle. Es
entonces cuando surge el milagro: ¡se da de bruces con un pequeño circo
instalado en un solar de los viejos barrios de Madrid!
Es el circo de Zampo, un viejo payaso al que le
carretea un poco el corazón. El espectáculo ya ha comenzado, pero Manolo -un
buen chico al que resulta muy fácil coger cariño-, la convence para entrar a
verlo. Al acabar la función, el muchacho le presenta al payaso y, rápidamente, Ana
Belén y él hacen muy buenas migas: comparten secretos, confidencias y una preciosa
melodía.
Bajo la luna polvorienta
he descubierto un nuevo cielo
y a ti, que, con tu cara de color,
me has enseñado las luces
fantásticas de un mundo mágico
-tu mundo-,
hecho de música y de ilusión:
el mundo mágico del circo,
que por primera vez me hizo reír.
Ahora, Zampo, soy feliz
porque tu mundo conocí:
¡lo llevaré en mi recuerdo siempre!
Su madre y él hubieran sido buenos amigos. De hecho, lo
fueron, aunque la pequeña no lo sepa… Si viviera todavía, puede que las cosas
hubieran sido diferentes: “Solo ella supo comprender el porqué de Zampo y que
quisiera hacer reír a la gente”, se lamenta el payaso.
La, ra-ra-rá…
Esta es la canción de Zampo con su dulce melodía.
La, ra-ra-rá…
Tienes que reír, payaso.
¡Tienes que olvidar!
Pero, en su caminar, canta el corazón de Zampo;
busca la soledad y, a su alrededor,
todo es luz y alegría.
La, ra-ra-rá…
Siempre la canción de Zampo,
con su la-ra-rá…
Viviendo bajo
las lonas del circo, junto a las humildes gentes que constituyen su gran
familia, Zampo ha conocido muchas cosas que le han hecho tener confianza en un
mundo mejor. Hace años, cuando anunció que iba a abandonar el consejo de administración
de la empresa de su familia, su hermano dejó de hablarle y pregonó a los cuatro
vientos que había dejado de existir para él. Debió de ser verdad, porque Ana
Belén -su sobrina-, ni siquiera sabe que existe. Solo su madre supo comprenderle…
Ana Belén, tú serás la última niña a quien
habré proporcionado con mi cara pintada un poco de felicidad. Algo me dice que
pronto emprenderé un viaje muy largo camino de un mundo lejano donde no me hará
falta trabajar porque allí todo el mundo es feliz. Te dejo, como recuerdo, mi pequeño
circo. Es tuyo, Ana Belén. Estoy seguro de que sabrás defenderlo. Quiere mucho
a tu padre y pídele perdón para Zampo. Mi testamento será para él la última
pirueta de un payaso. ¡Una pirueta genial!
Zampo
Zampo se ha ido para no volver más, aunque dicen que los payasos, cuando se marchan, lo hacen solo para vivir eternamente. Su corazón le estalló de lo grande que lo tenía. Le hizo: ¡pum!, y se murió. Ahora ya no está, y el mundo nunca será igual. Cruzó por la vida procurando divertir a los demás y, así, consiguió ser feliz.
Es
maravillosa la vida.
Es maravilloso
soñar.
Cualquier
cosa es grande en este tonto mundo
si uno
aprende a mirarlas con ojos de payaso.
Es
maravillosa la vida.
Es
maravilloso soñar.
Andar bajo el
sol, o bajo la luna,
y ver los
sueños pasar.
Es maravilloso
que existas.
Fue
maravilloso encontrarte.
Es
maravilloso vivir.
Es maravilloso
cantar.
Y, aunque los
sueños sean sueños nada más,
es maravilloso
soñar.
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