Santander, 3 de noviembre de 2.019
El escritor, pedagogo y periodista italiano
Gianni Rodari sostenía que “la pasión, el desorden y la voluntad dan frutos
cien veces mayores que cien años de escuela”.
Para aquellos que -como él-, defienden que
la imaginación y la creatividad deben ocupar un lugar preeminente en la enseñanza,
y con el fin de conseguir que ningún niño -ni siquiera aquellos que no tengan
vocación de artista-, se convierta en esclavo de nadie, escribió una especie de
manual de introducción al arte de contar historias con el que, en la medida de
lo posible, proporcionar el acceso de todo el mundo a todos los usos de las
palabras: “Gramática de la fantasía” (1.973).
El objetivo de dicho manual no es fundar
una ‘Fantástica’ en toda regla, lista para ser enseñada y estudiada en las
escuelas -como la Geometría-, ni enunciar una teoría completa de la imaginación
y la invención, sino explicar cómo crear historias para niños y cómo ayudarles a
ellos a hacerlo por sí mismos.
Vygotski reconocía la capacidad creadora de
la imaginación a todos los hombres, y no solo a unos pocos: los artistas. La
sociedad en que vivimos necesita personas creativas que sepan usar la
imaginación para cambiar el mundo poniendo en práctica un ‘pensamiento
divergente’ que les permita romper continuamente los rígidos esquemas de la experiencia. Con este fin, el maestro ha de
descompartimentar el conocimiento y dejar de ser mero transmisor de un saber brillante
y acabado para convertirse en el promotor de la creatividad de sus alumnos. “La
escuela para ‘consumidores’ está muerta y fingir que sigue viva no sirve para
ahuyentar los olores de su putrefacción; una escuela viva y nueva solo puede
ser una escuela para ‘creadores’”.
El juego se convierte en un hábito a
través del cual el niño, partiendo de las impresiones vividas, construye una
nueva realidad. Crecer en un ambiente rico en impulsos y estímulos favorece
este proceso. Rodari propone al lector algunas técnicas y procedimientos que
permiten enriquecer el contexto en el que el niño crece poniendo las palabras
al servicio de la imaginación infantil y ayudándolo a jugar con ellas.
1.-La ‘palabra mágica’ y el ‘binomio fantástico’:
Rodari sostiene que una palabra cualquiera,
lanzada a la mente al azar, puede funcionar como ‘palabra mágica: “produce
ondas de superficie y de profundidad, provoca una serie infinita de reacciones
en cadena, atrayendo en su caída sonidos e imágenes, analogías y recuerdos,
significados y sueños, en un movimiento que interesa a la experiencia y a la
memoria, a la fantasía y al inconsciente, y que es complicado por el hecho de que
la misma mente no asiste pasiva a la representación, sino que interviene en
ella continuamente, para aceptar y repeler, enlazar y censurar, construir y
destruir”.
No existen ‘palabras prohibidas’ ni ‘temas
tabúes’. La jerga excrementicia, la risa indecente o las referencias sexuales
no solo pueden, sino que deben tener cabida dentro de nuestras historias.
En algunas ocasiones, cuando la palabra
aislada encuentra una segunda que la provoca, esta se ve obligada a salirse de
los caminos gastados del hábito y descubrirse nuevas capacidades de significar.
El ‘tema fantástico’ nace, precisamente, cuando se propician acercamientos
extraños, es decir, cuando, en los complejos movimientos de las imágenes y en
sus interferencias caprichosas, se ilumina un parentesco imprevisible entre
palabras que pertenecen a cadenas diferentes.
El psicólogo Henry Wallon sugiere que el pensamiento
se forma por parejas: duro-blando, rápido-lento…, y el artista Paul Klee
ratifica esta idea al afirmar que no existen conceptos aislados, sino binomios
de conceptos. Rodari da una vuelta de tuerca más a esta visión dual de la
realidad y afirma que las historias nacen a partir de ‘binomios fantásticos’,
es decir, a partir de parejas de palabras lo suficientemente extrañas entre sí
como para que la imaginación se vea obligada a ponerse en marcha para
establecer entre ellas un parentesco -a simple vista, inexistente-, y construir
un conjunto fantástico en el que las dos puedan convivir, liberándolas así de
su significado cotidiano y de las cadenas verbales de las que forman parte
habitualmente.
El escritor y filósofo alemán Novalis afirmaba
que las hipótesis son como redes: “lanzas la red y, tarde o temprano, encuentras
algo”. Las ‘hipótesis fantásticas’
son un caso particular de ‘binomio fantástico’ en el que, eligiendo al azar un
sujeto y un predicado, o un atributo, se lanza al aire una pregunta del tipo: “¿Qué
ocurría si…?”. De este modo planteamos una hipótesis sobre la que trabajar
y a partir de la cual los acontecimientos narrativos se multiplican
espontáneamente hasta el infinito.
“Deformar las palabras es otro modo de
volverlas productivas, en sentido fantástico”, sostiene Rodari. El uso de ‘prefijos
arbitrarios’ nos brinda la posibilidad de crear nuevos ‘binomios fantásticos’ estimulando
el derecho de los niños a construir sus propias hablas personales.
Por otro lado, defiende que “de un
lapsus puede nacer una historia”, y pone de manifiesto que, si bien es
cierto que debemos corregir los errores ortográficos de los pequeños, en
ocasiones podemos convertirlos en creaciones autónomas y seguir sus provocadoras
sugerencias para descubrir las historias cómicas e instructivas a las que nos
pueden conducir. La palabra justa solo existe en oposición a la palabra errada,
lo cual, de manera voluntaria, o involuntaria, nos lleva a la creación de nuevos
modelos de ‘binomio fantástico’.
2.-Los cuentos clásicos y los juegos fantásticos:
Utilizar los cuentos clásicos como materia
prima para la elaboración de juegos fantásticos permitirá, sin apartarse de su
ambiente nativo, que la fuerza de la inercia de la imaginación se transforme en
fantasía. Rodari se permite el lujo de tomar prestados sus títulos e introducir
elementos extraños en las historias de siempre, adoptar a sus personajes y
cocinar con ellos ‘ensaladas de cuentos’ en las que Pinocho, por ejemplo, puede
convertirse en el octavo pupilo de Blancanieves, o modificar y mezclar sus
temas, transformándolos en el momento adecuado, contándolos al revés o
preguntándose qué es lo que sucede después del tradicional ‘colorín, colorado…’,
pero cuestiona la legitimidad de las burdas imitaciones, las tergiversaciones
pedagógicas y la explotación comercial a las que últimamente han sido sometidos
los 'santos inocentes'.
Obtener un cuento nuevo a partir de uno
antiguo es un juego complejo. Solo reduciendo la trama original a una expresión
completamente abstracta podemos, después, obtener nuevas tramas, completamente
inesperadas, inspiradas en las primeras, pero lo suficientemente alejadas de
ellas como para no ser consideradas meras copias o adaptaciones.
El contenido de los periódicos constituye
otro fantástico recurso para la elaboración de juegos fantásticos. Recortar
fragmentos de los titulares de prensa y mezclarlos aleatoriamente puede
proporcionar ‘cadenas de binomios fantásticos’ que nos conduzcan a noticias de
acontecimientos absurdos y divertidos que nos abran las puertas de un mundo
fantástico.
3.-El ‘léxico familiar’ y la fantasía casera:
Existe un precioso ‘léxico familiar’ que
perdería sentido para el niño si este lo encontrase escrito en un libro. Son esas
retahílas que padres y madres repiten una y otra vez a sus retoños, desde las
primeras semanas de vida, para convertir en un juego de dos sus rituales
cotidianos: comer, bañarse, vestirse, dormirse… La ‘mente absorbente’ de los
niños descrita por María Montessori interioriza ese lenguaje imaginativo, y a
veces poético, con el que sus progenitores construyen su propia ‘fantasía
casera’.
A los adultos nos gusta contarles a los
niños historias pretéritas protagonizadas por ellos mismos: “había una vez un
niño que se llamaba como tú…”. Rodari denuncia que, lamentablemente, acostumbramos
usar el imperfecto de los cuentos con un fin sermoneador e intimidatorio, y
proclama que el juego resultará mucho más fructífero si lo utilizamos para
poner a los niños en situaciones agradables, invitarles a acometer empresas
memorables o presentarles un futuro de satisfacciones y compensaciones, ya que
es importante que los pequeños hagan acopio de optimismo y confianza para
enfrentarse a la vida. No debemos descuidar el valor de la utopía, pues esta no
resulta menos educativa que el espíritu crítico; tan solo debemos trasladarla
desde el mundo de la inteligencia al de la voluntad.
Objetos que a los adultos nos resultan
casi invisibles, de los que nos servimos automáticamente, sin reparar en ellos,
son para el niño materiales de una exploración ambigua y pluridimensional en la
que el conocimiento real y la fabulación caminan de la mano, permitiéndole
hacer un uso fantástico de los múltiples datos que le proporcionan.
“Jugar con las cosas sirve para conocerlas
mejor. No veo la utilidad de poner límites a la libertad del juego; sería como
negar su función formativa y cognoscitiva. La fantasía no es un ‘lobo malo’ del
cual haya que tener miedo, o un delito que haya que controlar con permanentes y
pertinaces verdades”, sostiene
Rodari. Nosotros, los adultos, debemos ser capaces de distinguir si el niño, en
un momento dado, pretende obtener información real sobre un objeto en cuestión,
o si lo que quiere hacer es ‘jugar’ con él, y, después, actuar en consecuencia.
La casa -sus muebles y las máquinas que la
pueblan-, proporciona al niño que echa a gatear la materia prima de sus
primeras observaciones. Cuando el adulto le cuenta la ‘verdadera historia de
las cosas’ le está ayudando a fabricarse un vocabulario que le permitirá intuir
cómo es el mundo en el que crece. Cualquier objeto ofrece pretextos para contar
un cuento que no necesariamente debe responder a las férreas leyes de la ‘forma
acabada’: pequeñas historias improvisadas, que comienzan y no terminan, pero que,
gracias al uso de la fantasía, le abren al niño las puertas de entrada al mundo
cotidiano.
La necesidad del niño de imitar al adulto
no es una invención de la industria, ni una exigencia impuesta, sino que forma
parte de su voluntad de crecer. Los juguetes representan el mundo que el niño
quiere alcanzar y el uso que este hace de ellos se convierte en una
prolongación de su persona, pues, como decía Piaget, el juego simbólico constituye
una auténtica actividad de pensamiento. Inventar historias con los juguetes es
algo natural. Cuando el adulto se pone al servicio del niño, cuando juega ‘con él’
y ‘para él’, el juego se abre a nuevos horizontes. Su vasta experiencia vital le
permite proporcionar al pequeño nuevos instrumentos y estimular su capacidad
inventiva; el niño aprende así a hablarles a las piezas del juego, a ponerles
nombre y asignarles papeles o a convertir un error en una invención, adquiriendo
la libertad de dejarse dominar por el objeto.
Cuando les leemos cuentos a los niños, no
debemos olvidar que, en muchas ocasiones, estos son, por encima de todo, el instrumento
que les permite retenernos a su lado, proporcionándoles protección y seguridad.
Escuchar, escuchan, pero muchas veces se permiten el lujo de distraerse de la
narración, limitándose a controlar que esta avanza regularmente mientras
observan el rostro de su padre o los ojos de su madre. Nuestras voces no les
hablan solo de Caperucita Roja, Mowgli o el Soldadito de Plomo, sino de
nosotros mismos. El contenido y las formas les interesa, pero también la sustancia:
nuestra voz, sus matices, volúmenes, y modulaciones, o la ternura y seguridad
que les transmitimos.
Escuchando los cuentos que le contamos, el
niño, por absorción, entra en contacto con su lengua materna, descubre
palabras, formas y estructuras, y se apodera de muchas de las relaciones entre
los términos de nuestro discurso.
Los cuentos que les contamos les ayudan a conocer
la realidad que les rodea e iniciarse a la humanidad, y, aunque en muchas
ocasiones representan modelos culturales arcaicos que ansiamos superar, hemos
de tener muy presente que no necesariamente han de ser objetos de imitación,
sino más bien de contemplación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario