miércoles, 26 de mayo de 2021

TRAJANO: su sueño era un sueño inmortal

Santander, 31 de julio de 2.020

El puñetero coronavirus ha hecho que, durante el confinamiento, recuperara la mala costumbre de quedarme dormido escuchando la radio. Una madrugada me desperté mientras entrevistaban a Santiago Posteguillo y sus palabras me animaran a leer, por fin, su trilogía de Trajano, unas novelas que tenía guardadas en la memoria de mi ebook desde hace más de seis años: “Los asesinos del emperador” (2.011), “Circo Máximo” (2.013) y “La legión perdida” (2.016).


 

Bajo el gobierno de los emperadores Flavios, una pequeña familia de la provincia hispana de Baetica fue creciendo en fama y poder dentro del magno imperio romano: la familia Ulpia, conocida por su ‘cognomen’ Trianius. De sus miembros, el más famoso e importante fue sin duda Marco Ulpio Trajano, sobresaliente por muchas razones, algunas conocidas y otras no tanto…

 

Santiago Posteguillo no duda en agradecerle públicamente el haber sobrevivido al peor de los tiranos para cambiar el mundo y regalarle a un relator del pasado, como él, una historia absolutamente vigente en el presente.

 

Natural de Hispania, Trajano fue el primer emperador no originario de Roma y condujo al imperio a sus máximas cotas de poder tras impresionantes hazañas militares de conquista y romanización, pero su mayor logro fue, muy probablemente, sobrevivir al reinado de Tito Flavio Domiciano, un emperador dispuesto siempre a condenar a muerte a cualquiera que destacara en el ejército o la política.

 

¿Qué fue lo que hizo que el senado romano aceptara la elección de un emperador no nacido en la capital del imperio? Modificar el curso de la historia es prácticamente imposible. Solo unos pocos se atreven a intentarlo y solo uno entre millones, siempre de forma inesperada para todos, es capaz de conseguirlo.

 

La muerte del emperador Nerón (año 68 d. C.) desembocó en una guerra civil que supuso el final del gobierno de la dinastía Julio-Claudia, iniciada por Augusto y continuada con Tiberio, Calígula, Claudio y el propio Nerón. Roma se vio sumida entonces en el caos. En solo unos meses, el descendiente de Augusto se había suicidado, Galba había sido asesinado y Otón se había quitado la vida: ¡tres emperadores muertos en menos de un año! Vitelio, un ‘legatus’ del norte, veterano en la lucha contra los germanos, había ocupado su lugar. El senado esperaba que fuera capaz de controlar a los pretorianos, devolver el orden a la ciudad y recuperar posiciones en las endebles fronteras del Rin y el Danubio, pero él permanecía encerrado en su palacio imperial sin atender a los desórdenes que destrozaban las entrañas de la capital ni dar respuesta a los continuos desafíos de bátavos, germanos, catos, dacios y judíos.

Roma necesitaba encontrar un hombre capaz de entender el complicado mecanismo del imperio para liderarlo. Vespasiano, veterano de la conquista de Britania y reconquistador de Judea, se lanzó contra Vitelio, no para ser otro Galva, u otro Otón, sino para inaugurar una nueva dinastía que devolviera al imperio el gobierno, la razón y el respeto debido a sus dioses y a sus costumbres. En el año 69 d. C. -el año de los cuatro-, el imperio cambió de manos una vez más. Tito Flavio Vespasiano fue proclamado emperador y se trasladó a Roma, donde se precisaba una figura poderosa que pudiera transmitir a todas las provincias occidentales la sensación de que el caos y el desorden habían llegado a su fin, pero era consciente de que solo la toma de Jerusalén -una ciudad gigantesca y mística, sagrada para los judíos y admirada por decenas de pueblos en todo el imperio-, podía ser el cimiento sobre el que levantar una dinastía poderosa que perdurara en el tiempo. Su hijo Tito y sus oficiales, entre los que se encontraba el padre de Trajano, fueron quienes derribaron sus murallas…

 

Jerusalén cayó a finales del verano del año 70 d. C. El pueblo de Roma aclamaba al hijo del emperador por haber puesto fin a la larga guerra de Judea. Tito había triunfado donde su padre no lo había hecho: había doblegado, por fin, a los judíos, apoderándose de una de las mayores ciudades del mundo y se había apoderado de los infinitos tesoros del Gran Templo, consiguiendo, así, el apoyo absoluto de todas las legiones de Oriente. Sus celebraciones en Egipto, una vez conseguida la victoria, y su prolongada ausencia de Roma alimentaban los rumores promovidos por algunos senadores cuyo único objetivo era evitar la consolidación de la nueva dinastía. El poder, la gloria y las victorias absolutas transforman a los hombres: ¿se alzaría Tito contra su padre?

Su enorme victoria era suficiente prueba de lealtad y su triunfal llegada a Roma no hacía sino agigantar el poder del emperador Vespasiano, pero debilitaba la figura de su hermano pequeño, ensombreciéndole hasta volverle insignificante.

Tito fue nombrado jefe del pretorio, mientras que el joven Domiciano seguía sin recibir ningún cargo político, ni militar. Trajano padre, entre tanto, fue nombrado cónsul de Roma, convirtiéndose así en uno de los pocos senadores consulares vivos tras la guerra civil e incrementando notablemente el poder y la posición de su familia.

 

La muerte de Vespasiano en el año 79 d. C.  convirtió a Tito en emperador, pero, solo cuatro meses después, Domiciano consiguió que parte de la guardia pretoriana se alzara contra él. La conjura fue detenida y los implicados en ella ejecutados, pero la erupción del Vesubio distrajo la atención del emperador y evitó que su hermano pequeño fuera castigado como se merecía. Apenas un par de meses más tarde, un futuro prometedor se abría ante él, inmenso, infinito e incontestable: preso de las fiebres, Tito agonizaba…

El pueblo recibió la muerte del emperador con enorme dolor, pues la popularidad del mayor de los hijos de Vespasiano era enorme; sus ayudas a Pompeya y Herculano, los juegos en el recién inaugurado anfiteatro Flavio y su glorioso pasado conquistador de Jerusalén estaban en la mente de todos. Domiciano heredó su imperio. El pueblo quiso creer que lamentaba sinceramente la muerte del gran Tito y su aflicción le valió, pese a no tener un brillante pasado militar, el afecto de la plebe; al menos, al principio. El Senado dudaba de él, pero con el grueso de la guardia pretoriana a su favor, nadie osó decir nada en su contra.

Desde entonces, durante los quince años que duró su reinado, Domiciano sembró un odio descomunal en todo el mundo: patricios, libertos, esclavos, gladiadores, soldados, senadores…

 

Año 96 d. C. Hace tiempo que el emperador perdió la razón y conduce a su pueblo hacia la destrucción total, pero si las legiones abandonan las fronteras en cualquier esquina del imperio para iniciar una guerra civil, los bárbaros de Germania, o de la Dacia, se lanzarán sin cuartel sobre las posesiones de Roma. A los romanos no les interesa lo que pasa en los límites del imperio, ni tampoco lo que sucede al otro lado de las paredes del palacio imperial; pan y circo, con eso les basta. No les importa que los senadores consulares estén siendo eliminados uno detrás de otro, ni que los grandes ‘legati’ del imperio estén siendo apartados del mando, o ejecutados, para evitar que su popularidad eclipse a la del emperador. Roma navega inexorablemente hacia una lucha fratricida entre sus legiones que no se puede permitir.

 

Marco Ulpio Trajano, gobernador de Germania, es un general poderoso. Su padre fue un gran líder político y militar, y a él le gusta pensar que ha heredado sus dotes de mando. Lleva años acumulando un prestigio silencioso y callado entre las legiones y ahora trata de disuadir a un puñado de senadores que conspiran para asesinar a Domiciano, el emperador más protegido y desconfiado de la historia de Roma:

 

“Mi familia siempre ha sido leal al emperador. Mi familia siempre ha sido leal a la dinastía Flavia. ¡Seré leal a Domiciano!”.

 

Pero, qué haría él, el guardián del Rin, si el emperador muriera de forma violenta, o por enfermedad…

 

“No me revelaré nunca contra el emperador, pero, si el emperador muere, acataré lo que el Senado decida”.

 

Solo él, en el Rin, o Nigrino en oriente, reúnen el suficiente poder y un número significativo de legiones bajo su mando como para poner en peligro la transición planeada por los golpistas. Ninguno de los dos hará nada para oponerse a sus planes. Si todo sale bien, el próximo emperador de Roma será Marco Conceyo Nerva…

 

Todo salió bien, pero Nerva demostró ser un hombre débil y viejo. En la práctica, eran los dos jefes del pretorio quienes realmente gobernaban: Norbano y Casperio. El viejo senador resultó ser incapaz de dominarlos, mandar sobre las legiones y derrotar a los bárbaros, y no quedaba ningún patricio romano vivo capaz de reescribir el destino del Imperio.  Roma estaba abocada a una nueva guerra civil: Norbano y Casperio no tardarían en forzar a los miembros del Senado a nombrar emperador a uno de ellos dos, pero, afortunadamente, Nerva reaccionó adoptando al legatus Marco Ulpio Trajano como su hijo y heredero. Conferirle la dignidad tribunicia, proconsular y de César a un hispano era ir más allá de todo lo imaginable, pero ahora, aunque los senadores de Roma hincaran su rodilla ante los jefes del pretorio, habría en los confines del Imperio un legati que no se atendería a su dictamen y se levantaría en armas.

La adopción de Nerva fue ratificada por el Senado y tras su muerte Trajano fue proclamado emperador. Recibió la noticia en Germania y lo primero que hizo fue delegar en el Senado el gobierno efectivo de Roma, mientras él aseguraba las fronteras del Danubio y se aseguraba el apoyo de las legiones de Oriente. La Roma que conocíamos había muerto. Trajano representaba a una nueva Roma; una Roma diferente. ¡Él era el futuro!

 

Aceptado por el ejército, regresó a Roma. Ejecutó a Norbano y Casperio, licenció a los oficiales que les eran leales, nombró a Suburano -un viejo amigo de su padre-, jefe del pretorio, permitió que este les reemplazara por veteranos de las legiones del Rin y castigó a los senadores corruptos que se habían enriquecido durante el gobierno de Domiciano.

La conquista de la Dacia se convirtió en un reto personal. Los territorios situados al norte del Danubio debían de pasar a ser una provincia más del imperio. Su anexión era comparable a la conquista de las Galias por el divino Julio César, o a la invasión de Britania, primero por el divino Claudio y después por el valeroso Agrícola.

 

Obtuvo el aprecio de su pueblo y esto le permitió, posteriormente, moverse con total libertad, sin que el Senado pudiera ya poner ningún tipo de cortapisa a sus planes, unos planes ambiciosos que requerirían más de una vida para poder ser llevados a cabo. Un sueño inmortal: ¡el sueño de Trajano!

 

En la primavera del año 114, Trajano partió de Antioquía al frente de varias legiones con el objetivo de apoderarse de Armenia y con la firme intención de no repetir los errores cometidos en el pasado por el cónsul Marco Licinio Craso.

El emperador reunió para su campaña en Oriente la mayor concentración de legiones romanas de la historia; el equivalente a bastante más de ocho legiones completas, es decir, un tercio del poder militar del imperio: ¡casi cien mil hombres!

Es posible que sus oficiales de confianza: Lucio Quieto, Celso, Palma, Ingrino…, hubieran sido capaces de consolidar sus conquistas y mantener el rumbo que él había iniciado para el Imperio, pero nunca lo sabremos; su sobrino Adriano se encargó de impedirlo.


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