jueves, 6 de marzo de 2014

ISABEL (IX): ella es la reina de Castilla y sólo Dios podrá apartarla de su trono

Mogro, 30 de mayo de 2.013

El príncipe Fernando se desplaza de nuevo a Aragón, reclamado por su padre que confía en que su presencia calme a los nobles catalanes. Han sido vencidos pero es preciso negociar con ellos y ayudarles a reconstruir lo arrasado por la guerra para que vean que se preocupan por ellos, les reconozcan como reyes y se conviertan en sus aliados cuando los franceses vuelvan a atacar.

Mientras, en Castilla el horizonte clarea: cada vez son más las ciudades leales al rey que están descontentas con él y, tras la visita del cardenal Rodrigo Borja, los Mendoza parecen estar abiertos al diálogo.
Ignorando los consejos de Pacheco, el rey Enrique IV planea reunirse con su hermana. Isabel parte hacia Segovia sin esperar el regreso de su esposo: ¡ella sóla se basta y se sobra!
Se aloja en el Alcázar, donde la reciben su amiga Beatriz de Bobadilla y su esposo, Andrés Cabrera, tesorero real.

El rey parece feliz por haber recuperado a su hermana. Conoce a Fernando, que ha regresado de Aragón para reunirse con su esposa, y junto a ellos pasea por las calles de Segovia: el pueblo les quiere.
Sin embargo pospone una y otra vez las conversaciones referentes a la sucesión de la corona. Le preocupa el futuro de su hija Juana, cuyo matrimonio con el duque de Guyena fue anulado después de que el rey de Francia tuviese un hijo varón, pero Diego de Mendoza le convence de que Isabel y Fernando son la mejor opción para el futuro de Castilla y de que no dudarán en comprometerse a celebrar la boda de su sobrina con alguien de alcurnia que preserve su futuro y su rango.

Bajo esta premisa, el rey pretendía ratificar los Pactos de Guisando pero la repentina muerte de Juan Pacheco le empuja a abandonar Segovia y retirarse a Madrid. Necesita estar sólo y llorar...


Diego de Mendoza tiene plenos poderes para seguir negociando y redactar un documento que a su vuelta firmará pero los franceses han vuelto a entrar en Cataluña y Fernando se ve obligado a viajar a Aragón de nuevo.

Enrique recuerda a su amigo Juan...
Ser rey es complicado, y a veces no se puede tener contento a todo el mundo, pero le hubiese gustado arreglar sus disputas. 
Está enfermo y cada día parece más débil.
Año 1.474: Enrique IV muere sólo, harto de intrigas, consejos y palabras, convencido de que no merece la pena ser rey.
Que buen rey hubiese sido si alguna vez hubiese querido serlo...


Diego Pacheco (Javier Rey), hijo de Juan Pacheco, sostiene que el rey le dijo que su heredera natural sería su hija Juana pero no hay ningún documento escrito que de fe de ello. Diego de Mendoza decreta una semana de luto tras la cual se convocará una junta en Segovia que decida quien hereda la corona, pero mientras tanto nadie debe dar un paso en falso. Es preciso proceder pensando en el futuro de Castilla y en acabar con las rencillas que la mancillaron durante los últimos años. 

Dos jinetes parten presto hacia Segovia para comunicar la noticia a Isabel.
La infanta no esperará más: se acabó el tener paciencia, ya ha tenido bastante. Como hermana legítima y heredera universal que es por lo Pactos de Guisando, se proclama su sucesora y, sin esperar a Fernando, el comendador, jueces y regidores son convocados para asistir a su proclamación como reina. Su esposo lo entenderá pero si no lo hace aprenderá algo muy importante: el mandará en Aragón, pero quien manda en Castilla es ella.

Con Gonzalo Chacón a su lado, el 13 de diciembre de 1.474 Isabel sale del Alcázar para ser proclamada reina de Castilla en la iglesia de San Miguel.



Por el camino ha perdido muchas cosas: su infancia junto a su madre, a su hermano y a Carrillo que, pese a su ambición, tantas cosas buenas hizo por ella, pero no se arrepiente de nada. Al contrario, todo ello le hace más fuerte porque es consciente de que si titubea todas esas pérdidas no habrán servido para nada. Ha vivido para conseguir un objetivo: quiere ser reina y debe serlo, aunque eso suponga hacer y pensar cosas que su corazón critica.


Jura guardar y proteger a sus súbditos, obedecer los mandamientos de la Santa Madre Iglesia y mirar por el bien común de sus reinos unificándolos, pacificándolos, y tratando de acrecentarlos con todas sus fuerzas, y los nobles, caballeros y clérigos allí presentes juran servirla como reina...



¡¡¡VIVA ISABEL!!!







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