martes, 27 de mayo de 2014

MILÁN y GÉNOVA: exuberancia y personalidad (III)

Milán, 4-6 de abril de 2.014

Cruzamos la Galleria Vittorio Emanuele II -esta vez de día-, y salimos a la Piazza della Scala.



Un monumento erigido en honor a Leonardo Da Vinci ocupa el centro de la plaza y en su extremo noroeste se alza el Teatro alla Scala, uno de los teatros de ópera más famosos del mundo, cuya fachada principal, de estilo neoclásico, pasa bastante desapercibida.


El 25 de febrero de 1.776, después de celebrar una gala de carnaval, un incendio destruyó el Teatro Ducale.
Los propietarios de los palcos desaparecidos presionaron al Archiduque Fernando de Austria, Gobernador de Milán, para que promoviese la construcción de un nuevo teatro cuyo diseño se encargó al arquitecto Giuseppe Piermarini. El nuevo edificio se levantó sobre el solar que ocupaba antes la iglesia Santa Maria alla Scala y fue inaugurado el 3 de agosto de 1.778.



Comemos pronto en un agradable restaurante cercano, rodeados de réplicas de los carteles de muchas de las óperas representadas en La Scala apilados junto a retratos y fotografías de sus intérpretes, para poder acceder al interior del teatro tan pronto como se abran sus puertas en jornada de tarde y visitar los palcos antes de que comiencen los preparativos para la función de la jornada de hoy y se prohiba el acceso a los mismos.


Sin duda las dimensiones del escenario, su elegante patio de butacas y las seis hileras de palcos que lo envuelven han de sobrecoger al espectador, pero el resto de instalaciones (pasillos, salones...) resultan excesivamente sobrios y fríos y carecen de encanto.

Recorremos el Museo Teatrale alla Scala sin que los instrumentos musicales, las partituras ni los vestuarios mostrados capten nuestro interés y regresamos a la calle para buscar el glamuroso y exclusivo barrio de Brera.

Sin pena ni gloria llegamos hasta la cercana Chiesa di Santa Maria del Carmine, en la Piazza del Carmine, cuya hermosa fachada principal, de estilo neogótico, obra de Carlo Maciachini, fue construida en 1.880.



Las perfumadas calles adyacentes nos conducen hasta la Academia de Bellas Artes de Brera, importante pinacoteca y centro de formación fundado en 1.776 por la emperatriz María Teresa I de Austria que se alza en el centro de la ciudad.




Accedemos a su patio porticado y en las galerías superiores contemplamos una interesante exposición de fotografía contemporánea firmada por Tiziana & Gianni Baldizzone. "Transmettre: percosi di sapere" es una selección de ochenta fotografías de gran formato mediante la que los artistas han tratado de representar la relación que se establece entre el maestro artesano y sus aprendices destacando la universalidad del acto humano de la transferencia de conocimiento.




Nos asomamos a los oscuros pasillos de la academia y acto seguido, desde allí, nos dirigimos al Castillo Sforzesco: un edificio militar de grandes dimensiones y planta cuadrada construido bajo el mandato de Galeazzo II, en 1.358, y que habría de convertirse después en residencia familiar de los Visconti y de los Sforza.


Rodeado por un impresionante foso seco, sus murallas han sido restauradas en numerosas ocasiones a lo largo de la historia. Dos robustas torres circulares se alzan en los extremos del muro situado al sureste, en cuyo punto medio se levanta la renacentista Torre de Filarete, decorada con el escudo de la familia Visconti, una enorme serpiente azul coronada comiéndose a una persona, y el de los Sforza, en el que la imagen de la serpiente se alterna con la silueta de un águila negra también coronada.




Accedemos al amplísimo patio de armas y buscamos un trozo de césped en el que tendernos a descansar.
Los salones y habitaciones del castillo han sido transformados en un sucesión de museos que albergan colecciones de arqueología, pintura, escultura (entre cuyas piezas destaca la última e inacabada pieza de Miguel Ángel: la Piedad Rondanini), mobiliario o instrumentos musicales que nosotros recorremos indolentemente antes de abandonar el castillo y asomarnos a su parte posterior, donde se extiende el Parque Sempione.

El día está llegando a su fin y estamos cansados: cogemos el metro y nos dirigimos al Barrio de Navigli.
Los Navigli de Milán son la red de canales construidos entre el año 1.179 y el siglo XVI que permitieron unir la ciudad con el lago Como y se convirtieron en una importantísima ruta comercial que permitió el transporte, por ejemplo, de los mármoles de Candoglia utilizados en las obras de la catedral.
Entre los muchos ingenieros que participaron en su diseño y construcción se encuentra el mismo Leonardo da Vinci y su relevancia se extendió hasta las primeras décadas del siglo XIX, cuando el desarrollo de otros medios de transporte como el ferrocarril y el tranvía propició que muchos de aquellos canales fuesen vaciados y desapareciesen.


El Naviglio Grande y el Naviglio Pavese se han convertido en testimonio vivo del pasado y en torno a sus aguas he sentido palpitar por primera vez el corazón de una ciudad exuberante, recauchutada y carente de alma.
Las asfaltadas sirgas que flanquean los canales y los puentes que las atraviesan se han convertido en el romántico y encantador reducto en el que, al caer la noche, muchos milaneses se refugian buscando saborear su particular aperitivo.



El domingo dio para mucho menos.
Dejamos la maleta en el hotel y, prevenidos por las largas colas que habíamos visto desde las terrazas de la catedral, acudimos a primera hora de la mañana al Palazzo Reale para ver la exposición "Klimt: alle origini di un mito".


Durante más de dos horas nos sumergimos en la vida y obra del extraordinario artista austriaco y al salir del Palazzo Reale nos dirigimos al norte de la ciudad para visitar su Cimitero Monumentale.

Antes de llegar a la entrada del cementerio giramos a la izquierda y avanzando por la Via Paola Sarpi nos sumergimos en el Barrio Chino de Milán.



Por la tarde, con el estómago lleno, nos dirigimos al cementerio inaugurado en 1.866 y diseñado por el arquitecto Carlo Maciachini para concentrar en un sólo lugar los pequeños cementerios diseminados por la ciudad.


Un impresionante Famedio (salón de la fama), de estilo neogótico  y construido en mármol blanco, constituye la entrada principal.
Cruzar sus puertas supone adentrarse en un impresionante museo al aire libre en el que se respira calma y serenidad.



Se nos acaba el tiempo: volvemos a la calle, regresamos al hotel, recogemos nuestras maletas y deshaciendo el camino recorrido el viernes nos dirigimos a la Stazione Centrale.
Un tren nos espera para llevarnos a Génova...

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