jueves, 7 de noviembre de 2019

GRAMÁTICA DE LA FANTASÍA: la palabra al servicio de la imaginaicón

Santander, 3 de noviembre de 2.019


El escritor, pedagogo y periodista italiano Gianni Rodari sostenía que “la pasión, el desorden y la voluntad dan frutos cien veces mayores que cien años de escuela”.
Para aquellos que -como él-, defienden que la imaginación y la creatividad deben ocupar un lugar preeminente en la enseñanza, y con el fin de conseguir que ningún niño -ni siquiera aquellos que no tengan vocación de artista-, se convierta en esclavo de nadie, escribió una especie de manual de introducción al arte de contar historias con el que, en la medida de lo posible, proporcionar el acceso de todo el mundo a todos los usos de las palabras: “Gramática de la fantasía” (1.973).

El objetivo de dicho manual no es fundar una ‘Fantástica’ en toda regla, lista para ser enseñada y estudiada en las escuelas -como la Geometría-, ni enunciar una teoría completa de la imaginación y la invención, sino explicar cómo crear historias para niños y cómo ayudarles a ellos a hacerlo por sí mismos.



Vygotski reconocía la capacidad creadora de la imaginación a todos los hombres, y no solo a unos pocos: los artistas. La sociedad en que vivimos necesita personas creativas que sepan usar la imaginación para cambiar el mundo poniendo en práctica un ‘pensamiento divergente’ que les permita romper continuamente los rígidos esquemas de la experiencia. Con este fin, el maestro ha de descompartimentar el conocimiento y dejar de ser mero transmisor de un saber brillante y acabado para convertirse en el promotor de la creatividad de sus alumnos. “La escuela para ‘consumidores’ está muerta y fingir que sigue viva no sirve para ahuyentar los olores de su putrefacción; una escuela viva y nueva solo puede ser una escuela para ‘creadores’”.
El juego se convierte en un hábito a través del cual el niño, partiendo de las impresiones vividas, construye una nueva realidad. Crecer en un ambiente rico en impulsos y estímulos favorece este proceso. Rodari propone al lector algunas técnicas y procedimientos que permiten enriquecer el contexto en el que el niño crece poniendo las palabras al servicio de la imaginación infantil y ayudándolo a jugar con ellas.

1.-La ‘palabra mágica’ y el ‘binomio fantástico’:
Rodari sostiene que una palabra cualquiera, lanzada a la mente al azar, puede funcionar como ‘palabra mágica: “produce ondas de superficie y de profundidad, provoca una serie infinita de reacciones en cadena, atrayendo en su caída sonidos e imágenes, analogías y recuerdos, significados y sueños, en un movimiento que interesa a la experiencia y a la memoria, a la fantasía y al inconsciente, y que es complicado por el hecho de que la misma mente no asiste pasiva a la representación, sino que interviene en ella continuamente, para aceptar y repeler, enlazar y censurar, construir y destruir”.

No existen ‘palabras prohibidas’ ni ‘temas tabúes’. La jerga excrementicia, la risa indecente o las referencias sexuales no solo pueden, sino que deben tener cabida dentro de nuestras historias.
En algunas ocasiones, cuando la palabra aislada encuentra una segunda que la provoca, esta se ve obligada a salirse de los caminos gastados del hábito y descubrirse nuevas capacidades de significar. El ‘tema fantástico’ nace, precisamente, cuando se propician acercamientos extraños, es decir, cuando, en los complejos movimientos de las imágenes y en sus interferencias caprichosas, se ilumina un parentesco imprevisible entre palabras que pertenecen a cadenas diferentes.

El psicólogo Henry Wallon sugiere que el pensamiento se forma por parejas: duro-blando, rápido-lento…, y el artista Paul Klee ratifica esta idea al afirmar que no existen conceptos aislados, sino binomios de conceptos. Rodari da una vuelta de tuerca más a esta visión dual de la realidad y afirma que las historias nacen a partir de ‘binomios fantásticos’, es decir, a partir de parejas de palabras lo suficientemente extrañas entre sí como para que la imaginación se vea obligada a ponerse en marcha para establecer entre ellas un parentesco -a simple vista, inexistente-, y construir un conjunto fantástico en el que las dos puedan convivir, liberándolas así de su significado cotidiano y de las cadenas verbales de las que forman parte habitualmente.

El escritor y filósofo alemán Novalis afirmaba que las hipótesis son como redes: “lanzas la red y, tarde o temprano, encuentras algo”.  Las ‘hipótesis fantásticas’ son un caso particular de ‘binomio fantástico’ en el que, eligiendo al azar un sujeto y un predicado, o un atributo, se lanza al aire una pregunta del tipo: “¿Qué ocurría si…?”. De este modo planteamos una hipótesis sobre la que trabajar y a partir de la cual los acontecimientos narrativos se multiplican espontáneamente hasta el infinito.

“Deformar las palabras es otro modo de volverlas productivas, en sentido fantástico”, sostiene Rodari. El uso de ‘prefijos arbitrarios’ nos brinda la posibilidad de crear nuevos ‘binomios fantásticos’ estimulando el derecho de los niños a construir sus propias hablas personales.

Por otro lado, defiende que “de un lapsus puede nacer una historia”, y pone de manifiesto que, si bien es cierto que debemos corregir los errores ortográficos de los pequeños, en ocasiones podemos convertirlos en creaciones autónomas y seguir sus provocadoras sugerencias para descubrir las historias cómicas e instructivas a las que nos pueden conducir. La palabra justa solo existe en oposición a la palabra errada, lo cual, de manera voluntaria, o involuntaria, nos lleva a la creación de nuevos modelos de ‘binomio fantástico’.

2.-Los cuentos clásicos y los juegos fantásticos:
Utilizar los cuentos clásicos como materia prima para la elaboración de juegos fantásticos permitirá, sin apartarse de su ambiente nativo, que la fuerza de la inercia de la imaginación se transforme en fantasía. Rodari se permite el lujo de tomar prestados sus títulos e introducir elementos extraños en las historias de siempre, adoptar a sus personajes y cocinar con ellos ‘ensaladas de cuentos’ en las que Pinocho, por ejemplo, puede convertirse en el octavo pupilo de Blancanieves, o modificar y mezclar sus temas, transformándolos en el momento adecuado, contándolos al revés o preguntándose qué es lo que sucede después del tradicional ‘colorín, colorado…’, pero cuestiona la legitimidad de las burdas imitaciones, las tergiversaciones pedagógicas y la explotación comercial a las que últimamente han sido sometidos los 'santos inocentes'.

Obtener un cuento nuevo a partir de uno antiguo es un juego complejo. Solo reduciendo la trama original a una expresión completamente abstracta podemos, después, obtener nuevas tramas, completamente inesperadas, inspiradas en las primeras, pero lo suficientemente alejadas de ellas como para no ser consideradas meras copias o adaptaciones.

El contenido de los periódicos constituye otro fantástico recurso para la elaboración de juegos fantásticos. Recortar fragmentos de los titulares de prensa y mezclarlos aleatoriamente puede proporcionar ‘cadenas de binomios fantásticos’ que nos conduzcan a noticias de acontecimientos absurdos y divertidos que nos abran las puertas de un mundo fantástico.

3.-El ‘léxico familiar’ y la fantasía casera:
Existe un precioso ‘léxico familiar’ que perdería sentido para el niño si este lo encontrase escrito en un libro. Son esas retahílas que padres y madres repiten una y otra vez a sus retoños, desde las primeras semanas de vida, para convertir en un juego de dos sus rituales cotidianos: comer, bañarse, vestirse, dormirse… La ‘mente absorbente’ de los niños descrita por María Montessori interioriza ese lenguaje imaginativo, y a veces poético, con el que sus progenitores construyen su propia ‘fantasía casera’.
A los adultos nos gusta contarles a los niños historias pretéritas protagonizadas por ellos mismos: “había una vez un niño que se llamaba como tú…”. Rodari denuncia que, lamentablemente, acostumbramos usar el imperfecto de los cuentos con un fin sermoneador e intimidatorio, y proclama que el juego resultará mucho más fructífero si lo utilizamos para poner a los niños en situaciones agradables, invitarles a acometer empresas memorables o presentarles un futuro de satisfacciones y compensaciones, ya que es importante que los pequeños hagan acopio de optimismo y confianza para enfrentarse a la vida. No debemos descuidar el valor de la utopía, pues esta no resulta menos educativa que el espíritu crítico; tan solo debemos trasladarla desde el mundo de la inteligencia al de la voluntad.

Objetos que a los adultos nos resultan casi invisibles, de los que nos servimos automáticamente, sin reparar en ellos, son para el niño materiales de una exploración ambigua y pluridimensional en la que el conocimiento real y la fabulación caminan de la mano, permitiéndole hacer un uso fantástico de los múltiples datos que le proporcionan.
“Jugar con las cosas sirve para conocerlas mejor. No veo la utilidad de poner límites a la libertad del juego; sería como negar su función formativa y cognoscitiva. La fantasía no es un ‘lobo malo’ del cual haya que tener miedo, o un delito que haya que controlar con permanentes y pertinaces verdades”, sostiene Rodari. Nosotros, los adultos, debemos ser capaces de distinguir si el niño, en un momento dado, pretende obtener información real sobre un objeto en cuestión, o si lo que quiere hacer es ‘jugar’ con él, y, después, actuar en consecuencia.
La casa -sus muebles y las máquinas que la pueblan-, proporciona al niño que echa a gatear la materia prima de sus primeras observaciones. Cuando el adulto le cuenta la ‘verdadera historia de las cosas’ le está ayudando a fabricarse un vocabulario que le permitirá intuir cómo es el mundo en el que crece. Cualquier objeto ofrece pretextos para contar un cuento que no necesariamente debe responder a las férreas leyes de la ‘forma acabada’: pequeñas historias improvisadas, que comienzan y no terminan, pero que, gracias al uso de la fantasía, le abren al niño las puertas de entrada al mundo cotidiano.

La necesidad del niño de imitar al adulto no es una invención de la industria, ni una exigencia impuesta, sino que forma parte de su voluntad de crecer. Los juguetes representan el mundo que el niño quiere alcanzar y el uso que este hace de ellos se convierte en una prolongación de su persona, pues, como decía Piaget, el juego simbólico constituye una auténtica actividad de pensamiento. Inventar historias con los juguetes es algo natural. Cuando el adulto se pone al servicio del niño, cuando juega ‘con él’ y ‘para él’, el juego se abre a nuevos horizontes. Su vasta experiencia vital le permite proporcionar al pequeño nuevos instrumentos y estimular su capacidad inventiva; el niño aprende así a hablarles a las piezas del juego, a ponerles nombre y asignarles papeles o a convertir un error en una invención, adquiriendo la libertad de dejarse dominar por el objeto.

Cuando les leemos cuentos a los niños, no debemos olvidar que, en muchas ocasiones, estos son, por encima de todo, el instrumento que les permite retenernos a su lado, proporcionándoles protección y seguridad. Escuchar, escuchan, pero muchas veces se permiten el lujo de distraerse de la narración, limitándose a controlar que esta avanza regularmente mientras observan el rostro de su padre o los ojos de su madre. Nuestras voces no les hablan solo de Caperucita Roja, Mowgli o el Soldadito de Plomo, sino de nosotros mismos. El contenido y las formas les interesa, pero también la sustancia: nuestra voz, sus matices, volúmenes, y modulaciones, o la ternura y seguridad que les transmitimos.
Escuchando los cuentos que le contamos, el niño, por absorción, entra en contacto con su lengua materna, descubre palabras, formas y estructuras, y se apodera de muchas de las relaciones entre los términos de nuestro discurso.
Los cuentos que les contamos les ayudan a conocer la realidad que les rodea e iniciarse a la humanidad, y, aunque en muchas ocasiones representan modelos culturales arcaicos que ansiamos superar, hemos de tener muy presente que no necesariamente han de ser objetos de imitación, sino más bien de contemplación.

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