Mogro, 30 de mayo de 2.013
Mientras Alfonso, Isabel y sus nobles se trasladan a Ávila, Pacheco, desde la sombra, le brinda a Enrique la posibilidad de recuperar Toledo sin necesidad de recurrir a las armas.
El joven rey es envenenado: arde, delira y muere...
Isabel es su heredera. El destino pone pruebas que hay que superar y responsabilidades que hay que asumir: portar la corona será la suya.
Gonzalo Chacón teme por la seguridad de la joven y hace viajar hasta Ávila a Gutiérrez de Cárdenas (Pere Ponce), sobrino de su esposa, buen negociador y experto en leyes, para convertirse en su sombra, sus ojos y sus manos, y ayudarle a proteger los intereses de la reina.
Isabel viste de negro y viaja a Arévalo para comunicarle a Doña Isabel la muerte de su hijo. Su madre desvaría y ella se resiste a abandonarla pero sabe que debe regresar a Ávila y asumir sus responsabilidades: hay obligaciones que están por encima del amor. El futuro de Castilla y de los castellanos está en sus manos: ése es su destino y está por encima de todo.
Los consejeros del rey Enrique pretenden que, aprovechando el desconcierto que la muerte de Alfonso ha originado en las tropas rebeldes, ataque a sus enemigos pero él se niega a hacerlo y escribe a su hermana en los siguientes términos:
Estimada Isabel,
os hago saber que estando en la villa de Madrid me llegó la nueva de la muerte de nuestro hermano. Ruego a nuestro Señor que le guarde y proteja. Mi dolor es grande tanto por ser mi hermano como por morir en tan tierna e inocente edad. Suplico que por encima de nuestros desencuentros entendáis que mi dolor es tan grande como el vuestro y para que el pueblo de Castilla lo sepa esta carta ha sido enviada a todas sus villas y ciudades. He enviado este mensaje a todos los rincones para que todo castellano sepa que su anhelo de paz es el mío como me gustaría que fuera el vuestro.
Yo, el Rey.
Carrillo y Pacheco pretenden ignorar el ofrecimiento de paz de Enrique pero Isabel se muestra firme: será ella quien disponga el rumbo que tomará su causa y sus disposiciones habrán de respetarse hasta las últimas consecuencias.
Renunciará a la corona y negociará con su hermano. Castilla necesita paz y tranquilidad. Dejará que reine Enrique y cuando él muera ella heredará su corona.
Escribe a su hermano. Su caligrafía es clara y sabe muy bien lo que quiere decir:
Agradezco vuestra carta y creo que es momento de parar esta guerra que a nadie beneficia. Os respeto como Rey y juro no hacer nada contra vos. Si os pido una condición: que lleguemos a acuerdos para que los nobles no utilicen la corona como si fuera suya y no ellos sus fieles servidores...
Los nobles de uno y otro lado se resisten a aceptar la paz pero Enrique convoca a Isabel para negociar las condiciones de su carta y organiza un encuentro en Guisando con la mediación del Papa como testigo imparcial respetado por todos.
Mientras, en Alaejos, Pedro de Castilla (Alberto Berzal), sobrino de Monseñor Fonseca, hijo de María de Castilla, nieto de Catalina de Castilla y bisnieto de Pedro I de Castilla cuida de la reina Doña Juana. Es un bastardo con sangre de reyes en sus venas pero también la primera persona que la ha protegido desde que ella llegó a Castilla.
Añora a su hija y ansía volver junto a ella aunque eso suponga reencontrarse con su pasado y dejar atrás al único hombre que ha amado en su vida pero está embarazada y el rey la repudia.
Huye y busca la protección de los Mendoza que, junto a Beltrán de la Cueva, han abandonado la corte y renegado de las negociaciones de Guisando, y que aunque no aprueban la conducta indecente de la reina juran por su honor defender los derechos de la princesa Juana.
En septiembre de 1.468, junto a cuatro verracos de piedra, se encontraron Enrique e Isabel flanqueados por sus consejeros y escoltados por sus huestes y bajo la atenta mirada de Monseñor de Véneris que acudió en calidad de legado papal con poderes para perdonar todos los pecados y faltas cometidos por aquellos que participaron en la contienda garantizando su seguridad y su hacienda y que declaró anulados todos los juramentos de ambos bandos referidos a la sucesión de la corona.
El embarazo de la reina Juana se convirtió en una importante baza con la que Isabel pudo negociar: Enrique tardó siete años en dejar embarazada a su esposa pero a ella le costó bien poco engendrar un hijo con otro hombre. Así le resultará muy difícil defender la paternidad de la princesa Juana y su legitimidad como heredera del trono, pero no será necesario mancillar su honor...
Las negociaciones fueron arduas y tediosas y se prolongaron más de lo esperado pero el 18 de septiembre de 1.468 Isabel y Enrique firmaron unos acuerdos en los que constaba que ella sería Princesa de Asturias y como tal heredera directa del trono, que si entrase en guerra contra él quedaría desposeída de ese derecho y que sería él quien habría de proponerle un esposo pero que ella se casaría sólo con quien le placiese de entre quienes le propusiese porque nunca dejaría Castilla, así como que la reina Juana debería abandonar Castilla para volver a Portugal.
Todo ello debía ser refrendado en la Cortes de Castilla, que serían convocadas a la mayor brevedad posible...
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