Santander, 8 de octubre de 2.019
Angelina Gatell sostiene que, leyendo los
relatos de Gianni Rodari, los niños siempre aprenden algo, pero no lecciones aburridas,
de esas que están llenas de nombres, de fechas y de batallas, sino cosas que
ocurren en la calle. Sus cuentos ponen en el acento en pequeños problemas
cotidianos, pequeñas malas acciones que, rectificando a tiempo, irán puliendo la
personalidad de los pequeños y haciendo de ellos los futuros hombres con los
que el pedagogo cuenta para conformar una hermosa humanidad capaz de vivir en
paz y con esperanza.
En 1.980, poco antes de morir, Gianni
Rodari publicó “Las aventuras de Tonino, el invisible”, un cuento mediante el cual
no solo pretende contarles a los niños una divertida historia, sino, además, compartir
con ellos su manera de mirar y de ver el mundo que nos rodea, transmitiéndoles
su permanente anhelo de que este sea, a cada minuto, un poco mejor y también un
poco más hermoso. Utilizando palabras muy sencillas -tan sencillas como las que
ellos emplean-, les dice que de nosotros depende combatir la soledad, el egoísmo,
la falta de solidaridad, la mentira, el miedo…, y mejorar la realidad que nos
envuelve y que constituye la gran casa que da cobijo a todos los hombres por
igual: al albañil y al abogado, al blanco y al negro, al que piensa de un modo
y al que piensa de otro…
Tonino desea ser invisible para que el
maestro no le pregunte una lección que no ha estudiado y le ponga una mala
nota. Consigue su deseo y, al hacerse invisible, pierde de golpe todo aquello
que, hasta aquel momento, había poseído: su familia, sus amigos, las gentes que
lo rodean…, porque, como ya no lo ven, es como si no existiera para ellos. ¿No
es eso mucho peor que una mala nota en matemáticas, o en historia? Una mala
nota se supera estudiando, pero cómo puede superarse la soledad. El pobre Tonino,
al volverse invisible, se queda absoluta-mente solo, y la soledad es la cosa
más fea que existe. Los seres humanos estamos hechos para vivir en comunidad,
para ayudarnos unos a otros, para dar y recibir tantas cosas hermosas como hay
en nosotros, pero, desgraciadamente, a nuestro alrededor hay demasiadas
personas que, por diferentes motivos, se sienten invisibles. Muchas veces, sin
darnos cuenta, ignoramos a las personas que tenemos a nuestro lado. Lo hacemos
porque son diferentes a nosotros y pensamos que no tenemos nada en común con
ellas, pero nos equivocamos: ellas también necesitan sentirse reconocidas y
acompañadas.
Tonino Da Rosa no es ni alto ni bajo, ni
guapo ni feo… Es, más o menos, como cualquier otro mu-chacho de diez años.
<<¡Ah, si pudiera ser invisible, al
menos por un día!>>, pensó en cierta ocasión.
Dicho y hecho: <<Menos mal, nadie
podrá preguntar la lección a un niño invisible>>.
El pequeño se lo pasó bien un rato, pero
después de hacer unas cuantas trastadas comenzó a sentir en sus propias carnes
lo frustrante y doloroso que puede llegar a ser que todo el mundo pase a tu
lado sin detenerse, al menos, a saludarte. La soledad le pesaba tanto como una
gran capa de plomo: ¡para ser felices necesitamos a los demás! Acurrucado en un
rincón de la acera, tendía la mano a los transeúntes suplicando: “No me dejéis
solo. Quiero ser como vosotros”, pero nadie lo escuchaba, porque era invisible.
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