domingo, 27 de junio de 2021

VÍA VERDE DEL PAS: ha merecido la pena

Ontaneda, 12 de junio de 2.021

Hace dos, o tres meses, Revilla anunció la inauguración del último tramo que faltaba por acondicionar para completar la denominada Vía Verde del Pas, un carril bici que discurre, en su mayor parte, por el antiguo trazado de la desaparecida línea de ferrocarril Astillero-Ontaneda.



Después de leer la noticia en la prensa, le propuse a 'R' completar dicho trazado a pie y él aceptó el reto inmediatamente. Dejamos pasar unas semanas esperando a que la incidencia del covid disminuyera algo y los días fueran un poco más largos, y fijamos una fecha. El día señalado fue el 15 de mayo, pero coincidió con la finalización del estado de alarma decretado por el gobierno central. La visita de nuestros queridos madrileños, a quienes hacía más de seis meses que no veíamos, nos obligó a cancelar el paseo. Revisamos nuestras agendas y buscamos una nueva fecha. Marcamos en rojo dos sábados: el 12 y el 19 de junio. Que, finalmente, nos decidiéramos por uno u otro día dependería de cuando quisiera venir al mundo la pequeña 'N'...

 

Ayer, mi sobrina seguía plácidamente instalada en el vientre de su madre y no había ningún indicio que invitara a pensar que fuera a abandonarlo en las próximas horas, así que, después de comer, 'R' y yo empezamos a preparar la logística de nuestro paseo: fuimos hasta Ontaneda, dejamos un coche aparcado junto al Balneario de Alceda, volvimos a casa en el otro y, luego, nos fuimos a la cama prontito, porque sabíamos que hoy nos iba a tocar madrugar…

 

Al filo de las seis y cuarto de la mañana estamos en la puerta de la estación de FEVE de Santander. Nos esperan cuarenta y cinco kilómetros de paseo: mejor no distraerse y empezar a caminar pronto…



Avanzamos por la calle Castilla y el polígono industrial de Candina dejando las vías a nuestra derecha. Al llegar a la altura del Corte Inglés, las cruzamos por encima y, después, atravesamos el aparcamiento de Valle Real para dirigimos a Maliaño y, desde allí, a El Astillero, con las vías, ahora, a nuestra izquierda.


 

Aquí, en El Astillero, es donde empezaba la línea de ferrocarril inaugurada el 9 de junio de 1.902 que unía esta localidad con los valles pasiegos. Dicha línea tenía un recorrido de unos treinta y cinco kilómetros y discurría por los valles de Villaescusa, Penagos, Cayón, Pisueña y Toranzo.

 

La Compañía del Ferrocarril de El Astillero a Ontaneda fue fundada en Santander el 12 de mayo de 1.898 por un grupo de industriales montañeses. Su objetivo, a corto plazo, era dar salida a la producción de hierro del entorno de Peña Cabarga y facilitar el acceso a los balnearios de Puente Viesgo, Alceda y Ontaneda, si bien, a más largo plazo, contemplaba la posibilidad de prolongar la línea hasta Burgos, e incluso conectar con el ferrocarril del Mediterráneo, algo que nunca llegó a suceder.


 

La compañía nunca fue del todo rentable y, después de la guerra, experimentó un prolongado, continuado y lento declive debido, por un lado, a la competencia de la carretera y, por otro, al descenso de las mercancías a transportar. Con el fin de minimizar las pérdidas, hacia mediados de los años cincuenta, la compañía restringió los desplazamientos entre las estaciones de La Cueva y Ontaneda, pero aquello no fue suficiente y, en 1.961, a la empresa publica FEVE no le quedó más remedio que hacerse cargo de la línea. El cierre definitivo se avecinaba. El tramo entre La Cueva y Ontaneda fue clausurado el 1 de abril de 1.973; el resto de la línea -entre La Cueva y El Astillero-, se mantuvo en uso hasta el 22 de noviembre de 1.976.

 

Se escogió la antigua estación de El Astillero como punto de partida de la línea debido al gran desarrollo industrial que experimentó esa zona de los aledaños santanderinos a finales del siglo XIX y a que, desde allí, los trenes podían llegar hasta la capital a través de las vías de la línea Bilbao-Santander.

 

Cuando se construyó la autovía, tuvieron que demolerla y construir una nueva. En su momento, aquel fue el kilómetro más caro de las carreteras construidas en nuestro país…



Pasamos frente a la estación nueva, recorremos el parque de La Cantábrica y cruzamos la ría de Solía, por el puente de hierro que hace más de cien años atravesaban locomotoras como la ‘Sarón’, la ‘Puente Viesgo’ o la ‘Ontaneda’.


 


Pisamos terreno conocido: ocho kilómetros de paseo que discurren entre árboles, por el valle de Villaescusa y a los pies de la Sierra de Peñacabarga nos llevan hasta la entrada al Parque Natural de Cabárceno, pasando antes por la antigua estación de La Concha, situada junto a la Finca de Riosequillo.


 

Llegamos a la entrada del parque de Cabárceno y la vía verde se difumina. Nos acercamos a Obregón y buscamos la antigua estación, perdida entre casas, para reencontrarnos con el trazado ferroviario.



Atravesamos el pueblo y seguimos caminando hasta llegar a los alrededores de Sarón, donde hacemos una breve parada para beber un poco de agua y comer algo de fruta.


Circunvalamos la capital del valle de Cayón y seguimos nuestro paseo caminando hacia el este. El paseo hasta llegar a La Penilla es agradable: discurre junto al río Pisueña y al acercarnos a las instalaciones de la Nestlé un delicioso olor a chocolate nos envuelve.


 

A partir de aquí, la caminata se vuelve más áspera. Llegamos al tramo menos agradable del paseo; apenas hay sombra y la vía verde queda constreñida entre carreteras muy transitadas: la N-634 y la A-8.

 

Casi sin darnos cuenta, pasamos por La Cueva, localidad convertida en final de trayecto cuando el ferrocarril de Ontaneda estaba dando sus últimos coletazos, y alcanzamos la antigua estación de Castañeda.


 

Volvemos a caminar en dirección sur y nos lanzamos a la búsqueda del Pas. El paseo se torna muy agradable de nuevo. Avanzamos entre árboles y nos acercamos a Puente Viesgo, sede del balneario pasiego al que, sin duda, mejor le ha sentado el paso del tiempo.



A solo unos metros de la remodelada casa de baños cuyos orígenes se remontan al siglo XVIII y por la que, a principios del siglo XIX, pasaron personalidades como Benito Pérez Galdós o Menéndez Pelayo, se encuentra la estación de ferrocarril, convertida en Centro de Interpretación de la red Natura 2000, junto a la cual podemos contemplar la recientemente remodelada ‘Reyerta’, una de las locomotoras de vapor que prestó servicio a la Compañía del Ferrocarril de El Astillero a Ontaneda




Pasamos junto a un quiosco en el que nos ofrecen la posibilidad de alquilar unas bicicletas, pero continuamos nuestro paseo a pie, adentrándonos en el valle del Pas y remontando el curso del río por su margen derecha, evitando sus meandros y avanzando en línea casi recta durante varios kilómetros.

 

Pasamos junto a la antigua estación de Soto Iruz, cerca de la cual se encuentra el Monasterio de Nuestra Señora de El Soto.



Luego, continuamos nuestro paseo por el valle de Toranzo y llegamos a un lugar singular: los arcos de un sorprendente acueducto, conocido como Puente Rual, construido en 1.885 con el fin de facilitar el abastecimiento de agua a la ciudad de Santander.

 

La empresa concesionaria ‘Sociedad Anónima para el Abastecimiento de Aguas de Santander’ obtuvo un acuerdo en 1.877 para captar parte de las aguas de La Molina, en San Martín de Toranzo, procedentes de varios manantiales y conducirlas hasta la capital, para lo cual hubo de ejecutar importantes obras de las que aún se conserva, además del mencionado acueducto, el depósito de Pronillo.



Seguimos con nuestro paseo, pero el sol aprieta, los kilómetros pesan y empiezan a hacerse más largos de lo que realmente son...




Llegamos a San Vicente de Toranzo y cambiamos de margen. Cruzamos al otro lado del río, para lo cual atravesamos un singular puente de dos vanos y unos noventa metros de longitud, denominado Puente de la Esperanza. El tablero es de madera, pero la estructura es metálica y, cuando pasan los coches, traquetean igual que un tren...



Estamos a punto de llegar a nuestro destino. Caminamos a la orilla del río. Pasamos junto a un aparcamiento para caravanas y poco después llegamos al parque de Alceda.



En total, han sido cuarenta y cinco kilómetros de paseo y algo más de nueve horas de caminata. Hemos llegado cansados; puede que no hayamos entrenado lo suficiente, pero ha merecido la pena…



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