domingo, 10 de noviembre de 2013

PARÍS: una ciudad para no dejar de pasear (I)

París, 19-24 de septiembre de 2.013


Que tu madre se jubile y en vez de quedarse en casa regodeándose con sus achaques y lamentándose regrese a las aulas en las que hace más de cuarenta años curso magisterio para, esta vez, aprender inglés y francés es como para sentirse muy orgulloso pero, si además se compra un ordenador para practicar, se pasa las tardes estudiando y finalmente aprueba los exámenes, cuando comenta que la encantaría volar y viajar a Francia para practicar su francés uno no puede evitar buscar una fecha, comprar los billetes de avión y reservar una habitación de hotel para tres.

Vuelo barato sin incidencias: ¡prueba superada!
Aterrizamos en el aeropuerto de Beauvais y después de una hora en autobús llegamos a París; nos sumergimos en el metro y nos dirigimos a nuestro céntrico hotel, situado junto a la Gare Saint Lazare.



Nos instalamos en nuestra habitación, vieja y descuidada pero también espaciosa y limpia, y cuando terminamos de cenar algo en un local próximo al hotel ya ha oscurecido.
No nos importa: echamos a andar por el Boulevard Haussmann y después de pasar frente a los ensortijados escaparates de Printemps y Galeries Lafayette llegamos a la modesta fachada posterior de la Ópera Garnier por donde precisamente en ese momento abandonan el teatro los músicos y bailarines que acaban de representar el ballet "La Dame aux Camélias".



Flanqueamos la fachada oriental del majestuoso edificio y nos plantamos en el centro de la Place de L'Opera para dejarnos cautivar por la imponente presencia del teatro diseñado por el joven arquitecto Charles Garnier y construido durante la reconstrucción de París promovida durante el Segundo Imperio Francés por Napoléon III y supervisada por el Barón Haussman.



Refresca y caen cuatro gotas sin importancia.
Continuamos nuestro paseo por la Rue de la Paix y desembocamos en la resplandeciente Place Vendôme, diseñada conforme al plan urbanístico concebido por Jules Hardouin-Mansart en 1.699.
Se trata de una plaza de planta cuadrada con las esquinas achaflanadas atravesada por una sola calle y flanqueada por edificios particulares de fachadas regulares diseñados por el propio Mansart y en cuyos bajos se encuentran algunas de las joyerías más lujosas y prestigiosas de París.


El centro de la plaza se encuentra presidido por la Columna Vendôme construida por orden de Napoleón Bonaparte para celebrar su victoria en la batalla de Austerlitz e inspirada en la Columna de Trajano de Roma.
La columna tiene algo más de tres metros y medio de diámetro y cuarenta y cuatro metros de altura, y está forrada por una chapa ejecutada con el bronce procedente de los cañones arrebatados al enemigo durante la batalla y decorada con una serie de bajorrelieves que representan escenas de la guerra. Una figura del propio Napoléon I vestido de general romano que su sobrino Napoleón III ordenó esculpir a Auguste Dumont corona la columna. 

Abandonamos la plaza por la única calle que la cruza y llegamos a uno de los laterales del Jardin des Tuileries, cerrados a estas horas. Flanqueamos los jardines caminando bajo los soportales de la Rue de Rivoli y paseamos frente a las puertas de lujosos hoteles de cinco estrellas hasta toparnos en la Place des Pyramides con la resplandeciente figura ecuestre de Jeanne d'Arc, esculpida en bronce dorado por Emmanuel Frémiet en 1.874.


Juana de Arco (1.412-1.431) fue una legendaria heroína francesa que cumpliendo la voluntad de Dios y ataviada con ropas de hombre se presentó ante la corte de Carlos VII para unirse a su ejército en su lucha por recuperar los territorios ocupados por los ingleses como consecuencia de la Guerra de los Cien Años.
Equipada con una armadura blanca y portando un estandarte se puso al frente de las tropas, obligó a los ingleses a levantar el sitio de Orleans, les derrotó y favoreció la coronación de Carlos VII en Reims el 17 de julio de 1.429.
Un año después fue capturada por los ingleses que le acusaron de herejía y condenaron a morir en la hoguera sin que ella se retractase de sus revelaciones divinas. El 30 de mayo de 1.431 fue quemada viva en la plaza del mercado de Ruan y sus cenizas fueron arrojadas al Sena. En 1.920 fue canonizada por el papa Benedicto XV.

Cruzamos la calle, atravesamos el Jardin du Carrousel y nos dejamos atrapar por el telúrico influjo de la pirámide de luz del Musée du Louvre.



En 1.989 se inauguró esta pirámide de vidrio y aluminio diseñada por Ieoh Ming Pei y erigida en el centro de gravedad de los tres pabellones del museo que pretendía evitar las largas colas que se formaban en la entrada de éste facilitando un nuevo acceso: modernidad y clasicismo se fundieron con un rotundo éxito nocturno.



Cruzamos el arco del pabellón sur del museo y nos asomamos al río. A lo lejos la iluminada Torre Eiffel se alza hasta acariciar el cielo mientras el ojo que todo lo ve se desliza sobre nuestras cabezas.



Seguimos el curso del río y nos detenemos en la Pasarela Solferino donde un puñado de jóvenes comparten botellón.


Nos asomamos a este hermoso balcón abierto sobre el río cuyas barandillas han sido colonizadas por candados de origen italiano convertidos en impersonales símbolos de amor y dejamos que nuestras miradas se deslicen sobre el Sena, desde las torres de Notre-Dame hasta la Torre Eiffel, pasando por el Musée d'Orsay y deteniéndose en las parpadeantes luces de las barcazas ancladas en sus orillas para el disfrute de los jóvenes parisinos.  



El lugar es sin duda uno de los rincones más hermosos de París. Nos cuesta dejarlo atrás pero tendremos tiempo de volver así que continuamos nuestro paseo por la orilla derecha del río, caminando bajo los árboles hasta llegar al Pont de la Concorde que une la plaza homónima con la Assemblée Nationale.


Geometría hecha arte, la Place de la Concorde a estas horas de la noche, presa de las sombras, con sus fuentes secas y asaltada por el séquito del flautista de Hamelín, pierde parte de su encanto. Atravesamos la genial plaza y nos detenemos en su centro, junto al enhiesto Obélisque, para dejar que nuestra mirada recorra la infinita Avenue des Champs Élyseés y se pose sobre el Arc de Triomphe antes de retirarnos por la Rue Royale y llegar tasta la Iglesia de la Madeleine.


París nunca duerme y nosotros nos merecemos un descanso.
Nos detenemos en una terraza y saboreamos tres cafés que seguro que no nos quitarán el sueño.


Estamos cerca del hotel. Es hora de dormir.
Mañana más...


1 comentario:

  1. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar