Santander, 24 de julio de 2.012
Hoy era el día que tenía marcado en el calendario para reconciliarme con la campa de La Magdalena, un marco incomparable para disfrutar de la música en directo pero en el que sorprendentemente acumulo unas cuantas decepciones.
Casi sin querer me vienen a la memoria la actuación de Ella Baila Sola bajo una lluvia torrencial, el bochornoso espectáculo ofrecido en su día por Enrique Bunbury, incapaz de tenerse en pie, el decepcionante encuentro con Amaral de hace tres años o la soporífera actuación de Maldita Nerea el año pasado.
Hoy arrancaba la presente edición del AMSTEL-Música en Grande y esta vez estaba dispuesto a poner todo de mi parte para disfrutar de un concierto que tenía anotado en mi agenda desde hace más de medio año.
Llegamos a la campa en torno a las diez de la noche, después de compartir ramilletes de chupa-chups con alguien a quien, como a Marcos, y aunque pueda sonar extraño, le sienta fantásticamente bien el paso de los años (cada día estás más guapa: ¡FELICIDADES!).
Los desconocidos The Monomes acababan de salir al escenario para inaugurar el macrofestival, pero confieso que apenas presté atención a su actuación, más preocupado de ahogar mis insignifacantes preocupaciones en cerveza, sometiéndome a un reparador desahogo verbal, que de escuchar sus canciones.
Su actuación fue corta y al acabar nos sumergimos en la todavía diseminada marabunta, dispuestos a incrustarnos en las primeras filas, alejándonos del público de circustancias que acude a este tipo de conciertos de forma casual y que hoy no estaba dispuesto a que me contagiase su frialdad.
Miss Caffeína fue la siguiente formación en salir al escenario.
Los madrileños estuvieron hace unos meses en el BNS presentando su primer disco, "Imposibilidad del fenómeno" (2.010), pero entonces fui literalmente incapaz de disfrutar de su directo; hoy las circunstancias eran muy diferentes...
Alberto Jiménez (voz), Sergio Sastre (guitarra), Álvaro Navarro (guitarra), Antonio Poza (bajo) y Román Méndez (batería) se hayan enfrascados en la preparación de la grabación de su próximo disco. Éste era su único directo del verano y tenían ganas de darlo todo.
Demostraron personalidad, y zigzagueando sobre el escenario, acostumbrados a perderse los caminos rectos, nos invitaron al baile de máscaras que aún estaba por llegar anunciándonos la aproximación de dos cometas erráticos.
La Sonrisa de Julia era mi plato fuerte de esta noche.
Marcos Casal, Raúl Delgado y Curro Moral, que recientemente han concluido una gira en la que celebraban su décimo aniversario sobre los escenarios, comenzaron el concierto desempolvando temas de sus primeros discos, conquistando al público desde el primer momento con su fuerza y carisma.
Después encadenaron otros de "El hombre que olvidó su nombre", sin duda uno de los mejores discos del año pasado.
Los chicos de La Sonrisa de Julia invitaron a acompañarles sobre el escenario a Mario de Inocencio, Alberto Jiménez y David Otero (sólo faltaba Rebeca...).
Juntos lanzaron el grito desgarrador del hombre que olvidó su nombre, dejándonos sin aliento e invitándonos a atesorar abrazos y caricias.
El concierto siguió su curso pero se mi hizo corto.
Me supo a poco aunque no estuvo mal que antes del final Marcos me recordase lo bien que me siento en Santander.
El calor de mi gente y la brisa del mar compensa muchas cosas; supongo que por eso estoy aquí...
Era el turno de David Otero.
Puede parecer sintomático pero, durante el paréntesis abierto entre concierto y concierto, la organización pinchó un tema que me recordaba que yo le esperaría.
Hace unos meses vi a El Pescao en versión acústica en el Black Bird Club y la experiencia no me gustó.
Desde hace unas semanas bromeaba con la posibilidad de marcharme para casa después de la actuación de La Sonrisa de Julia.
No me lo creía ni yo pero, por si acaso, Cali y el Dandee me recordaron que debía de quedarme: al fin y al cabo hay cosas mucho peores que "La Casita Live".
David y su banda no tardaron en demostrarnos que la electricidad les sienta muy bien.
Se enchufaron rápidamente y nos brindaron una fresca descarga de adrenalina.
El Pescao derrochó simpatía y naturalidad, se mezcló con el público y no se cansó de repetir lo mucho que le gusta nuestra tierruca y sus playas, en especial la de Langre, sin duda, la más bonita del mundo.
Tuvo canciones para todo el mundo: les dedicó temas a Dani Martín y a Chema Ruíz (compañeros suyos en El Canto del Loco) y a Cristóbal Martínez, responsable de que la banda de El Pescao sea la que es y que, donde esté, sabe que: da lo mismo lo que haya pasado ya y lo que llegará, lo que diga la gente y llegar primero o llegar detrás; lo que importa es el presente y la sinceridad, las cosas que nos hacen soñar, los amigos cuando ya no están, y el mundo si podemos vivir un día más....
Les cedió el micro a los hermanos Galván para que cantasen uno de sus temas y antes de despedirse llamó a Marcos Casal para juntos lanzarse a la búsqueda del sol.
Fue una noche muy larga de conciertos muy cortos que sirvieron para reconciliarme con la campa de la Magdalena: ¡objetivo cumplido!
Alberto Jiménez (voz), Sergio Sastre (guitarra), Álvaro Navarro (guitarra), Antonio Poza (bajo) y Román Méndez (batería) se hayan enfrascados en la preparación de la grabación de su próximo disco. Éste era su único directo del verano y tenían ganas de darlo todo.
Demostraron personalidad, y zigzagueando sobre el escenario, acostumbrados a perderse los caminos rectos, nos invitaron al baile de máscaras que aún estaba por llegar anunciándonos la aproximación de dos cometas erráticos.
La Sonrisa de Julia era mi plato fuerte de esta noche.
Marcos Casal, Raúl Delgado y Curro Moral, que recientemente han concluido una gira en la que celebraban su décimo aniversario sobre los escenarios, comenzaron el concierto desempolvando temas de sus primeros discos, conquistando al público desde el primer momento con su fuerza y carisma.
Después encadenaron otros de "El hombre que olvidó su nombre", sin duda uno de los mejores discos del año pasado.
Los chicos de La Sonrisa de Julia invitaron a acompañarles sobre el escenario a Mario de Inocencio, Alberto Jiménez y David Otero (sólo faltaba Rebeca...).
Juntos lanzaron el grito desgarrador del hombre que olvidó su nombre, dejándonos sin aliento e invitándonos a atesorar abrazos y caricias.
El concierto siguió su curso pero se mi hizo corto.
Me supo a poco aunque no estuvo mal que antes del final Marcos me recordase lo bien que me siento en Santander.
El calor de mi gente y la brisa del mar compensa muchas cosas; supongo que por eso estoy aquí...
Era el turno de David Otero.
Puede parecer sintomático pero, durante el paréntesis abierto entre concierto y concierto, la organización pinchó un tema que me recordaba que yo le esperaría.
Hace unos meses vi a El Pescao en versión acústica en el Black Bird Club y la experiencia no me gustó.
Desde hace unas semanas bromeaba con la posibilidad de marcharme para casa después de la actuación de La Sonrisa de Julia.
No me lo creía ni yo pero, por si acaso, Cali y el Dandee me recordaron que debía de quedarme: al fin y al cabo hay cosas mucho peores que "La Casita Live".
David y su banda no tardaron en demostrarnos que la electricidad les sienta muy bien.
Se enchufaron rápidamente y nos brindaron una fresca descarga de adrenalina.
El Pescao derrochó simpatía y naturalidad, se mezcló con el público y no se cansó de repetir lo mucho que le gusta nuestra tierruca y sus playas, en especial la de Langre, sin duda, la más bonita del mundo.
Tuvo canciones para todo el mundo: les dedicó temas a Dani Martín y a Chema Ruíz (compañeros suyos en El Canto del Loco) y a Cristóbal Martínez, responsable de que la banda de El Pescao sea la que es y que, donde esté, sabe que: da lo mismo lo que haya pasado ya y lo que llegará, lo que diga la gente y llegar primero o llegar detrás; lo que importa es el presente y la sinceridad, las cosas que nos hacen soñar, los amigos cuando ya no están, y el mundo si podemos vivir un día más....
Les cedió el micro a los hermanos Galván para que cantasen uno de sus temas y antes de despedirse llamó a Marcos Casal para juntos lanzarse a la búsqueda del sol.
Fue una noche muy larga de conciertos muy cortos que sirvieron para reconciliarme con la campa de la Magdalena: ¡objetivo cumplido!
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