Santander, 19 de noviembre de 2.018
Me sumerjo en mi biblioteca. Busco, sin
saber muy bien qué, y encuentro “La isla bajo el mar” (2.014), de Isabel
Allende.
“Baila, baila, Zarité, porque esclavo que
baila
es libre mientras baila…”
En
mis cuarenta años, yo, Zarité Sedella, he tenido mejor suerte que otras
esclavas. Voy a vivir largamente y mi vejez será contenta, porque mi estrella
brilla también cuando la noche está nublada. Conozco el gusto de estar con el
hombre escogido por mi corazón cuando sus manos grandes me despiertan la piel.
He tenido cuatro hijos y un nieto, y los que están vivos son libres. Mi primer
recuerdo de felicidad, cuando era una mocosa huesuda y desgreñada, es moverme
al son de los tambores, y esa es también mi más reciente felicidad, porque
anoche estuve en la plaza del Congo bailando y bailando, sin pensamientos en la
cabeza, y hoy mi cuerpo está caliente y cansado…
Cincuenta años después de que los
españoles conquistaran Haití y le cambiaran el nombre, no quedaba ningún nativo
vivo en La Española, así que no les quedó más remedio que empezar a importar
esclavos secuestrados en África para trabajar unas tierras que, hasta entonces,
no habían tenido dueño. A finales del siglo XVII, España cedió la parte
occidental de la isla a Francia, que la llamó Saint-Domingue, y esta se
convirtió en la colonia más rica del mundo…
Zarité, la protagonista de nuestra
historia, es una esclava en el Saint-Domingue de finales del siglo XVIII y
comienzos del XIX. Cuando tenía nueve años fue comprada por un rico
terrateniente de origen francés que la puso a trabajar en su casa. Poco
después, se había convertido en el centro de un pequeño microcosmos que refleja
fielmente la realidad de la colonia en una época convulsa que acabó arrasando
una isla que ansiaba la independencia y la libertad.
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