Santander, 2 de noviembre de 2.019
“Durante mucho tiempo pensamos que no era
el momento de hablar de ETA. Ahora sí es necesario hacerlo. El país está en un
momento en el que no está mal recordar”. Son palabras del periodista vasco Jon Sistiaga, director de “ETA:
el final del silencio”, una serie documental producida por Movistar+ que constituye
un canto a la reconciliación y sirve de homenaje a todas las víctimas del
terrorismo.
La producción televisiva consta de nueve
episodios en los que se recogen los testimonios de numerosas personalidades
claves en la lucha contra ETA y de algunas víctimas de la banda terrorista,
pero también de exmilitantes arrepentidos como Ibon Etxezarreta o Mikel Azumendi.
El primer capítulo de la serie se titula “Zubiak”
(“Puentes”, en euskera) y, en él, los amigos de Juan Mari Jáuregui cuentan, diecinueve
años después de su asesinato, cómo era él y cómo fueron sus últimos días de
vida, mientras Maixabel Lasa -su viuda-, se reúne con Ibon Etxezarreta -uno de
sus asesinos-, y lo invita a comer…
Durante mucho tiempo, ETA fue una organización
a la que muchos vascos tenían idealizada y a la que, de alguna manera, querían
entregar su granito de arena para luchar en favor de la causa, sin saber que, lo
que estaban haciendo, en realidad, era alimentar un monstruo.
Mucha gente entendía que sus miembros
tenían razones éticas para luchar contra Franco de manera armada, pero se
preguntaban si, cuando acabara la dictadura, dejarían de matar. Muchos de sus militantes
pensaban que, cuando se recuperaran las libertades, las armas ya no pintarían
nada, pero otros muchos no.
Lo cierto fue que muchas personas que
habían vivido en la clandestinidad con Franco pasaron a vivir en la
clandestinidad con ETA solo por no apoyar el terrorismo y, con el paso de los
años, aquellos que mejor entendían a la organización, pero discrepaban de sus
métodos y proponían otras maneras de hacer las cosas, se convirtieron en su
principal objetivo…
“¿Quién va a ser el próximo? ¿Por qué esto
no se termina?”, se
preguntaban muchos vascos. “¿Qué hago: me quedo o me voy? Aquí tengo mi
familia, mi vida…”. Jesús Eguiguren, exsecretario general del Partido
Socialista en el País Vasco, sostiene que, cuando había un atentado, los
ministros de turno -de uno u otro partido-, se desplazaban hasta el País Vasco
y trataban de consolar a los familiares, amigos y compañeros de las víctimas,
pero, después, volvían a Madrid, hacían sus declaraciones y ya está... “¡Nos
sentíamos desprotegidos por el Estado!”, dice.
Ibon Etxezarreta Etxaniz reconoce haber
participado como en una veintena de atentados, cuatro de ellos con resultado
mortal, el primero de los cuales tuvo lugar en Tolosa el 29 de julio del año 2.000,
cuando junto a sus compañeros del comando Buruntza -Luis María Carrasco Aseginolaza
y Patxi Xavier Makazaga Azumendi-, asesinó a Juan Mari Jáuregui, exgobernador
civil de Guipúzcoa. “Mi nombre está unido al dolor de la familia de Jáuregui,
al dolor de la familia de Oleaga, al dolor de la familia de Urive, al dolor, también,
de la familia de Korta, y al dolor de otras familias que han sufrido la
violencia de ETA siendo yo militante: los guardias civiles, policías nacionales
y ertzainas que resultaron heridos en un atentado que hicimos en Intxaurrondo…
Mi nombre está unido al dolor que han pasado ellos, a su sufrimiento, de por
vida”.
Juan Mari Jáuregui, natural de Lejorreta
(Guipúzcoa), era un hombre amenazado que, curiosamente, durante los últimos
años de la dictadura, había pasado año y medio en la cárcel por pertenecer precisamente
a ETA. Allí conoció a algunos dirigentes del partido comunista de Euskadi y, al
salir de prisión, se unió a ellos para, posteriormente, en 1.980, ingresar en
las filas del Partido Socialista. En septiembre de 1.994, después de haber sido
concejal en Tolosa, fue nombrado Gobernador Civil de Guipúzcoa, siendo uno de
sus objetivos primordiales al aceptar el cargo levantar las alfombras y demostrar
a la sociedad vasca que ya no había manga ancha con los métodos empleados por las
fuerzas de seguridad del Estado en su lucha antiterrorista. En 1.996, con la
llegada del Partido Popular al gobierno, dejó de ser gobernador y, debido a las
amenezas de ETA, se trasladó a Santiago de Chile, donde permaneció hasta el año
2.000, cuando regresó a Tolosa para visitar a su familia y amigos.
Aquella mañana, Juan Mari había quedado en
la concurrida cafetería El Frontón para tomar algo con Jaime Otamendi, jefe de
informativos de Euskal Telebista. Ambos se sentaron cerca de la ventana cuando,
de repente, se acercó a ellos una persona desconocida y le decerrajó dos tiros
a quemarropa que acabaron con su vida.
Maixabel Lasa, su viuda, confiesa que, para
ella, el saber que, de las tres personas que asesinaron a Juan Mari, dos están
arrepentidas, significa que, al menos estas dos, cuando abandonen la cárcel y salgan
a la calle, lo harán con los deberes hechos: “no van a salir pensando que son
unos héroes, que han sido unos salvapatrias, ni nada parecido; sino que son
todo lo contrario y que han hecho mucho daño”.´
“A Juan Mari -dice-, lo mataron, no por haber sido
Gobernador de Guipúzcoa, sino porque era una persona que quería tender puentes
y terminar con una historia que cada vez era peor, porque cada vez entraba más
gente joven a la organización: chavales que no tenían ni memoria histórica, ni
nada que se le parezca, y que, por lo tanto, eran muchísimo más manejables y
muchísimo más radicales. Juan Mari era un estorbo”.
“Juan Mari había tomado partido”, dijo Arnaldo Otegui después de que fuera
asesinado. “Todo el mundo toma partido -añade Maixabel-, lo que pasa
es que hay que saber respetarse”.
En 2.010, el Estado puso en marcha una estrategia penitenciaria mediante la cual pretendía facilitar la ruptura con el
entorno terrorista de aquellos presos que habían decidido alejarse de ETA e
iniciar el camino de vuelta a la sociedad. Lo que se denominó ‘Vía Nanclares’
fue un proceso de reinserción destinado a aquellos etarras que hubieran
decidido dar una serie de pasos inequívocos hacia el final de la violencia, tales
como la desvinculación de la banda armada, el alejamiento de su entorno, la
salida del colectivo de presos, la petición de perdón a las víctimas o la
colaboración con la Justicia en la lucha contra el terrorismo.
Fue entonces cuando la Dirección de Atención a Víctimas
del Terrorismo del Gobierno Vasco propuso a algunos de sus miembros acudir
voluntariamente a la prisión de Nanclares de Oca para reunirse con los presos etarras
que más habían avanzado en su proceso de reinserción.
Tanto Maixabel como Ibon -uno de los
asesinos de su marido-, participaron en unos encuentros restaurativos que
demostraron que el acercamiento entre los asesinos y sus víctimas era posible. “Prefiero
ser la viuda de Juan Mari que tu madre”, le dijo ella, y unos meses después
él le contestó: “también yo preferiría ser Juan Mari Jáuregui que Ibon Etxezarreta”.
Ibón era reacio a que ETA siguiera activa,
pero le costó dar el paso de desvincularse de la organización. En 2.018, cuando
ETA anunció su desaparición, sintió una alegría inmensa. Ahora necesita pasar
página: intenta ponerse en el lugar de las familias de sus víctimas y siente
profundamente el dolor causado, pero es incapaz de pedir perdón porque
considera que lo que hizo es imperdonable. Maixabel, por su parte, cree que tanto
él, como muchos de sus compañeros, se merecen una segunda oportunidad para
rehacer sus vidas. “Ahora mismo, vosotros sois los mayores deslegitimizadores
de la violencia”, le dice.
Al igual que hizo su padre antes de ser
asesinado, María Jáuregui apuesta por tender puentes hacia la paz…
“Para alcanzar un entendimiento y
construir una sociedad respetuosa con todos los demás, es importante que el
relato sea plural y tenga en cuenta distintos puntos de vista -distintos
testimonios-, porque, al final, esto cada uno lo ha vivido de una manera
diferente; es importante escuchar a la otra persona y empatizar con ella,
porque solo así puedes llegar a comprender su sufrimiento”.
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