Santander, 31 de julio de 2.019
Jimmy Liao confiesa que, aunque al
principio no fuera muy consciente de ello, su obra “El pez que sonreía” (1.998)
está inspirada en el tiempo que pasó ingresado en el hospital por culpa de una
leucemia.
”En el momento en que lo estaba ilustrando no era muy consciente de ello.
Yo había elaborado la historia en mi cabeza. Pasaron los años, y un día me di
cuenta de que yo era el pez, encerrado en un acuario, observado por la gente a
través del cristal. Era como mi experiencia en el área de aislamiento del
hospital…”
Dedicado al
doctor Xu Huiqi y a las siempre magníficas enfermeras de la sala 071…
Vi un pez que me sonreía. Tanto de día
como de noche, siempre que pasaba frente a él, nadaba hacia mí agitándose y me
sonreía.
Hiciera el tiempo que hiciese, aunque
lloviera, era como si el pez me estuviera esperando para que yo le dirigiera
una mirada cargada de profundos sentimientos…
Quería ser el dueño del pez que me sonreía,
así que me lo llevé a casa.
Mientras le hablaba, el pez meneaba la cola
y me sonreía.
Por la noche, mientras yo miraba la
televisión, el pez soltaba unas burbujas de aburrimiento y me sonreía, y a la
hora del baño, permanecía afectuoso a mi lado y me sonreía…
Siempre estaba risueño. ¡Me gustaba ese
pez! Era fiel como un perro, mimoso como un gato y amante como una esposa.
Le di un besito a mi pez. Le di las buenas
noches y los dos nos fuimos quedando dormidos…
Entonces, vi a un pez -mi pez-, que emitía
una misteriosa luz verde y flotaba grácilmente en medio de la habitación…
Me precipité tras él, temeroso de perderlo,
y lo seguí mientras vagaba por las calles a medianoche, preguntándome si todos
los habitantes de la ciudad estarían durmiendo y disfrutando de unos dulces
sueños.
Transcurrió un buen rato sin que apareciera
en el cielo la luna, que había olvidado su compromiso con las estrellas. De
repente me entraron ganas de ponerme a practicar un baile que conocía de mi
juventud y, sin darme cuenta, empecé a dar algunos pasos.
En un bosque perfecto para jugar al
escondite, ¿adónde iría a esconderse mi amigo…?
El rocío del amanecer me empapaba los
pantalones: ¿qué cúmulo de raros y preciosos insectos habría aún en el prado…?
Vi que el pez que emitía una luz verde se
dirigía flotando lentamente hacia el mar y ambos nos zambullimos en el agua
fría y cristalina.
Mi pez y yo jugamos alegremente en el
océano: espalda, mariposa, braza, crol, al azar… ¡Y también estilo perrito! Yo
mismo parecía un pez nadando libre de acá para allá en el mar…
…pero, al cabo de un rato, descubrí que yo
también era un pececito prisionero en una enorme pecera.
Por más que lo intentara, ¡no podría traspasar
sus paredes transparentes!
Desperté y vi a un pez, un pececito normal
y corriente, cautivo en mi casa.
Meneaba la cola, con el aire risueño de
siempre, pero su sonrisa, de pronto, me entristeció.
Me sentía incapaz de ser el dueño de ese
pez fiel como un perro, mimoso como un gato y amante como una esposa.
Al cruzar el viejo puente, me entraron
ganas de cantar una canción de mi juventud y no puede evitar ponerme a
canturrearla en el autobús.
¡Estaba acompañando a mi pececillo de
vuelta a su hogar! ¡De vuelta a su verdadero hogar!
Meneando la cola, el pez se deslizó por el
azul infinito del océano. Le di un besito y entonces descansé de verdad.
Vi a un pez que emitía una luz verde y
flotaba en el aire…
(Texto: Jimmy Liao)
(Ilustraciones: Jimmy Liao)
No hay comentarios:
Publicar un comentario