miércoles, 28 de junio de 2017

SAN VICENTE DE LA BARQUERA (I) - CONVENTO DE SAN LUIS: un viaje al pasado

San Vicente de la Barquera, 25 de mayo de 2.017

En San Vicente de la Barquera, escondido entre el denso follaje y los árboles centenarios de una propiedad particular, se encuentra el esqueleto de un monasterio gótico, que merece mucho la pena conocer. Para ello es preciso acercarse a la Oficina Municipal de Turismo de la villa, solicitar la visita y esperar a que te llamen. Nosotros lo hicimos y hoy, sus propietarios, nos han abierto las puertas del convento de San Luis...


Los actuales dueños adquirieron esta propiedad en 1.963 y frenaron el inexorable declive de un edficio declarado Bien de Interés Cultural en 1.992 que, entonces, amenazaba con venirse abajo. Consolidaron sus ruinas y hoy nos brindan la posiblidad de disfrutar de un paraje de inconmensurable belleza: ¡¡¡GRACIAS!!!


Los padres franciscanos se establecieron en la villa de San Vicente de la Barquera en 1.454, cuando el papa Nicolás V les donó la ermita de La Barquera. En 1.468, un puñado de monjes decidieron abandonar las dependencias del eremitorio para instalarse en una finca situada al otro lado de la villa, junto al extremo occidental del Puente de la Maza, donde construyeron el Convento de San Luis.
El nuevo convento, sufragado merced a las limosnas de los vecinos de la villa, no tardó en ser sustituido por un edificio gótico del que en la actualidad lo único que se conserva es la cáscara de su iglesia.


Al comenzar el siglo XVI, parte del nuevo edificio ya estaba concluido, como demuestra el hecho de que Carlos V se alojase entre sus paredes en 1.517, al llegar a España por primera vez, procedente de Flandes: "al entrar en esta villa [San Vicente de la Barquera], las mozas le acompañaron muy gozosamente, cantando alegremente, hasta su palacio, que estaba junto a la villa, en un monasterio de franciscanos, en cuyo convento se alojaron también doña Leonor -hermana del emperador-, todas las damas y doncellas de la corte y algunos señores y grandes dignatarios".
Un año después, el convento, en el que residieron dieciocho frailes, pasó a formar parte de la Custodia de la Concepción, demarcación territorial franciscana que incluía las fundaciones de las actuales provincias de Palencia, Valladolid y Ávila. Aunque desde 1.552 el resto de conventos cántabros quedó incluido en la provincia franciscana de Cantabria, este permaneció en la Custodia de la Concepción, garantizando así el abastecimiento de pescado a los frailes de tierras castellanas.

En 1.546, la edificación de la iglesia se hallaba concluida, fecha en la que don Juan Ladrón de Guevara eligió la capilla mayor para su enterramiento. Los muros, contrafuertes, bóvedas, capillas, sepulturas y arcos conservados muestran la valiosa arquitectura de la antigua edificación. Se construyó un templo gótico, de una sola nave, con capillas hornacinas, cabecera poligonal, transepto y coro alto a los pies, empleándose mampostería en los muros -encalados y pintados después-, y sillería para el despiece de arcos, pilares y capillas. El claustro, la cocina y el refectorio del monasterio se reedificaron en época barroca.

El patronato del convento estuvo en manos de la casa de Guevara, poderoso linaje al que pertenecieron don Beltrán de Guevara y su hijo, don Juan Ladrón, que en el siglo XV extendía sus dominios por gran parte del valle de Valdáliga, destacando entre las posesiones de su señorío la ferrería de Bustriguado, las salinas de Treceño y la casa fuerte de Caviedes. Estos, realizaron importantes donativos para la edificación de la capilla mayor, el retablo y el coro, debajo del cual se dispuso su capilla funeraria.

Hasta el siglo XIX el Covento de San Luis fue una de las construcciones arquitectónicas más destacadas de San Vicente de la Barquera, pero en 1.836, durante el proceso de desamortización, los franciscanos abandonaron la villa, inciándose el deterioro del edificio. Finalizando el siglo XIX, Rafael Torres Campo describía así el estado del convento: "La nave es hoy un bosque espesísimo en el que cuesta gran trabajo penetrar..."

Entre las ruinas de la iglesia, sobresale la peculiar disposición, en alto, del presbiterio, levantándose la capilla mayor sobre un cuerpo que probablemente fuese utilizado por los frailes como capilla funeraria.


Las dos bóvedas de crucería con terceletes que cubren la cabecera presentan unas claves pinjantes profusamente decoradas con motivos florales, gallones y símbolos de la orden franciscana en los que se observan restos de policromía. Su diseño es gótico, pero su factura corresponde a la Edad Moderna ya que, antes de mediados del siglo XVII, las bóvedas originales de aquel espacio se vinieron abajo y hubieron de ser reconstruidas, para lo cual se copiaron fielmente las originales, aunque empleando motivos decorativos propios del repertorio clasicista.

También hubo de ser reedificada la capilla situada bajo el presbiterio, como demuestra la fecha labrada en el arco principal, en cuya clave se dispuso el emblema de la orden franciscana, timbrado por un ángel que lo sostiene.



La fábrica gótica de la iglesia se ha mantenido intacta en la zona de los pies del templo, donde destacan el gran arco apuntado con el que el coro alto se abre al cuerpo de la nave y los elementos decorativos de su crucería de terceletes, como el cordón franciscano y los motivos geométricos y heráldicos.


En el sotocoro, cubierto por una bóveda de crucería estrellada, sobresale la decoración de su arco escarzano y de su cornisa, con bolas propias del gótico hispanoflamenco.


En los muros de la nave aún se aprecian los arranques de los nervios de los desaparecidos abovedamientos de crucería y restos de policromía, que también están presentes en el coro alto, en donde se dispone, a manera de zócalo, una cenefa festoneada de color grisáceo.


A finales del siglo XVII el interior de la iglesia fue pintado: en las crucerías de las bóvedas se empleó el color negro, en los muros el azul y en las pilastras el color de la piedra.

En el exterior de la iglesia se advierte que los finos muros de mampostería se vuelven más macizos en la cabecera, reforzándose con contrafuertes que ayudaron a sustentar las altas bóvedas del presbiterio. En el testero destaca un singular arbotante de tres nervios, y en lo alto de la fachada sur, una esbelta espadaña en la que se abren dos troneras triangulares.



La portada pública se dispone en el lado noroeste del templo, donde una puerta muy sencilla, con arco apuntado, da paso a un antiguo porche, o zaguán, cubierto con bóveda de crucería, desde el que se accede al sotocoro.


Del sobrio claustro barroco solo se mantienen en pie los arcos de medio punto sobre pilares rectangulares de las crujías sur y este.



En el lado oeste se disponen los restos arquitectónicos del refectorio y de la cocina, encima de los cuales debían estar las celdas de los frailes. El refectorio presenta una alargada planta rectangular que se prolonga con la cocina. Se conservan los arcos diafragma, sobre los que se dispondría un techo de madera, y los restos de un pozo que se encontraba situado en una estancia independiente de la cocina.



Los franciscanos de San Luis fueron durante toda la edad moderna una comunidad próspera que se benefició de las donaciones de familias nobles de la villa y de los valles cercanos, que eligeron el templo franciscano para edificar sus capillas funerarias.
Entre los siglos XVI y XVIII, linajes como los Calderón, los Castillo y los Oreña, convirtieron las capillas hornacina del interior de la iglesia en su capillas funearias y altares particulares, imitando así a la poderosa casa de Guevara, patrona del convento, que ya en la primera mitad del siglo XVI había elegido el sotocoro como espacio privado de enterramiento.


Recorremos los jardines de la finca, acariciamos la piedra batida por el viento y saboreamos el sonido del silencio. Viajamos atrás en el tiempo, disfrutamos del momento y lentamente volvemos a la realidad...

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