miércoles, 31 de mayo de 2017

LA MALDICIÓN DE LA REINA LEONOR: el árbol de Guillermo, el Conquistador, florece a la vera del Camino de Santiago

Santander, 24 de mayo de 2.017


Primavera de 1.170. Enrique de Inglaterra y Leonor de Aquitania aceptan la petición de los embajadores del reino de Castilla: su hija Leonor se casará con el joven rey don Alfonso. La pequeña viajará en barco hasta Burdeos y después habrá de atravesar altísimas montañas para llegar hasta las tierras de Hispania, fronterizas con las de los infieles. Su futuro esposo le espera en Toledo, una ciudad llena de judíos y mahometanos...
Enrique, enredado entre las faldas de Rosamunda, una de sus multiples amantes, no llega a tiempo de despedirse de su hija y doña Leonor les maldice a ambos, jurando convertirse en su peor enemiga...


En 2.016, el cántabro José María Pérez 'Peridis', publicó su segundo libro: "La maldición de la reina Leonor", una novela histórica con aroma a libro de caballerías y aire de lectura por entregas.
La arquitectura y el dibujo de humor fueron los carriles por los que transitó su vida profesional y el propio autor confiesa que, como no podía hacer muchas cosas a la vez, dejó la escritura para tiempos mejores. Parece que ha llegado el momento de hacerlo y reconoce que ha empezado a escribir para saborear el placer de contar cosas. Lo hace porque le gusta aprender y enseñar mientras se entretiene él y entretiene a los demás, y si la Edad Media y la arquitectura románica le apasionan y empapan todas sus historias...


Han pasado catorce años desde su matrimonio. Alfonso ansía recuperar las coronas de León y Portugal. Esta convencido de que Navarra y Aragón caerán después, y entonces, Castilla, convertida en uno de los reinos más poderosos de la cristiandad, saldrá victoriosa de su guerra con los almohades.
Pretende levantar una nueva dinastía, pero doña Leonor no parece capaz de proporcionarle el heredero que la corona necesita. Por eso, para evitar que el reino vaya a parar a manos de su tío Fernando, rey de León, ha hecho jurar en las Cortes a su hija Berenguela como heredera legítima, convirtiéndola en un apetecible partido para cualquier príncipe europeo.

Para disipar la tristeza y el temor que le envuelven por no ser capaz de darle un heredero al reino, doña Leonor dedica todas sus energías a impulsar, merced a las rentas que le proporcionan las villas y castillos de su dote, la construcción de un monasterio a las afueras de Burgos que traiga a la ciudad la elegancia, la levedad y la luz de los templos y cenobios de Inglaterra y Normandía: el Monasterio de las Huelgas. Mientras tanto, trata de acallar sus ansiedades y tranquilizar su espíritu convenciéndose a sí misma de que los hijos llegan a su tiempo, como las primaveras después de los inviernos, o las hojas a los árboles después de las mudas otoñales. Solo hay que saber esperar y persistir...


En León, el rey Fernando no solo no ha proclamado a Alfonso -su primogénito-, como su legítimo heredero, sino que además ha delegado buena parte del poder real en los castellanos don García y don Diego López de Haro, hermanos de doña Urraca, su última esposa.

Tras su muerte, la reina viuda intenta ejercer la regencia en nombre de su hijo Sancho, pero el infante Alfonso -hijo de la que fue su primera esposa, doña Urraca de Portugal-, reclama la corona para sí mismo. Durante la primavera de 1.188 reúne a las Cortes en el claustro de San Isidoro y, por primera vez en la historia, invita a participar en asuntos de estado a representantes de las principales ciudades del reino: Oviedo, León, Astorga, Zamora, Toro, Salamanca, Ciudad Rodrigo, Ledesma, Benavente... Solicita su ayuda para asegurarse el trono de su padre y los allí presentes, representates de todos los estamentos del reino, le juran fidelidad y lealtad.

Corrían buenos tiempos en Castilla...
El rey llevaba veintiséis años en el trono: había firmado una tregua con los almohades y tratados de paz con el resto de reinos cristianos, pero su esposa parecía no ser capaz de concebir el príncipe heredero que él tanto ansiaba. Mientras tanto, su primo, pese a haber sido confirmado por las Cortes de León, se veía obligado a gobernar en precario, pues la reina doña Urraca López de Haro, apoyada por sus hermanos, aún conservaba un gran poder. Ambos reinos estaban permanentemente enfrentados: carecían de un accidente geográfico relevante que marcase sus límites, y los Campos Góticos eran una llanura infinita que generaba conflictos de continuo, al igual que la indefinición en el reparto de los territorios ganados a los musulmanes.
Treinta y tres años después del encuentro que tuvieron sus padres tras la muerte de Alfonos VII, cuando Sancho III convocó en Sahagún a su hermano Fernando II para discutir las diferencias existentes entre ambos, el joven rey Alfonso acude a un encuentro con su primo, Alfonso de Castilla, en Carrión de los Condes con la imperiosa necesidad de atender las voces de sus consejeros: "El rey de Castilla está en el cénit y vos en la alborada. Estaréis en lo alto del firmamento cuando su estrella decline. No os importe mostraros humilde y ceremonioso, ni os avergüence parecer servicial, porque a vuestra edad se consigue más aparentando ignorancia que presumiendo de sabiduría. Todavía no ha llegado vuestra hora: dadle honores y retened territorios, que es lo que ahora interesa al reino de León. Disimulad vuestro malestar y pedidle que os arme caballero. De este modo doña Urraca no podrá contar con su apoyo para destronaros, pues, como tal, deberéis gozar de su protección. Así ganaréis tiempo para poner en orden los asuntos del reino y después podréis hacer lo que más os convenga...".

En 1.189, la reina doña Leonor se quita de encima la pesada losa que soportaba desde que murió su primogénito, el infante Sancho: el nacimiento del príncipe Fernando destrona a la pequeña Berenguela, contrariándola sobremanera pues, acostumbrada a los honores que corresponden a un heredero del trono, el feliz acontecimiento la sitúa, de la noche a la mañana, muy por debajo del recién nacido, y prácticamente a la par que sus hermanas, Urraca y Blanca.
Alfonso de Castilla había engañado a su primo en Carrión de los Condes, dejándole creer que al ofrecerle la mano de una de sus hijas estaba refiriéndose precisamente a ella. Cuando el rey de León comprobó que su prometida era la pequeña Urraca se sintió ultrajado y anuló el compromiso. Después de que las tropas castellanas asaltaron algunos de sus castillos, se vio obligado a romper el juramento de fidelidad firmado con Castilla. Se casó con Teresa de Portugal y promovió una alianza con los reyes de Navarra y Aragón. El demonio había encendido la chispa de la discordia entre los reinos cristianos peninsulares y el papa Celestino III lo sabía. El nuevo pontífice era consciente de que si no apagaba pronto la hoguera encendida por los leoneses, el bosque entero ardería....

En 1.194, el legado papal declara nulo el matrimonio del leonés con su prima Teresa por considerarlo incestuoso y, poco después, se reúne en Tordehumos con los reyes de Castilla y León para obligarles a firmar un tratado de paz que mantenga a los cristianos unidos en su guerra contra los almohades. Dicho documento establece que el rey de Castilla ha de devolver al de León las plazas y fortalezas ocupadas durante la guerra entre ambos reinos, pero, a cambio, Alfonso IX, en caso de morir sin descendencia, habría de entregar su reino al rey de Castilla.

Merced a la intervención del papa, los reyes de Navarra, Aragón, Portugal y León juran apoyar al de Castilla en la inminente guerra con los infieles y en 1.195, después de mucho vacilar, el rey Alfonso VIII decide presentar batalla al ejército almohade comandado por el miramamolín Abú Yusuf al Mansur. Lo hace junto al castillo de Alarcos, una zona despoblada comprendida entre los ríos Tajo y Guadiana, pero, abandonado a su suerte por sus vecinos cristianos, es estrepitosamente derrotado y ha de regresar a Toledo asediado por el infiel.
Castilla necesita ganar tiempo y su rey, con el beneplácito de la Iglesia, ofrece a su primo la mano de Berenguela, prometiendo entregarle como dote todos los castillos en litigio. Sorpendido por la propuesta, el rey de León acepta entusiasmado porque sabe que el miramamolín está enfermo y planea regresar a Marrakech: sin su apoyo, no podrá hacer frente a la venganza de su primo...
El enlace se celebra el 17 de noviembre de 1.197, en la vallisoletana colegiata de Santa María la Mayor. Dos meses después muere el papa Celestino III y en su lugar es elegido, con el nombre de Inocencio III, el joven cardenal Lotario di Segni, que en seguida envia un legado a Hispania con el mandato de disolver las sacrílegas coáliciones formadas entre el infiel y los reinos cristianos en aras de alcanzar la paz.
La boda parece haber resuelto todos los problemas de Castilla y León. Berenguela acampaña a su esposo en todos sus desplazamientos, dándose a conocer entre sus súbditos; los leoneses la quieren y en todas partes la reciben con grandes muestras de afecto, pues les gusta tener una reina joven y hermosa. La paz entre ambos reinos es efectiva y Alfonso VIII tiene las manos libres para ajustar cuentas con el rey de Navarra, recuperar los territorios que este le arrebató en el pasado y abrirse paso hasta la frontera con Francia. Además, la muerte del califa musulmán abre las puertas a una época de incertidumbre entre los almohades que a él le permitie rehacer su hacienda y sus ejércitos e iniciar la recuperación de los territorios perdidos tras la batalla de Alarcos.
Sin embargo, una vez pacificada la península, el papa ordena que el contrato firmado entre Alfonso de León y su sobrina Berenguela sea revocado por considerarlo, dado su grado de consanguinidad, abominable ante Dios y detestable a juicio de los fieles, y les amenaza con promulgar sentencia de excomunión contra ellos si no atienden a su decreto.
Los males que podrían derivarse de una separación repentina aconsejan la magnanimidad del pontífice, que concede a los implicados un tiempo prudencial para deshacer el incesto, y ellos, ajenos a los dictados de la Iglesia, persisten en su relación. Se muestran dispuestos a engendrar tantos hijos como Dios quiera darles, y en 1.199, en el vientre de Berenguela, germina la semilla cuyo fruto podría ser el puente que uniese de manera definitiva las orillas de los dos reinos.

El papa permanece inflexible y a Berenguela no le queda más remedio que abandonar León. Regresa junto a su familia consciente de que, cuando ella falte, Alfonso quedará solo, desorientado y perdido, y se echará al monte dispuesto a dar palos de ciego a diestro y siniestro. El papa había declarado que ninguno de sus vástagos podría heredar nunca ni el reino ni los bienes de su padre, y además le había ordenado a ella devolver todas las plazas y fortalezas recibidas como dote o donación a raíz de su incestuoso matrimonio. Berenguela pretendía cedérselos a su primogénito que, conforme a las disposiciones del rey de Castilla, sería quien, tras la muerte de este, heredase todos los castillos en litigio con el reino de León. De este modo, el joven Fernando sería dueño de los Campos de Castilla y ella podría gobernarlos en su nombre, como en el pasado hicieron las infantas de mayor edad o rango de su familia.

Pese a todo, los reyes de Castilla están satisfechos: su hija Blanca había dado un heredero al delfín de Francia, Urraca se había casado con el heredero de la corona de Portugal y estaban seguros de que Berenguela sabría cómo apaciguar al rey de León, pero la repentina muerte del infante Fernando hace que todas las miradas converjan en el pequeño Enrique. El reinado de Alfonso VIII está próximo a su fin, pero su hijo solo tiene siete años. El enorme ejército del Miramolín había cruzado el estrecho durante la primavera de 1.211 dispuesto a terminar de una vez por todas con el poderío de Castilla y él siente que no puede dejar la resolución del conflicto con los almohades en manos de un niño tan pequeño...
Había firmado un tratado de paz con los reyes de Aragón y de Navarra y estaba convencido de que esta vez todos los reinos cristianos peninsulares combatirían juntos contra el infiel, pero la guerra entre León y Portugal da al traste con sus intenciones...

Han pasado diecisiete años desde la batalla de Alarcos, tantos como los que lleva él preparando su revancha y soñando con la victoria. La presencia de sus primos Sancho VII de Navarra y Pedro II de Aragón le hace concebir esperanzas y mitiga la inquietud que le provoca la ausencia del rey de León. El ejército almohade había salido de Sevilla, camino de Jaén, y se dirigía a Baeza para llegar a las montañas de Sierra Morena, donde pensaba aniquilar al ejército cristiano, que habría de llegar cansado y falto de víveres a los desfiladeros del puerto del Muradal, sin embargo, los cruzados comandados por el rey de Castilla, junto con los reyes de Navarra y de Aragón, burlan la encerrona del Miramamolín y acampan frente a sus tropas...
La suerte está echada. Se avecina un enfrentamiento decisivo para una generación entera, unida por lazos de sangre, de amistad o de vasallaje, a la que solo le queda vencer o morir porque, en aquel campo de batalla, no había escapatoria posible para nadie. ¡¡¡Adelante los cruzados de Dios!!!

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