martes, 22 de septiembre de 2015

EL BIERZO (I) - PEÑALBA DE SANTIAGO Y MONTES DE VALDUEZA: ¡¡¡el Valle del Silencio!!!

Peñalba de Santiago, 12 de septiembre de 2.015

Las Médulas y yo tenemos una cuenta pendiente; Marta lo sabe y por eso nos propuso hace unas semanas compartir una larga escapada al Bierzo pero vivo días demasiado ajetreados, de manera que hemos tenido que conformarnos con un par de días y dejar la reconciliación con las minas romanas para otra ocasión.
Arrancamos el viernes por la noche y llegamos a León poco después de la medianoche...
Dormimos poco, madrugamos y nos ponemos en carretera. Alcanzamos Ponferrada y pasamos de largo para sumergirnos en el corazón de los Montes Aquilanos: agreste formación montañosa situada al sureste de la comarca del Bierzo.
Atravesamos el frondoso y exhuberante Valle del Oza para dirigirnos a Peñalba de Santiago. Una carretera empinada, estrecha y sinuosa nos conduce hasta un afortunado pueblo de poco más de veinte habitantes situado a 1.100 metros de altitud, declarado Bien de Interés Cultural en 2.008 y restaurado integramente merced a las subvenciones públicas.

Aparcamos el coche en el estacionamiento habilitado a la entrada del pueblo y dejamos que nuestra mirada sobrevuele el Valle del Silencio para detenerse sobre los imponentes montes que nos envuelven.



El pueblo, anclado en la ladera más soleada de la montaña, al pie de la Peña Alba, supone una extraordinaria muestra de arquitectura rural: remozadas construcciones de piedra con tejados de pizarra y toscos balcones de madera de castaño se apiñan escalonadamente, mirando hacia el fondo del valle, repartidos a lo largo de dos calles bien pavimentadas.



Destaca su iglesia, joya de la arquitectura mozárabe del siglo X. La mandó construir el abad Salomón en el año 937 y es lo único que se conserva del monasaterio fundado aquí por San Genadio después de renunciar al obispado de Astorga.



El exterior de la iglesia está en obras y cubierto de andamios por lo que apenas tenemos ocasión de poder apreciar la singular espadaña exenta, pero accedemos al interior por una hermosa puerta geminada dispuesta bajo un robusto arco de descarga incrustado en el muro de la iglesia y formada por un doble arco de herradura apoyado en tres pilares de mármol con hermosos capiteles labrados. 



En el interior, contemplamos los restos de pintura mural decorativa que se conservan en las paredes y cúpulas y nos llama poderesomante la atención los imponentes arcos de herradura de origen visigótico que sostienen la nave principal.
Se trata de un edificio con planta de cruz latina, formada por una única nave y dos minúsculas capillas adosadas en los laterales formando los brazos de la cruz. Destacan, sin duda, los dos absides contrapuestos siutados en los extremos de la nave central.


Regresamos al exterior y trepamos por las escaleras que se cuelan entre los muros de las casas para colamos en las huertas y zonas de esparcimiento de los vecinos del pintoresco pueblo y contemplar la manta de pizarras con la que cubren los tejados de sus viviendas.



Comemos en el local de un holandés errante afincado en Peñalba de Santiago y después de tomar un cafetín, con el estómago lleno, volvemos sobre nuestros pasos para visitar a los vecinos de Montes de Valdueza, los hermanos pobres de los peñalbinos...

Montes de Valdueza es un pueblo cercano de características muy similares que apenas ha tenido ocasión de beber de la teta del estado: sus calles no están pavimentadas y sus desmoronadas casas de piedra y pizarra custodian las ruinas del Monasterio de San Pedro de Montes.




El cenobio fundado por San Fructuoso en torno al año 635 fue uno de los más importantes de los muchos situados en la Tebaida Berciana.


Tras la fundación del Monasterio de Compludo, Fructuoso decidió internarse en los valles situados entre los Montes Aquilanos buscando de nuevo la soledad y levantó un pequeño oratorio dedicado a San Pedro Apostol junto a un antiguo castro denominado Castro Rupianense. Hasta allí le siguieron numerosos discípulos dispuestos a llevar una vida ascética en emitorios, lo que propició la fundación del Monasterio de San Pedro, conocido también como Monasterio Rupianense.

Entre todos sus seguidores destaca la figura de San Valerio, quien describía así el lugar en el que se alza el monasterio:

Es un lugar parecido al Edén, y tan apto como él para el recogimiento, la soledad y el recreo de los sentidos. Cierto es que está vallado por montes gigantescos, pero no por ello creas que es lóbrego y sombrío, sino rutilante y esplendoroso de luz y de sol, ameno y fecundo, de verdor primaveral... Aunque en la rígida pendiente de la montaña ni un sólo rincón encontramos donde edificar, con la ayuda de Dios, el trabajo de nuestras propias manos y la pericia de los artesanos, en muy poco tiempo allanamos un pequeño espacio donde pudimos edificar un breve remedo de claustro: ¡que delicida contemplar desde aquí los vallados de olivos, tejo, laureles, pinos, cipreses y frescos tamarindos, árboles todos de hojas perennes y perpetuo verdor! A este inmarcesible bosque le llamamos 'Dafne' por sus emparrados rústicos de cambroneras que brotan espontáneas y trepan por los troncos y forman amenísimos y compactos toldos, y refrescan y protegen nuestros miembros de los rigores del estío y nos proporcionan mayor frescor que los antros de las rocas o la sombra de las peñas, mientras que el oído se regala con el muelle del cantar del arroyo que a la vera corre, y la nariz se embriaga con el nectáreo perfume de las rosas, los lirios y toda clase de plantas aromáticas. La bella y acariciadora amenidad del bosque calma los nervios y el amor auténtico, puro y sin fingimientos inunda el alma.

La invasión musulmana propició el abandono del monasterio pero en torno al año 895 aparece la figura de San Genadio, quien tras formarse en el Monasterio de Ageo, donde había conocido la vida y obra de San Fructuoso y San Valerio, decidió trasladarse a los Montes Aquilanos y restaurar el antiguo cenobio. Reedificó la iglesia y adaptó los espacios abandonados a las nuevas necesidades. La popularidad del lugar empezó a crecer y el monasterio comenzó a recibir importantes donaciones.
Durante varios siglos el nuevo cenobio benedictino consolidó sus dominios lo que permitió, a mediados del siglo XIII construir una nueva iglesia monacal que ha llegado hasta nuestros días, pero a principios del siglo XIV el monasterio vivió un periodo de decandencia durante el que perdió gran parte de sus bienes.
A finales del siglo XV San Pedro del Monte se incorporó a la Congregación de Valladolid y comenzó a resurgir de la penuria económica a la que se había visto sometido hasta alcanzar mediado el siglo XVIII un periodo de explendor durante el que se emprendieron importantes obras de mejora en el monasterio que permitieron ampliar la iglesia medieval y levantar un nuevo imafronte, decorar su interior y rehacer el claustro.
A lo largo del siglo XIX, sin embargo, la Guerra de la Independencia, la desamortización de Mendizabal y el incendio acaecido en su interior en 1.842 propiciaron el definitivo abandono del cenobio y el lento deterioro de sus dependencias.


En la actualidad se conservan la iglesia y las ruinas del monasterio, donde recientemente se han llevado a cabo obras de excavación y restauración que han permitido consolidar los muros del antiguo monasterio.

Visitamos el conjunto.
Comenzamos por la iglesia, cuya fachada principal, del siglo XVIII, contrasta con la torre románica del siglo XIII que la flanquea.

En su vetusto interior, junto a la sacristía, se conserva una pila de agua bendita procedente del primitivo Monasterio Ruspiniano pero el resto de la decoración (retablos, sillerías...) proceden del periodo de explendor vivido por el monasterio durante el siglo XVIII.

Regresamos al exterior y accedemos a las dependencias monacales sobrecogidos por el abrumador silencio y el imponente peso del paso del tiempo.


Recorremos las románticas ruinas, dejándonos seducir por el silencioso murmullo de las piedras que forman sus muros y el suave susurro de las hojas de los árboles que crecen en su interior.



Atravesamos los punzantes arcos formados por frágiles lajas de pizarra y paseamos por el desvencijado claustro antes de regresar al ajetreado siglo XXI. Volvemos al coche y abandonamos el Valle del Oza para volver a Ponferrada...

3 comentarios:

  1. Que gran dia descubriendo tesoros escondidos y pueblecitos con encanto!!!

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  2. Que gran dia descubriendo tesoros escondidos y pueblecitos con encanto!!!

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  3. Informamos al autor que ninguna de las casas de la localidad de Peñalba ha recibido subvención alguna para su rehabilitación. Cada propietario ha hecho frente a la misma de su pecunio particular o el crédito al uso. Simple aclaración porque no es el único que cae en el error

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