Santander, 1 de mayo de 2.018
Javier Castillo es ‘el chico del tren’. El
día que perdió la cordura se le ocurrió la feliz idea de escribir su primera
novela, “El día que se perdió la cordura” (2.014), un trepidante thriller muy
fácil de leer, de capítulos bastante cortos, cuya complejidad narrativa crece a
medida que avanza la trama.
Lo hizo durante los viajes en tren que le
permitían desplazarse desde Fuengirola, su lugar de residencia, hasta Málaga, ciudad
en la que trabaja como consultor de finanzas. Acabarla le llevó año y meido. Al
hacerlo, un nuevo arrebato de locura le impulsó a autoeditarse y comercializar
el libro a través de Amazon. Su éxito fue fulgurante y poco después la novela
ya había sido publicada en papel…
El destino
está escrito: a veces juega y se burla de nosotros, pero otras, nos pone a
prueba para que nos demos cuenta de que existe…
La
gente se pregunta quién es el hombre que ha sido sorprendido caminando desnudo a
mediodía, por el centro de Boston, con la cabeza de una joven en las manos,
pero el doctor Jenkins -director del prestigioso centro
psiquiátrico en el que el presunto decapitador ha sido recluido-, lo único que
pretende es entender qué ha ocurrido y por qué, pues las motivaciones, muchas
veces infravaloradas, son el auténtico motor de la conducta humana: las cosas
pasan por algo…
Se
ha pasado toda su vida escrutando el interior de enfermos mentales, desgranando
el cerebro de sus pacientes, martilleando a base de preguntas la vida de sus
internos, pero nunca, hasta ahora, ha contemplado la posibilidad de detenerse
frente a un espejo y hacerse a sí mismo la única pregunta cuya respuesta de
verdad podría cambiarle la vida: “¿quién es él realmente?”.
Stella Hyden,
experta en perfiles psicológicos del FBI, tiene orden de acompañarle durante
todas y cada una de las entrevistas que mantenga con el interno, y ayudarle a
formular una evaluación psicológica que permita determinar si se trata de un
enfermo mental o de un asesino despiadado. De momento parece inusualmente
valiente y su mirada no denota arrepentimiento ninguno…
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