Sevilla, 28 de febrero de 2.016
A sus sesenta y siete años recién cumplidos, Joaquín Sabina, que ya recibió la Medalla de Andalucía en 1.989, ha sido nombrado, junto al médico especialista en trasplantes Ángel Salvatierra, Hijo Predilecto de Andalucía. Él lo ha agradecido con estos versos:
Sesenta y siete tacos el día doce
de febrero cumplí con pocas ganas
de 'happy birthdays', de velas atroces,
pero esa tarde me llamó Susana.
"Presidenta", le dije, "no me tiente
con medallas impropias de un gualtrapa,
aunque si es de mi tierra y de mi gente
será un honor lucirla en la solapa."
Y eso que en estos tiempos de tribales
identidades antisolidorias
uno acepta encomiendas federales
si no son desiguales y gregarias.
Urge por eso, en tan inciertos días,
construir puentes, destruir barreras:
que sea verdiblanca la bandera
de la cultura, el pan y la alegría.
De Huelva y de Jaén eran mis padres;
mis 'troncos': andaluces sin fronteras.
Cuando la última copa me descuadre
regresaré a mi olivo y a mi higuera.
Jaén, Sevilla, Córdoba, Granada,
Málaga, Huelva, Cádiz, Almería:
duendes de la memoria enamorada,
mantras del corazón y la utopía.
"¡Que jeta! ¿Predilecto? ¡Que impostura!",
se burlan los espejos implacables.
"¿El cantautor o su caricatura?
¿El golfo?, ¿el trotamundos inestable?
¿el rojo con abono en la Maestranza?
¿el rockero que admira al Agujetas?
¿el ateo que espera a la Esperanza
de Triana soñando una saeta?"
"¿Qué cantan los poetas andaluces
de ahora?", preguntaba Rafael. "Caballero
Bonald, perito en luces,
de Argónida" le podéis responder.
Y mi compadre Luis García Montero
y Felipe Benítez, que en la Rota
de la OTAN fundó un invernadero
para plantar mis ripios y mis notas.
Y allí paso veranos exquisitos
al amor de la gente que más quiero,
rodeado de hermanos, primas, titos,
un doctor, un borracho, un alfarero.
En ningún otro sitio los gitanos
han echado raíces de Macondo
llenando el alcanfor de mis paisanos
de un milagro llamado cante jondo.
Y América Latina, tan mestiza
que sabe a ron y arcángeles paganos,
y esa Habana mulata tan castiza,
tan gaditana dijo Carlos Cano.
Regular, mire usted, tirando a mal
anda nuestra marchita economía,
pero en arte, delirios y osadía
no conozco un Parnaso tan frutal.
Por eso, a los tribunos que gobiernan,
hoy les pido, perdónenme que insista,
una patria decente, audaz, moderna,
humana, justa, libre y progresista.
Y como no me ponen los sectarios
ni me frenan atávicos prejuicios,
soñar un paraíso hospitalario
al sur del sur es ya mi único vicio.
Tuvo que ser el gesto de un paisano,
pongamos que hablo de Alejandro Sanz,
quien detuviera en fa mayor la mano
que maltrataba el labio de una fan.
Porque, aunque soy forofo del Atleti
y admirador de Messi y de Zizou,
entre el merengue y, 'manque empate', el Betis,
quiero siempre que gane el andaluz.
Marifé, Gala, Góngora, Cernuda,
Morente, Rancapino, Camarón,
Pasión, Emilio Prados, Juan Ramón:
el sabio sabe más cuanto más duda.
Y Bécquer y Don Juan, Chaves Nogales,
Javier Ruibal, Paquito de Lucía,
Téllez, Muñoz Molina, los cabales
profetas de la nueva Andalucía.
Y Romero de Torres y Murillo
y Juan Vida, Valdés Leal, Laffón,
y Picasso y Velázquez y Gordillo
yendo del carboncillo a la abstracción.
Y Rilke, Hemingway, Gibson, Brenan
y el orondo Orson Wells, guiris de pro
que entre la magia, el llanto y la verbena,
Blas Infante a su causa convirtió.
Y Pastora Soler y Miguel Ríos
y la ópera bastarda de Bizet
y Carmen: la morena del quejío,
que no es la gabacha de Mérimée.
Abrácense por fin las dos Españas,
muera el siniestro gerracivilismo.
Ni obispos, ni trileros sin entrañas:
menos tontos por ciento de lo mismo.
En Madrid aprendí como reluce
la copla de Chacón, tabaco y oro,
cuando salen roneando por el foro
de El Café de la Unión los andaluces.
Permítanme también que cite y loe
aquellos besos en Puente Genil,
el trilingüe legado de Averroes,
las lágrimas de sangre de Boabdil.
Y Aleixandre -el gran Nobel generoso,
el hombre más discreto de Sevilla-,
que en Wellingtonia tuvo buen reposo
y amores clandestinos de puntillas.
Maestros de fervor republicano,
actores de la mítica Barraca,
doctores que en su exilio americano
ilustraron al negro y al sudaca.
Aquí pintan de añil el universo
Morante, Caracol, José Mercé,
el nombre de la rosa, prosa y verso,
Altolaguirre, Lola, Rafaél,
la impúdica y traviesa chirigota,
John Lennon y la Piaf por bulerías,
el Kichi en carnaval dando la nota,
el verdial tan rural de la Ajarquía.
Con lo que va agrandándose y creciendo
por todo el ancho mundo el español,
¿qué coño hace ese soso malvendiendo
su inglés barato por Eurovisión?
"Querido, no te pongas estupendo",
me dijo anoche un cierto don Latino
de Hispalis, "sigue andando y escribiendo,
pero en román vulgar y palatino".
Cuidando mi mala salud de hierro,
hurgando en pecadillos veniales,
con seis gatos en torno y ningún perro
que ladre en mis futuros funerales,
la España de charanga y pandereta
no es el sur luminoso que prefiero,
mientras el jornalero y el fumeta
blasfemen contra el Dios de los banqueros.
Pero es verdad que el ciclo de la luz,
el pescaíto, el mar, el vino, el clima...,
convierten en fanático andaluz
al que a su gente singular se arrima.
Estos días azules y este sol
de la infancia en un patio de Sevilla
velaron al poeta en la pensión
de Colliure con flores amarillas.
Dos versos, un cuaderno, un sacramento
póstumo del mejor de los Machado
que nos dejó de noble testamento
su 'cómo ser un andaluz honrado'.
Bernarda Alba, Fernando de los Ríos:
desvaríos locos de la colina.
La bien paga' provoca escalofríos
cuando la llora Miguel de Molina.
Contra el pacto del sable y la casulla,
mi Diosa es la razón que no se vende.
Esta medalla al mérito es más suya
que de quien de su ejemplo tanto aprende.
Alérgico a sermones y laureles,
hoy, lejos de Calle Melancolía,
pongo mi tinta, cantos y pinceles,
al servicio de nuestra Andalucía.
"Bendito veintiocho de febrero":
lo dice un hijo pródigo que sabe
que aquí no sobra nadie, compañeros,
que todo el mundo en esta tierra cabe.
Andaluz y español, más europeo
que el virús que nos quiere separar,
por sí dice ese himno en el que creo,
y por el mundo y por la humanidad.
Pero no sólo en Andalucía quieren al maestro: ¡España entera le respeta!
El 15 de mayo de 2.009, coincidiendo con la festividad de San Isidro Labrador, el Ayuntamiento de Madrid entregó a Joaquín Sabina -junto a Paloma O'Shea, el futbolista Raúl González Blanco y el torero José Tomás-, la Medalla de Oro de la ciudad.
El alcalde Alberto Ruiz Gallardón le dedicó al de Úbeda estas palabras:
No se dejen engañar. Lleva años intentando convencernos de que su auténtica vocación es la del pirata cojo… Y sin embargo su amigo Aute ya le desenmascaró cuando escribió que en realidad el perdedor es su universo, aunque pretende ser feliz, y aún hay quien dice que está cuerdo. ¿Quién es, entonces, este hombre de las mil máscaras?. Un clásico.
Sabina pertenece a esa tradición memorable de la bohemia madrileña de los Sawa, Valle y compañía. Pose donjuanesca, alma romántica y tronada, esconden uno de los grandes cráneos privilegiados que junto a los anteriores han hecho de la noche y las letras madrileñas un mito, no tanto de disolución, lo siento Joaquín, como de agudeza.
Músico, poeta, showman de sí mismo y de todos nosotros, de un tiempo y de una ciudad, el dandismo de Sabina deja entrever una única certeza asomando tras ese sarcástico ilusionismo del tipo sensible metido a duro: su amor por Madrid. Un amor plasmado en una canción que es ya casi un himno para la ciudad, “Pongamos que hablo de Madrid” y cuyos versos constituyen tal vez la más hermosa confesión de amor que se le ha hecho, que se nos ha hecho.
Alberto Ruiz Gallardón
(Alcalde de Madrid)
El discurso de Joaquín Sabina después de recibir el premio bajo la bóveda de cristal del patio del Palacio de Cibeles fue éste:
Cuando yo empezaba a corretear por Madrid, lo suyo, lo que de verdad se llevaba, era despreciar las medallas. Quedaba muy bien, pero era mentira. En realidad, eran las medallas las que nos despreciaban a nosotros.
Por una medalla de Madrid uno hasta madruga. Por darse un paseo por este Madrid isidril, tan primaveral, y tan hermoso, y tan faldicorto, al que le llamó Galdós una vez 'poblachón manchego'. Pero también Galdós dijo -y yo lo dije un día en la plaza de toros de Las Ventas, no toreando, sino cantando-: “Yo nací en Madrid a los 30 años”. Luego, el Nobel Cela dijo que Madrid estaba entre Navalcarnero y Kansas City. Para el niño de provincias que yo fui, Madrid era el sitio donde iban todos los trenes, y sobre todo era el mapa del deseo, el territorio de los sueños; Madrid estaba entre Babilonia y el paraíso terrenal. Lo malo de los sueños es que algunas veces acaban cumpliéndose...
Yo siempre digo que los que habéis nacido en Madrid, como mis dos hijas, guapísimas, que son madrileñas: gatas de pro, se han perdido el modo de paladearla de alguien que viene de fuera y se baja en la estación de Atocha con su maleta de cartón y con su boina en el alma. Como era el niño de provincias que yo fui, que soñaba con conquistar una ciudad que es tan fácil de conquistar porque te deja empezar a ser madrileño en el mismo segundo en que te bajas en Atocha y te quedas en Madrid...
Madrid es la ciudad más hospitalaria, más callejera, más amable y más abierta del mundo, una ciudad donde es inconcebible imaginar a los madrileños desfilando detrás de un himno o con una bandera de Madrid. Y eso es estupendo. Una ciudad que además de ser Villa y Corte, ahora es una ciudad modernísima y maravillosa. Este patio parece que lo estrenamos hoy y, aunque a mí me gustaba más la plaza de la Villa, me parece una delicia de lugar para acoger a toda la gente que admiro y a toda la gente que quiero.
Quiero mandarle un beso a la madre de mis hijas y a mi novia Jimena, que es peruana. Es decir, madrileña, porque vive en la calle de Relatores. Es muy emocionante. Estoy muy agradecido y abrumado. Y con alzhéimer. Muchas gracias.
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