lunes, 28 de junio de 2021

Y JULIA RETÓ A LOS DIOSES: ¡yo, Julia, gobernaré Roma desde mi tumba!

Santander, 28 de junio de 2.021

La novela “Y Julia retó a los dioses”, firmada por Santiago Posteguillo en 2.020, es la continuación de “Yo, Julia” (2.018), y en ella le brinda a Galeno la posibilidad de narrar la caída de una de las mujeres más poderosas e influyentes de la historia de Roma, que, siendo muy joven, sobrevivió a la locura y el asesinato del emperador Cómodo y se las ingenió para escapar de Roma durante el débil reinado del malogrado Pértinax para reunirse con su marido: Septimio Severo, y conducirlo después hasta la cúspide del imperio arrastrándolo a tres guerras civiles sucesivas -contra Didio Juliano, Pescenio Nigro y Clodio Albino-, que le permitieron forjar una dinastía: ¡su propia dinastía!



La ambición, la inteligencia y la audacia que mostró en su empeño por alcanzar el poder fueron impresionantes, pero su resistencia ante la enfermedad y la traición no lo fueron menos…



Algunos dioses responsabilizan a Julia Domna de todos los males de Roma. Se celebra, en el Olimpo, un cónclave celestial:

 

“Poco antes de que ella accediera al poder, ardió mi templo -se lamenta Vesta-. Aquello fue una advertencia de lo que se nos avecinaba. Es una extranjera y, como tal, debe ser desplazada del poder de Roma, alejada de allí y aniquilada, como hicimos con Cleopatra en el pasado, o con Berenice…”.

 

La diosa del hogar no está sola; ha conseguido el apoyo de otros dioses importantes, como Apolo o Diana, y el de los dioses indígenas romanos, proclives a apartar del poder imperial a una mujer oriental. El enfrentamiento entre unos y otros ha reavivado viejas rencillas del pasado. La guerra entre los dioses parece inevitable…

 

“¡Sea! A Julia se la probará hasta en cinco ocasiones -ha dictaminado Júpiter-. Cinco pruebas mortales que tendrá que superar. Si las pasa, se mantendrá en el poder de Roma; pero, si no supera alguna de ellas…”.

 

Pero Julia Domna no es una persona normal. Ha sobrevivido a la traición del hombre en el que más confiaba su esposo, al envenenamiento mortal del emperador Severo, a la espiral de odio y envidia que envolvía a sus hijos -quienes llegaron a gobernar juntos durante trescientos diecinueve días, aunque fueran incapaces de tomar ni una sola decisión conjunta o coordinada-, a la muerte de Geta a manos de su hermano mayor, a la locura e impotencia de este, convertido en Caracalla, a la ambición del Senado y a los tejemanejes de un usurpador que intentó robarle toda una dinastía, pero solo la rabia la mantiene con vida. El cáncer que, desde el pecho, se extiende por todo su cuerpo, no tiene cura…

 

“¡No me detendrá ni la muerte! ¡Conseguiré la victoria, aunque, para ello, tenga que luchar desde el reino de los muertos! La venganza más inesperada es la que más se disfruta. Nadie acabará con mi dinastía. ¡Eso nunca! La palabra ‘derrota’ no existe para mí, no para Julia Augusta. Quizá sean los dioses de Roma los que me mandan toda esta hecatombe en la que los sacrificados somos yo y mi dinastía, pero no cederé; no me dejaré vencer ni por mortales, ni por inmortales. Todos me creen derrotada, pero se equivocan; no les daré la satisfacción de arrebatarme todo aquello por lo que he luchado durante años. Puede que yo muera, pero mi dinastía prevalecerá. ¡Conseguiremos la eternidad del Imperio!”.


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