viernes, 28 de septiembre de 2018

LADY JANE: ¿por qué los fuertes no pueden ser nunca los buenos?

Santander, 14 de septiembre de 2.018


En 1.986, Trevor Nunn dirigió “Lady Jane”, una película de corte histórico, protagonizada por una jovencísima Helena Bonham Carter junto a Cary Elwes, John Wood y Patrick Stewart.



El rey Enrique VIII murió en 1.547. El príncipe Eduardo, su único hijo, heredó el trono de un país profundamente dividido entre católicos y protestantes, pero en sus últimas voluntades dejó claramente estipulado cómo debería resolverse el asunto de la sucesión en caso de que su enfermizo sucesor muriera sin descendencia. Sus hijas, las princesas María e Isabel, serían, en ese orden, las primeras candidatas a hacerse con la corona de Inglaterra. Si ellas no pudieran ser coronadas, los descendientes de Margarita, su hermana mayor -la rama escocesa de los Tudor-, quedaban excluidos de la línea sucesoria: las siguientes opciones serían Frances -la hija de María Tudor, su hermana pequeña-, y Jane, la hija de esta…



En 1.553, lady Jane Grey (Helena Bonham Carter) era una notable jovencita de quince años, educada en la religión reformada, que afirmaba estar dispuesta a morir por liberar a su pueblo de las cadenas del fanatismo y la superstición. John Dudley (John Wood), presidente del Consejo de Regencia instaurado por Enrique VIII para gobernar durante la minoría de edad de su heredero, planeaba casar con ella a su hijo pequeño, Guilford Dudley (Cary Elwes).

El rey Eduardo se estaba muriendo. Dudley preveía que, aunque los campesinos no estuvieran conformes, no volvería a haber otro católico romano en el trono inglés. La princesa María no reinaría, y su hermana, la princesa Isabel tampoco, pues era hija de una mujer decapitada por adulterio. La siguiente en la línea sucesoria era la duquesa Frances de Suffolk, que sin duda estaría dispuesta a renunciar a todos sus derechos y privilegios en favor de su hija.


El matrimonio de lady Jane se había convertido en un asunto de vital importancia. Sus padres aprobaban su compromiso con el joven Dudley, pero ella se negaba a casarse. Solo la intervención de su primo, el joven rey, consiguió hacerla cambiar de opinión.


Jane Grey y Guildford Dudley se casaron en Londres el 12 de mayo de 1.553. Lo hicieron sin demasiado convencimiento. Apenas se conocían, pero, muy pronto, el amor comenzó a florecer entre ellos. Ambos compartían su preocupación por lo que ocurría en su país, donde un chelín ya no valía nada: en el pasado, un montón de clérigos corruptos había engañado al pueblo, convenciéndole de que adorara imágenes y musitara oraciones sin sentido, y ahora, los reformistas parecían estar más preocupados por el número y la naturaleza de los sacramentos que por el sufrimiento de aquellos que los recibían…


El rey Eduardo VI murió el 6 de julio de 1.553, pero antes de hacerlo para mantener su reino lejos de las intrigas y maquinaciones de Roma, modificó el testamento de su padre y legó el trono de Inglaterra, Irlanda y Francia a su prima Jane.



El 10 de julio de 1.553, sin ser muy consciente de lo que se le venía encima, la joven fue coronada reina. Ella y su esposo hubieran podido demostrar que los fuertes también pueden ser buenos, y pelear juntos por sus ideales: un país que permaneciera fiel a la fe de Dios tal y como les fue revelada en las escrituras y un mundo en el que los hombres no tuvieran que ser marcados por no poder cultivar sus alimentos, pero apenas tuvieron tiempo de hacerlo.


Las necesidades de su pueblo eran primordiales para ellos: ayudar a los pobres y desvalidos… Tal vez por eso, cuando la princesa María reclamó su derecho al trono, el Consejo de Regencia cambió de bando y le ofreció su apoyo. Lady Jane y su esposo fueron arrestados, encerrados en la Torre de Londres y condenados a muerte. Su reinado había durado muy poco: solo nueve días…



Si hubieran abrazado la religión católica quizás se hubieran salvado, pero no lo hicieron. Los rebeldes que defendían su causa gritaban su nombre, y el príncipe Felipe de España había advertido a la reina María de que no se casaría con ella mientras la amenaza protestante persistiera.
El 12 de febrero de 1.554 sus almas emprendieron el vuelo hacia un mundo invisible en el que serían bienaventuradas, pues morarían eternamente en el paraíso…


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