miércoles, 12 de julio de 2017

MONASTERIO DE SAN ANDRÉS DE ARROYO: románico palentino (I)

Santibáñez de Ecla, 22 de junio de 2.017

Las vacaciones estivales nos proporcionan la excusa perfecta para viajar a Madrid y las temperaturas extremas impropias de la primera semana del verano no nos echan para atrás...
Montamos en el coche y ponemos rumbo a San Sebastián de los Reyes con la firme intención de aprovechar el viaje, así que, al llegar a Alar del Rey, abandonamos la autovía para dirigirnos hacia Santibáñez de Ecla y visitar el Monasterio de San Andrés de Arroyo.


No hace mucho que leí "La maldición de la reina Leonor", una novela de corte histórico escrita por el arquitecto lebaniego José María Pérez González, 'Peridis', un enamorado del románico que entre sus páginas desliza la figura del arquitecto inglés que doña Leonor Plantagenet hizo venir a Castilla para construir el Monasterio de las Huelgas y que aprovechó la conyuntura para participar también en la construcción de este cenobio situado al norte de la provincia de Palencia.

Ubicado al fondo de un estrecho y solitario valle de la comarca de La Ojeda, junto a un riachuelo en el que cuenta la tradición que se encontró la imagen del santo apostol a quien fue dedicado el monasterio, San Andrés de Arroyo es una abadia de monjas cistercienses fundada en el año 1.181 por la condesa doña Mencía López de Haro, hija de Lope Díaz I de Haro -señor de Vizcaya-, y viuda del conde Álvaro Pérez de Lara, con el patrocinio del rey Alfonso VIII y bajo la supervisión y autoridad de la abadía burgalesa de Las Huelgas Reales.
Las restauraciones llevadas a cabo a lo largo de los siglos XX y XXI, y el hecho de que las monjas pudieran regresar a su abadía solo veinte años después de la exclaustración de Mendizabal, han permitido que el monasterio se encuentre en un extraordinario estado de conservación.


Como todos los monasterios cistercienses, carece de pinturas murales y de imágenes esculpidas en piedra, pero los artistas que participaron en su construcción supieron compensar esta sobriedad con un amplio repertorio de elegantes, finas y delicadas formas geométricas del que dan fe sus arquivoltas aboceladas, los esbeltos fustes de sus columnas y los espectaculares capiteles de superficie calada a trépano.


El conjunto se halla rodeado por un sistema de murallas que envuelve tanto las instalaciones del monasterio como el coqueto conjunto de viviendas destinadas a los antiguos criados laicos de las monjas



Cruzamos un arco ojival de corte clasicista para acceder al interior del cenobio y nos topamos con un rollo de justicia que nos recuerda que la abadesa de San Andrés fue responsable, en su día, de la jurisdicción civil y penal de once villas situadas en los alrededores, disponiendo de 'privilegio de horca y cuchillo' sobre los aldeanos de todas ellas.


Junto al rollo, trasladado aquí desde lo alto de un cerro cercano al monasterio en el que se llevaban a cabo los ajusticiamientos, se alza la esbelta espadaña de una discreta iglesia, rebautizada como Capilla del Forastero, que en su día fue el lugar en el que pasaban sus últimas horas los condenados a muerte.


En torno al compás se despliegan las dependencias destenidas al personal laico del monasterio y frente a nosotros se alza el extremo occidental de la iglesia abacial, cuya fachada constituye un claro ejemplo de la monumentalidad y sobriedad de la arquitectura cisterciense, no exenta de finura en los detalles.
El templo fue consagrado en 1.222 y, al igual que Las Huelgas, dispone de un pórtico lateral situado en su fachada norte. Está cerrado y consta de cuatro ventanales rodeados por arcos ligeramente apuntados que descansan sobre finas columnillas con capiteles de ornamentación vegetal y se prolongan por el muro en forma de banda decorativa.


Accedemos al interior de la iglesia por una puerta situada junto al extremo oriental del pórtico, envuelta por un ramillete de arquivoltas apuntadas decoradas con calados romboidales, una cenefa dentada y capiteles vegetales.


La cabecera de la iglesia está formado por un abside poligonal precedido por un tramo recto y flanqueado por dos pequeñas capillas laterales de planta cuadrada.
La bóveda que cubre el presbiterio constituye un cuarto de esfera que descansa sobre ocho nervios. Estos confluyen en una clave común y se apoyan sobre las esbeltas columnas adosadas a los muros del ábside que flanquean los cinco ventanales que iluminan el interior.


La cabecera y el transepto, que apenas se aprecia en planta, están separados del resto de la iglesia por un robusto muro de piedra horadado por tres vanos.
Estaba previsto que la iglesia contara con tres naves, pero lo cierto es que solo se llegó a construir la nave central -destinada al coro de las monjas-, y un pequeño tramo de la situada al norte.

Regresamos al exterior. Una simpática monjita nos acompaña durante el resto de la visita. Parece algo triste, meláncolica y resignada. Es casi la hora de comer y nos cuenta que lleva toda la mañana barriendo: "hay mucho que hacer en el monasterio". Llegó a compartir celda con otras sesenta hermanas, pero hoy son solo catorce. 'Ora et Labora', establece la regla de San Benito a la que se deben todas ellas, pero muchas ya no tienen edad para trabajar...
Nos abre las puertas de las dependencias privadas de su abadía para conducirnos hasta el claustro, y nos regaña: "corréis demasiado y se os escapan los detalles...".


El claustro del Monasterio de San Andrés de Arroyo está muy influenciado por las Claustrillas de Las Huelgas y es una de las piezas más exquisitas del tardorrománico palentino y castellano. Tiene planta trapezoidal y conserva tres de sus pandas originales; la cuarta, situada al este, es de corte renacentista. Se levanta sobre un zócalo interrumpido unicamente para facilitar el acceso al patio central. La arquería, ligeramente apuntada, reposa sobre un elegante conjunto de columnillas pareadas, con fustes separados, cuyos capiteles exhiben los motivos vegetales característicos del císter.


Destacan las columnas angulares situadas en las esquinas del claustro, de grueso fuste acanalado decorado con motivos geométricos y flores de seis pétalos.


Sus impresionantes capiteles muestran detalles vegetales entrelazados que parece que vayan a desprenderse del resto de la piedra merced a los delicadísimos calados conseguidos mediante trepanación.


Al claustro se abre la Sala Capitular del monasterio, con una elegante entrada decorada con arquivoltas apuntadas y flanqueada por sendos ventanales biforos.


La sala es de planta cuadrada y esta cubierta por una bóveda de crucería octopartita sin soporte central cuyos nervios confluyen en una clave central adornada con un delicado motivo floral calado.
En la pared este se abren dos ventanas de arcos apuntados formadas por dos arquivoltas que descansan sobre columnas decoradas con capiteles similares a los del resto de la abadía.


Presidiendo la sala, sobre un fuste decorado como una de las columnas esquineras del claustro, podemos contemplar una hermosa imagen de piedra con restos de policromía labrada durante la segunda mitad del siglo XIII. Representa al apóstol San Andrés sentado en una silla con dosel adornado con almenas sosteniendo sobre sus manos una cruz aspada como símbolo de su martirio.


Ante él reposan los sepulcros de las dos primeras abadesas del convento. El de la derecha es el de doña Mencia. Reposa sobre los lomos de dos leones, es de piedra y está decorado con varios escudos de la familia Lara; la tapa tiene una franja central lisa adornada con el báculo de la abadesa y en la cabecera está esculpido un pequeño calvario con la cruz en el centro flanqueada por sendos ángeles en la parte superior, y ambos lados sendas escenas correspondientes a la Adoración de los Reyes Magos y a la Natividad.


Junto a él descansa el sarcófago de su prima doña María, segunda abadesa del convento, pero en este caso la piedra no está esculpida, salvo el báculo labrado en la parte central de la tapa.

Regresamos al exterior. Nos despedimos de la simpática monjita que nos ha acompañado durante la visita y volvemos al coche. Regresamos a la autovía y seguimos nuestro viaje. Próxima parada: Frómista...

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