viernes, 3 de marzo de 2017

LOS HEREDEROS DE LA TIERRA: los bastaixos de la Catedral del Mar convertidos en señuelos

Santander, 27 de febrero de 2.017

Diez años después de la publicación de la exitosa "La catedral del Mar", el catalán Ildefonso Falcones ha aprovechado para publicar "Los herederos de la tierra". Esta novela, ambientada en una época inmediatamente posterior a la de aquella, se convierte en una extraordinaria y entretenida clase de historia dictada por personajes que no tienen nada que ver con sus predecesores. Arnau Estanyol y sus amigos bastaixos son solo un señuelo: la novela no tiene nada que ver con ellos... 


Arnau Estanyol había prosperado y era feliz. Hacía tres años que la iglesia de Santa María del Mar había sido inaugurada, pero el 5 de enero de 1.387 todas las campanas de Barcelona tocaron a difuntos: el rey Pedro el Ceremonioso había muerto...
Los altercados se sucedieron por toda Cataluña. El príncipe Juan subió al trono y sus secuaces se hicieron con el poder. La suerte de Arnau cambió de repente y terminó siendo ejecutado como un vulgar delincuente. Solo Hugo Llor, un muchacho de doce años con el cabello castaño y las manos y el rostro tan sucios como la camisa que vestía, trató de defenderle. No pudo hacer nada: escuchó el silbido del hacha que sesgó la vida de su benefactor. Sintió el miedo de las gentes y el temblor de los bastaixos que presenciearon su ejecución y prometió vengarse algún día de los responsables de la muerte de Arnau. Él fue testigo de la historia de Cataluña...


Tras el desarrollo del barrio de La Ribera, con la catedral del mar como símbolo, a finales del siglo XIV y comienzos del XV Barcelona creció por su otro costado, el del Raval, alrededor del cual se cerraron las nuevas murallas defensivas de la ciudad. El joven Hugo fue testigo de como las atarazanas reales y el hospital de la Santa Cruz se erigían atendiendo a las premisas del gótico catalán para convertirse en las construcciones más representativas de la época.

El reinado de Juan I se caracterizó por el desorden administrativo y financiero. La pobreza encendió la mecha de la persecución a los judíos y en 1.391 los barceloneses asaltaron y destruyeron la juedería, asesinando a todos aquellos que rechazaron la oportunidad de convertirse a la fe cristiana..
El rey murió en 1.396. Lo hizo sin descendencia y el trono de Aragón fue ocupado por su hermano Martín I, el Humano, quien hubo de hacer prevalecer sus derechos frente a Mateo I de Foix y Luis II de Anjou, que reclamaron la corona por ser esposos de sus hermanas Juana y Violante.

En 1.409, la muerte de Martín, el Joven, rey de Sicilia y heredero de la corona de Aragón y el principado de Cataluña, descendiente directo de la línea masculina de la casa condal de Barcelona iniciada con Wilfredo el Velloso y continuada por insignes monarcas que engrandecieron el reino y conquistaron el Mediterráneo, potenciando el comercio y enriqueciendo a sus vasallos, trajo consigo un importante conflicto sucesorio.
Su padre, Martín I, no era entonces ya más que un rey obeso, permanentemente cansado y somnoliento: el último de una gran estirpe. A falta de heredero legítimo conforme a la tradición y las costumbres catalanas, el rey abogó por nombrar heredero del trono a su nieto Fadrique, hijo bastardo de Martín el Joven, pero las Cortes, el Consejo de Ciento, el Papa Benedicto XIII y hasta sus consejeros, se oponían a este nombramiento aduciendo que, aunque viejo y enfermo, el rey aún podía contraer nuevas nupcias y concebir un hijo.
Apenas dos meses después de la muerte de su hijo, el rey se casó con Margarida de Prades, criada en la corte como dama de compañía de su esposa, María de Luna. Fray Vicente Ferrer ofició el sacramento y Benedicto XIII bendijo a los novios. Sin embargo, mientras el rey no engendrara un hijo, los aspirantes al trono estaban legitimados para reclamar la corona de Aragón. Muchos fueron los que acreditaron una mayor o menor relación sanguínea con la casa condal de Barcelona pero el favorito del pueblo catalán era Jaime de Urgell, bisnieto de Alfonso IV, casado con Isabel de Aragón, hija de Pedro el Ceremonioso y hermanastra del propio rey Martín. El resto de pretendientes apenas tenían posibilidades: Luis de Anjou y Fadrique eran dos niños que requerirían una regencia, el duque de Gandía un noble casi octogenario y el infante Fernando un extranjero que provenía de un linaje bastardo que había accedido al trono de Castilla.

El conde de Urgell lo tenía todo a favor pero sus encontronazos con el papa Benedicto XIII le dejaron fuera de la pelea por el trono. El rey seguía abogando porque fuese su nieto Fadrique, descendiente directo de dos monarcas, quien heredase la corona. El único impedimento era su ilegitimidad, aunque esta era una tacha menor, pues el crío había nacido siendo soltero su padre, lo que descartaba el adulterio. Una ley promulgada en tiempos de Alfonso IV excluía de la sucesión a los hijos ilegítimos pero este matiz podría resolverse si el papa legitimaba al pequeño...
El 29 de mayo de 1.410 el rey murió sin haber engendrado un hijo y sin que su nieto bastardo hubiese sido legitimado, dejando abierta la sucesión de un reino compuesto por otros cinco: Aragón, Cataluña, Valencia, Mallorca y Sicilia, todos ellos independientes entre sí, cada uno provisto de sus propias cortes y parlamentos, de sus monedas y de sus leyes, de su cultura, de sus costumbres y, si era menester, de sus ejércitos, unidos exclusivamente por una corona.


Mientras el conde de Urgell se sometía a las órdenes del parlamento catalán y licenciaba a las tropas que tenía en Aragón, el infante Fernando de Antequera juraba ante los nobles castellanos estar dispuesto a utilizar la fuerza para hacerse con el trono aragonés. Al poder de los ejércitos y dineros con los que contaba el infante de Castilla, terminó sumándose la Iglesia: el papa Benedicto XIII, enemistado con el de Urgell, se decantó por Fernando al entender que, si este era coronado, gozaría del beneplácito de los dos grandes reinos peninsulares, algo imprescindible para continuar siendo vicario de Cristo en la Tierra en un momento convulso en el que hasta tres pontífices se disputaban el papado -Juan XXIII, Gregorio XII y el propio Benedicto XIII-, cada uno con sus ambiciones e intereses, apoyado y defendido por naciones que buscaban su propio provecho.
En Aragón, los partidarios del conde asesinaron al arzobispo de Zaragoza propiciando que, con el apoyo de sus parientes y partidarios, el infante de Castilla invadiera Aragón: cerca de dos mil soldados, mandados por capitanes expertos y de valía demostrada en las guerras contra los moros, se apostaron en las ciudades más importantes del reino.
Al mismo tiempo, en Valencia, el infante Fernando prometía liberalizar el comercio con Castilla, lo cual supondría grandes beneficios económicos para sus mercaderes y el conde de Urgell veía como poco a poco se quedaba sin partidarios. No le quedó más remedio que empezar a contratar mercenarios gascones con los que hacer frente a una guerra que se antojaba irremediable...

Sin embargo, para evitar el conflicto armado, los parlamentos de los reinos de Aragón y Valencia y del condado de Barcelona, sin tener en cuenta a mallorquines y sicilianos, decidieron nombrar cada uno a tres representantes que habrían de reunirse en la villa de Calpe para dictaminar quién sería al nuevo rey: el elegido tendría que ser votado por mayoría, pero además debería recibir el apoyo de al menos un representante de cada reino.
El conde de Urgell y sus partidarios se quejaron ante las Cortes por la evidente y notoria parcialidad de los jueces seleccionados pero sus recusaciones no fueron atendidas por el parlamento catalán y el 28 de junio de 1.412 el dominico Vicente Ferrer dio publicidad a la sentencia dictada. El infante Fernando de Castilla fue el elegido: Aragón, Valencia, Cataluña, Mallorca y Sicilia serían dirigidos por un forastero cuya legitimidad, contrariamente a las costumbres y deseos del pueblo, se afianzaba en la línea sucesoria materna y no en la línea paterna sobre la que se erigía la estirpe del de Urgell.

El 29 de noviembre, cinco meses después, Fernando I entraba con todo boato en Barcelona. Los nobles que habían apoyado la causa del conde de Urgell no tenían nada que temer, pues el nuevo rey había perdonado a todos cuantos lucharon contra él, argumentando que quienes le injuriaron o atacaron lo hicieron en defensa de lo que consideraban sus derechos. El conde, consciente de que no se hallaba en disposición de enfrentarse al ejército del nuevo rey, envío procuradores que le juraron lealtad en su nombre pero se resistía a ratificar personalmente dicho compromiso. Fernando era partidario de reducir por la fuerza de las armas al que había sido su mayor rival, pero sus ministros le aconsejaban que se prestase a un pacto que sería bien recibido por el pueblo. Su enemigo lo rechazó y las Cortes Catalanas lo condenaron por un crimen de lesa majestad.

Para demostrar su autoridad, el rey llamó a filas a las huestes de diversas ciudades catalanas y todas respondieron. El ejército real asedió al conde de Urgell, que se había refugiado tras las murallas de Balaguer, hasta que a este no le quedó más remedio que rendirse y postrarse ante Fernando, quien ordenó su detención de por vida y la confiscación de todos sus bienes y estados. El conde fue encarcelado en el castillo de Urueña, cerca de Valladolid, en el reino de Castilla, a centenares de leguas de los catalanes, y Fernando pudo ser coronado en Zaragoza, donde se celebraron fiestas, justas y torneos para la ocasión.

El hijo de Arnau, Bernat Estanyol, antiguo corsario con patente castellana, había prosperado hasta convertirse en almirante de la armada real catalana. Cuando era poco más que un niño las huestes del rey Juan le habían detenido por intentar asesinar con una ballesta que Hugo Llor había robado para él al conde de Navarcles, responsable de la muerte de su padre. Fue condenado a galeras y tras cumplir su pena se convirtió en corsario con patente castellana. Se granjeó la amistad del infante y ahora se cobraba sus favores....

A finales de 1.413, Segismundo I -emperador del Sacro Imperio Romano Germánico-, y el papa pisano Juan XXIII convocaron un concilio para poner fin al cisma de la Iglesia Occidental y elegir entre todos los estados cristianos un nuevo y único pontífice. Sin embargo, la asamblea conciliar se autoproclamó máxima autoridad religiosa y en mayo de 1.415 depuso al papa Juan XXIII. En julio de ese mismo año, después de ratificar la celebración del concilio, el romano Gregorio XII abdicó voluntariamente. El aragonés Benedicto XIII resultó ser el único papa cismático que permanecía en liza. El rey Fernando le pidió que renunciase al papado pero este se negó, aduciendo que él era el único papa legítimo, máxime tras la abdicación de los otros dos. De nada le sirvió reclamar al catellano la gratitud que le debía por haberle conseguido cuatro años antes la corona de Aragón y el condado de Barcelona: en enero de 1.416, el rey Fernando I y Segismundo I negaron obediciencia al papa Benedicto III.


Tres meses después, a los treinta y seis años de edad, Fernando de Antequera moría en Igualada y su hijo Alfonso era coronado rey. Este ratificó la sustracción a la obediencia a Benedicto XIII y convocó a los cardenales de sus reinos para que acudiesen al concilio que se celebraría en Constanza para elegir al nuevo papa. Estos, sin embargo, se mantuvieron fieles al aragonés que, refugiado en su castillo de Peñíscola, continuaba rigiendo los destinos de la cristiandad, y el rey hubo de nombrar sus propios embajadores. El clero catalán, como gran parte del castellano, no quería traicionar a Benedicto XIII mientras no hubiese otro pontífice elegido en Constanza que lo sustituyera, pero tampoco quería oponerse al rey Alfonso, que apoyaba la labor del concilio y apostaba por el fin del cisma.

En julio de 1.417, el Concilio de Constanza  condenó al papa Benedicto XIII por contumaz, perjuro, hereje y cismático y unos meses después nombró un nuevo papa de origen romano que adoptó el nombre de Martín V. La Iglesia pretendía poner fin al Cisma de Occidente pero Benedicto se negó a presentar su renuncia y desde su castillo de Peñíscola, pese a que ningún estado le guardara ya obediencia, continuó dictando bulas y nombrando obispos. El rey Alfonso acató su destitución pero se negó a enviar sus ejércitos contra él, tal como le exigía el nuevo pontífice, pues este se mostraba reacio a satisfacer sus demandas.

El aragonés ansiaba reinar en Nápoles y en 1.421 el papa Martín V se vio obligado a aceptar la adopción de Alfonso por la reina Juana II y dictar una bula que le confirmaba como sucesor al trono. Se instaló en Nápoles, nombrando regente de Aragón a su esposa María, pero el papa seguía conspirando contra él, confabulándose con su rival por el trono, el duque de Anjou y poco tiempo después, en 1.423, la reina Juana revocó su decisión y adoptó al duque de Anjou como su legítimo sucesor. Alfonso hubo de regresar a la península y tras la muerte de Benedicto XIII, consintió que se nombrase papa a un canónigo barcelonés que adoptó el nombre de Clemente VIII, prolongando el cisma de la Iglesia de Occidente hasta 1.429. Solo cuando el papa Martín V revocó todos los procesos abiertos contra él obligó al nuevo pontífice a renunciar a la tiara y así, después de más de cincuenta años, la Iglesia de Occidente quedó unida bajo un único papa.
En 1.432 Alfonso V regresó a Italia y firmó una tregua de diez años con Juana II. Sin embargo, en 1.434, tras la muerte de esta, volvió a estallar la guerra. Alfonso V no llegó a conquistar el reino de Nápoles hasta 1.442.

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