sábado, 13 de agosto de 2016

LA CORONA PARTIDA: para ser un buen rey no es necesario ser un buen padre.

Santander, 11 de agosto de 2.016

Los reyes y las reinas no son dueños de sus vidas, y mucho menos de lo que la historia diga de ellos...


Isabel ha muerto...
Fernando pena, como lo hacen también los productores de una serie de televisión que han exprimido durante tres temporadas. Los responsables de Diagonal TV tuvieron el acierto de abrir un melón que les ha proporcionado un rotundo éxito y no están dispuestos a quedarse de brazos cruzados mientras los restos de la reina reposan en Granada. Las desventuras del pequeño Carlos les permitirán seguir explotando la gallina de los huevos de oro, pero antes deben de conducirle hasta el trono...

"La Corona partida" es una película dirigida por Jordi Frades, estrenada en las salas de cine hace solo unos meses pero hecha para la televisión, que pone de manifiesto la lucha de poder establecida entre don Fernando y Felipe 'el Hermoso' tras la muerte de Isabel para hacerse con la corona de Castilla antes de la llegada al trono de su nieto Carlos.


Castilla se viste de negro y afronta una triste partida de ajedrez. No han sido pocos los reinos que han sucumbido tras la muerte de sus reyes pero Isabel (Michelle Jenner) lo ha dejado todo bien dispuesto. Las cancillerías envían sus condolencias y celebran que todo siga su curso en el reino, pero no hay noticias de Flandes. Cuanto más postergue el archiduque Felipe (Raúl Mérida) el regreso de doña Juana (Irene Escolar) a Castilla, más tiempo concederá a Fernando (Rodolfo Sancho) para afianzar su gobernanza...

Muchas son las discrepancias que separan al cardenal Cisneros (Eusebio Poncela) y al rey de Aragón, pero la memoria de Isabel y el deseo de que el poder permanezca en manos de la Corona les mantiene unidos. Los nobles de Castilla desean desalojar al aragonés, pero el testamento de la difunta reina dispone que se le entregue a él su corona en caso de que su su hija no pueda, o no quiera gobernar...

La pobre Juana se convierte en un juguete roto zarandeado por su padre y por su esposo, quienes, sin importarles lo que ella siente, no hacen otra cosa que disputarse una corona que no pertenece a ninguno de los dos.
Mientras don Fernando hace pasar por loca a su hija ante las Cortes de Castilla, en Flandes, de forma precipitada, siguiendo el ejemplo de su suegra, el archiduque Felipe se autoproclama rey consorte de Castilla...


Fernando  se sentía débil y aislado. Con el fin de apaciguar el ánimo de los nobles, el aragonés reclamó la presencia en Castilla de su reina legítima. Estaba dispuesto a cumplir la voluntad de Isabel y permitir que su nieto Carlos gobernase en Castilla, pero sentía la necesidad de salvaguardar su legado y poner las coronas de Aragón, Nápoles y Sicilia a salvo de extranjeros.
Tras largos años guerreando llegó a un acuerdo con el rey Luis XII de Francia que beneficiaba a ambas partes. Él se convertiría en árbitro de todo lo que acaeciese en Italia, pero a cambio habría de casarse con la sobrina del francés, Germana de Foix (Silvia Alonso), una mujer prudente que supo respetar el inmenso amor que había sentido por Isabel. Si ésta le daba un hijo, Carlos no heredaría la corona de Aragón y los reinos de España volverían a estar enfrentados: ¡el legado de Isabel se tambalea!


Los archiduques arribaron a La Coruña, y no a Laredo, como estaba previsto. Fernando salió a su encuentro sin dar nada por perdido. Tanto él como su yerno ansiaban la gobernanza de Castilla pero una corona partida abriría la puerta al desgobierno y no deseaba tamaño desastre para su reino. Renunció al trono de Castilla y regresó a Aragón a cambio de conservar los maestrazgos de Santiago, Calatrava y Alcántara, y asegurarse una renta de diez millones de maravedíes al año y la mitad de los ingresos procedentes de Las Indias, pero se negó a firmar un documento que incapacitase a su hija Juana para gobernar.
El 12 de julio de 1.506, en Valladolid, las Cortes de Castilla reconocieron y aceptaron a doña Juana como su legítima reina pero ella rehusó tal responsabilidad. Entonces, los nobles nombraron a su esposo rey propietario de sus reinos y reconocieron a su hijo Carlos como su legítimo heredero.


El reinado de Felipe fue breve. Apenas un par de meses después, en Burgos, el 25 de septiembre de ese mismo año, moría en estrachas circunstancias. ¿Envenenado? ¿Quién sabe? Pudiera ser...
Su corazón fue llevado a Flandes para que reposase al lado de su madre mientras doña Juana encabezaba la tenebrosa comitiva que trasladó el cuerpo del rey de Castilla hasta Granada, donde deseaba ser sepultado.


Fue un viaje largo durante el cual la reina se refugió en el culto al cadáver de su esposo muerto para evitar tener que tomar decisiones relativas al gobierno de su reino.


El príncipe Carlos era aún muy niño y Castilla no podía quedar en manos de una loca. La regencia sería la única solución y al cardenal Cisneros le sobraba prestigio y autoridad para gobernar: ¡él era el candidato perfecto! Su lealtad a Castilla siempre estuvo por encima de todo. Si aceptó tal responsabilidad solo fue para allanar el regreso de don Fernando, pues otro que no fuera él -después de Dios-, no sería capaz de poner remedio a tan grandísima desventura...

El aragonés era consciente de que su hija era un estorbo. Le obedecería, pero no confiaba en él pues temía que privase a su hijo de su herencia. Asentado en Castilla de nuevo, Fernando se vio en la necesidad de tomar una decisión definitiva y lo hizo: confinó a Juana en el palacio real de Tordesillas, confiando en que algún día sus hijos fuesen tan buenos reyes como lo fueron sus abuelos.


El aragonés murió en Madrigalejo (Cáceres) el 23 de enero de 1.516, pero antes de hacerlo aún tuvo tiempo de asentarse en Flandes, doblegar a los grandes de Castilla y arrebatar Navarra al francés. Más hubiera hecho de no haber sido por la enfermedad y su obsesión por procrear: quiso romper la promesa que un día le hizo a Isabel pero Dios no lo consintió...

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